PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL PERÚ Facultad de Letras y Ciencias Humanas La guerra de citas y adjetivos: el Partido Comunista Peruano y la ruptura sino-soviética (1960-1979) Tesis para obtener el título profesional de Licenciada en Historia que presenta: Belen Albinagorta Aparicio Asesor: Norberto Barreto Velázquez Lima, 2024 Informe de Similitud Yo, Norberto Barreto Velázquez, docente de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Pontificia Universidad Católica del Perú, asesor de la tesis titulada: “La guerra de citas y adjetivos: el Partido Comunista Peruano y la ruptura sino- soviética (1960-1979)”, de la autora Belén Albinagorta Aparicio, dejo constancia de lo siguiente: - El mencionado documento tiene un índice de puntuación de similitud de 4%. Así lo consigna el reporte de similitud emitido por el software Turnitin el 25/abril/2024. - He revisado con detalle dicho reporte y la Tesis, y no se advierte indicios de plagio. - Las citas a otros autores y sus respectivas referencias cumplen con las pautas académicas. Lugar y fecha: Lima, Perú, 25 de abril de 2024 Apellidos y nombres del asesor: Barreto Velázquez, Norberto CE: 000468749 Firma ORCID: 0000-0002-0119-2097 https://orcid.org/0000-0002-0119-2097 RESUMEN: Esta tesis analizará la influencia de la ruptura de la alianza entre la Unión Soviética y la República Popular China entre los años de 1960 y 1979 en el Partido Comunista Peruano, en tanto parte del movimiento comunista internacional y en el marco de la guerra fría en Latinoamérica. Se investigará el impacto de los acontecimientos globales del periodo abarcado, específicamente los hechos relacionados al cisma del comunismo internacional, en el devenir de las divisiones del Partido Comunista Peruano, para lo cual se utilizarán fuentes primarias documentales: textos, declaraciones, análisis y testimonios escritos de los múltiples partidos comunistas escindidos y de sus principales miembros. En resumidas cuentas, se planteará que el surgimiento del maoísmo como una corriente alternativa en el comunismo global en desafío a la hegemonía soviética a inicios de la década de 1960 y su propagación en la izquierda latinoamericana y peruana fue una de las principales causas de la fragmentación del Partido Comunista Peruano y su subsecuente debilitamiento a lo largo de las dos décadas siguientes, pero también del surgimiento de la organización terrorista Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso. Así, esta tesis espera demostrar cómo la intransigencia de los comunistas peruanos y extranjeros condenó la revolución anticapitalista y antiimperialista al fracaso y cómo los conceptos de «revisionismo» e internacionalismo comunista son cruciales para comprender la suerte del partido de José Carlos Mariátegui. PALABRAS CLAVE: movimiento comunista internacional, ruptura sino-soviética, internacionalismo comunista, revisionismo, comunismo peruano, maoísmo peruano, Latinoamérica en la guerra fría ABSTRACT: This thesis will analyze the influence of the breakup of the alliance of the Soviet Union and the People’s Republic of China between the years of 1960 and 1979 in the Peruvian Communist Party as a part of the international communist movement and in the context of the Cold War in Latin America. It will investigate the impact of the global events in the covered period, specifically those related to the schism of international communism, in the evolution of the breakaway parties of the Peruvian Communist Party. For this purpose, it will use primary documentary sources: texts, declarations, analysis, and written testimonies of the multiple splinter communist parties and their most important members. In summary, it will argue that the rise of Maoism as an alternative current within global communism in defiance of Soviet hegemony in the early 1960s and its spread in the Latin American and Peruvian left was one of the main causes of the fragmentation of the Peruvian Communist Party and its subsequent weakening over the following two decades, but also of the emergence of the terrorist organization Peruvian Communist Party-Shining Path. Thus, this thesis aims to demonstrate how the intransigence of the Peruvian and foreign communists doomed the anticapitalistic and antiimperialist revolution and how the concepts of «revisionism» and communist internationalism are crucial to understand the fate of José Carlos Mariátegui’s party. KEYWORDS: international communist movement, Sino-Soviet split, communist internationalism, revisionism, Peruvian communism, Peruvian Maoism, Latin America in the Cold War Índice de contenido Introducción ............................................................................................................................ 7 I. La guerra fría y la competencia sino-soviética por el Tercer Mundo .......................... 12 1.1. La ruptura sino-soviética ........................................................................................ 12 1.2. El «sur global» en el conflicto bipolar: la competencia por el Tercer Mundo ........... 20 1.3. La guerra fría y competencia sino-soviética en Latinoamérica................................. 40 1.4. Conclusión ............................................................................................................. 50 II. La división del comunismo peruano ........................................................................ 51 2.1. El contexto sociopolítico peruano en las décadas de 1960 y 1970............................ 51 2.2. La fragmentación del Partido Comunista Peruano en las décadas de 1960 y 1970 ... 56 2.2.1. Los «revisionistas criollos»: el PCP-Unidad ....................................................... 68 2.2.2. Los «dogmáticos», «liquidadores», «escisionistas» y «aventureros»: los partidos maoístas .......................................................................................................................... 74 2.3. La desunión hace la fuerza: el rechazo de los comunistas peruanos a la unidad ....... 97 2.4. Conclusión ........................................................................................................... 107 III. El internacionalismo de la discordia (1960-1978) .................................................. 109 3.1. La importancia y el estado de la revolución mundial ............................................. 109 3.2. La ruptura sino-soviética: polémicas ideológicas y conflictos geopolíticos ............ 117 3.3. Las alineaciones en el bloque socialista y la revolución en el Tercer Mundo ......... 131 3.4. Conclusión ........................................................................................................... 144 IV. La búsqueda del verdadero líder de la revolución mundial (1960-1978) .............. 145 4.1. Políticas internas de la Unión Soviética y China ................................................... 145 4.1.1. La desestalinización y el legado de Stalin ......................................................... 145 4.1.2. La Revolución Cultural .................................................................................... 151 4.1.3. La economía soviética y china .......................................................................... 156 4.2. Políticas externas de la Unión Soviética y China ................................................... 161 4.2.1. La doctrina de coexistencia pacífica y el debate entre la vía pacífica al socialismo y la revolución violenta ................................................................................................. 161 4.2.2. El apoyo a la revolución mundial ..................................................................... 170 4.2.3. El imperialismo soviético y el apoyo chino al imperialismo estadounidense...... 178 4.3. Conclusión ........................................................................................................... 188 Conclusiones ........................................................................................................................ 190 Bibliografía.......................................................................................................................... 197 Fuentes primarias .............................................................................................................. 197 Fuentes secundarias........................................................................................................... 199 Índice de gráficos Gráfico 1: Escisiones del Partido Comunista Peruano entre 1964 y 1971. ................... 88 7 Introducción En 1963, la alianza entre las dos principales potencias comunistas del mundo, la Unión Soviética y la República Popular China, colapsó en medio de disputas ideológicas, geopolíticas y personales, lo cual tendría repercusiones importantes en los partidos comunistas de todo el mundo. A inicios del año siguiente, el Partido Comunista Peruano – fundado originalmente por el intelectual José Carlos Mariátegui en 1928 con el nombre de Partido Socialista Peruano – se dividió irreversiblemente entre los partidarios de la Unión Soviética y los de China. Esta ruptura – y las escisiones que seguirían, en especial entre los segundos – eventualmente llevaría al declive irreparable del comunismo peruano, pero también, paralelamente, al surgimiento del grupo terrorista de ideología marxista-leninista-maoísta Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso (PCP-SL). Este partido, más comúnmente conocido simplemente como Sendero Luminoso, lanzaría su autoproclamada «guerra popular» en Ayacucho en 1980, iniciando una etapa de violencia interna que se extendería por casi dos décadas y se cobraría miles de víctimas y daños valorados en miles de millones de dólares. La presente tesis tiene como objetivo investigar cómo el cisma en el movimiento comunista mundial durante la guerra fría impactó en el Partido Comunista Peruano, y por consiguiente en el devenir político de una parte de la izquierda peruana, durante las décadas de 1960 y 1970; los límites del periodo abarcado responden, por un lado, al desarrollo de la ruptura sino-soviética, y por otro, a los procesos políticos internos del Perú. Investigar este tema tiene una gran importancia, pues si bien el conflicto armado interno (1980-2000) ha sido extensamente investigado desde sus inicios, incluso por sus contemporáneos, el resto de los partidos escindidos del Partido Comunista Peruano han recibido mucha menos atención, sobre todo en el tiempo anterior al inicio de la actividad de Sendero Luminoso; de este modo, los orígenes del terrorismo han quedado en parte desatendidos. Asimismo, esta tesis aborda una problemática que ha estado presente en la política peruana por décadas: la histórica tendencia de la izquierda a las divisiones internas, que ha debilitado a sus líderes y partidos y en muchos casos les ha impedido tomar acción. Como se pudo apreciar recientemente con la candidatura, presidencia y caída de Pedro Castillo, perteneciente al partido Perú Libre, en la actualidad la izquierda peruana aún dista mucho de ser un bloque monolítico y de siquiera unirse para hacer 8 frente a la derecha y al capitalismo. Este trabajo mostrará cómo el Partido Comunista Peruano sufrió del mismo problema, agravado por la coyuntura internacional en un periodo particular de la guerra fría: uno de distensión entre las superpotencias enemigas, Estados Unidos y la Unión Soviética, pero de tensiones exacerbadas en el Tercer Mundo y entre supuestos aliados (la Unión Soviética y la República Popular China). Esta tesis está dividida en cuatro capítulos. El primero aborda el desarrollo general y las causas ideológicas y geopolíticas de la ruptura sino-soviética, desde su origen a mediados de la década de 1950 a causa de las reformas iniciadas en la Unión Soviética tras la muerte de Stalin, hasta la reconciliación entre las potencias comunistas en 1989. A continuación, se analiza la importancia del Tercer Mundo – África, Asia y Latinoamérica – en la guerra fría en general, la relación entre el movimiento comunista y el movimiento antiimperialista mundial y la competencia entre la Unión Soviética y China por la influencia en los países en proceso de descolonización como parte integral del conflicto. Asimismo, se incluye una sección dedicada específicamente a la relación que Moscú y Pekín mantuvieron con los países latinoamericanos y sus respectivos partidos comunistas a lo largo del periodo estudiado. El segundo capítulo analiza el contexto político y social del Perú en las décadas de 1960 y 1970: su condición de país nominalmente independiente pero subordinado a los intereses de las grandes potencias occidentales – sobre todo Estados Unidos – y con una oligarquía agroexportadora, la abrumadora desigualdad socioeconómica y los movimientos sociales activos. Estas circunstancias llevaron a una convulsa situación política que culminaría en el golpe de Estado militar de 1968 y en el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas (1968-1980) que realizaría importantes reformas sociales y económicas con el fin de reducir las tensiones y así socavar a los partidos de izquierda. También se examina el papel del Partido Comunista Peruano en dicho periodo y su fragmentación a raíz de factores locales e internacionales, para a continuación detallar la trayectoria de los partidos – el prosoviético y los maoístas – que surgieron desde su primera división en 1964 hasta 1980. Al final, se explica una de las principales razones de la tendencia al divisionismo de los comunistas peruanos, con citas provenientes de sus propios textos. El tercer capítulo examina la importancia que los múltiples partidos escindidos del PCP original daban al contexto internacional, puesto que todos consideraban que la revolución – ya fuera por la vía pacífica o armada – no podía limitarse al Perú, sino que debía ser un 9 asunto y responsabilidad universal. Su compartida preocupación por los eventos en el resto del mundo los llevó a plasmar y difundir en sus textos sus opiniones y conclusiones, con frecuencia diametralmente opuestas entre sí, y que a su vez recrudecían su mutua animosidad hasta llegar a los insultos abiertos. Los comentarios de los comunistas peruanos sobre el escenario mundial se dividen en dos partes: las polémicas ideológicas y los conflictos geopolíticos entre la Unión Soviética y China, y la alineación del resto de países socialistas como Cuba y Albania y el curso de la revolución en el Tercer Mundo. Por último, el cuarto capítulo trata de la percepción de los comunistas peruanos de las políticas internas y externas de la Unión Soviética y China, con el objetivo de juzgar el éxito de la construcción del socialismo y la lucha contra el capitalismo y el imperialismo de ambas potencias y así determinar cuál era el verdadero parangón del marxismo- leninismo que debía liderar la revolución mundial. Por esta razón, los líderes de los partidos escindidos del PCP también escribieron sobre acontecimientos y procesos como la desestalinización, las economías soviética y china, la Revolución Cultural y la relación de ambos con Estados Unidos y el bloque occidental, entre otros. Sus opiniones sobre estos temas – que en ocasiones cambiaron drásticamente con el tiempo y el devenir de la Unión Soviética y China – se convertirían en otro punto de contención que fue agravado por sus sesgos y conflictos personales, contribuyendo a sus divisiones y debilitamiento. La metodología utilizada en esta investigación ha sido, fundamentalmente, la metódico- documental: las fuentes primarias han consistido exclusivamente en los textos escritos o reproducidos por los partidos escindidos del Partido Comunista Peruano – específicamente Unidad, Bandera Roja, Patria Roja, Sendero Luminoso y el Partido Comunista (Marxista Leninista) del Perú –, así como por sus miembros prominentes, en el periodo abarcado. La mayoría de estos textos son declaraciones e informes políticos de sus respectivas conferencias, congresos y plenos, así como análisis históricos y artículos propagandísticos; también se incluyen memorias y reportajes desde una perspectiva personal. Naturalmente, estas fuentes contienen un fuerte sesgo a favor de los partidos autores y de la ideología que profesaban, así como en contra de sus partidos rivales; por esta razón, es necesario tomar en cuenta la alineación de sus autores en todo momento y resulta útil contrastar sus respectivos argumentos y afirmaciones entre sí. Cabe enfatizar que esta tesis se centra únicamente en el Partido Comunista Peruano de Mariátegui y sus escisiones; los comunistas peruanos militantes en otros partidos y organizaciones 10 requieren una investigación específica, o bien ser abordados en una historia general de la izquierda peruana. En esta investigación confluyen tres tradiciones académicas: la del estudio de la ruptura sino-soviética, la del estudio del Tercer Mundo y específicamente Latinoamérica durante la guerra fría, y la del estudio de la historia política del Perú y en particular de los partidos y movimientos de izquierda. Entre las fuentes más importantes de la primera se encuentran Lorenz Lüthi y Sergey Radchenko, quienes han realizado ensayos sobre las causas y evolución del conflicto entre la Unión Soviética y China, y el libro Maoísmo: Una historia global de Julia Lovell. Con respecto a la segunda, han sido particularmente útiles el libro de Jeremy Friedman Shadow Cold War: the Sino-Soviet Competition for the Third World y la perspectiva de la guerra fría en el Tercer Mundo que Richard Saull plantea en su artículo «Locating the Global South in the Theorisation of the Cold War: Capitalist Development, Social Revolution and Geopolitical Conflict». Para el caso específico de Latinoamérica, la fuente principal ha sido el libro de Vanni Pettinà Historia mínima de la Guerra Fría en América Latina, y también se han recurrido a trabajos de Brenda Rupar, Víctor Jeifets y Lazar Jeifets, Mauricio Archila, Miguel Ángel Urrego, Michael E. Latham y Frank O. Mora. Finalmente, sobre la tercera, se han consultado los trabajos de Geneviéve Dorais, Jan Lust, Gustavo Gorriti, Paul Navarro, Rubén Berríos y Cole Blasier; cabe destacar que en esta última tradición académica se encuentran análisis de los propios militantes de la izquierda peruana (pertenecientes a diversas facciones, y por lo tanto con claros sesgos), como Ricardo Letts Colmenares y Jorge del Prado. El tema fue inspirado por el interés personal en la guerra fría, la desestalinización y la ruptura sino-soviética – en parte motivado por la película satírica de 2017 La muerte de Stalin –, así como la historiografía contemporánea sobre Latinoamérica en el contexto de la guerra fría y la injerencia de la potencia dominante en el continente, Estados Unidos, en ciertos países específicos como Argentina y Chile. Esta tesis, sin embargo, no trata de la posición del Perú en la guerra fría a grandes rasgos ni del intervencionismo estadounidense, sino de un partido peruano específico ante un complejo escenario político nacional e internacional, en el cual el Perú atravesó cambios radicales y el movimiento comunista mundial sufrió un cisma que no se repararía hasta que fue demasiado tarde para salvar a la Unión Soviética y al Bloque del Este. Esta tesis espera demostrar cómo el concepto de «revisionismo» se convirtió en una de las mayores debilidades – si no en 11 el talón de Aquiles – del Partido Comunista Peruano y es fundamental para comprender su trayectoria política y el estado actual de (al menos una parte de) la izquierda peruana. 12 I. La guerra fría y la competencia sino-soviética por el Tercer Mundo El presente capítulo realizará una explicación amplia y general del desarrollo y causas de la ruptura sino-soviética en el contexto de la guerra fría, específicamente durante las décadas de 1960 y 1970 por ser las de mayor relevancia en este proceso. A continuación, se abordará el rol del Tercer Mundo – África, Asia y Latinoamérica – en la guerra fría y se analizará cómo este influyó y fue influido por la división del movimiento comunista internacional, con énfasis en la relación entre las revoluciones anticapitalista y antiimperialista. Por último, se tratará el caso particular de la posición de Latinoamérica en el mundo bipolar y en la competencia sino-soviética por el liderazgo de la revolución mundial. El objetivo del capítulo es brindar un entendimiento íntegro del contexto internacional político e ideológico que tendría un importante papel en los desarrollos internos del Perú y la fragmentación del Partido Comunista Peruano. 1.1. La ruptura sino-soviética La ruptura sino-soviética es, según Lorenz M. Lüthi, uno de los eventos cruciales de la guerra fría, aunque apenas sea recordado en la actualidad. El conflicto entre las dos principales potencias comunistas, debido a su mismo tamaño y alcance, no solo afectó sus mutuas relaciones, sino que tuvo consecuencias a nivel mundial, pero probablemente su mayor impacto se dio en el Tercer Mundo no socialista (2014: 74-84). En palabras de Sergey Radchenko, el colapso de la alianza representaba la «promesa rota» del marxismo: la unidad y conformidad ideológica era tan esencial para el mundo socialista liderado por la Unión Soviética que la disputa entre sus dos principales protagonistas – la Unión Soviética y la República Popular China – socavó la legitimidad del bloque socialista en su conjunto y de las nociones intelectuales que lo sostenían (2010: 349). El colapso de la alianza sino-soviética abarca aproximadamente una década, iniciando con el célebre «discurso secreto» de Nikita Jrushchov en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) el 25 de febrero de 1956, en el que el líder soviético condenó las políticas estalinistas, incluyendo el culto a la personalidad y los abusos de poder personal. Si bien la desestalinización tenía objetivos fundamentalmente domésticos, el «discurso secreto» remeció muchos estados socialistas, ya que los partidos instalados en el poder temían que la liberalización política amenazara su posición. En particular, el líder del Partido Comunista Chino (PCCh), Mao Zedong, temía que el XX Congreso planteara cuestiones de responsabilidad política que sus pares podrían usar en su contra. (Lüthi 2014: 75). 13 La relación entre la Unión Soviética y la República Popular China no carecía de problemas latentes. Según Frank Dikötter, si bien Mao había resentido el trato despectivo que había recibido por parte de Stalin durante y después de su victoria en 1949, ante la necesidad de reconstruir un país arrasado por la guerra soportó las humillaciones personales y aceptó la subordinación a la Unión Soviética, aun cuando la guerra de Corea aumentó su rencor contra Moscú. Sin embargo, tras la muerte de Stalin en 1953, Mao vio una oportunidad de independizarse del patronazgo soviético y tomar el liderazgo del bloque socialista en lugar de Jrushchov, a quien consideraba un advenedizo tosco e inmaduro (tal como Stalin había visto al propio Mao). Jrushchov, por su parte, tenía intenciones de guiar a China hacia una forma más ilustrada de marxismo, pero su generosidad en los envíos de recursos tecnológicos, de asesores de diversas ramas científicas y de ayuda militar y económica no le granjeó la simpatía ni la gratitud de sus pares chinos: por el contrario, Mao lo trató con desprecio y recibió la ayuda soviética como algo que se le debía. En 1956, Jrushchov no consultó con Mao antes de dar su “discurso secreto” en el XX Congreso del PCUS, un desaire que Mao no le perdonó nunca, ya que vio la desestalinización como una amenaza a su propia autoridad dentro del PCCh. (Dikötter 2010: 20-24) El subsecuente fracaso de su propia campaña de liberalización controlada del discurso político interno conocida como la “Campaña de las Cien Flores”, junto con los levantamientos en Polonia y Hungría ese mismo año, convencieron a Mao de que la desestalinización era un grave error político que había creado confusión en el mundo socialista (Lüthi 2014: 75). El Gran Salto Adelante (1958-1960) – promovido por Mao como un desafío implícito al modelo soviético de desarrollo económico y al liderazgo soviético del mundo socialista – resultó en una vasta hambruna entre 1959 y 1961 que reveló la incompetencia económica de Mao y sus colíderes. Para fines de 1959, Mao había decidido que la alianza había llegado a su fin en términos económicos y militares, y a partir de entonces utilizó la disputa con la Unión Soviética en función de sus necesidades en política interior y contra sus enemigos internos, tanto reales como imaginados. Sin embargo, el conflicto también fue exacerbado entre 1958 y 1962 por el desastroso manejo de la relación sino- soviética por Jrushchov, a quien los chinos consideraban un traidor del proletariado, arrogante, desleal y con un desdén chauvinista hacia China. En 1960, Jrushchov retiró súbitamente a todos los especialistas económicos soviéticos de China; si bien el impacto económico de esta decisión fue menor, simbólicamente expuso la gravedad del deterioro 14 de la alianza (Lüthi 2014: 75). Según Radchenko, los errores y dificultades de Jrushchov provenían de una curiosa tara intelectual: los políticos soviéticos consideraban al marxismo una verdad científica basada en principios inmutables y obvios, y que como marxista, Jrushchov luchaba contra el imperialismo, apoyaba los movimientos de liberación nacional y fortalecía la unidad del bloque socialista, por lo que, por definición, sus políticas no podían ser oportunistas, aventuristas o chauvinistas. Al reclamar el monopolio de la verdad absoluta en la política, los soviéticos pasaron por alto la posibilidad de que alguien más pudiera desafiar sus puntos de vista utilizando la misma bandera amplia pero ambigua del marxismo (2010: 350-352). Entre inicios de 1961 y mediados de 1962, la alianza entre Moscú y Pekín pasó por un periodo de incertidumbre por el interés común de no dañar aún más la relación, cada uno por sus propias razones: China había quedado ideológicamente desacreditada por el fracaso del Gran Salto Adelante y debía concentrarse en la recuperación económica, mientras que la Unión Soviética, tras el fracaso de un breve periodo de distensión con Estados Unidos en mayo de 1960 como resultado del incidente del U-2, se enfocó en llegar a un entendimiento con China. Sin embargo, las relaciones económicas continuaron empeorando y en general la alianza no volvió a ser tan cercana y sólida como en sus primeros años. Finalmente, a mediados de 1962, temiendo la restauración del capitalismo en China, Mao se volvió contra las políticas de recuperación económica, acusó a sus colíderes de revisionismo e intentó promover las revoluciones como parte de su política externa hacia Estados Unidos, la Unión Soviética y el Tercer Mundo. Esto último se vería facilitado por el segundo conflicto fronterizo sino-hindú y la crisis de los misiles de Cuba en el otoño de 1962: Mao retrató a China como una potencia revolucionaria enfrentada a la India burguesa y acusó a la Unión Soviética de debilidad ante el imperialismo por la retirada de los misiles de Cuba, y desde entonces promovió activamente el deterioro de la alianza sino-soviética. En este contexto, una reconciliación ideológica basada en el compromiso mutuo ya no era posible (Lüthi 2014: 76). Para inicios de la década de 1960, Mao y sus lugartenientes aprovechaban cualquier oportunidad para acusar a los soviéticos de revisionismo y de abandonar el marxismo- leninismo por la coexistencia pacífica con Estados Unidos y para presentarse a sí mismos como los verdaderos líderes de la revolución mundial; más aún, Mao procuraba sabotear todos los intentos de reconciliación sino-soviética. Las polémicas ideológicas, que a veces llegaban a los insultos, se difundieron rápidamente en todo el mundo (Lovell 2021: 201- 15 203) y también repercutieron y dividieron a los países socialistas: el «discurso secreto» de Jrushchov en 1956 había permitido cierto grado de pluralismo ideológico en el mundo socialista, por lo que cada Estado socialista buscó modelos alternativos mientras confrontaba el legado económico y político del estalinismo. Albania fue el primer país que confrontó los resultados del incipiente cisma y para mediados de 1960 se posicionó del lado de China contra el «revisionismo» soviético (Lüthi 2014: 79). En un inicio el debate sino-soviético transcurrió por medios privados y empezó con evasivas y generalidades, pero el tono y las acusaciones fueron tornándose cada vez más directas y agudas, y tras la ruptura de relaciones en 1963, su contenido se hizo conocido. Cabe mencionar que el movimiento comunista internacional carecía de un organismo formal permanente desde la disolución del Kominform en 1956, pero las revueltas en Polonia y Hungría ese mismo año exigieron una instancia de debate y una posición unificada al respecto. Así surgieron las Conferencias Mundiales de los partidos comunistas de todo el mundo – si bien diferenciaban entre los provenientes de países socialistas y los de países en donde aún no se había hecho la revolución – como el espacio privilegiado para articular las nuevas posiciones divergentes, con el objetivo de discutir sobre el balance y análisis de la situación y las medidas a tomar (Rupar 2018: 575). A pesar de que en las Conferencias de 1957 y 1960, ambas realizadas en Moscú, en teoría se había llegado a acuerdos, en los documentos se puede percibir las tensiones y debates en el movimiento comunista internacional a medida que el maoísmo se consolidaba como una corriente alternativa en su interior. La declaración de los partidos comunistas de 12 países socialistas reunidos en 1957, conocida como la «Declaración de los 12», contenía múltiples ambivalencias respecto a la guerra, las relaciones entre estados socialistas, los problemas y desafíos para el movimiento comunista internacional y las «tareas históricas» de este, que permitían más de una interpretación. Posteriormente, la llamada «Declaración de los 81», formulada en la Conferencia de 1960, ratificaría los acuerdos de 1957 con una argumentación mucho más extensa y detallada, pero también con postulados amplios y generales para incluir todas las posiciones divergentes. Ante el contexto de debates que cada vez aumentaban más de tono e importancia y terminarían por convertirse en una disputa abierta por el liderazgo del movimiento comunista internacional, esta Declaración se convertiría en un instrumento mediante el cual los partidos comunistas de todo el mundo definieron sus posturas (Rupar 2018: 576-581). La Conferencia de los Partidos Comunistas en La Habana en 1964 se vio consumida por polémicas que terminaron con 16 un compromiso de no alineación ni hacia Moscú ni hacia Pekín. Tanto la Unión Soviética como China fueron informadas de este resultado por la delegación comunista liderada por el veterano guerrillero cubano Carlos Rafael Rodríguez; mientras que el primero dio su aprobación, el segundo no tardó en acusar a los delegados de revisionismo (Jeifets y Jeifets 2020: 2766-2767). Si bien la asumida naturaleza imperialista de Estados Unidos tuvo un rol crucial en los debates ideológicos entre China y la Unión Soviética, sus políticas reales no tuvieron mayor efecto en la ruptura hasta inicios de la década de 1960. La oferta estadounidense a la Unión Soviética de negociar un tratado de prohibición parcial de pruebas nucleares en el verano de 1962, con el objetivo de impedir que Pekín obtuviera los conocimientos nucleares y aislar a China a través de la aprobación casi universal del acuerdo, aceleró enormemente el incipiente cisma sino-soviético. Al final, la intransigencia de Mao en las charlas de reconciliación en Moscú a mediados de 1963 hizo irrevocable la ruptura ideológica y condujo a Moscú a aceptar el tratado de prohibición parcial de pruebas nucleares con Estados Unidos. La acusación de Mao a la Unión Soviética de confabular con Estados Unidos contra China aparecería con regularidad en el discurso de la política exterior china desde la visita de Jrushchov a Estados Unidos en septiembre de 1959 y persistiría aún después de la caída de Jrushchov; de hecho, se exacerbó durante la guerra de Vietnam. En efecto, Vietnam del Norte fue el país que sufrió las mayores consecuencias de la ruptura sino-soviética: aunque tanto la Unión Soviética como China apoyaron su lucha contra la intervención estadounidense, la guerra de Vietnam se convirtió en uno de los principales campos de batalla del conflicto entre las dos potencias comunistas (Lüthi 2014: 78-80; Radchenko 2019: 275-277). En octubre de 1964, Jrushchov fue derrocado por sus camaradas del Kremlin y reemplazado por Leonid Brezhnev como Secretario General del PCUS; tanto este como el nuevo primer ministro, Alexei Kosygin, contaban con poca experiencia en relaciones exteriores. Ante una compleja situación internacional, Brezhnev y Kosygin buscaron guía en prescripciones ideológicas e intentaron reconstruir las relaciones internacionales – incluyendo la alianza con China, la cual acababa de detonar su primera bomba nuclear – a partir de una base marxista que, según ellos, Jrushchov había abandonado de manera oportunista; además, ante la dramática escalada de la intervención de Estados Unidos en Vietnam, Kosygin pensó que las dos potencias comunistas debían actuar juntas contra el imperialismo estadounidense. Sin embargo, sus intentos de reconciliación con China en 17 noviembre de 1964 y febrero de 1965 fueron rechazados categóricamente por Mao. De hecho, China se opuso férreamente a todas las políticas soviéticas sobre Vietnam, ya que temía que el influjo masivo de armas soviéticas a Hanoi – medidas que también tenían como objetivo demostrar a los chinos su compromiso contra el imperialismo estadounidense – reduciría su dependencia de Pekín. Según Radchenko, Mao había albergado preocupaciones sobre una potencial amenaza soviética a la seguridad china desde 1963, cuando la mejora de relaciones de la Unión Soviética con Occidente lo hizo pensar que los soviéticos y estadounidenses se estaban uniendo contra él, por lo que es probable que en 1965 estuviera igualmente preocupado con la amenaza estadounidense al sur y la amenaza soviética en el norte, y que por esta razón rechazó formar un frente unido con la Unión Soviética en la guerra de Vietnam. En 1966, Mao lanzó la radical «Revolución Cultural» contra el «revisionismo en los círculos gubernamentales», la cual tuvo desde el inicio una clara veta antisoviética: Mao vinculó explícitamente el revisionismo chino con la «restauración capitalista» en la Unión Soviética (Radchenko 2010: 357-365). Las relaciones sino-soviéticas llegaron a su punto más bajo en marzo de 1969, con choques armados en la frontera, y la situación para China se vio agravada por sus tensas relaciones con sus vecinos y su aislamiento causado por la Revolución Cultural (Zhou 2020: 4). Irónicamente, la amenaza de la guerra directa condujo tanto a Brezhnev como a Mao a acercarse a su enemigo común, Estados Unidos, como una medida de seguridad. El presidente Richard Nixon y su consejero de Seguridad Nacional Henry Kissinger explotaron hábilmente la animosidad, desconfianza y contradicciones sino-soviéticas para extender sus lazos hacia China y (a través de la distensión) hacia la Unión Soviética, de modo que, paradójicamente, Estados Unidos tenía mejores relaciones con ambas potencias comunistas que estas entre sí. Para 1970, las relaciones sino-soviéticas habían alcanzado cierto grado de una gélida estabilidad. Según Radchenko, la crisis creada por el conflicto sino-soviético condujo a ambos lados a descartar sus prescripciones ideológicas en favor de cálculos realistas; la devaluación de la ideología compartida como punto de referencia significativo para Moscú y Pekín fue un punto de inflexión en la guerra fría, y posiblemente el comienzo de su fin (2010: 366-370; 2019: 278). De hecho, ya antes del conflicto fronterizo, Mao había enviado señales de buscar el reacercamiento con Estados Unidos – la única superpotencia capaz de hacer frente a la Unión Soviética –, con especial interés en el presidente Nixon desde su juramentación en 18 enero de 1969. En 1971, Kissinger visitó China para conducir detalladas y complejas negociaciones, y ambos lados hicieron concesiones (incluyendo el posponer la cuestión de Taiwán) por su interés común de contener a la Unión Soviética. Uno de sus resultados fue la altamente publicitada visita de Nixon a China en febrero de 1972. En público, China mantuvo su retórica revolucionaria y antiestadounidense, pero era innegable que China se estaba aliando con Estados Unidos contra la Unión Soviética. No obstante, Mao estaba frustrado y decepcionado de que Washington y Moscú tuvieran varias reuniones después de 1972, pues la distensión entre las superpotencias dejaba a Estados Unidos en una posición ventajosa, sin necesidad crítica de la alianza con China. La retórica de la propaganda china a mediados de la década de 1970 refleja sus esfuerzos por aseverar que Pekín no estaba suplicando por la ayuda de Washington y que no dependía de otra potencia para sobrevivir (Zhou 2020: 3-7). La muerte de Mao en 1976 no alivió las tensiones sino-soviéticas: para entonces, la sinofobia de Moscú se había institucionalizado y el nuevo líder chino, Deng Xiaoping, a pesar de darle menos importancia que Mao a la supuesta «traición» soviética del marxismo-leninismo, sí estaba igualmente preocupado por los logros geopolíticos soviéticos en Asia (Radchenko 2019: 278-279). La alianza sino-soviética, debido a la no renovación del pacto de treinta años por ninguna de las dos partes, expiró oficialmente el 11 de abril de 1980; sin embargo, en realidad había perdido su significado original alrededor de la mitad de su duración. Las disputas proseguirían hasta inicios de la década de 1980, cuando su desastrosa intervención en Afganistán obligó a la Unión Soviética a buscar el reacercamiento con China para aliviar la presión internacional. Sus relaciones bilaterales solo empezarían a mejorar a fines de 1984, menos de tres meses antes de la llegada al poder de Mijaíl Gorbachov, pero el camino a la reconciliación, alcanzada oficialmente en mayo de 1989 con la visita estatal de Gorbachov a China, fue largo y duro (Lüthi 2014: 84). Varios académicos, incluido Lüthi, consideran que la causa fundamental de la ruptura fue ideológica. La ideología que ambos lados profesaban, el marxismo-leninismo, era simultáneamente la base de la alianza y su mayor defecto: la combinación de ambivalencias teóricas y proclamaciones en principio sobre la naturaleza de la política tiende a causar desacuerdos sobre el principio en teoría, de modo que gran parte de la ruptura sino-soviética era una lucha sustantiva por la interpretación correcta del marxismo-leninismo. Las discrepancias ideológicas entre Moscú y Pekín ocurrieron en 19 tres ámbitos de la teoría: el modelo de desarrollo económico, la lucha contra el imperialismo estadounidense y el curso general y el liderazgo de la revolución mundial. Más aún, desde el comienzo, la alianza sino-soviética había sido desigual y había tenido diferentes significados para cada lado: para China era el momento decisivo en el cual se había establecido como un estado socialista, mientras que para la Unión Soviética era solo otro paso en su búsqueda de la revolución mundial, más bien de forma inesperada después de sufrir retrocesos en Europa. Lüthi considera que, en suma, el cisma sino-soviético fue el resultado de factores de largo y corto plazo: si bien la naturaleza de la alianza no favorecía una asociación duradera, los genuinos desacuerdos ideológicos, el abuso de la vacilante alianza por parte de Mao para sus propósitos domésticos, los conflictos de personalidades y la influencia exterior condujeron a una amarga ruptura y rivalidad (2014: 74-79). Por otro lado, Radchenko ha criticado el enfoque ideológico por «inflar artificialmente las diferencias entre los soviéticos y los chinos», y considera que, desde una perspectiva realista, la ruptura era predecible y el marxismo no tenía nada que ver: ninguna cantidad de propaganda comunista era capaz de reconciliar los intereses nacionales divergentes de la Unión Soviética y China como imperios con aspiraciones de grandes potencias (2010: 349). A pesar de sus proclamas ideológicas, ninguno de los dos lados había seguido nunca estrictamente sus preceptos, sino que la ideología fue utilizada con frecuencia por tanto Moscú como Pekín para legitimar y racionalizar las acciones tomadas por otras razones, incluyendo el deterioro aparentemente inexplicable e inesperado de la «eterna alianza». En una relación definida por una jerarquía estricta del movimiento comunista internacional, cualquier fisura tendría necesariamente un componente ideológico. La jerarquía, establecida por Stalin, empezó a colapsar tras su muerte, abriendo oportunidades para la toma de decisiones colectiva en el bloque socialista (Radchenko 2019: 274). Así, según Radchenko, la alianza sino-soviética contuvo desde el principio las semillas de su propia destrucción: su fortaleza, la ideología marxista compartida, fue insuficiente para mantenerla unida, ya que los principios de igualdad y fraternidad en los que se basaba fueron difíciles de conseguir en la práctica. Para la Unión Soviética, su superioridad era completamente natural, pero China resentía amargamente su subordinación y la arrogancia y presión de su socio, que vinculó con el historial ruso de expansionismo e imperialismo en Asia, mientras que los soviéticos culparon a los chinos por su ingratitud. 20 Mao siempre había querido, pero nunca conseguido, igualar el poderío militar, económico y tecnológico soviético. Una relación con Moscú en pie de igualdad hubiera requerido que China superara a la Unión Soviética o abandonara su compromiso ideológico de combatir al revisionismo soviético: Mao fracasó en lo primero, pero se negó rotundamente a considerar lo segundo, restringiendo enormemente las opciones para la política exterior china y evitando un reacercamiento sino-soviético. A lo largo de las décadas de 1960 y 1970, los soviéticos se mostraron más dispuestos que los chinos a remediar su relación, pero siempre a partir de la estricta jerarquía que había determinado anteriormente su estructura; es decir, que Pekín se sometiera a la autoridad de Moscú, lo cual Mao rechazaba categóricamente. Por esta razón, incluso cuando China empezó a mejorar sus relaciones con algunos de los aliados de Moscú a inicios de la década de 1970, permaneció firmemente enemistada con la Unión Soviética. Radchenko considera que la causa fundamental de la ruptura se encontró precisamente en la desigualdad de la alianza, exacerbada por los distintos intereses nacionales de las potencias y sensibilidades culturales. El cisma también estuvo intrínsecamente vinculado al contexto interno de tanto la Unión Soviética como de China, aunque las políticas internas no fueron el único factor en las decisiones de política externa (2010: 358-370; 2019: 277-278). 1.2. El «sur global» en el conflicto bipolar: la competencia por el Tercer Mundo Richard Saull ha advocado por un entendimiento de la guerra fría como un conflicto sintomático de un antagonismo más amplio que el enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética: el choque entre la naturaleza expansiva y desigual del capitalismo global y los sistemáticos desafíos comunistas revolucionarios a esta, manifestados en luchas dentro y entre estados y el desafío geopolítico soviético después de la Segunda Guerra Mundial. Mientras que el foco de la crisis se había encontrado en Europa en el periodo de entreguerras, después de 1945 la amenaza de la revolución social – y con esta, la dinámica de la guerra fría – se desplazó hacia el «sur global» o Tercer Mundo (África, Asia y Latinoamérica). Estos movimientos revolucionarios habían ganado impulso gracias a de la radicalización causada por la Segunda Guerra Mundial, el debilitamiento de los estados coloniales y el fortalecimiento geopolítico de la Unión Soviética, resultando en sucesivas (y exitosas) oleadas de lucha revolucionaria y revolución social encabezada por fuerzas radicales nacionalistas y comunistas vinculadas, en varios grados, a la Unión Soviética. Estos devenires políticos proveyeron un camino para la expansión del poder soviético internacional y desafiaron directamente la estabilidad del orden 21 capitalista internacional de la posguerra liderado por Estados Unidos; más aún, no solo motivaron reevaluaciones de la estrategia de seguridad nacional estadounidense, sino que también se convertirían en los puntos más álgidos y peligrosos de la guerra fría (Saull 2005: 254-256). Para Estados Unidos, la Unión Soviética y China, la guerra fría era un conflicto fundamentalmente ideológico por la dirección de la historia global y la misma definición de la modernidad. Según las ideologías a través de las cuales estas tres potencias interpretaban el mundo, la descolonización expandía el ámbito de la guerra fría y creaba nuevos y cruciales espacios de lucha entre sus respectivos modelos hegemónicos y universalistas del cambio social. En este contexto, las élites dirigentes del Tercer Mundo tomaron variadas y difíciles decisiones en su esfuerzo de consolidar o mantener su independencia, autoridad y recursos (Latham 2010: 259). Uno de los determinantes cruciales del carácter de la guerra fría era la constitución social de los actores políticos involucrados, especialmente de las superpotencias. La distinción clave entre los respectivos caracteres políticos internos de las superpotencias era la relación entre el poder estatal formal y el espacio social de la producción socioeconómica. Por un lado, el poder soviético se encontraba en la unificación de lo «político» y lo «económico» por la ideología marxista-leninista y la supremacía del Partido Comunista, apoyada por las agencias coercitivas y militarizadas del Ejército Rojo y la policía secreta; de esta manera, la forma de las relaciones internacionales soviéticas estaba determinada por las instituciones del partido-estado, por lo que solo era capaz de expandir su sistema social del cual derivaba el poder comunista a través de la «ocupación» política-militar directa. En contraste, el capitalismo como sistema social se caracteriza por la separación de la autoridad política directa y la producción socioeconómica, de modo que los estados capitalistas están integrados a una economía mundial definida por relaciones trasnacionales de producción, distribución y explotación; así, Estados Unidos podía relacionarse con el sistema internacional y expandirse de una manera indirecta o no política a través de relaciones capitalistas trasnacionales que no requerían una presencia política-militar directa (Saull 2005: 262-264). Estas diferencias entre los sistemas sociales del capitalismo liderado por Estados Unidos y del comunismo soviético condicionaron no solo los devenires en el sur, sino también los grados de éxito y fracaso en los intentos de ambas superpotencias de establecer su influencia. También explican parcialmente las inconsistencias en la política exterior soviética, tanto antes como después de la Segunda Guerra Mundial, particularmente en 22 su compromiso con la revolución internacional; y en cómo este estaba condicionado por los factores geopolíticos de vulnerabilidad estratégica ante las potencias capitalistas, sobre todo Alemania antes de la guerra y Estados Unidos después. No obstante, la actitud soviética se vio determinada no solo por la predisposición ideológica de sus líderes con el cambiante contexto geopolítico, sino por una combinación de esta con los factores políticos internos. Las limitaciones de las relaciones internacionales soviéticas no solo se debían a los cambios en el contexto geopolítico, sino también por su incapacidad de influenciar otros estados a través de medios no estatales o no políticos. Aunque la Unión Soviética fomentó relaciones económicas y culturales con muchos estados, incluyendo con algunas de las principales potencias capitalistas, estas no tenían mayor peso en los devenires políticos internos y estructuras sociales de estos países, de manera que la Unión Soviética era incapaz de moldear los desarrollos socioeconómicos de los estados capitalistas (Saull 2005: 264-265). Este problema también afectó a las relaciones soviéticas con estados «aliados» en el sur, tanto aquellos que eran parte del movimiento comunista internacional, tales como China, Vietnam y Cuba, como los que eran gobernados por movimientos revolucionarios no comunistas como Egipto, Irak y Argelia. Las relaciones soviéticas con otros estados comunistas eran particularmente sensibles al conflicto bipolar con Estados Unidos, a la posición de la Unión Soviética y el Partido Comunista Soviético en el movimiento comunista internacional, y a la manera en la cual las relaciones entre estados comunistas fortalecían o debilitaban la legitimidad de la facción dominante en el partido soviético. Así, la influencia soviética en las políticas de otros estados comunistas dependía del consenso ideológico y doctrinal con los líderes de estos últimos, y la política externa de los estados revolucionarios podía socavar la seguridad externa y el orden político interno de la Unión Soviética. En este sentido, el éxito de la revolución internacional en el sur era paradójico para el bienestar general de la Unión Soviética: por un lado, la propagación de la revolución tendía a confirmar la base ideológica del régimen soviético, fortaleciendo a sus líderes y debilitando la «cadena imperialista»; por otro, no obstante, las revoluciones en el sur implicaban una carga económica para la Unión Soviética por su apoyo político y económico a los estados revolucionarios y el riesgo de la respuesta estadounidense a la expansión comunista, socavando las fortalezas fundamentales del sistema soviético. Las revoluciones ponían a prueba el compromiso de la Unión Soviética con su ideología, 23 sobre todo cuando arriesgaban la posición internacional soviética al crear potenciales situaciones de crisis que llevarían al conflicto con otros estados (Saull 2005: 265-268). Las intervenciones en el Tercer Mundo durante la guerra fría fueron volviéndose más letales con el tiempo. A inicios de la década de 1960, los tres principales rivales – Estados Unidos, la Unión Soviética y China – tenían grandes ambiciones para el mundo poscolonial ante la oportunidad que, según sus respectivos criterios, les proveía la descolonización. Sin embargo, para mediados de dicha década, sus expectativas se vieron cada vez más frustradas al encontrar que el Tercer Mundo no era tan maleable como habían creído: Estados Unidos no consiguió promover la modernización hacia el capitalismo liberal y democrático en Latinoamérica y el sudeste asiático; la Unión Soviética experimentó crecientes tensiones con Cuba y contempló el derrocamiento de los gobiernos a los que apoyaba en el sudeste asiático y África; y China sufrió reveses diplomáticos en África y el deterioro de sus relaciones con Vietnam del Norte. El resultado fue la reorientación de la política exterior de las tres potencias a fines de la década de 1960: Estados Unidos optó cada vez más por la coerción directa y la fuerza militar en lugar del énfasis en la modernización y el desarrollo acelerado; la Unión Soviética abandonó el apoyo pluralista de los movimientos anticoloniales para insistir más firmemente en la construcción de partidos marxistas-leninistas; y China emergió del caos de la Revolución Cultural con una disposición a apoyar casi cualquier causa contra su rival soviético. Estos giros amplificaron la polarización ideológica del Tercer Mundo, ya que el reemplazo de los primeros gobiernos poscoloniales por dictaduras militares represivas o regímenes marxistas radicales disminuyó las oportunidades de un desarrollo viable y no alineado para las élites nacionalistas. Asimismo, la violencia apoyada por las superpotencias escaló dramáticamente, contribuyendo a destruir los fundamentos de la distensión y a un trágico patrón de militarización extendida, guerra civil y sufrimiento humano en las regiones más pobres del mundo (Latham 2010: 259-260). A partir de fines de la década de 1960, Estados Unidos adoptó una política de disminución de tensiones con la Unión Soviética. Los planes del presidente Richard Nixon y Henry Kissinger – su principal consejero de política exterior y posterior secretario de Estado – preveían que esta estrategia permitiría que Washington se concentrara en solucionar los problemas internos y externos que estaban deteriorando los fundamentos del poderío estadounidense (sobre todo la guerra de Vietnam) y así regenerar las bases internas de su hegemonía global, militar y económica. Moscú, por su parte, tenía un objetivo similar por 24 sus propios fenómenos internos de protesta social y los crecientes costos de su política exterior, si bien continuó su gasto militar hasta alcanzar la paridad estratégica nuclear con Estados Unidos. La principal diferencia radicaba en el contexto internacional: para Estados Unidos, el impulso hacia la distensión partía de una inédita imagen de debilidad internacional; para la Unión Soviética, de una percepción de fuerza basada en su expansión militar. Así, la distensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética estaba construida sobre fundamentos contradictorios que la convertían una maniobra táctica y no estructural, voluble y frágil. La primera consecuencia fue su discriminación geográfica: mientras que en Europa las superpotencias la consideraron compatible con sus prioridades estratégicas, mantuvieron la confrontación en el Tercer Mundo, donde los conflictos abiertos no se detuvieron, ni siquiera se redujeron, y de hecho empezaron otros nuevos (Pettinà 2018: 134-139). La distensión entre las superpotencias hizo que el conflicto derivado de la guerra fría en el Tercer Mundo fuera más, no menos, probable, como lo demostraron los casos de Vietnam, Angola y Afganistán. Las fuentes de violencia en África, Asia y Latinoamérica con frecuencia provenían de movimientos anticoloniales y conflictos étnicos y de clase internos que eran anteriores a la guerra fría, pero la intervención de Estados Unidos, la Unión Soviética y China los hizo mucho más devastadores; así, el mayor daño causado por la guerra fría en el Tercer Mundo fue sufrido por sus habitantes (Latham 2010: 276- 280). El periodo entre mediados y fines de la década de 1970 – que abarca hasta la intervención soviética en Afganistán en 1979 – puede ser considerado el punto más alto de participación e impacto del sur en la guerra fría. Durante esta década se vio no solo una lucha revolucionaria prolongada contra Estados Unidos y sus aliados en la mayoría de las regiones del sur, sino también un aumento significativo del alcance global de la Unión Soviética. Sin embargo, esta situación sería revertida en la década de 1980 (Saull 2005: 261). Jeremy Friedman ha argumentado que la ruptura sino-soviética también debería ser vista como el mecanismo geopolítico por el cual las demandas, ideas e intereses de los Estados recién descolonizados desafiaron y llegaron a moldear la agenda revolucionaria de la izquierda global centrada alrededor del movimiento comunista internacional. Aunque los partidos gobernantes de la Unión Soviética y China compartían la convicción de que existía un proceso revolucionario mundial unificado que derrocaría los sistemas entrelazados del capitalismo y el imperialismo (y que ambos buscaban liderar), cada uno 25 veía dicho proceso revolucionario a partir de sus propias historias y tradiciones políticas. Estas diferentes percepciones causarían divergencias en las prioridades de la revolución: para la Unión Soviética, su principal prioridad siempre sería reemplazar el capitalismo con el socialismo, y el antiimperialismo importaba mientras sirviera dicho propósito mayor; para China, en cambio, al tener experiencia más directa con el imperialismo, el antiimperialismo sería el enfoque rector del proceso revolucionario, y el socialismo era visto como una herramienta para cambiar el equilibrio mundial del poder a través del desarrollo económico y la autarquía. Así, el conflicto entre Moscú y Pekín se desarrolló a nivel global como un conflicto entre estos programas revolucionarios. Para rechazar el desafío chino a su supuesta posición como líder de la revolución mundial, y en vista del cambio de los ánimos revolucionarios del norte al sur global tras la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética se vio obligada a adaptar su agenda revolucionaria para favorecer los intereses de los países subdesarrollados a costa de la clase obrera global, lo cual tendría profundas consecuencias para los movimientos revolucionarios y la retórica política en todo el mundo (Friedman 2015: 1-3). Las revoluciones anticapitalista y antiimperialista habían estado vinculadas por un largo tiempo – Lenin había afirmado que el imperialismo era la etapa más avanzada del capitalismo – y para la segunda mitad del siglo XX, la tesis de que constituían en un único sistema de opresión que sería derrocado por un solo proceso revolucionario se había vuelto un dogma para muchos revolucionarios. Tras la Segunda Guerra Mundial, las perspectivas de la revolución empezaron a disminuir en Occidente y a dispararse en el mundo en vías de desarrollo. Estos estallidos revolucionarios estaban motivados por problemáticas a menudo expresadas en términos identitarios (raciales, étnicos o nacionales) más que de clase. No obstante, ambas revoluciones aún tenían en común el objetivo de la modernización – es decir, encontrar el modelo de desarrollo que solucionara la desigualdad interna y externa y extendiera los beneficios de las revoluciones tecnológicas a la mayor parte de la población mundial –, a menudo acompañado por la creencia de que la revolución en un único estado era insuficiente. Para los líderes de la Unión Soviética y la República Popular China, comprometidos oficialmente con una ideología que predecía la revolución mundial, liderar dicho proceso revolucionario era una necesidad ideológica y un gran imperativo estratégico. Aunque ambos consideraban que las revoluciones anticapitalista y antiimperialista eran sinónimos, los distintos antecedentes de las revoluciones soviética y china causaron que enfatizaran diferentes 26 políticas basadas en prioridades diferentes: la coexistencia pacífica y competencia económica en el caso soviético, y el antiimperialismo militante y la autosuficiencia en el chino. La diferencia en las prioridades de los programas revolucionarios de la Unión Soviética y China, si bien no fue la causa principal de la ruptura, fue su principal consecuencia internacional, que transformó la disputa ideológica entre Moscú y Pekín en un conflicto que atravesó todo el comunismo internacional, y su resultado tendría repercusiones cruciales para la izquierda de todo el mundo (Friedman 2015: 2-218). En un inicio, a pesar de su desacuerdo con la doctrina soviética de coexistencia pacífica declarada en el XX Congreso de 1956, los chinos aún no estaban seguros de cómo se manifestaría dicha retórica en la práctica, por lo que una ruptura abierta no se hizo pública inmediatamente. Sin embargo, a medida que la descolonización avanzaba, sobre todo en África, entre 1958 y 1960, las diferencias sino-soviéticas sobre la política exterior se hicieron cada vez más visibles. La estrategia soviética hacia los nuevos estados emergentes consistía en alejarlos políticamente de sus antiguas metrópolis y atraerlos a la órbita soviética a través de la asistencia y dirección económica, un enfoque que seguía la política de Moscú de promover la paz para mejorar su imagen ante Europa y el mundo y al mismo tiempo reafirmar la superioridad práctica del sistema socialista. No obstante, ante la retórica crecientemente radical del mundo en vías de desarrollo y el rápido avance de la descolonización, China concluyó que la Unión Soviética no había analizado correctamente la importancia revolucionaria de los movimientos de liberación nacional, o que, peor aún, estaba priorizando su propia posición en Europa por encima de estos. Más aún, la coexistencia pacífica implicaba precedencias geográficas que China y muchos otros en el Tercer Mundo no compartían, tales como el conflicto fronterizo sino- hindú, que significaba una amenaza directa a la seguridad de China. Así, para 1960, Pekín sentía que no tenía opción más que forzar a Moscú a adoptar una posición antiimperialista más fuerte y consistente. Según Friedman, la principal causa de la aprehensión de China hacia la política soviética de coexistencia pacífica era su temor a que la Unión Soviética eventualmente llegara a un acuerdo con Occidente y abandonara a China y al resto de Asia y África, temor que se consolidó en septiembre de 1959 cuando la Unión Soviética no apoyó a China en su conflicto fronterizo con la India (2015: 27-68). Para adaptar el marxismo-leninismo a los países subdesarrollados, la Declaración de Moscú de 1960 introdujo los conceptos vinculados de la «vía de desarrollo no capitalista» y el «estado de democracia nacional». El «estado de democracia nacional» significaba el 27 gobierno de un «amplio frente nacional» (sospechosamente similar a la explicación de Mao del periodo inicial de la República Popular China) que uniría a obreros, campesinos, los «intelectuales democráticos» y la «burguesía nacional» y que serviría de transición a la «vía de desarrollo no capitalista». Este último término engloba la estrategia adoptada por la Unión Soviética a inicios de la década de 1960: apoyar la economía de los países recién independizados para fomentar la independencia económica y política de sus antiguas metrópolis y para demostrar la viabilidad del socialismo en el Tercer Mundo mediante la ayuda y guía soviética (Friedman 2015: 62-72). A pesar de haber firmado la Declaración de Moscú de 1960, los chinos habían desarrollado una opinión negativa de los intentos soviéticos de construir el socialismo en el Tercer Mundo. China consideraba que era demasiado pronto para hablar de socialismo o industrialización, ya que lo más importante era la eliminación total de la influencia occidental en Asia, África y Latinoamérica. Mientras que los soviéticos buscaban transformar a los países internamente para promover el crecimiento del socialismo, los chinos se mantuvieron enfocados ante todo en la política exterior, con el fin de construir un amplio frente antiimperialista. Aparentemente, hasta el XXII Congreso del PCUS en octubre de 1961, el objetivo principal de China no era competir con la Unión Soviética, sino influenciar y movilizar el antiimperialismo afroasiático para presionar a los soviéticos para que cambiaran sus propias políticas. Sin embargo, el XXII Congreso terminó con la vaga tregua en el conflicto sino-soviético que había existido desde la Conferencia de Moscú de 1960, ya que el nuevo programa fue visto por los chinos como un ataque directo hacia ellos y Albania y motivó una ofensiva diplomática y propagandística internacional por parte de Pekín. Aunque los soviéticos siguieron enfatizando la coexistencia pacífica y el desarme, ahora reconocía que a veces la lucha armada era necesaria. Sin embargo, la actitud de Pekín ante este cambio demuestra que, para este punto, China ya no estaba interesada en reformar la política soviética sino en competir con esta (Friedman 2015: 63-92). En medio del deterioro de las relaciones sino-soviéticas tras el XXII Congreso y los inicios del «giro a la izquierda» de China con la recuperación política de Mao en el verano de 1962, la crisis de los misiles de Cuba tuvo un rol crucial en desatar la batalla abierta entre la Unión Soviética y China por influencia en el Tercer Mundo. Al enviar misiles a Cuba, Jrushchov no tenía intención de dispararlos, sino de disuadir a Estados Unidos de invadir la isla y deponer a Castro, al mismo tiempo que demostraba el compromiso de la 28 Unión Soviética de enfrentar al imperialismo estadounidense en respuesta a las críticas de China. Pero los resultados fueron desastrosos: la retirada de los misiles enfureció a Castro y Estados Unidos no negoció un tratado de prohibición de armas nucleares hasta el verano del próximo año. La imagen de la pequeña y heroica isla enfrentada al poderío del imperio estadounidense por la causa del socialismo y traicionada por los cobardes de Moscú había capturado la atención del mundo y parecía englobar todas las críticas chinas a la política soviética de la coexistencia pacífica y sus consecuencias para la revolución mundial. Para entonces, Mao presionaba de forma evidente por una ruptura abierta y China explotó al máximo el valor propagandístico de la crisis de los misiles, iniciando una serie de polémicas contra la Unión Soviética bajo la supervisión personal de Mao que fueron rápidamente distribuidas, junto con otros materiales chinos, en múltiples idiomas en todo el mundo (Friedman 2015: 93-96; Savranskaya y Taubman 2010: 136-138). Para mucha gente proveniente de los países en vías en desarrollo entre las décadas de 1950 y 1970, la República Popular China representaba una alternativa admirable e independiente de los modelos estadounidense y soviético, un ejemplo de un país pobre y agrario que se había sobrepuesto al imperialismo occidental y japonés, y Mao no solo ofrecía un desafío retórico sino también estratégicas prácticas para empoderar estados empobrecidos y marginados o colonizados. Por esta razón, tanto durante como después de la guerra fría, el maoísmo ejerció un particular atractivo para los países subdesarrollados, colonizados o recién descolonizados con similitudes (al menos superficiales) a la China anterior a la Revolución, y para los países en vías de desarrollo sin semejanzas sólidas. Desde inicios de la década de 1930 Mao había advocado por amoldar el comunismo al contexto nacional, por lo que se le atribuye la creación (o al menos la propagación) del nacionalismo comunista, y reivindicaba la inconsistencia de su propia ideología y movimiento como dinamismo; esta desconcertante inestabilidad es posiblemente la clave de la potencia, capacidad persuasiva y movilidad del maoísmo, según Julia Lovell (2021: 26-90). Asimismo, Mauricio Archila destaca como un rasgo identitario del maoísmo global el radical odio a la Unión Soviética y a los partidos que seguían la línea de Moscú. El dogmatismo fue característico de la izquierda marxista- leninista, pero fue llevado al extremo por el maoísmo casi al punto de sectarismo: tildaba de revisionista a toda corriente que considerara reformista, incluyendo la Unión Soviética, y de traidores a sus propias disidencias internas, sobre todo en cuestiones militares (2008: 153-169). 29 En comparación con los soviéticos, Mao y sus colíderes aparecieron como los más fervientes adalides del antiimperialismo mundial por dos razones: en primer lugar, la elocuente retórica de Mao para crear frases fácilmente asimilables y propensas a la difusión, y, en segundo lugar, el contexto de la intensificación de la descolonización en Asia, África y Medio Oriente tras la Segunda Guerra Mundial; esta contingencia histórica no había existido para los afanes antiimperialistas de la Unión Soviética en la década de 1920. El desafío al colonialismo a través de la «guerra popular» contribuyó al atractivo de Mao y su programa a nivel mundial, y durante la década de 1960, sus teorías fueron advocadas dentro y fuera de China como la estrategia clave para derrotar el imperialismo estadounidense en sucesivas guerras revolucionarias. La violencia política no era única del maoísmo dentro del comunismo mundial; sin embargo, a diferencia de Lenin y Stalin, Mao tenía experiencia y prestigio como hombre de armas y estratega militar. Así, la legitimación de la violencia con fines políticos se asoció a Mao, en parte debido al conflicto con la Unión Soviética en las décadas de 1960 y 1970, periodo en el cual los líderes del Partido Comunista Chino se presentaban como heroicos soldados de una guerra popular global en contraste con la complacencia burguesa de sus pares soviéticos. De esta manera, para sus seguidores en todo el mundo, Mao se convirtió en «el artífice de la guerra de guerrillas desafiante y prolongada contra los arsenales nucleares de las superpotencias y los ejércitos profesionales de los estados consolidados» (Lovell 2021: 49-82). Paradójicamente, la retórica global de Mao era nacionalista al mismo tiempo que universalista, ya que advocaba la revolución por el bien del mundo y la gloria de China. El descaradamente ambicioso internacionalismo maoísta estaba más motivado por el interés narcisista de conocer la valoración mundial de China que por una solidaridad desinteresada (Lovell 2021: 207-210). El maoísmo de finales de la década de 1950 y mediados de la de 1960 – denominado «tardomaoísmo» por Lovell – demostraba un internacionalismo paradójico: universal en teoría, localista en la práctica. Planteaba un argumento de naturaleza utópica sobre la relevancia global del maoísmo, a la vez que se involucraba en mezquinas disputas doctrinarias con la Unión Soviética. Apostaba a desempeñar un papel de alcance mundial, a la vez que destruía las relaciones diplomáticas de China en casi cada punto del orbe. Proclamaba a voces la solidaridad universal, al mismo tiempo que reafirmaba el liderazgo planetario de Mao (2021: 188). 30 En la primavera y verano de 1963, las diferencias sino-soviéticas escalaron a una guerra verbal que Vietnam y otros partidos comunistas no lograron aplacar a pesar de su intento de mediación. Ahora que todo el mundo era consciente de la naturaleza y gravedad de la ruptura sino-soviética, a Moscú y Pekín no les quedaba otra opción que competir abiertamente por influencia. La Unión Soviética empezó en desventaja debido al golpe que había supuesto la crisis de los misiles y al hecho de que la propaganda china ya había estado dirigiendo gran parte de sus ataques contra los soviéticos, mientras que estos se habían mantenido enfocados en Estados Unidos, al punto que estaba empezando a hacer mella incluso dentro de la misma Unión Soviética. Para el PCUS, ya estaba claro que la coexistencia pacífica era un talón de Aquiles en ciertos ámbitos, los cuales China había explotado, y que su proyecto de construir el socialismo en el Tercer Mundo había producido resultados mixtos en el mejor de los casos; la doctrina chocaba cada vez más con los chinos y muchos otros en Asia, África y Latinoamérica que compartían la posición china, con o sin interferencia de Pekín, más aún tras el deterioro de las relaciones bilaterales. La creciente distensión de la Unión Soviética con Occidente y en particular con Estados Unidos, sobre todo tras el tratado de prohibición parcial de pruebas nucleares en octubre de 1963, contribuyó a socavar sus intentos de presentarse como verdaderos revolucionarios militantes. La ayuda soviética a los países en desarrollo también se vio desprestigiada por las implícitas condiciones políticas que acarreaba, el comportamiento condescendiente de los especialistas soviéticos, y las condiciones de devolución que hicieron que muchos países la asemejaran con la asistencia occidental (Friedman 2015: 100-114). En consecuencia, la Unión Soviética empezó a enfatizar cada vez más que la doctrina de la coexistencia pacífica no excluía la lucha armada para combatir al imperialismo e intentó cambiar su propia imagen para contrarrestar la propaganda china, que tachaba a la Unión Soviética como una potencia blanca imperialista cuya experiencia de revolución y construcción económica era irrelevante para los países recién independizados. Sus esfuerzos dieron ciertos resultados para mejorar su posición en Asia y África, pero al final, Jrushchov no consiguió alterar fundamentalmente la dinámica de la batalla sino- soviética en el Tercer Mundo ni destruir la imagen desfavorable de la Unión Soviética pintada por China, ya que requeriría una mayor renuncia de sus políticas previas de la que estaba dispuesto a conceder. El fracaso de Jrushchov en transformar la política soviética llevaría al mayor deterioro de la posición soviética contra China y en el Tercer Mundo y 31 sería una de las causas de su caída en octubre de 1964. No obstante, ahora que China había declarado públicamente su reclamo al liderazgo de la revolución mundial ya no era suficiente con movilizar el descontento en el Tercer Mundo contra la Unión Soviética con su retórica de antiimperialismo militante: debía presentar una alternativa completa, con un programa de asistencia y modelo de desarrollo. Esta no era una tarea fácil debido a los efectos del Gran Salto Adelante, el aislamiento diplomático de China y las sospechas plantadas por la propaganda occidental y por la sinofobia ya existente en varios lugares. El periodo entre el verano de 1963 y fines de 1965 sería el de la competencia sino- soviética directa más intensa. China intentó dejar a la Unión Soviética fuera de la estructura política del bloque afroasiático, mientras que los soviéticos trataron de retratar a los chinos como irresponsables y poco fiables (Friedman 2015: 103-112). Entre 1963 y 1964, debido a la amplia insatisfacción con la actitud y políticas soviéticas, China fue capaz de amenazar la posición de Moscú en el Tercer Mundo a través de un modelo integral de desarrollo que no solo podía competir con el modelo anticapitalista soviético, sino que también parecía ser más atractivo para muchos. A esto se sumó la ofensiva diplomática que redujo significativamente el aislamiento de China en el mundo; en consecuencia, Pekín empezó a tomar más en cuenta sus relaciones a nivel estatal y a priorizar las relaciones pacíficas con los gobiernos influyentes por encima de las aventuras revolucionarias. Según los documentos oficiales del PCCh, el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Francia en 1964 fue un avance importante, ya que le permitió abrirse paso en zonas fuera de Asia, África y Latinoamérica. China aprovechó el prestigio de su revolución y su entendimiento de las sociedades latinoamericanas para fortalecer sus posiciones en el continente y fomentar el surgimiento de una línea común en el Tercer Mundo basada en su condición como «semicolonias» pobres. Más aún, el 16 de octubre de 1964, China detonó su primera arma nuclear, haciendo más convincente su reclamo como potencia internacional y una alternativa viable a la Unión Soviética. El fracaso de China en organizar una segunda Conferencia de Bandung terminó con sus esperanzas de crear un bloque afroasiático para reafirmar su autoproclamada posición como líder de la revolución mundial, y por ende el fracaso, al menos temporal, de su intento de competir directamente con la Unión Soviética. No obstante, sí habían conseguido cambiar la naturaleza del debate sobre el imperialismo, colonialismo y neocolonialismo dentro del bloque socialista, y posiblemente en todo el mundo, 32 obligando a la Unión Soviética a adaptar sus políticas para mantener su estatus global (Friedman 2015: 123-146; Toledo 2015b). Los imperativos de la política exterior soviética que habían dado lugar a la doctrina de coexistencia pacífica no habían desaparecido, y Moscú siguió buscando la distención con Occidente para evitar un conflicto devastador. El antiimperialismo soviético era uno peculiar: partía de la noción de clase en vez de los de raza o etnicidad; insistía en que el liderazgo de la revolución mundial aún estaba en manos del proletariado de los países socialistas y los movimientos obreros de los países capitalistas; permitía la posibilidad (en ocasiones incluso la conveniencia) de la lucha armada mientras no arriesgara una guerra total con Occidente; no admitía ninguna alteración importante de la estructura de poder global ni la difusión del poder (por ejemplo, de nuevas potencias nucleares); y aceptaba el nacionalismo solo hasta cierto punto determinado por Moscú. No todos estaban satisfechos con este nuevo antiimperialismo militante soviético, por lo que no consiguió reestablecer la influencia de la Unión Soviética como el centro de la revolución mundial. A medida que China descendía en el caos de la Revolución Cultural, Cuba y Vietnam empezaron a declararse a sí mismos, cada vez más, como los verdaderos centros de la revolución mundial (Friedman 2015: 146-148). La Revolución Cultural, lanzada en 1966, fue una catástrofe generalizada para la política exterior de Pekín: la mayoría de los observadores en África y Asia estaban horrorizados ante los eventos en China y ofendidos por los intentos chinos de difundir la Revolución Cultural en el exterior, y tenía poco en términos de un modelo económico, político o ideológico que les interesara a las élites afroasiáticas. Así, para fines de 1967 la posición china en el Tercer Mundo estaba en su punto más bajo en una década. La contradicción clave de la Revolución Cultural, en palabras de Lovell, es que los sucesos con aspiraciones de solidaridad y liberación globales generaron una brutal xenofobia, fanatismo y autoritarismo que a su vez causarían la implosión de la diplomacia china a nivel global. No obstante, la debacle de la política exterior china no solucionó todos los problemas internacionales de la Unión Soviética: ante las expectativas generadas por su nueva política de antiimperialismo militante, Moscú estaba atrapado entre su retórica, la beligerancia de sus aliados, y su deseo de evitar la confrontación con Occidente. El resultado serían conflictos internos en partidos comunistas latinoamericanos que habían optado por la vía electoral, la incapacidad de restringir a Vietnam del Norte, y una guerra desastrosa en Medio Oriente. Por otro lado, sus aparentes victorias previas en el Tercer 33 Mundo se vieron revertidas por una serie de golpes militares y la Revolución Cultural afectó no solo la imagen mundial de China, sino del socialismo; la Unión Soviética empezó a ver a la Revolución Cultural como un potencial peligro de todas las sociedades agrarias poscoloniales (Friedman 2015: 155-156; Lovell 2021: 211-214). Para fines de la década de 1960, la Unión Soviética, al igual que China, estaba dirigiendo sus ambiciones revolucionarias cada vez más hacia el Sur global que hacia Occidente. Sin embargo, la cantidad de gobiernos en el Tercer Mundo con una actitud amigable hacia Moscú y Pekín había disminuido considerablemente debido a sucesivos golpes de estado a regímenes de izquierda. La solución por la que optó Moscú fue el control a través de los mismos métodos que el PCUS utilizaba para mantener el control interno: los mecanismos dobles del partido y la ideología. A medida que el maoísmo reemplazaba a Pekín como el enemigo de la Unión Soviética en la esfera internacional, el mayor énfasis en la ideología se combinó con la respuesta soviética a la Revolución Cultural. Uno de los primeros pasos fue la introducción del concepto de «democracia revolucionaria», que se centraría en el desarrollo de la estructura del partido-estado según el marxismo- leninismo ortodoxo y permitiría una política económica más pragmática. Así, para fines de la década de 1960, ante los peligros del antiimperialismo descontrolado, aliados débiles e inestables, la amenaza ideológica del maoísmo y consideraciones económicas internas, la Unión Soviética se había alejado aún más de su modelo inicial del «estado de democracia nacional». La nueva estrategia soviética priorizaba la política y la ideología y buscaba construir partidos marxistas-leninistas fuertes para reducir la vulnerabilidad a los golpes militares y al maoísmo. El peligro del nacionalismo, subyacente en las preocupaciones de Moscú, sería combatido con el internacionalismo; es decir, la lealtad a la línea soviética. Por otro lado, la política económica se caracterizaría por una mayor flexibilidad, que reduciría la carga sobre la Unión Soviética (Friedman 2015: 149-164). En la batalla sino-soviética por el Tercer Mundo, Cuba y Vietnam tenían una importancia simbólica desproporcional a su tamaño debido a que eran vistos como los países en primera línea en la lucha contra el imperialismo. En particular, debido a la visibilidad de la guerra de Vietnam, influenciar la política de Hanoi era considerado por Moscú y Pekín una manera clave de promover sus respectivos modelos revolucionarios. La situación para ambos se complicó aún más por la participación directa de Estados Unidos. El cambio más importante en la política exterior soviética bajo Brezhnev fue la adopción de una actitud mucho más militante que bajo Jrushchov, y de forma clave, en Vietnam. A medida 34 que la guerra en el sudeste asiático progresaba, Moscú y Pekín se criticaron mutuamente por la ayuda a Vietnam del Norte, que sería un factor central en la batalla por el liderazgo de la revolución mundial. A fines de la década de 1960, una combinación de factores – incluyendo los efectos de la Revolución Cultural en Vietnam y cambios de estrategia, de los saldos de ayuda y de líderes – llevó a Hanoi a acercarse lenta pero constantemente a Moscú. Para 1968, los soviéticos habían conseguido, en su mayor parte, ganar la batalla por influencia en Vietnam; no obstante, esta victoria no necesariamente reestableció a la Unión Soviética como líder de la revolución mundial, ya que quedó como un seguidor reacio de la política de Hanoi y China aún estaba muy presente. El antiimperialismo soviético le estaba imponiendo más costos que beneficios (Friedman 2015: 102-170). El aislamiento diplomático de China quedó en claro en 1968, cuando Cuba y Vietnam, a pesar de la fuerte presión de Pekín, apoyaron públicamente la invasión soviética de Checoslovaquia, confirmando su regreso a la órbita soviética. Aprovechando esta victoria, en junio de 1969 el CPUS finalmente realizó la reunión de partidos comunistas internacionales que había intentado celebrar desde 1964, pero esta terminó demostrando que la insatisfacción con la política soviética seguía presente, aun sin una fuerte competencia china: todos los esfuerzos de Moscú no bastaban para volver a unir al movimiento comunista internacional, aunque sí podían estar de acuerdo en cuanto a la lucha antiimperialista y en particularidad con la solidaridad con Vietnam. En consecuencia, China recibió una sorprendente bienvenida cuando empezó a reingresar al escenario internacional (Friedman 2015: 174-177). A inicios de la década de 1970, la posición soviética en el mundo parecía haber alcanzado una posición estable y cómoda: había acallado la mayoría de las dudas sobre su disposición a confrontar a Occidente y apoyar la lucha armada contra el imperialismo, mientras que, al mismo tiempo, había evitado el conflicto directo con Estados Unidos y conseguido una situación más pacífica, si bien sería difícil de mantener. Así, tras haber reafirmado su antiimperialismo, la Unión Soviética aparentemente podía regresar a su doctrina de coexistencia pacífica en la forma de la distensión. No obstante, la situación en el Tercer Mundo era bastante menos optimista: la asistencia provista por Occidente, la Unión Soviética y China había dado pocos resultados y la brecha entre los países desarrollados y subdesarrollados era cada vez mayor. Los problemas económicos motivaron un cambio político: el centro de la lucha antiimperialista pasó de ser la independencia y el conflicto armado a las relaciones económicas internacionales, por lo 35 que los países del Tercer Mundo empezaron a ver el desarrollo no como cuestión de reformas internas sino de injusticia internacional. El resultado fue la llamada «teoría de la dependencia», que le trajo nuevos desafíos a Moscú, pues desde la perspectiva económica, la Unión Soviética parecía más una parte del «norte rico» que del «oriente rojo», y una vez más se encontró luchando para reestablecer su reputación revolucionaria ante la mayor parte del mundo (Friedman 2015: 180-183). La estrategia adoptada por la Unión Soviética consistió en rechazar la división del mundo en tres – que ponía al Tercer Mundo subdesarrollado contra las dos superpotencias – y esforzarse para crear una «alianza natural» entre los países en vías de desarrollo y el bloque socialista contra Occidente. Si bien tuvo éxito, en gran parte debido a los errores de China, su victoria cargó a Moscú con la responsabilidad de apoyar la revolución en todo el mundo y confrontar directamente a Occidente. La Unión Soviética empezó a dirigir su ayuda principalmente a los países clasificados como de «orientación socialista» – es decir, estableció vínculos más intensos con una pequeña cantidad de estados clave con un profundo vínculo institucional e ideológico con Moscú – y a la construcción de instituciones políticas y militares, sobre todo de «partidos de vanguardia». Esta política chocaba con la teoría de la dependencia, y debido a la extrema popularidad de los llamados a la solidaridad del Tercer Mundo, las abiertas intenciones soviéticas de dividir a los países subdesarrollados demostraron las diferencias entre sus respectivas prioridades (Friedman 2015: 183-194). Por su parte, China, que ante la amenaza soviética necesitaba reconstruir su posición global tras el caos de la Revolución Cultural, buscó aliados a través de la reivindicación de la «unidad del Tercer Mundo» en la lucha por la justicia económica contra las dos superpotencias, sobre todo después de que su credibilidad como revolucionarios radicales se viera reducida por su reacercamiento con Estados Unidos. Lo único que necesitaba para desempeñar este papel era una apertura diplomática, que llegó en octubre de 1971 con su admisión en la Organización de Naciones Unidas con el apoyo de Washington. Las nuevas oportunidades y limitaciones de China como resultado del reacercamiento con Estados Unidos y su ingreso en la ONU, además de la urgencia de protegerse contra la amenaza soviética, condujeron a Pekín a buscar construir una base de poder independiente de ambas superpotencias a partir de los países subdesarrollados a medida que los llamados por la unidad y militancia del Tercer Mundo crecían. Aun cuando durante toda la década de 1960 China había proclamado constantemente la inevitabilidad de la guerra, a inicios 36 de la siguiente década el PCCh resolvió que la guerra ya no era inminente e inevitable, por lo que Pekín ahora asumiría la estabilidad del presente orden mundial en el corto y mediano plazo para determinar su política exterior. Su calificativo de la Unión Soviética como «social-imperialista» tras la invasión a Checoslovaquia en 1968 había preparado la base para cambiar el enfoque de la lucha antiimperialista hacia Moscú y llevado a la apertura hacia Estados Unidos. Con estos dos cambios principales en su posición ideológica y retórica, China había iniciado una nueva estrategia de buscar apoyo y legitimidad dentro del marco internacional existente y dirigida principalmente a la confrontación con la Unión Soviética, a la que ahora veía como su principal enemigo (Friedman 2015: 183-196). En adelante, la batalla por el liderazgo de la revolución mundial pasaría de librarse en el movimiento comunista internacional y los movimientos de liberación nacional al ámbito de las relaciones internacionales, y de la lucha armada y la revolución a la competencia y reforma económica global. En última instancia, ambas batallas se reducían al choque de los programas del antiimperialismo (proveniente de la descolonización) y del anticapitalismo (Friedman 2015: 194-195). En este periodo, Mao formuló su «teoría de los Tres Mundos», según la cual el Primer Mundo estaría conformado por las superpotencias imperialistas, Estados Unidos y la Unión Soviética; el Segundo, por los países desarrollados como Europa, Japón, Australia y Canadá, que constituirían una «zona intermedia»; y el Tercero, por los países subdesarrollados del Sur global (Asia, África y Latinoamérica). Mao identificaba a China como un país del Tercer Mundo al «no poder competir con los países ricos y poderosos en términos políticos, económicos, y en todos los demás aspectos». La teoría fue explicada con más detalle por Deng Xiaoping en abril de 1974 en la Asamblea General de las Naciones Unidas: según Deng, el Primer Mundo – Estados Unidos y la Unión Soviética – eran los mayores explotadores y opresores, que controlaban y dominaban al Segundo Mundo en diversos grados, mientras que el Tercer Mundo, a pesar de su explotación y opresión, era la principal fuerza anticolonialista y antiimperialista (Zhou 2020: 8-9). Debe notarse que, si bien Mao ya había hablado de la «división del mundo» desde 1946, la teoría de los Tres Mundos formulada en la década de 1970 se basaba en la ruptura sino- soviética y el reacercamiento sinoestadounidense. Para entonces la amenaza principal para China eran los «revisionistas» o «social-imperialistas» soviéticos, de modo que lo que China necesitaba del Tercer Mundo eran aliados antisoviéticos, antes que 37 antiestadounidenses. Así, China mejoró sus relaciones con países antisoviéticos de derecha, mientras que sus relaciones con países prosoviéticos eran generalmente tensas; asimismo, los «agentes de la burguesía» ya no eran un problema ideológico, sino potenciales aliados. Paradójicamente, a pesar de la propaganda de solidaridad con Asia, África y Latinoamérica, China nunca se identificó del todo con el Tercer Mundo, pues se negaba a «degradarse» al nivel de un país nacionalista. Esta era solo una consideración estratégica: China buscaba tomar el liderazgo del Tercer Mundo sin identificarse a sí misma como parte de este. Asimismo, su proclamación propagandística de «oponerse a ambas superpotencias» no se reflejaba en su política real, ya que priorizaba combatir a los «revisionistas» y «social-imperialistas» soviéticos (Zhou 2020: 9-12). De esta manera, el autoproclamado principio rector de China en la ONU en los años siguientes a su admisión sería la unidad del Tercer Mundo contra las dos superpotencias. China se dedicó a apoyar casi toda propuesta internacional que proviniera del Tercer Mundo, especialmente si la Unión Soviética no la apoyaba, y en consecuencia muchos países subdesarrollados se volvieron hacia China para compensar el equilibrio de poder en la ONU contra los países desarrollados. La naturaleza de la posición china y la recepción entusiasta a esta alarmaron inmediatamente a la Unión Soviética, ya que el potencial liderazgo chino amplificaba enormemente la amenaza de la unidad y militancia del Tercer Mundo para Moscú. China acompañó su entrada en la ONU con una gran ofensiva diplomática y de asistencia que opacaba a la de la década anterior, para inquietud de la Unión Soviética, aunque el costo (especialmente tras la debacle de la Revolución Cultural) sería enorme e insostenible a largo plazo (Friedman 2015: 197-199). No obstante, la nueva política exterior china no fue bien recibida en todas partes. Los grupos y partidos maoístas radicales en todo el mundo, a los que Pekín había dedicado mucho tiempo y esfuerzo en la década de 1960, reaccionaron con insatisfacción y resistencia al comprobar que China había reducido significativamente, si no cancelado del todo, su apoyo a muchos de estos grupos. Según Zhou Yi, Mao no deseaba abandonar los ideales revolucionarios ni el apoyo a los partidos comunistas extranjeros, pero se había dado cuenta de que los otros partidos no cumplían sus expectativas de derrocar a sus gobiernos, por lo que tuvo que ceder ante los líderes estatales. En suma, la ideología revolucionaria decayó en la política exterior china en la década de 1970, y con el ascenso al poder a Deng Xiaoping, las esperanzas de una revolución mundial dirigida por China se extinguieron irrevocablemente. Cuando China se alió con los Estados Unidos contra la 38 Unión Soviética, la confrontación ideológica devino en realpolitik de checks and balances. Este giro, según Friedman, no demuestra una completa traición de la ideología revolucionaria china, sino que, en realidad, esta nunca había sido lo que algunos habían creído. La prioridad de Pekín siempre había sido el antiimperialismo, no el socialismo y el anticapitalismo, y para entonces la Unión Soviética parecía ser igual de poderosa y más agresiva que Estados Unidos, con un alcance cada vez más extenso en el Tercer Mundo (Friedman 2015: 200-203; Zhou 2020: 15). Ante el nuevo desafío de China en las organizaciones internacionales y con Estados Unidos como su aliado de facto, la Unión Soviética nuevamente se vio obligada a cambiar de táctica para demostrar que compartía y promovía los intereses del Tercer Mundo y que la división del mundo entre el «Norte rico» y el «Sur pobre» era incorrecta e improductiva. Algunos estados socialistas en el Tercer Mundo – principalmente Cuba, pero luego también Vietnam y Corea del Norte – intentaron hacer de la alianza con el mundo socialista una parte esencial del Movimiento No Alineado; sin embargo, la cuestión principal para el Tercer Mundo era su esfuerzo de crear y adoptar un «Nuevo Orden Económico Internacional», como expresaron sus miembros explícitamente en la Sexta Sesión Especial de la ONU en abril de 1974, convocada por iniciativa del entonces presidente del Movimiento No Alineado, Houari Boumédiène, presidente de Argelia. Para 1977, la Unión Soviética incluso apoyaba completamente la unidad del Tercer Mundo y se proclamaba adalid de los derechos internacionales de los países subdesarrollados en la «nueva fase» de la descolonización que había iniciado con la Sesión Especial de 1974 (Friedman 2015: 203-209). En este mismo periodo, la posición de China se vio cada vez más perjudicada por una serie de errores en su política exterior, incluyendo el mantener sus relaciones con Chile tras el golpe de Estado contra Salvador Allende, y la gota que derramó el vaso para muchos fue su apoyo al régimen de apartheid en Sudáfrica. La Unión Soviética no dudó en explotar los errores chinos, con resultados visibles: a inicios de 1976, los soviéticos consiguieron hacer aprobar una resolución explícitamente antichina por primera vez en la historia del movimiento de solidaridad afroasiática. No obstante, para entonces China había cedido de facto el liderazgo de la revolución mundial a Moscú para enfocarse en su propio desarrollo interno. Su alejamiento del Tercer Mundo empezó incluso antes de la muerte de Mao en septiembre de 1976 y las nuevas prioridades del PCCh se consolidaron bajo el liderazgo de Deng Xiaoping. Los soviéticos se fueron en la dirección opuesta: 39 Moscú se había autoproclamado el defensor y promotor de los intereses del Tercer Mundo, considerados una etapa nueva y más elevada de la lucha internacional contra el imperialismo y el capitalismo. La revolución que la Unión Soviética lideraba ahora era una que tenía como principal objetivo el antiimperialismo, mientras que el movimiento comunista internacional, para efectos prácticos, había dejado de existir: en lugar de una clase obrera internacional «sin fronteras», la política soviética ahora reivindicaba una visión del mundo según la cual los obreros del Primer Mundo y los del Tercer Mundo eran enemigos (Friedman 2015: 209-213). El Tercer Mundo nunca recuperaría los niveles de poder e influencia políticos que había alcanzado en el apogeo del Nuevo Orden Económico Internacional entre 1974 y 1975. La intervención de los aliados cercanos de Moscú en las organizaciones como el Movimiento de Países No Alineados, en lugar de fortalecer la solidaridad del Tercer Mundo y su alianza con el bloque socialista, dividió a los países en vías de desarrollo e imposibilitó la acción unificada. La convicción marxista-leninista de que un solo proceso revolucionario mundial conduciría al fin de tanto el capitalismo como el imperialismo había llevado a la Unión Soviética y China a creer que estaban compitiendo por el liderazgo de la misma revolución; en consecuencia, el desafío chino, que consolidó el impacto político de la descolonización, cambió los términos revolucionarios, de modo que, en palabras de Friedman, Moscú luchó y ganó en los términos de Pekín. Más aún, fue una victoria pírrica: la Unión Soviética había tenido que adoptar gran parte del programa antiimperialista chino y reemplazado la competencia y transición pacífica con la lucha militante, la solidaridad mundial de clase con la identidad racial y nacional, y la reforma económica interna con la promoción de la redistribución internacional, con lo cual terminó liderando una revolución muy distinta a la que originalmente había planeado. Su apoyo a la lucha revolucionaria militante causaría el colapso de la distensión y el retorno de la guerra fría a inicios de la década de 1980 a niveles no vistos en décadas, y sus aliados del Tercer Mundo resultarían ser muy caros. En cambio, para los chinos, quienes se habían dado cuenta de que estaban perdiendo y que, en cualquier caso, los costos sobrepasaban a los beneficios, su derrota en el Tercer Mundo los había liberado de la carga de la competencia por el liderazgo de la revolución mundial y les permitiría hacer las reformas que la Unión Soviética no podría hacer una década más tarde (Friedman 2015: 213-218). 40 De hecho, Lovell ha argumentado que la rivalidad sino-soviética en el Tercer Mundo fue una de las causas de la caída de la Unión Soviética, ya que la competencia con China la impulsó a abandonar el desarrollo económico más pragmático en favor de confrontaciones ideológicas y a sobredimensionar su política exterior al punto de comprometerse verbal y financieramente con la revolución en los países subdesarrollados para fines de la década de 1960. En la segunda mitad de la década de 1970, la Unión Soviética parecía haber conseguido victorias importantes en el Tercer Mundo y se había consolidado como el principal patrocinador y la potencia comunista dominante en los países descolonizados o en vías de descolonización. Sin embargo, se encontraba económicamente abrumada y en riesgo de que su retórica beligerante y las expectativas que esta generaba socavara la distensión con Occidente; en contraste, para entonces China se había replegado para concentrarse en la reconstrucción económica tras la muerte de Mao en 1976. La invasión soviética de Afganistán en 1979 resultó ser un desastre comparable al que fue la guerra de Vietnam para Estados Unidos, sobrecargando críticamente el presupuesto estatal por el excesivo gasto militar (Lovell 2021: 189-222). En resumen, los planes que la Unión Soviética y China tenían para el Tercer Mundo a inicios de la década de 1960 terminaron en fracaso de una forma u otra, pero este fue mucho más perjudicial para Moscú que para Pekín. 1.3. La guerra fría y competencia sino-soviética en Latinoamérica Latinoamérica también fue incluida en la estrategia de acercamiento de la Unión Soviética hacia el Tercer Mundo, sobre todo desde fines de la década de 1950. La apertura de Moscú a los movimientos nacionalistas del Tercer Mundo posibilitó su asociación y apoyo a la Revolución cubana; en este sentido, la incorporación de Cuba – un territorio pequeño, pero de gran importancia geoestratégica para Estados Unidos, cuya hostilidad al régimen de Castro contribuyó a la alianza entre Moscú y La Habana – al bloque socialista representaba en gran parte el éxito de la política de Jrushchov. Tras la Revolución cubana de 1959, Latinoamérica fue cada vez más incluida en la concepción de las luchas de liberación nacional en el mundo en vías de desarrollo y las sociedades latinoamericanas absorbieron mucho más sistemáticamente los ejes conflictivos de la guerra fría, lo que llevó a una radicalización interna aún mayor – con una mayor injerencia militar incluida – y a la «latinoamericanización» del conflicto bipolar; es decir, a la incorporación completa de Latinoamérica a las dinámicas del conflicto entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Esta gradual regionalización de la guerra fría fue consecuencia directa de la 41 coexistencia pacífica implementada por Jrushchov, ya que implicó el desbordamiento del conflicto de Eurasia hacia las «periferias mundiales» o Tercer Mundo (Pettinà 2018: 54- 100; Friedman 2015: 99). La incorporación de Cuba al bloque socialista como aliado de la Unión Soviética fue un punto de inflexión hacia una etapa mucho más conflictiva de la guerra fría en Latinoamérica, caracterizada por el fervor revolucionario y la rápida expansión de guerrillas apoyadas por La Habana en todo el continente. La crisis de los misiles de 1962, resultado de las tensiones generadas por la Revolución cubana, marcó el fin del primer intento de distensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Esta etapa concluiría a fines de la década de 1960 debido al desgaste de las guerrillas y al inicio de una represión sin precedentes. La década de 1970 en Latinoamérica, en contraste con la consolidación de la distensión en Europa, vio un aumento de las tensiones internas, violencia e intervenciones estadounidenses como parte de una estrategia de contención del comunismo internacional. En general, Latinoamérica, a diferencia de Europa, no experimentó en ningún momento periodos de distensión durante la guerra fría, sino que las tensiones internas y externas aumentaron constantemente (Pettinà 2018: 60-62). El triunfo de la Revolución cubana había generado una ola de triunfalismo y un nuevo modelo de acción política que constituyó un fuerte imán para algunos sectores de la izquierda latinoamericana marxista y nacionalista, sobre todo en los jóvenes, en un contexto de un poderoso cambio generacional que había causado una profunda renovación de la izquierda latinoamericana. La nueva izquierda criticaba que la vieja izquierda (en gran parte prosoviética) hubiera adoptado una estrategia basada en el frentismo y la vía electoral, que inevitablemente la condenaba a cierta inmovilidad, ya que muchos partidos estaban ilegalizados. Ante el desarrollo socialmente injusto, las injerencias externas y el autoritarismo conservador que imperaban en el continente en la década de 1960, el ejemplo cubano y las críticas de China al supuesto conformismo y falta de compromiso de la Unión Soviética con los procesos revolucionarios en el Sur global encontraron recepción en sectores importantes de la izquierda latinoamericana (Pettinà 2018: 101-103). Estos grupos se convencieron de que el modelo cubano de lucha guerrillera – la doctrina conocida como «foquismo» desarrollada por Ernesto «Che» Guevara y Régis Debray – era capaz de realizar una revolución socialista y antiimperialista en todo el continente y en el Tercer Mundo. No obstante, no tomaron en cuenta las circunstancias nacionales y la 42 evolución política cubana desde la revolución de 1933 que habían posibilitado la victoria de Castro, y los destacamentos armados tendieron a la división interna; en consecuencia, el accionar de las guerrillas latinoamericanas de la década de 1960 fue por lo general muy confuso y sufrieron derrotas catastróficas a manos de la dura represión militar. Además, estos nuevos enfoques chocaron con la izquierda marxista tradicional apoyada por la Unión Soviética (que rechazaba la «exportación de la revolución»), causando múltiples rupturas y divisiones en la izquierda latinoamericana, que se vieron agravadas por el conflicto sino-soviético en el movimiento comunista internacional, con lo cual constituía en efecto, una ruptura doble (Jeifets y Jeifets 2020: 2757-2773). Para China, Latinoamérica era una parte integral del Tercer Mundo donde el «imperialismo y hegemonismo» estadounidense y soviético debía ser desafiado. Al principio, los chinos no creían que los pueblos de Latinoamérica estaban listos para la lucha armada, pero el éxito de la Revolución cubana de 1959 inició una nueva era revolucionaria en Latinoamérica: una de lucha armada y liberación nacional. Los chinos veían importantes similitudes entre la revolución de Castro y la suya propia, y la utilizaron como prueba de que la lucha revolucionaria era una opción viable para derrotar al imperialismo estadounidense en Latinoamérica replicando la experiencia china. Debido a la ruptura sino-soviética y la subsecuente declaración de Mao sobre «zonas intermedias», la política exterior china se concentró en contener y desafiar la influencia soviética en el Tercer Mundo, incluyendo en Latinoamérica (Mora 1997: 38-39), y desde la división del movimiento comunista internacional en 1963, en todo el mundo empezaron a formarse partidos marxistas-leninistas-maoístas. El enfrentamiento con la Unión Soviética y sus métodos burocráticos de dirección atrajo también a muchos individuos y colectivos que criticaban también a la vía pacífica; en Latinoamérica, estas se intensificaron tras el triunfo de la Revolución cubana en 1959 (Rupar 2018: 583). Los informes sobre la revolución china y referencias a las obras de Mao llegaron a Latinoamérica en la década de 1930, pero fue en la de 1960 que surgieron organizaciones que adoptaron el maoísmo. El apoyo de China a la Revolución cubana atrajo a muchos militantes latinoamericanos de izquierda hacia la literatura maoísta – difundida al principio por la propaganda de los partidos comunistas – y despertó su interés en los acontecimientos en China. Así, en la década de 1960, las corrientes maoístas formaron parte de la nueva izquierda surgida de las divisiones de los antiguos partidos comunistas en oposición al «revisionismo» y estancamiento de estos y a las conclusiones del XX 43 Congreso del PCUS. Los congresos de «rectificación» de los partidos comunistas causaron escisiones y posteriormente la adopción del maoísmo (Urrego 2017: 115-117). Según Archila, el maoísmo global representa un intento de regresar a las tradiciones revolucionarias del marxismo-leninismo, aunque cabe señalar que no fue el único y a veces no el más radical en la década de 1960. El maoísmo advocaba por la lucha armada en la forma de «guerra popular prolongada» siguiendo el ejemplo chino, en oposición al modelo insurreccional soviético y al foquismo cubano. Aunque en teoría el partido debía conducir al ejército y orientar al frente de masas, en la práctica el maoísmo latinoamericano subordinó lo político a lo militar, de forma similar al foquismo (Archila 2008: 167-168). Muchos miembros de la izquierda consideraban la coexistencia pacífica con el bloque capitalista adoptada por la Unión Soviética como traición a la causa revolucionaria y el maoísmo encontró recepción en la juventud latinoamericana al encajar mejor con las tradiciones locales de luchas campesinas que las ideas comunistas de luchas obreras. Los maoístas veían a la Unión Soviética como un estado «social-imperialista» y proponían el inicio de la revolución desde los centros de influencia regional; así, a pesar de competir con los foquistas procubanos y acusar a Castro de ser un «intermediario entre los revisionistas rusos y latinoamericanos», la mayoría de las guerrillas maoístas adoptó sus teorías (Jeifets y Jeifets 2020: 2763-2765). Para China fue más difícil establecer relaciones con Latinoamérica debido a las barreras geográficas y lingüísticas, pero también a la presencia arraigada de Estados Unidos y la Unión Soviética en la región; no obstante, Estados Unidos aceptó una limitada presencia china en Latinoamérica como contrapeso de la influencia soviética. En la década de 1950, la actividad china consistió fundamentalmente de intercambios culturales e ideológicos. A diferencia de la Unión Soviética, que en un principio tenía dudas sobre las intenciones de Castro, China rápidamente mostró entusiasmo por la Revolución cubana y estableció relaciones diplomáticas con La Habana, reconociendo al movimiento y gobierno de Castro como socialista. En la década de 1960, China se esforzó por aumentar las transmisiones en español de Radio Pekín, creó la Asociación de Amistad entre China y América Latina en 1960, y a partir de 1962 empezó a difundir la revista Pekín Informa. Al carecer de canales diplomáticos normales y recursos económicos, China eligió una «aproximación ideológica» a Latinoamérica: es decir, la penetración a través de contactos, intercambios y propaganda cultural. La coyuntura internacional fue un factor determinante en el surgimiento del maoísmo en Latinoamérica y en la relación de los 44 maoístas con los partidos comunistas y marxistas, sobre todo al determinar las alianzas políticas y la lucha sindical y popular. Cabe señalar que los países del continente tuvieron diferentes relaciones con las grandes potencias – Estados Unidos, la Unión Soviética y China – a lo largo de su historia y según su situación política, y que se debe distinguir entre las relaciones comerciales y culturales, y las relaciones diplomáticas y la intervención (Urrego 2017: 119-122; Mora 1997: 38-39). La mayoría de los partidos maoístas latinoamericanos no aplicó el modelo de insurrección chino (la guerra popular prolongada), sino el foquismo cubano; sin embargo, la idea de la insurrección armada perdería fuerza tras la derrota de las guerrillas foquistas hasta la aparición de Sendero Luminoso en el Perú. En opinión de Miguel Ángel Urrego, las tendencias militaristas del maoísmo latinoamericano fueron el resultado de una interpretación errónea de la revolución china y de su caída en la extrema izquierda representada por el foquismo. No obstante, cabe notar que no todos los grupos maoístas se decantaron por la violencia, sino que muchos se dedicaron en su lugar al trabajo de masas para cumplir el principio maoísta fundamental de servicio al pueblo, con el cual consiguieron obtener conocimiento extensivo de la realidad nacional, crear importantes organizaciones de masas y mejorar las condiciones de vida de campesinos, indígenas y obreros. Lamentablemente, la mayoría de las organizaciones terminaría desintegrándose o abandonando este principio por proyectos de lucha armada o movidas políticas (Urrego 2017: 123-133). El conflicto sino-soviético llevó a una intensa lucha entre elementos prosoviéticos y prochinos en muchos partidos comunistas de Latinoamérica y al rápido deterioro de las relaciones de China con la mayoría de sus pares latinoamericanos. Al no poder igualar la capacidad de la Unión Soviética de proveer asistencia económica a los partidos comunistas latinoamericanos y a Cuba, y encontrándose ideológica y estratégicamente aislada por Moscú y La Habana, China recurrió a dividir a los partidos comunistas para debilitar la posición internacional de la Unión Soviética. No obstante, estos partidos escindidos prochinos no lograron fomentar la actividad revolucionaria en Latinoamérica ni inclinar la balanza a favor de China: para fines de 1970, de los 59 partidos comunistas en el continente, solo ocho apoyaban a Pekín. Al nivel estatal, debido al apoyo de China a los grupos revolucionarios latinoamericanos que buscaban derrocar a sus gobiernos «reaccionarios», Pekín fue incapaz de establecer relaciones diplomáticas o comerciales normales con ningún país latinoamericano, a excepción de Cuba, y durante la Revolución 45 Cultural, las relaciones entre China y Latinoamérica, para cualquier fin práctico, eran inexistentes (Mora 1997: 39-40). En 1964, tanto la Unión Soviética como China decidieron realizar una prominente conferencia internacional de sus aliados, reales o imaginados, para afirmar su propia posición de liderazgo y excluir y condenar al otro. Para Pekín, esto significaba una segunda Conferencia de Bandung, es decir, una reunión de líderes africanos y asiáticos sin participación soviética; para Moscú, significaba una nueva reunión del movimiento comunista internacional similar a las realizadas en Moscú en 1957 y 1960. Como adelanto de la planificada reunión internacional, Moscú organizó reuniones regionales para utilizar su predominancia en el liderazgo de la mayoría de los partidos comunistas para enderezar a los disidentes. En noviembre de 1964 se realizó una conferencia de veintidós partidos comunistas latinoamericanos, cuyos asistentes condenaron el «faccionalismo» – es decir, los grupos internos que no seguían la línea soviética – y que llevó al envío de una delegación de nueve partidos a Moscú y Pekín con una resolución que pedía el fin de las polémicas. Esta fue firmada de buena gana por el PCUS, pero el PCCh la percibió como una conspiración para ejercer presión sobre China, por lo que los líderes chinos defendieron la importancia de las polémicas y rechazaron la posibilidad de reconciliación. Al final, los esfuerzos soviéticos de realizar una reunión comunista internacional de gran envergadura en 1965 fracasaron; no obstante, la Unión Soviética no renunció a su objetivo de reestablecer la unidad del movimiento comunista internacional mediante una nueva reunión en Moscú (Friedman 2015: 125-126). El cambio de estrategia internacional de la Unión Soviética en favor de una política más militantemente antiimperialista en la segunda mitad de la década de 1960 no siempre fue bien recibido. La doctrina de coexistencia pacífica no había carecido de partidarios en el Tercer Mundo, sobre todo entre los partidos comunistas de Latinoamérica, la mayoría de los cuales estaban aún más dedicados a la noción de la vía pacífica que el CPUS y habían pasado los últimos años luchando contra los ataques de los partidos escindidos maoístas creados por Pekín. A los problemas de Moscú se añadía Cuba, que no solo promovía la lucha armada, sino que se dedicaba activamente a llevarla al continente, con o sin el consentimiento de los partidos comunistas locales. Aun después de la muerte del Che Guevara en 1967, las relaciones entre la Unión Soviética y Cuba siguieron deteriorándose, mientras que los partidos que habían roto con Cuba apelaban a Moscú por apoyo. La estrategia de Moscú en Latinoamérica – un área no prioritaria para la Unión Soviética en 46 comparación con otras partes del Tercer Mundo – se basaba en una ampliación gradual de las relaciones económicas y diplomáticas para socavar progresivamente la hegemonía estadounidense, por lo que la dirigencia del PCUS consideraba el modelo cubano inefectivo y peligroso (Friedman 2015: 156-158; Pettinà 2018: 114-115). En 1966, La Habana organizó la Primera Conferencia Tricontinental, que creó la Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América Latina (OSPAAAL), y al año siguiente siguió la fundación de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), con el objetivo de difundir material y la ideología del modelo revolucionario cubano y apoyar los movimientos de lucha armada en el Tercer Mundo. Las declaraciones militantes de los participantes soviéticos en la Conferencia Tricontinental inquietaron a muchos comunistas latinoamericanos; no obstante, en realidad la Unión Soviética alentaba a Cuba a moderar sus políticas y buscar el reconocimiento de sus vecinos para su propio bienestar económico, mientras que La Habana criticaba a Moscú por su «insuficiente apoyo» a Vietnam y los estados árabes tras su derrota en 1967 (Pettinà 2018: 106-107; Friedman 2015: 157). Bajo Brezhnev (1964-1982), la política soviética en Latinoamérica cobró renovadas fuerzas. Ante el cisma del comunismo internacional y su convicción de que la guerra fría se definiría en el Tercer Mundo, la Unión Soviética sometió a la Cuba radicalizada y la convirtió en ejecutora de la línea de Moscú en la región. Para fines de la década, la OSPAAAL y OLAS habían tenido cierto éxito en Latinoamérica; no obstante, en ese mismo periodo el apoyo cubano directo a las guerrillas empezó a menguar debido a las derrotas en el continente – ejemplificadas por la muerte del Che Guevara en Bolivia en 1967 –, el aislamiento diplomático de Cuba y los choques con la línea soviética. Cuba había mantenido una fuerte autonomía al lanzar su estrategia foquista, pero a finales de la década de 1960 su difícil situación económica interna la había hecho más sensible a las presiones soviéticas. En consecuencia, La Habana intentó reducir las tensiones provocadas por el apoyo a las guerrillas, retomó una estrategia diplomática más ortodoxa y reforzó sus lazos económicos con Moscú cediendo en parte a sus demandas. La sovietización de Cuba quedó en claro con la defensa pública de Castro de la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968 y marcó el final de la etapa más dinámica de la estrategia revolucionaria cubana en Latinoamérica. La Habana aceptó esta posición subordinada a cambio del petróleo soviético y el modelo económico monoexportador, aunque intentó conservar cierta autonomía apoyando directamente a las guerrillas en el 47 continente. La Unión Soviética también consiguió reforzar su control de los partidos comunistas latinoamericanos, que debían considerar a Cuba la vanguardia de la revolución en el continente y apoyar toda intervención soviética en Europa, Asia y África; así, Urrego identifica un marcado intervencionismo soviético-cubano en Latinoamérica, particularmente en Centroamérica (Urrego 2017: 120; Pettinà 2018: 107-116). La Reunión Internacional de los Partidos Comunistas y Obreros, convocada en Moscú en junio de 1969 con el objetivo de lograr la unidad del comunismo internacional, acusó directamente a China de socavar la unidad internacional y culminó con una resolución que elogiaba a la Revolución cubana y advocaba por «formas diferentes» de implementar las luchas de las masas por reivindicaciones económicas y políticas, incluyendo la vía armada «en algunos países» (Jeifets y Jeifets 2020: 2771-2773). Sin embargo, Moscú buscaba ante todo formar coaliciones marxistas políticamente populares e ideológicamente confiables que seguirían un camino moderado y gradual hacia el socialismo. La elección de Salvador Allende como presidente de Chile en septiembre de 1970 – el primer marxista elegido democráticamente como jefe de gobierno – dio a la Unión Soviética una oportunidad de probar su teoría de «transición pacífica al socialismo» y dar un ejemplo al mundo entero. No obstante, tras el golpe militar en 1973, la principal prioridad de la Unión Soviética fue procurar un «análisis correcto» de los eventos para reafirmar la viabilidad de la transición pacífica y evitar reforzar los argumentos radicales en favor de la revolución violenta (Friedman 2015: 191-192). A inicios de la década de 1970, ante la amenaza que suponía la teoría de la dependencia para la posición soviética, desde la Cuarta Cumbre de Países No Alineados en septiembre de 1973 ciertos estados socialistas empezaron a servir como voceros de Moscú en los foros a los cuales los representantes soviéticos no podían acceder. El más significativo de estos aliados soviéticos era Cuba, que se había integrado más a la política de Latinoamérica – en gran medida gracias al gobierno de Allende en Chile – y había mejorado notablemente sus relaciones con Moscú, el Bloque del Este y los partidos comunistas prosoviéticos latinoamericanos. A pesar de las tensiones de la década anterior, Cuba había cambiado sus posiciones internacionales en las cuestiones de la lucha armada y la coexistencia pacífica, aunque cabe mencionar que, en cierto sentido, la Unión Soviética se había acercado más a la posición cubana. La alianza con Cuba sería extremadamente importante para la Unión Soviética para contrarrestar la influencia china en el Tercer Mundo y demostrar la viabilidad del modelo soviético; no obstante, su apoyo 48 no le salió barato a Moscú y no bastó para poner al Tercer Mundo de su lado (Friedman 2015: 203-206). Por su parte, desde fines de la década de 1960, el radicalismo de la política exterior china disminuyó cada vez más en favor de un énfasis en la necesidad de reconocimiento y legitimidad internacional, seguridad – especialmente tras la invasión soviética de Checoslovaquia y el conflicto fronterizo sino-soviético – y modernización y desarrollo económico. Los líderes chinos, dirigidos por el primer ministro Zhou Enlai y Deng Xiaoping, adoptaron una estrategia basada en mantener una posición de equidistancia entre las superpotencias y fortalecer los vínculos con el Tercer Mundo para así permitir una política exterior independiente y flexible. En el caso de Latinoamérica, China cambió su política de apoyo a los grupos revolucionarios por el establecimiento de relaciones diplomáticas y económicas con los gobiernos, sin importar su posición política o ideológica, en busca de legitimidad y fuentes de capital, tecnología y mercados; de esta manera, mientras que la política china en Latinoamérica había estado motivada por la ideología en la década de 1960, en la siguiente fue más política y económicamente pragmática. Asimismo, China intentó ganarse el favor de Latinoamérica defendiendo cuestiones económicas norte-sur, enfatizando la cooperación sur-sur, y apoyando varios asuntos de interés regional y económico para los líderes latinoamericanos. Esta nueva estrategia no habría sido posible sin el reacercamiento de China a Estados Unidos: al haber identificado a la Unión Soviética como su principal enemigo, Pekín buscó estrechar sus vínculos con Washington y unir a las potenciales fuerzas antisoviéticas en Latinoamérica. La visita del presidente Richard Nixon a China allanó el camino para la normalización de relaciones con Latinoamérica e inició la tendencia de países latinoamericanos de expandir sus relaciones con China (Mora 1997: 40-41). Para presentarse como miembro y vocero del Tercer Mundo contra las dos superpotencias, China inició una campaña diplomática agresiva, pero pragmática y flexible, en Latinoamérica. Sus objetivos se vieron facilitados por el hecho de que varios líderes latinoamericanos buscaban diversificar sus relaciones políticas y comerciales para reducir su dependencia de Estados Unidos. La campaña diplomática china en Latinoamérica fue inmediatamente fructífera: su política de normalización y sus intentos de convertirse en un líder no amenazante del Tercer Mundo fueron reconocidos y bienvenidos y entre 1970 y 1977 China estableció relaciones con once países latinoamericanos. A cambio, China brindó su apoyo a asuntos importantes para Latinoamérica, como la independencia 49 económica, el Nuevo Orden Económico Internacional y la zona económica de 200 millas náuticas. La nueva estrategia flexible, pragmática y no ideológica de China en Latinoamérica puede apreciarse en su política hacia Chile. La elección de Salvador Allende como presidente en 1970 fue un desarrollo alentador para China: a pesar de su ambivalencia hacia el socialismo de Allende, Pekín rápidamente consiguió establecer relaciones con Chile. Sin embargo, China vio con cada vez más preocupación la cercanía de Allende a Fidel Castro y a la Unión Soviética, y expresó temor de que Chile «cayera en las garras del social-imperialismo». Tras el derrocamiento de Allende por el virulentamente anticomunista Augusto Pinochet, China no tardó en reconocer tácitamente al nuevo régimen y en unos pocos años las relaciones estatales, económicas y culturales habían vuelto a los niveles anteriores al golpe (Mora 1997: 41-42). Los intercambios diplomáticos y económicos entre China y Latinoamérica disminuyeron entre 1975 y 1977 debido a la agitación política interna de la lucha sucesoria antes y después de la muerte de Mao. Para cuando Deng consolidó su poder en 1978, China se encontraba aislada y alienada del Tercer Mundo y empezó a ver cada vez más su anterior énfasis ardientemente antisoviético como contraproducente. El deterioro del estatus de China como campeón simbólico del Tercer Mundo se evidenció en la Cumbre de los países no alineados en La Habana en septiembre de 1979, donde la mordaz denuncia de Estados Unidos y China como los archienemigos del Tercer Mundo por parte de Castro no provocó una reacción mayor por parte de ningún miembro (Mora 1997: 42-43). No obstante, como se indicó anteriormente, ya en 1975, bajo el control de Deng, el PCCh se había rendido en la competencia con la Unión Soviética por el Tercer Mundo y decidido priorizar su propio desarrollo económico interno por encima del liderazgo de la revolución mundial (Friedman 2015: 210-211). Los cambios en la estrategia china también atraerían críticas de la izquierda latinoamericana. La estrategia china de normalización de relaciones internacionales causó fricciones con los partidos y grupos maoístas radicales que la propia China había fomentado en la década anterior, y mantener sus relaciones con Chile tras el derrocamiento de Allende dañó su imagen en Latinoamérica (Friedman 2015: 200-209). Al aferrarse a un «pensamiento» y a una figura carismática a niveles casi religiosos – sobrepasando incluso el culto a la personalidad de Stalin –, la trayectoria de Mao y de China fue especialmente importante para el propio devenir de los grupos maoístas en todo el mundo. Tras la muerte de Mao en 1976, se produjeron varios desarrollos en todo el 50 mundo que desilusionaron a los antiguos simpatizantes maoístas mucho antes de la caída del muro de Berlín: China reafirmó su viraje hacia el pragmatismo y se acercó al capitalismo occidental; Vietnam entró en conflicto con la Camboya de Pol Pot (apoyado por China); y Albania renegó del maoísmo en la década de 1980, pero el comunismo terminó cayendo en el país en la década siguiente junto con el resto de los regímenes de Europa del Este. Archila resalta un rasgo ideológico característico del estalinismo, pero sobre todo del maoísmo: la fe incondicional en un líder carismático, cuya eventual desaparición lleva a sus seguidores decepcionados a buscar refugio en cualquier parte, incluso entre sus enemigos (2008: 151-185). 1.4. Conclusión Este capítulo ha realizado una aproximación y síntesis de los conceptos y procesos clave que son necesarios para comprender el panorama global y el contexto geopolítico del comunismo peruano en las décadas de 1960 y 1970. Al igual que sus pares en el resto del mundo, el Partido Comunista Peruano fue testigo de la ruptura sino-soviética y sufrió las consecuencias que tuvo el cisma del bloque socialista para el movimiento comunista internacional y el Tercer Mundo, específicamente para Latinoamérica, y todos sus integrantes tomaron posturas al respecto, dividiendo el partido de forma polarizada. Los devenires políticos y polémicas ideológicas del Partido Comunista Peruano ante el complejo escenario internacional y las repercusiones de estos serán abordados en detalle en el siguiente capítulo. 51 II. La división del comunismo peruano El presente capítulo abordará la fragmentación del Partido Comunista Peruano (PCP) en las décadas de 1960 y 1970, sus causas y sus consecuencias a nivel interno, con el objetivo de obtener una mayor comprensión de este complejo y a menudo enredado proceso. En primer lugar, se explicará en líneas generales el escenario político y social en el Perú de dicha época y el rol que desempeñó el PCP en este, específicamente durante las crisis políticas de la década de 1960 y el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas (1968-1980). A continuación, se detallará el desarrollo de la división del comunismo peruano en relación con los acontecimientos en el Perú y el conflicto sino-soviético, así como los partidos – el prosoviético y los múltiples maoístas – a los que daría lugar, y sus respectivos devenires en el periodo abarcado. Por último, se explorará la intransigencia de todos los partidos escindidos del PCP original respecto a aliarse con los «revisionistas», una razón fundamental de su debilitamiento y erosión hasta el estallido del conflicto armado interno. 2.1. El contexto sociopolítico peruano en las décadas de 1960 y 1970 A fines de la década de 1950 e inicios de la de 1960, al igual que el resto de Latinoamérica en general, el Perú experimentó una serie de conflictos y tensiones políticas a causa de factores internos e internos. La lógica del sistema capitalista estaba socavando la estructura política y económica de la sociedad, amenazando a las clases dominantes, que en respuesta desarrollaban mecanismos políticos y represivos para evitar una «segunda Cuba». La sociedad peruana de mediados del siglo XX se caracterizaba por una economía predominantemente agraria, a pesar de la lenta industrialización después de la Segunda Guerra Mundial, y por una distribución extremadamente desigual de la propiedad, sobre todo de la tierra. En consecuencia, las masas campesinas indígenas conformaban la mayoría de la población analfabeta y sin acceso a servicios básicos ni influencia política. La introducción de modos de producción capitalistas sin la desaparición de las relaciones de producción arcaicas causó que los latifundistas se «transformaran» de señores feudales en empresarios capitalistas, fortaleciendo y consolidando la explotación «feudal». El dominio de la «costa capitalista» sobre el «interior feudal», cuyas grandes haciendas ya no solo producían para su propio consumo, sino también para los mercados regionales e internacionales, puede ser visto como una forma de colonialismo interno. En este contexto, cualquier cambio social requeriría un cambio en las relaciones de propiedad rural (Lust 2013: 64-70). 52 En el ámbito de relaciones internacionales, Jan Lust caracteriza al Perú de las décadas de 1950 y 1960 como un país semicolonial: a pesar de su independencia de jure, estaba económica, militar y políticamente subordinado a las potencias imperialistas, en particular Estados Unidos. El dominio del capital internacional se extendía al sector exportador, por lo que el crecimiento económico – resultado fundamentalmente del aumento de las exportaciones de materias primas y minerales necesarios para el desarrollo de las economías imperialistas – beneficiaba muy poco a la sociedad peruana en su conjunto. Así, el capital extranjero y las relaciones de propiedad nacional existente impidieron una distribución más igualitaria de la riqueza entre la población peruana que la producía (2013: 71). Las organizaciones populares políticas peruanas del siglo XX no lograron atraer a las grandes masas ni formar una verdadera dirección revolucionaria alternativa, compitiendo más con el APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana, liderado por Víctor Raúl Haya de la Torre) que con el orden social. Entre estas organizaciones se encontraba el Partido Comunista Peruano (originalmente llamado Partido Socialista Peruano), cuyo fundador y líder histórico, José Carlos Mariátegui, falleció prematuramente en 1930 (Lust 2013: 74). En efecto, Rubén Berríos y Cole Blasier nombran al APRA como una de las razones del fracaso del PCP en convertirse en un partido político de masas. El partido de Haya – el principal rival ideológico y político de Mariátegui en la década de 1920 – advocaba por una política de orientación nacionalista y proindígena y que enfatizaba la alianza de clases, mientras que Mariátegui se mantuvo firme en el concepto bolchevique de un partido de vanguardia; además, el programa aprista y la llamativa personalidad de Haya eran mucho más atractivos para el peruano promedio que la orientación teórica marxista y soviética del PCP. Otros factores en las derrotas de los comunistas eran sus frecuentes compromisos con la derecha para evitar el aislamiento, que dañaban su imagen revolucionaria, y la falta de un liderazgo carismático o autoritario, a diferencia del APRA. Más aún, la historia del PCP se vio plagada de disputas internas que llevaron a múltiples rupturas y mermaron su capacidad para competir en el escenario político nacional; en particular, la división entre prosoviéticos y prochinos en 1964 debilitaría gravemente al partido (Berríos y Blasier 1991: 378-379). Al igual que el APRA, el PCP fue proscrito durante la dictadura militar de Manuel Odría (1948-1956), pero ambos regresaron a la legalidad durante el gobierno del oligarca Manuel Prado (1956-1962), iniciando un breve periodo de convivencia que coincidió con 53 una crisis económica y tensiones sociales (Lust 2013: 77). En 1962, tras unas controvertidas elecciones presidenciales que podrían haberle dado la victoria al APRA, el Ejército dio un golpe de estado e instauró una junta militar que anuló las elecciones y convocó unas nuevas para el año siguiente. Pocas semanas tras el golpe militar de 1962, el PCP realizó el IV Congreso Nacional, donde se estableció la línea a seguir ante el apogeo de la lucha antiimperialista y antioligárquica y el panorama político de Latinoamérica tras la Revolución cubana y se decidió persistir en la «acumulación de fuerzas» a través del Frente de Liberación Nacional. A inicios de 1963, con el pretexto de una supuesta conspiración comunista organizada por la Unión Soviética, Checoslovaquia y Cuba, dicha junta militar declaró el estado de emergencia en todo el país y reprimió duramente a la izquierda. El 5 de enero la Junta realizó una redada masiva donde más de 3000 personas, la mayoría comunistas y dirigentes sindicales y del PCP – incluyendo el dirigente Jorge del Prado, quien posteriormente sería por mucho tiempo el Secretario General del partido comunista prosoviético –, fueron arrestadas. Esto dejó al partido gravemente debilitado para las elecciones de junio de 1963, de las cuales el FLN fue excluido (Del Prado 1987: 103-104; Lust 2013: 79-83). En sus memorias, el dirigente comunista José Sotomayor concluiría que el FLN «se formó partiendo de un análisis erróneo de la situación política nacional e internacional», creyendo que en el Perú existía una «típica situación revolucionaria», y difundió un «izquierdismo aventurero» en todo el país (2015: 93). Debido a su situación de clandestinidad y dispersión que le impedía la participación electoral directa, el PCP apoyó la candidatura de Fernando Belaúnde, representante de la burguesía, que contaba también con el apoyo de los medianos terratenientes, Estados Unidos y una parte de las Fuerzas Armadas. El razonamiento detrás de esta decisión era que la victoria de Belaúnde era la única manera de terminar con el gobierno de la Junta y así «recuperar un mínimo de condiciones legales y posibilidades de amplia acción de masas». Según Gustavo Valcárcel, exdirector del periódico Unidad, el PCP puso cinco condiciones a su apoyo: la nacionalización del petróleo, la reforma agraria, el derecho a fundar partidos internacionales, la democratización del aparato del estado y el establecimiento de relaciones internacionales con los países socialistas. Belaúnde aceptó todas menos la última y la subsecuente campaña del partido a su favor fue, según el PCP, decisiva para su victoria. No obstante, el gobierno de Belaúnde no consiguió implementar gran parte de sus propuestas electorales – la más importante de las cuales era la reforma 54 agraria – debido a la obstrucción de la coalición APRA-UNO (Unión Nacional Odriísta) en el Congreso. Además, al igual que en el resto de Latinoamérica en la década de 1960, el ejemplo de la Revolución cubana inspiró el estallido de la guerra de guerrillas en el Perú: la insurrección del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) inició en 1965 y duró siete meses antes de ser sofocada por el ejército (Lust 2013: 11-86). Ante el estancamiento y la crisis política del gobierno de Belaúnde, las Fuerzas Armadas, imbuidas de ideas progresistas y un nuevo sentido de responsabilidad política para evitar el estallido de una guerra revolucionaria, decidieron tomar el asunto en sus propias manos. El 3 de octubre de 1968, el general Juan Velasco Alvarado dio un golpe de Estado y declaró el inicio del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, una «revolución desde arriba» que adoptó varias medidas reformistas con el fin de reducir la dependencia del Perú en Estados Unidos, consolidar la soberanía e integración nacional y modernizar las estructuras económicas. El gobierno militar abrió las cárceles, liberó a los pocos guerrilleros sobrevivientes y los reclutó como burócratas. En el gobierno también había asesores provenientes de partidos marxistas o el movimiento obrero, por lo que Berríos y Blasier lo clasifican como un régimen militar de izquierda. Pronto surgieron oposiciones a esta «revolución desde arriba» tanto desde la derecha como desde la izquierda; esta última criticaba la «coalición» entre el gobierno militar y los intereses capitalistas estadounidenses y la contradicción entre un régimen por definición autoritario con su objetivo declarado de promover la participación política de las masas populares. Ante el peligro reformista, los comunistas prochinos se opusieron al régimen militar – y a los izquierdistas que cooperaban con este – con todas sus fuerzas, intentando causar confrontaciones violentas. Por el contrario, Fidel Castro y el PCP prosoviético le dieron su completo apoyo, sobre todo después de la expulsión de la misión militar estadounidense y las grandes compras de armamento soviético (Berríos y Blasier 1991: 367; Dorais 2012: 5-14; Gorriti 1994: 175). En efecto, Velasco buscó una nueva política exterior nacionalista y no alineada, rechazando tanto el capitalismo como el comunismo y enfatizando que el Perú seguiría su propio camino independiente de la dominación extranjera, incluida la de sus aliados tradicionales en Occidente. Perú empezó a diversificar su comercio exterior y por primera vez extendió sus relaciones diplomáticas con los países socialistas: la Unión Soviética (establecidas el 1 de febrero de 1969), toda Europa del Este, Cuba, China y Corea del 55 Norte. Para mediados de la década de 1960, la Unión Soviética solo tenía relaciones con unos pocos países latinoamericanos – Cuba, Argentina, México, Chile, Brasil y Uruguay –, pero no tenía un bastión firme en Sudamérica. Después que se establecieran relaciones entre Moscú y Lima en 1969, el Perú se convirtió en el centro de las operaciones soviéticas, fundamentalmente económicas y militares, en América del Sur: el aeropuerto de Lima se volvió el principal punto de acceso al continente para los aviones soviéticos comerciales y diplomáticos, de manera que Moscú obtuvo rutas áreas independientes, sin tener que depender de las aerolíneas occidentales (Berríos y Blasier 1991: 365-366). El comercio con la Unión Soviética y otros países del bloque socialista abrió nuevos mercados y aumentó la determinación y poder de negociación del Perú en sus relaciones diplomáticas con los Estados Unidos, aunque no reemplazó sus tradicionales fuentes de abastecimiento; de hecho, la balanza comercial era favorable al Perú, pero era reducida en comparación con el volumen del comercio total peruano con el resto del mundo. En cuanto a los bienes intercambiados, la relación comercial con la Unión Soviética era similar a la que el Perú había tenido tradicionalmente con las avanzadas economías de mercado occidentales: vendía materias primas y compraba maquinaria y equipamiento, y en general los productos soviéticos – fertilizantes, químicos, instrumentos mecánicos y científicos, etc. – eran de calidad suficiente para mantener la demanda peruana. Con el tiempo los soviéticos establecieron una presencia sólida en el Perú y relaciones militares cordiales: cientos de oficiales peruanos fueron entrenados en la Unión Soviética y oficiales soviéticos visitaron el Perú con frecuencia, y la compra de armamento soviético siguió siendo atractiva por su flexibilidad y condiciones de crédito (Berríos y Blasier 1991: 367-376). Entre 1969 y 1989, la Unión Soviética tuvo relaciones más cercanas con el Perú que con ningún otro país latinoamericano, salvo Cuba y Nicaragua. Los acuerdos entre los gobiernos soviético y peruano y algunos proyectos se mantuvieron a lo largo de los cambios de administración en Lima, ya que el Perú necesitaba la asistencia para mantener el equipo militar soviético, y la Unión Soviética, los derechos aéreos, portuarios y pesqueros peruanos. No obstante, la cooperación entre ambos países nunca volvería a los mismos niveles del gobierno de Velasco (1968-1975). Los vínculos soviético-peruanos contribuyeron inmensamente al establecimiento de la influencia soviética en Sudamérica y a la credibilidad soviética como una potencia mundial. Mientras que las relaciones oficiales con la Unión Soviética fueron ventajosas para los gobiernos peruanos, no 56 beneficiaron a los comunistas peruanos; de hecho, según Berríos y Blasier, fue todo lo contrario, ya que a lo largo de la relación soviético-peruana el PCP fue un espectador y la cooperación y apoyo soviético con el gobierno peruano de turno significaba que, en cierto sentido, el supuesto patrón de los comunistas estaba ayudando a los rivales del partido (1991: 365-382). Entre 1968 y 1975 la junta militar implementó parte del programa propuesto por la guerrilla, con lo cual neutralizó varias condiciones importantes para la lucha guerrillera a través de la reforma agraria y cambios sociales, aunque después de que Velasco fuera derrocado en un golpe de Estado por el general Francisco Morales Bermúdez en 1975 se intentaron revertir las reformas. Sin embargo, el gobierno militar había capturado la imaginación del país y realizado las reformas que habían demandado las organizaciones revolucionarias por mucho tiempo, incluyendo el establecimiento de relaciones diplomáticas con China, que también había empezado a perder el entusiasmo por los prospectos de la revolución violenta en el Perú. La reforma agraria de 1969 consiguió, al menos temporalmente, mermar las tensiones potencialmente revolucionarias al obtener los campesinos el acceso a la tierra que reclamaban. El régimen militar llegaría a su fin en 1980, con el retorno a la democracia y el simultáneo inicio de la acción armada del PCP-Sendero Luminoso (Lust 2013: 14-15; Gorriti 1994: 176; Dorais 2012: 5-29). 2.2. La fragmentación del Partido Comunista Peruano en las décadas de 1960 y 1970 Como se mencionó anteriormente, en su IV Conferencia Nacional a inicios de 1964 el Partido Comunista Peruano fundado por José Carlos Mariátegui se dividió entre prosoviéticos y prochinos, fragmentando irreparablemente al comunismo peruano. La presente sección analizará en detalle los eventos que llevaron a dicha ruptura inicial y a continuación tratará, por separado, el devenir político de ambas ramas escindidas del PCP original – prosoviéticos y maoístas, incluyendo sus múltiples subdivisiones – desde mediados de la década de 1965 hasta el retorno a la democracia y el inicio del conflicto armado interno en 1980. Al igual que en la ruptura sino-soviética, el concepto clave en la división del PCP es el de «revisionismo». En palabras de Ernesto Toledo, «para la jerga comunista, “revisionismo” significaba traición a los ideales de la revolución, “dogmatismo” significaba oscurantismo criminal, y “fraccionalismo” era el crimen más grave que se pudiera 57 cometer» (2015a). Gustavo Valcárcel, miembro del PCP que se quedaría del lado prosoviético tras la ruptura, definió este concepto de esta manera: El revisionismo niega validez a algunas tesis marxistas-leninistas, las “revisa” con el pretexto de que el desarrollo histórico y las peculiaridades nacionales imponen nuevas apreciaciones “científicas”. Los revisionistas cerrados consideran que el capitalismo puede evolucionar hacia el socialismo sin revolución ni dictadura del proletariado. Esto no lo aceptan, y no podrán aceptarlo jamás, los verdaderos marxistas-leninistas (1963: 333). Para mediados de la década de 1970, del partido fundado por Mariátegui habían surgido seis partidos: el prosoviético Partido Comunista Peruano-Unidad (PCP-U) y los maoístas Partido Comunista Peruano-Bandera Roja (PCP-BR), Partido Comunista (Marxista- Leninista) Peruano (PC(ML)P), Partido Comunista del Perú-Patria Roja (PC del P-PR), Partido Comunista Peruano-Estrella Roja (PCP-ER) y Partido Comunista del Perú- Sendero Luminoso (PCP-SL). Ricardo Letts Colmenares, militante del partido Vanguardia Revolucionaria (no relacionado al PCP), identificó como uno de los rasgos característicos de la izquierda peruana su tendencia al divisionismo, que atribuía al individualismo y al caudillismo causados por el origen (o persistencia) pequeñoburguesa de las organizaciones. Según Letts, las cuatro figuras fundamentales que toda organización política peruana de izquierda adoptaba como líderes eran Marx, Engels, Lenin y Mariátegui, pero se agrupaban y dividían según su actitud hacia las posiciones fundamentales de otros dirigentes históricos, específicamente Trotsky, Stalin, Mao, Jrushchov, Brezhnev y el Che Guevara (1981: 74-77). El XX Congreso del PCUS en febrero de 1956, en el cual Nikita Jrushchov proclamó la desestalinización y la coexistencia pacífica – considerado ampliamente el punto de inflexión en la alianza sino-soviética que daría origen a la ruptura – fue también la primera vez que el PCUS extendió una invitación oficial para un congreso interno al PCP, cuyas filas también se vieron remecidas por el «discurso secreto» de Jrushchov. Hasta entonces, el PCP no se había planteado el debate entre la vía pacífica o la revolución violenta, pues asumía que la forma de tomar el poder dependía de las condiciones y circunstancias del desarrollo de la lucha de clases, aunque la mayoría de los militantes estaban convencidos de la necesidad de la lucha a muerte para derrocar a las clases dominantes. Una parte fundamental de la formación de un sector de militantes veteranos era la lealtad absoluta a la Unión Soviética como el primer país socialista, al PCUS, Lenin y Stalin, y la defensa de la persona de este último era vista como la manifestación de la lucha abierta contra las 58 corrientes anticomunistas y antisoviéticas. Por otro lado, para los militantes jóvenes, muchos de ellos provenientes del APRA y otras tendencias políticas, la desestalinización les sirvió para justificar su tardío ingreso al PCP (Toledo 2015a). Sin embargo, por entonces el PCP tenía asuntos más urgentes que atender a nivel local: ante la creciente presión política y social, Odría había convocado elecciones para 1956, en las cuales el PCP apoyó al candidato progresista Fernando Belaúnde, aunque este perdió ante Manuel Prado. Los comunistas peruanos también se dedicaron a continuar la lucha antioligárquica y antiimperialista; en la historia que escribió en 1987, Del Prado aseguró con orgullo que el partido había sido el responsable de organizar las protestas contra la visita a Lima del entonces vicepresidente estadounidense Richard Nixon, por lo cual sus militantes sufrieron la mayor represión. El triunfo de la Revolución cubana en 1959, según Del Prado, fortaleció el movimiento antiimperialista peruano, liderado por el PCP. Esto llevó a la creación del Frente de Liberación Nacional (FLN) y el Frente Nacional de Defensa del Petróleo, a través de los cuales desarrollaron una campaña «realmente masiva» de solidaridad con Cuba. Para reprimir al movimiento, el gobierno de Prado dictó en 1960 una nueva ley anticomunista, «en concordancia con los planes del Departamento de Estado norteamericano»; también rompió relaciones con Cuba y Checoslovaquia. Raúl Acosta, entonces Secretario General del PCP, fue arrestado (Del Prado 1987: 100-102). Sin embargo, los comunistas gradualmente ganaron nuevas posiciones en el movimiento sindical y adquirieron una mayor presencia en los sindicatos y luchas campesinas (Toledo 2015a). Según la versión de los hechos que aparece en una publicación del PCP-BR de 1968, la victoria de la Revolución cubana en 1959 había radicalizado a los militantes de los partidos comunistas, pero también difundido algunas de las tesis erróneas sobre el proceso de su lucha armada. En la III Conferencia Nacional del Partido, realizada a fines de julio de 1960, «los integrantes de la camarilla revisionista de la Dirección, aparentaron un radicalismo para contener a la militancia; sin embargo, la línea política resultante fue, en esencia, electorera». Para entonces, los dirigentes habían aceptado las «tesis revisionistas» de los XX y XXI Congresos del PCUS y advocaron las Conclusiones de estos, incluyendo las recomendaciones de la vía pacífica de la revolución, pero «conocedora del gran cariño que existía en el Partido por el camarada Stalin», ocultó su opinión revisionista, aprovechando que entonces las bases no conocían el contenido de 59 dichos Congresos ni «los correctos puntos de vista marxista-leninista de los hermanos partidos de China y Albania» (Partido Comunista Peruano [Bandera Roja] 1968: 55-57). En efecto, la III Conferencia Nacional de 1960, a pesar de expresar un claro apoyo a China como un país socialista y por supuesto a la Revolución cubana como parte de la lucha de los pueblos latinoamericanos contra el imperialismo estadounidense, se adhirió a la línea soviética. El debate entre Moscú y Pekín sobre la inevitabilidad de la guerra y la vía revolucionaria se había manifestado desde 1958, con frecuencia con términos violentos, y al principio de manera indirecta: cuando la Unión Soviética acusaba a Albania de dogmatismo, se refería a China, y cuando China acusaba a Yugoslavia de revisionismo, se refería a la Unión Soviética (Toledo 2015a). Sin embargo, debido a la precariedad y secretismo de los vínculos entre el PCCh y el PCP, la mayoría de los comunistas peruanos que formaban las bases del partido tenían escasa información del conflicto en el comunismo internacional (Navarro 2010: 156). Aunque China tenía contactos informales con cinco países latinoamericanos para 1956, la Revolución cubana le hizo darse cuenta del verdadero potencial revolucionario del continente. El hecho de que la Revolución cubana hubiera sido el resultado de una insurrección armada favorecía a la tesis del PCCh – y de sus seguidores latinoamericanos – que se oponía a la vía pacífica promovida por la Unión Soviética. A través del establecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba, Pekín empezó a trasmitir su propaganda en Latinoamérica a gran escala, aunque el maoísmo tuvo particularidades en cada país. En el caso peruano, donde por entonces las relaciones con los países socialistas estaban prohibidas, el único nexo efectivo de la diplomacia informal china era la Asociación de Amistad entre Perú y China, que tenía encargada la preparación de las personalidades que formaban parte de las delegaciones invitadas por Pekín a visitar China y así dar cuenta de los avances bajo el socialismo y Mao (Toledo 2015a). El primer contacto oficial registrado entre el PCCh y el PCP se dio en un seminario de cinco meses sobre la Revolución china, organizado en Pekín a inicios de 1959, al cual asistieron delegaciones de 12 partidos comunistas latinoamericanos. Entre estos se encontraban Raúl Acosta (entonces secretario general del PCP), Jorge del Prado, José Sotomayor, Saturnino Paredes y Juan Soria. La mayoría de los asistentes regresó a sus países convencidos de que, en líneas generales, la vía revolucionaria en Latinoamérica seguiría el camino de China (Toledo 2015a). Según Sotomayor, el curso era dictado por cuadros experimentados del PCCh, con ayuda de traductores, y abarcaba los temas del 60 Frente único, el movimiento campesino, los trabajos abierto y secreto del Partido, la lucha interna partidaria y las formas de lucha, con énfasis en la lucha armada; no obstante, los expositores advertían que no debían aplicar las lecciones de la misma manera en sus países de origen, ya que provenían de la experiencia de la Revolución China (2015: 63- 64). Ese mismo año, en una especie de campaña publicitaria para celebrar el décimo aniversario de la República Popular China, el Partido Comunista Chino envió emisarios a varias organizaciones latinoamericanas – incluyendo sindicatos, organizaciones de base y partidos comunistas – y en los años que siguieron, sobre todo en 1960, intentó aumentar su influencia en los líderes políticos latinoamericanos y ofreció ayuda a grupos izquierdistas. Aunque los líderes del Partido Comunista Peruano Jorge del Prado y Raúl Acosta visitaron Pekín, no establecieron vínculos con el gobierno chino. Sin embargo, Sotomayor – entonces miembro del Comité Central – sí estaba interesado en ello, y en cierto punto de 1960 comenzó a propagar las ideas maoístas en los altos rangos del PCP; así, cuando en el mismo año la Unión Soviética y la República Popular China empezaron a chocar entre sí abiertamente, muchos miembros del Comité Central del PCP recibieron la perspectiva china del creciente cisma (Navarro 2010: 155). El PCP celebró su IV Congreso Nacional entre agosto y septiembre de 1962, en el cual el sector prosoviético consiguió mantener el control del aparato partidario del PCP: Raúl Acosta fue nombrado secretario general, Jorge del Prado, secretario de organización y Juan Barrio, jefe de la Comisión de Hacienda. Hasta entonces el sector prochino se referían a ellos peyorativamente como «camarilla», pero posteriormente serían denominados «la vieja guardia» (Toledo 2015a). En contraste, el futuro sector prochino que luego integraría el PC del P-PR afirmó que el Congreso ratificó y profundizó una línea revisionista y un programa reformista y que eligió un Comité Central que tachaba de «camarilla revisionista», liderada por Del Prado y Acosta y que incluía a Saturnino Paredes y José Sotomayor. No obstante, a pesar de las acusaciones de los prochinos a la Dirección de intentar imbuir a los militantes de ilusiones pacifistas y reformistas, las Conclusiones y Resoluciones del Congreso calificaron la restricción de la revolución a los medios legales como una «desviación derechista» (Toledo 2015b). Según un panfleto publicado por el PCP-BR en 1968, en el IV Congreso Jorge del Prado y su «camarilla revisionista» fingieron posiciones radicales y no se opusieron abiertamente a la idea de la revolución violenta, consiguiendo así perpetuarse en la 61 dirección del partido. Aprovechando el desconocimiento general de la polémica en el comunismo internacional, los «revisionistas» expresaron solidaridad con el PCUS y condenaron al Partido del Trabajo de Albania. En las Conclusiones y Resoluciones «daban carácter oficial partidario a sus puntos de vista concordes con los del revisionismo soviético» y a través de este canal «difundían los documentos revisionistas soviéticos para crear una opinión pública favorable a sus planteamientos socialtraidores [sic] y, al contrario, ocultaban los documentos de los camaradas chinos»; no obstante, según el PCP-BR, la militancia no estaba de acuerdo con los puntos de vista soviéticos por no encajar con la situación revolucionaria del Perú. En consecuencia, la Dirección inició una campaña de oposición contra los prochinos y proalbaneses y socavó el movimiento campesino y obrero debido a que «los camaradas de posición marxista-leninista tenían una actitud correcta frente al movimiento campesino y al movimiento obrero» (1968: 64- 72). En contraste, según la historia de Del Prado, en el IV Congreso Nacional de agosto de 1962 el partido inició un camino de gran potencial para su desarrollo orgánico y difusión en las masas obreras y campesinas. Sin embargo, la redada masiva de 1963 sacudió gravemente al partido y facilitó la «traición» del grupo maoísta liderado por Saturnino Paredes Macedo, ya que varios miembros del Comité Central y de la Comisión Política estuvieron un prolongado tiempo en prisión, mientras que los prochinos fueron liberados antes; según Del Prado, fue una movida deliberada por parte de la Junta Militar para debilitar al partido. Esta lucha interna reflejaba el cisma del comunismo mundial a causa de la ruptura sino-soviética, por la cual Del Prado culpaba a la «línea divisionista del Partido Comunista Chino […], impregnada de planteamientos erróneos, contrarrevolucionarios y antisoviéticos» (1987: 129-131). En sus memorias, Sotomayor tachó esta afirmación como una «desfachatez» que Del Prado utilizó para descalificar el XVII Pleno del Comité Central – realizado por Sotomayor y Paredes sin la presencia de Del Prado, quien seguía preso – como fraccionalista y exigir la convocación de un nuevo Pleno (2015: 103). Los «divisionistas» que pretendían ocupar el nombre del PCP eran, según la declaración del PCP-U, casi todos de origen pequeñoburgués y «de sinuosa trayectoria y malos antecedentes». El grupo tenía dos núcleos: uno compuesto por elementos remanentes del grupo fraccionalista de Juan P. Luna, inspirado por Eudocio Ravines, en 1948, y otro representado por los abogados Saturnino Paredes y José Sotomayor y caracterizado por 62 su oportunismo, fuera de derecha o de izquierda, hasta llegar a una posición «dogmática, sectaria y neotrotzkista [sic]». Estos dos núcleos se habrían unificado y revelado en el IV Congreso Nacional con el fin de capturar la Dirección Nacional del Partido mediante «maniobras antiorgánicas» (1987 [1964]: 290). Según la versión del PCP-BR, después del IV Congreso Nacional la lucha interna se agudizó cada vez más, por lo que los «revisionistas criollos» – es decir, los prosoviéticos – convocaron al XVIII Pleno del Comité Central para octubre de 1963, cuyo objetivo principal era tomar una postura «correcta» ante la división del movimiento comunista mundial. Sus preparativos para esta reunión incluyeron «sucesivas consultas a sus amos revisionistas soviéticos y a las camarillas revisionistas que se hallaban encaramados en los partidos comunistas de Brasil, Argentina, Uruguay y Chile», lo que demostraba su «colonialismo mental y la venta que habían hecho de la independencia política del Partido», y la difusión exclusiva de «propaganda revisionista» rompiendo el acuerdo del XVII Pleno del Comité Central de difundir tanto los documentos del PCUS como los del PCCh (1968: 73-74). Sotomayor también afirmó que Del Prado y sus seguidores se reagruparon entre el XVII y el XVIII Pleno del Comité Central y que las diferencias entre los prosoviéticos y los prochinos se recrudecían cada vez más en las reuniones de la Comisión Política, por lo que se acordó difundir los textos soviéticos, chinos y albaneses; sin embargo, el «grupo revisionista», que supuestamente tenía el control de la prensa, incumplió el acuerdo y divulgó principalmente los documentos del «revisionismo soviético» (2015: 104). Tras la redada policial de enero de 1963, los prochinos consiguieron una ligera mayoría en la Comisión Política, antes enteramente afiliada a la Unión Soviética. Del Prado posteriormente acusaría a Pekín de alentar «la campaña liquidadora y las desviaciones» en todos los niveles del partido y de su rama juvenil; eventualmente, los prochinos, tras «quedar expuestos», optaron por la escisión y formación de su propio partido (1987: 131). Para 1963, se había formado la facción prochina en el Comité Central del PCP, liderada por José Sotomayor, Saturnino Paredes y Juan Soria (más conocido por su pseudónimo «Cantuarias»). El primero era el intelectual más prominente de los tres, mientras que el segundo, abogado de profesión, era conocido entre los campesinos por su rol en la fundación de la Confederación Campesina del Perú. Tanto en el Comité Central como en las divisiones regionales del PCP, los grupos prochinos, Sotomayor, Paredes, Soria y los panfletos maoístas distribuidos en todo el país tras la ruptura sino-soviética contribuyeron 63 a lanzar una crítica sistemática de los líderes y fundamentos filosóficos del partido. Debe notarse que gran parte de la información que el PCCh proveía a Sotomayor era transmitida exclusivamente a los altos rangos del partido, por lo que el periódico del PCP, Unidad, prácticamente no hacía ninguna mención del conflicto internacional, y como la se mencionó, la mayoría de los miembros de base y de la rama juvenil del partido, la Juventud Comunista, sabían poco de la disputa (Navarro 2010: 156). Las primeras señales del inminente cisma del PCP entre prosoviéticos y prochinos se manifestaron a lo largo de 1963. La más evidente fue la publicación simultánea de dos periódicos comunistas – Unidad y Bandera Roja –, que advocaban respectivamente las dos posturas divergentes en el movimiento comunista internacional (Dorais 2012: 11). El 30 de abril de 1963, el Comité Regional del PCP en Lima publicó el primer número del periódico «Bandera Roja», nombrado por la traducción al español del nombre del órgano teórico del Comité Central del PCCh. Según Sotomayor, en medio de los debates, Volodia Teitelboim – entonces miembro del Comité Central del Partido Comunista de Chile – viajó a Lima para asesorar al grupo de Del Prado en la defensa de las tesis del XXII Congreso del PCUS, que incluían la vía pacífica o parlamentaria de tomar el poder y la coexistencia pacífica. Del Prado, condenando duramente lo que calificaba de «desviación pekinesa», eventualmente consiguió hacer aprobar todas las tesis; Paredes, aunque pedía el cese de las disputas, tachaba a la posición prosoviética de «revisionismo jrushchovista» (Toledo 2015b). De esta manera, en palabras de la historiadora Geneviéve Dorais, cuando la ruptura sino- soviética se hizo pública en la cumbre de Moscú del 20 de julio de 1963, el liderazgo del PCP ya llevaba tiempo dividido (2012: 11). Aun así, el estallido del conflicto abierto entre las dos potencias comunistas desató un debate interno en el comité central del partido peruano y la Juventud Comunista sobre cuál modelo representaba mejor los ideales marxistas y era más adecuado para las condiciones peruanas. Hasta la publicación del panfleto chino que explicaba su posición en el movimiento comunista internacional en 1963, que fue la primera verdadera introducción al maoísmo para la Juventud Comunista, las críticas de la división juvenil al PCP y a sus líderes habían carecido de una base teórica articulada; a partir de entonces, los materiales maoístas que se difundieron por todo el país les brindaron un nuevo arsenal (Navarro 2010: 155-156). Casi todas las publicaciones comunistas de autores peruanos se adherían firmemente a la línea soviética, mientras que las que seguían las tesis de Pekín y de Mao eran de origen extranjero. Desde 64 la década de 1950, los comunistas latinoamericanos publicaron esporádicamente textos prochinos a través de editoras legales, y en 1963 apareció la edición hispanohablante de la revista Beijing Review, conocida en español como Pekín Informa; asimismo, Ediciones en Lenguas Extranjeras Pekín estuvo presente en Lima desde inicios de la década de 1960, aunque tenía una distribución muy limitada, y Radio Pekín transmitía propaganda en onda corta (Toledo 2015a). Al igual que en el resto de Latinoamérica, las ideas maoístas encontraron acogida en el Perú debido a su base agraria, que se ajustaba mejor a su realidad que el modelo soviético, el cual enfatizaba la clase proletaria urbana. En el caso peruano, la fuerte influencia de José Carlos Mariátegui fue también un factor importante en la popularidad del maoísmo: muchos intelectuales encontraron similitudes entre las ideas de Mariátegui y las de Mao, en especial las teorías que identificaban a las masas indígenas campesinas como el motor de la revolución (Dorais 2012: 9-10). Del Prado escribiría en su historia del PCP que los planteamientos maoístas, a los que calificaba de «radicaloides [sic] y aventureros», atrajeron fácilmente a ciertos sectores pequeñoburgueses de varios países, entre ellos un grupo de abogados – probablemente una referencia a Paredes, Sotomayor y Soria – y estudiantes pertenecientes al PCP que habían viajado a China (1987: 130). En efecto, los círculos universitarios, a los que en la década de 1960 afluyó una ola de jóvenes de origen campesino con aspiraciones de progreso y modernización para sus comunidades a través de la educación, se convirtieron en el principal medio de propagación y espacio de reclutamiento para los grupos maoístas. La ideología marxista les proporcionó eficaces herramientas de análisis y un sentimiento de unidad y pertenencia ante su enajenamiento de la sociedad urbana (Dorais 2012: 10). La mayoría de los miembros de la Juventud Comunista provenían de las universidades públicas y estaban fuertemente influenciados por la Revolución Cubana, a la que veían como la prueba de que un grupo de revolucionarios devotos con resolución y la dirección ideológica correcta podía derrotar a cualquier Estado opresor. Muchos creían que la victoria de Castro y del Movimiento 26 de Julio era una señal de la inminencia de la revolución en su propio país, pero temían que el PCP no tuviera un rol en esta. Otras causas de las críticas de la Juventud Comunista al PCP eran los rumores de corrupción en el Comité Central, la inacción del partido ante el golpe militar de 1962 y su aparente ineficiencia para organizar a los obreros textiles, los agricultores y el campo; en particular, en este último el apoyo al PCP se debía en su mayor parte a la labor de la Juventud 65 Comunista. Por estas razones, la rama juvenil buscaba cambios mayúsculos en el partido (Navarro 2010: 156-157). Tratando de evitar la ruptura del partido peruano ante el cisma del comunismo internacional, el 22 de agosto de 1963 el periódico «Unidad» realizó un último llamado a sus militantes. A pesar de sus esfuerzos, en octubre del mismo año, tras cinco días de discusión en el XVIII Pleno del Comité Central, se deslindaron los «sovietófilos» y los «sinófilos» – calificativos que, según Sotomayor, fueron el resultado de intensas disputas – y las dos posiciones se volvieron irreconciliables. La lucha fundamentalmente interna, basada en principios, se agudizó por la introducción de elementos no ideológicos (Toledo 2015b). En efecto, la Dirección del PCP-BR consideró al XVIII Pleno «el punto crucial del enfrentamiento de los marxista-leninistas [sic] contra los revisionistas peruanos, portavoces del revisionismo de los dirigentes del P.C.U.S.», que demostró que el revisionismo no había arraigado en las bases, ya que las Conclusiones favorecían la conciliación a través de una gran reunión de partidos comunistas, ateniéndose a las Declaraciones de Moscú de 1957 y 1960, en lugar de la condena a otro partido comunista (1968: 73-74). Sotomayor también escribiría en sus memorias que, en el XVIII Pleno, «desde el principio se exigió que lo fundamental era definir la posición del Partido frente a las discrepancias chino-soviéticas» y que «los ataques a las posiciones del Partido Comunista de China fueron frontales», con lo que, según Sotomayor, el conflicto entre los prosoviéticos y prochinos se volvió insuperable. Del Prado y sus seguidores se identificaron «en forma absoluta con el revisionismo soviético» con su defensa de la vía pacífica, la coexistencia pacífica, la «emulación pacífica», el «Estado de todo el pueblo» y el «Partido de todo el pueblo». Los prochinos, incluyéndolo a él y a Juan Soria, eran minoría en el Comité Central, por lo que los «revisionistas» renovaron por completo la composición de la Comisión Política para excluirlos. No obstante, Saturnino Paredes permaneció en el Comité Central «en premio a su silencio complaciente»; Sotomayor describió a Paredes como un «elemento oportunista» que por entonces pretendía mediar entre las dos facciones. Con ello, el PCP pasó a ser, para Sotomayor, «un Partido que dio espaldas a la doctrina de Marx y Lenin, un Partido que identificado totalmente con las tesis del XX Congreso del PCUS, condenó todo el pasado glorioso de la Unión Soviética» (2015: 105- 106). 66 Tras el XVIII Pleno, motivado por su autoproclamada «lealtad absoluta al pasado de la URSS y Stalin», Sotomayor decidió «encabezar la lucha contra el revisionismo en el país, reagrupando a los comunistas marxistas-leninistas peruanos, en oposición al Partido manejado y controlado por los seguidores incondicionales del revisionismo soviético», lo que implicaba constituir un nuevo Partido Comunista afiliado a China. Sotomayor y varios miembros prochinos del PCP, incluyendo a Juan Soria y los dirigentes de la Juventud Comunista, contactaron al PCCh y arreglaron la visita de Sotomayor y Soria a China entre noviembre y diciembre de 1963 para que el PCCh les aconsejara si era mejor formar de un nuevo partido o quedarse en el ya existente. Según Sotomayor, se reunieron con ocho miembros del comité permanente del Buró Político chino, entre ellos Deng Xiaoping, quien favorecía la primera opción, o en su defecto, convocar una reunión de los comunistas prochinos para expulsar a los prosoviéticos. En una audiencia con Mao, el líder chino insistió la necesidad de seguir el camino revolucionario chino «del campo a la ciudad», aunque evidenció su escaso conocimiento del Perú y de Latinoamérica. Su encuentro con el Buró Político del Comité Central del PCCh convenció a Sotomayor de que el cisma del movimiento comunista internacional era irreparable, y en retrospectiva consideraba que «el revisionismo soviético provocó esta escisión sin ninguna posibilidad de retorno a la unidad del pasado». A su regreso al Perú, Sotomayor y Soria informaron de los resultados del viaje a los militantes allegados y se llegó a la decisión de convocar una conferencia en la que se expulsaría a «todo el grupo jrushchovista» y se elegiría una nueva dirección nacional del partido (Sotomayor 2015: 107-112; Toledo 2015b). Tras una ausencia de tres meses, el periódico del PCP «Unidad» regresó el 7 de noviembre de 1963 para expresar un apoyo incondicional al PCUS; menos de un mes después, el 2 de diciembre, «Bandera Roja» manifestó en su tercer número su adhesión a las tesis chinas y anunció, con un mes de anticipación, la convocatoria a la IV Conferencia Nacional. Esta fue el resultado de los esfuerzos conjuntos de Paredes, Sotomayor y Soria en coordinación con el Comité Regional de Lima y la Juventud Comunista – liderada por el Secretario General Jorge Hurtado (alias «Ludovico») – por organizar un nuevo partido que representara una verdadera misión revolucionaria de base campesina y que rechazara la coexistencia pacífica con los países imperialistas como Estados Unidos advocada por la Unión Soviética. La IV Conferencia contó con la asistencia de la mayor parte de los militantes del interior del Perú – seleccionados cuidadosamente según su alineación ideológica –, quienes asumieron la representatividad de los Comités Regionales de sus 67 departamentos de origen o residencia. Según Gustavo Espinoza, la correlación de fuerzas durante la IV Conferencia no se reflejaba en la base. Así, en enero de 1964 la ruptura se hizo efectiva y a partir de entonces sus miembros debieron elegir un lado, mientras que ambos grupos – que serían conocidos por los nombres de sus respectivos boletines: Unidad y Bandera Roja – se consideraban el legítimo heredero del partido original fundado por Mariátegui, por lo que ambos retuvieron el nombre «Partido Comunista Peruano». La propia China hizo pública la división del comunismo peruano en el número 22 de Pekín Informa, el 22 de mayo de 1965 (Navarro 2010: 157; Dorais 2012: 11; Toledo 2015a; Toledo 2015b). Ya en 1962, cuando era responsable del Comité Departamental de Cusco, Sotomayor había presentado las tesis maoístas como alternativa a la línea política establecida por el Congreso Nacional de dicho año; por esta razón, se le asignó la responsabilidad de redactar el informe político de la IV Conferencia. El texto resultante, de 60 páginas en total y aprobado por unanimidad, tenía como base ideológica las tesis del PCCh, que Sotomayor justificó como coherente con el contexto nacional, sobre todo con los levantamientos campesinos y ocupaciones de tierras. La conclusión a la que llegaba era que la participación electoral de la izquierda peruana equivalía a traicionar los principios marxistas-leninistas, condenaba la desestalinización en la Unión Soviética y afirmaba que la primera etapa de la revolución peruana seguiría un modelo chino «nacionalista y antiimperialista, democrática nacional y agraria». El informe trasplantó automáticamente las tesis de la Revolución china al Perú y transcribió el capítulo «El Partido» del libro de Stalin «Fundamentos del leninismo», aunque en la práctica la estructura del partido siguió siendo burocrática y liberal (Sotomayor 2015: 118; Toledo 2015b). Por otro lado, la IV Conferencia Nacional del PCP-U criticó duramente la debilidad de la Comisión Política elegida en el XVIII Pleno para expulsar a los «dirigentes escisionistas» apenas se hubieran rebelado públicamente contra dicho pleno, ya que les había permitido avanzar en algunos organismos del partido y de la rama juvenil e incluso «montar la mascarada de una seudo- conferencia [sic] nacional, en la que pretendió usurpar el nombre del Partido y “expulsar” a sus principales dirigentes». Por esta razón, sancionó a dos miembros de la Comisión Política con su expulsión de la siguiente comisión a ser elegida (1987 [1964]: 292-293). Tras la ruptura definitiva, la mayor parte de los sectores obreros se mantuvieron en el partido prosoviético, el PCP-U, mientras que el PCP-BR se llevó consigo a alrededor de la mitad de los comités regionales del partido y prácticamente toda la Juventud Comunista 68 y el trabajo en el campo; además, según Gorriti, la mayor parte de los líderes de alto y mediano rango del partido se decantaron por el lado prochino. Irónicamente, ambos lados vieron la Conferencia como una victoria debido a la expulsión de los «revisionistas» de sus respectivas filas. No obstante, dentro del PCP-BR había críticas a una supuesta persistencia del dogmatismo – es decir, la falta de análisis de la realidad socioeconómica y las características particulares del movimiento obrero del Perú –, a la estructura partidaria «revisionista» y al foquismo (Gorriti 1994: 173; Navarro 2010: 157; Toledo 2015b), lo cual tendría importantes consecuencias para el partido y el comunismo peruano. 2.2.1. Los «revisionistas criollos»: el PCP-Unidad Berríos y Blasier describen al Partido Comunista Peruano original como una organización ortodoxa que desde sus inicios se mantuvo leal a Moscú, advocaba la unidad de la izquierda y cuya base política provenía en gran medida del movimiento obrero, particularmente la Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP). Sin embargo, nunca consiguió el amplio y duradero seguimiento electoral de otros partidos comunistas de afiliación soviética, como el de Chile o Cuba, y aunque llegó a dominar frentes unidos de coaliciones de izquierda, no logró convertirlos en movimientos significativos. Tras la división del partido en 1964, los prosoviéticos mantuvieron el nombre «Partido Comunista Peruano», pero luego añadieron la palabra «Unidad», por el nombre de su órgano de prensa, para diferenciarse de la escisión maoísta (Berríos y Blasier 1991: 378). El PCP-U se movió rápidamente para establecer vínculos con la Unión Soviética y pronto empezó a recibir apoyo económico, que le posibilitó ganarse a la clase obrera urbana de Lima, deteniendo el avance del PCP-BR (Navarro 2010: 157). En el documento de la IV Conferencia Nacional de 1964, el PCP-U afirmaba haber concluido tras una investigación que las calumnias divulgadas por los prochinos contra sus dirigentes eran falsas y que había conseguido derrotar al «vil instrumento reaccionario» gracias a la firmeza ideológica de la «inmensa mayoría de sus militantes y la totalidad de sus cuadros obreros» y su defensa de la unidad del partido y del movimiento comunista internacional, «estimulados por el ejemplo del glorioso Partido Comunista de la Unión Soviética» (1987 [1964]: 289-290). Antes de su división, el PCP había tenido una posición reaccionaria en cuanto a la lucha guerrillera, calificándola de aventurerismo y trotskismo; cuando apoyó la lucha armada, fue con el objetivo de tomar el control de las guerrillas o adelantarse a posibles 69 «radicales». Tras la ruptura en enero de 1964, el partido prosoviético se quedó con la coexistencia pacífica, de acuerdo con la línea internacional de Moscú, pero combinó esta política con el apoyo a la Revolución Cubana. Según la CIA, la adopción del marxismo- leninismo por parte de Fidel Castro había dado un fuerte impulso al comunismo en toda Latinoamérica, sobre todo hasta la crisis de los misiles en octubre de 1962, pero también les había creado problemas a los partidos comunistas ortodoxos: la doctrina tradicional sostenía que la revolución debía iniciarse solo cuando hubiera condiciones objetivas favorables y cuando las masas trabajadoras se hubieran adherido al partido, mientras que Castro se oponía a la vía pacífica y advocaba la revolución armada. Como resultado, la actitud del partido en los años de actividad de las guerrillas se caracterizó por la ambigüedad (Lust 2013: 508-510). Del Prado afirmó en su historia del PCP que, si bien el PCP-U no participó en las guerrillas de 1965, les dio su «reconocimiento y simpatías», aunque enfatizaba que su éxito dependía del apoyo de masas – es decir, la clase obrera y el pueblo – y no del estallido de un foco revolucionario. El PCP-U concluyó que la derrota de las guerrillas se debió a una «insuficiente preparación revolucionaria» y a su falta de coordinación con el movimiento popular organizado (Del Prado 1987: 104). El PCP-U apoyó al Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas por considerarlo antiimperialista, antioligárquico y representante de los intereses populares (Letts 1981: 84). A su juicio, el régimen estaba haciendo «modificaciones en la estructura económica y social», y aunque no todas sus políticas eran «igualmente radicales y profundas», en general contribuían a «superar nuestra condición de país dependiente y conseguir un sustantivo mejoramiento en las condiciones de vida de nuestro pueblo». También consideraba que «el proceso revolucionario» en curso creaba condiciones favorables para el desarrollo del partido (Partido Comunista Peruano [Unidad] 1973: 9-43). No obstante, el PCP-U se esmeró en dejar claro que su apoyo al régimen «no significaba hipoteca de su programa ni de su independencia política» (Figueroa y Del Prado 1977: 61). Del Prado enfatizó en 1972 las diferencias ideológicas entre el gobierno militar y el comunismo: a diferencia de los gobiernos de Cuba y Chile, no se trataba «de un gobierno obrero- campesino, ni de un gobierno de Unidad Popular o de Frente Único Antiimperialista, en el que participe el Partido Comunista», sino de «un gobierno de la Fuerza Armada Peruana, cuya oficialidad procede mayoritariamente de la pequeña burguesía» (1972: 6- 7). El PCP-U también condenó el viraje a la derecha bajo Francisco Morales Bermúdez (Del Prado 1987: 106-107). 70 El PCP-U dio su «apoyo absoluto a la política internacional» del gobierno militar, que incluía el establecimiento de relaciones diplomáticas, económicas y culturales del Perú con la Unión Soviética y la mayoría de los países del bloque socialista (aunque faltaban Vietnam, Corea del Norte y otros más), la solidaridad con Vietnam y con otros movimientos antiimperialistas, la colaboración con Cuba y Chile (entonces bajo el gobierno socialista de Salvador Allende), y la «política independentista, anti-agresiva y de coexistencia pacífica» del Perú en la ONU y en los organismos internacionales (Del Prado 1973: 61). Del Prado escribió que esta era la política internacional que los comunistas peruanos habían advocado desde la misma fundación del partido, y declaró orgullosamente que: Seguramente ningún otro partido u organismo de nuestro país ha hecho tanto como nosotros porque se comprenda claramente en el exterior la naturaleza realmente revolucionaria del proceso peruano y por promover una solidaridad internacional muy activa con nuestra causa (1973: 61-62). Una publicación de 1977 enfatizó la solidaridad y admiración internacional que atrajo el gobierno revolucionario de las Fuerzas Armadas por parte de todo el mundo, que destacaban como «otra de las importantes conquistas del proceso», puesto que, así, «el Perú se había integrado al torrente revolucionario mundial. Formaba parte indesligable de él y, al mismo tiempo, recibía el saludable influjo y la activa solidaridad del movimiento obrero, progresista y democrático del mundo entero»; asimismo, afirmó que el gobierno de Velasco fue visto por la Unión Soviética como una señal del avance de la conciencia imperialista de los pueblos y gobiernos de Latinoamérica (Figueroa y Del Prado 1977: 74-76). Dicha publicación también comentaba que, tras establecerse relaciones oficiales entre el Perú y la Unión Soviética, el representante de Moscú, Nikolai Alexeev, incluso se reunión personalmente con Velasco para expresar el apoyo de Moscú al gobierno revolucionario militar. Según los autores del panfleto, Alexeev fue recibido con entusiasmo por los obreros y otros sectores populares («nunca antes se había visto una expresión de simpatía popular de este tipo»), a diferencia de los representantes diplomáticos de otros países. Poco después el gobierno peruano recibió sucesivamente «a los representantes de los demás gobiernos socialistas, democráticos y populares», provenientes de las clases obreras y campesinas – incluido el embajador soviético, Yuri Lebedeev – y sin horarios ni protocolos. Otra acción del gobierno militar en política internacional que fue aplaudida 71 por el PCP-U fue el levantamiento del veto contra Cuba en la OEA y el restablecimiento de relaciones con La Habana, que el partido consideraba necesarias para completar el establecimiento de relaciones con la Unión Soviética y el bloque socialista. De hecho, se atribuía parte del crédito: según el panfleto de 1977 «el reclamo popular, y especialmente de los trabajadores y el PCP, jugó papel muy importante y dinamizante en esta tarea histórica» (Figueroa y Del Prado 1977: 64-66). Según Del Prado, la dificultad material de conseguir financiamiento de la Unión Soviética y de otros países socialistas – que servía de argumento a «la presión y los prejuicios anticomunistas de ciertos miembros y consejeros del gobierno» – se debía principalmente a su escasez de divisas internacionales disponibles. Esta a su vez era el producto del sistema monetario del bloque socialista y del «cuantioso apoyo prestado por la URSS a todos los pueblos que luchan por su liberación y a los estados que han tomado la senda de su desarrollo independiente». A pesar de ello, «quienes han recibido durante muchos años toda clase de infundios antisoviéticos y anticomunistas» no comprendían estas circunstancias y se orientaba por un «tercer camino» a través de la cooperación mutua con el resto del Tercer Mundo, a la cual el PCP-U se oponía debido a «la diversidad de sistemas económicos y el tremendo desnivel que existe en ese llamado tercer mundo». El PCP-U también culpaba de tales «ilusiones terceristas» a China, cuyos dirigentes «de la manera más maliciosa e hipócrita […] lejos de contribuir con su importante colaboración económica a que el gobierno peruano comprenda mejor las sustantivas ventajas del sistema socialista y el contenido de su internacionalismo,» no daban el suficiente crédito a «la decisiva cooperación inicial de la URSS y de otros países de ese campo» por su desarrollo y se presentaban «como un país más del “tercer mundo”». Enfatizaba: «Los comunistas y todos los peruanos verdaderos saludamos la cooperación China [sic] y la de cualquier país pero sin disfrases [sic] y sin que sirva de pretexto para una bastarda campaña anticomunista y antisoviética» (Del Prado 1972: 8). En 1977, dos años después del golpe de Morales Bermúdez, una publicación del PCP-U notaba con preocupación el viraje del gobierno militar en su política internacional, que enfatizaba la posición del Perú dentro de los No Alineados, pero en la última Conferencia, realizada en Colombo, la delegación peruana había actuado de forma «contradictoria y negativa»: se había negado a apoyar las resoluciones de solidaridad con la lucha armada en Angola y con el movimiento independentista de Puerto Rico y de condena de la agresión de Israel a los países árabes, bajo el pretexto de no ofender a los gobiernos con 72 los que el Perú mantenía «vínculos diplomáticos normales» como Estados Unidos, Sudáfrica e Israel. No obstante, señalaba con optimismo que el gobierno peruano aún tenía conflictos significativos con el imperialismo estadounidense y había mantenido buenas relaciones con los países socialistas, con la reciente visita del presidente de Hungría. Como objetivos de política internacional, el PCP-U advocaba fortalecer la participación peruana en los No Alineados y otras asociaciones y «las relaciones amistosas con todos los pueblos del mundo, interesados en favorecer realmente la paz y el progreso social», así como aprovechar al máximo y ampliar «la cooperación recíproca económica, tecnológica y cultural» con el bloque socialista, sobre todo con la Unión Soviética (Del Prado 1977: 11-54). Al apoyar al gobierno militar, el PCP-U se enfrentó también a los partidos maoístas que se habían escindido hacía pocos años, los cuales, como ya se mencionó, se opusieron a las reformas. Un panfleto escrito por Guillermo Herrera (bajo el pseudónimo de Pompeyo Mares) en 1972 alegó una conspiración de la CIA contra el PCP-Unidad utilizando a sus rivales de «ultraizquierda». Afirmaba que, siempre que la lucha antiimperialista requería la unidad de los sectores populares – como en el momento de la publicación, cuando se aproximaba el VI Congreso Nacional del PCP-U –, la CIA lanzaba una ofensiva para dividirlos y paralizarlos, con el APRA y «sus infiltrados en la ultraizquierda» como intermediarios. La CIA dirigía su propaganda a los sectores radicalizados de la pequeña burguesía y a las fuerzas revolucionarias y progresistas en general para acusar al PCP de conservadores, revisionistas, enemigos de la lucha obrera, entreguistas, etc. Sin embargo, como los órganos ultraizquierdistas eran «de plano rechazados por los militantes comunistas y la clase obrera», la CIA había creado un grupo divisionista llamado «Liga Comunista» a partir de escisiones de Vanguardia Revolucionaria y del maoísmo. Según Mares, la aparición de la Liga Comunista era una parte importante de un plan de la CIA «para derrocar al gobierno de Velasco e implantar una dictadura fascista en el Perú» (Mares 1972: 7-40). En su VI Congreso en 1973, el PCP-U no se ahorró críticas a sus rivales de la «ultraizquierda delirante» – entre los que se encontraban los maoístas – que tachaba al gobierno militar de proimperialista y fascistizante o de servir a la burguesía nacional. Asimismo, denunciaba el «extraño maridaje» que se había formado entre el APRA y la ultraizquierda para oponerse al régimen de Velasco a través de las organizaciones populares (1973: 20-32). La ya mencionada publicación del PCP-U de 1977 afirmaba en 73 retrospectiva que, durante el periodo inicial de reformas, tuvieron que librar una dura lucha ideológica contra la «ultraizquierda» – incluyendo a los grupos maoístas que tenían presencia en los sindicatos – que caracterizaba al régimen como fascista y en colusión con el imperialismo estadounidense, pero sin ofrecer nada más que una «vía estrecha irreal y, por lo tanto, absolutamente falsa» (Figueroa y Del Prado 1977: 72-74). Aun después del golpe de Morales Bermúdez, el PCP-U advertía del peligro que suponía la «ultraizquierda», sobre todo el maoísmo, que era el principal instrumento de la contrarrevolución debido a «los resultados de su actividad anterior» y a «las condiciones objetivas que crea a su favor la situación actual». Del Prado escribía que: el maoísmo y la CIA se confabulan a través de la ultraizquierda para realizar dos tipos de acciones igualmente contrarrevolucionarias: a) Dividir aún más a las fuerzas revolucionarias y progresistas y al movimiento sindical, arreciando con ese propósito sus calumnias contra la CGTP y el Partido Comunista; b) Inducir a la clase obrera a dar grandes batallas improvisadas o prematuras, destinadas no a defender posiciones y a ganar nuevas, sino a acarrearle derrotas, a desgastar su capacidad de lucha para allanar así el camino a la derechización y al fascismo (1977: 37-38). Por esta razón, el PCP-U consideraba que una de sus tareas prioritarias era detener el avance de la extrema izquierda y desplazarla de las organizaciones y medios donde tenía influencia, sin caer en el aventurerismo ni en la conciliación con la derechización del gobierno: Debemos proponernos, en forma muy responsable y planificada, desterrar el imperio del maoísmo y otros grupúsculos ultraizquierdistas y la influencia aprista en el frente universitario y las organizaciones magisteriales […] entre los trabajadores mineros y otras organizaciones sindicales. (Del Prado 1977: 38-43). Para 1976, de los partidos escindidos del Partido Comunista Peruano, el PCP-U era el que más publicaciones tenía, con 50 números de periódicos, incluido el semanario «Unidad», y una gran cantidad de comunicados públicos. También contaba con un local público y publicaciones legales y dirigentes públicos, pero aún tenía un aparato partidario y ciertos organismos clandestinos. Entre fines de 1977 y 1978 sufrió la escisión del PCP-Mayoría, liderado por el abogado Ventura Zegarra; según Del Prado, el pretexto oficial que utilizó esta facción fue «la existencia de algunos errores y debilidades» del partido, «magnificándolos tendenciosamente», pero en realidad el movimiento estaba «manejado y financiado desde afuera por los enemigos tradicionales de la clase obrera y del PCP»: en vísperas de las elecciones para la Asamblea Constituyente, el gobierno de Morales 74 Bermúdez y la «reacción» buscaba minimizar o eliminar la participación del PCP-U en esta para imponer una «Constitución burguesa y retrógrada». El PCP-Mayoría también se identificaba con el Partido Comunista de la Unión Soviética y controlaba importantes federaciones obreras pertenecientes a la CGTP, pero para fines de la década el PCP-U aún controlaba la dirección de dicha organización, lo cual lo convertía en el más importante y fuerte de los partidos escindidos del PCP original, según Letts. Para septiembre de 1978, ante la falta de apoyo popular y de las bases, el PCP-Mayoría se vio obligado a unirse «al coro trotsko-maoísta» para atacar al PCP-U, sin éxito, y terminó descomponiéndose y hundiéndose «en la charca ultraizquierdista y contrarrevolucionaria». En 1978, ante el inminente fin del gobierno militar y retorno a la democracia, el PCP-U solicitó su inscripción como partido ante el Jurado Nacional de Elecciones para la próxima Asamblea Constituyente, en las cuales Jorge del Prado participó como candidato del PCP de la Unidad de Izquierda (UI) y obtuvo 150,860 votos de 325,410 (Letts 1981: 81-129; Del Prado 1987: 132-137). Los miembros del PCP-U afirmarían orgullosamente que «Ningún otro partido revolucionario en el Perú ha hecho un aporte tan grande y constante al desarrollo de la conciencia revolucionaria de las masas y a la organización de la clase obrera y de las fuerzas populares antiimperialistas y antioligárquicas» (Del Prado 1973: 75) y que «Sin pecar de vanidosos podemos afirmar como un hecho indiscutido, que el PC es el partido político que ha demostrado mayor visión para entender lo que hoy ocurre en el Perú y mayor capacidad para movilizar al pueblo en su apoyo» (Mares 1972: 8). En contraste, según Del Prado, para la década de 1980, todos los divisionistas habían acabado en la «muerte política»: reclutados por la policía o la CIA, seguidores de los «grupúsculos izquierdistas» o «mercenarios de la reacción», mientras que el PCP-U se había consolidado como un partido con una estructura orgánica, programa y línea política claramente definida. Del Prado también señaló que la ventaja numérica que inicialmente había tenido el maoísmo se desvaneció debido a sus sucesivas divisiones (1987: 131- 138). En este punto, estaba en lo correcto, como se abordará a continuación. 2.2.2. Los «dogmáticos», «liquidadores», «escisionistas» y «aventureros»: los partidos maoístas El PCP-Bandera Roja fue el primer partido comunista latinoamericano reconocido por Pekín, aunque ya en febrero de 1962 militantes expulsados del Partido Comunista de Brasil habían fundado un partido «orientado hacia el maoísmo» (Lust 2013: 509); 75 asimismo, debe notarse que no fue hasta fines de 1965 que varios cuadros asumieron oficialmente la ideología maoísta (Dorais 2012: 11). Los principios fundamentales que adoptó Bandera Roja fueron: que el Perú no era un país dependiente sino semicolonial; que la principal fuerza revolucionaria en el Perú era el campesinado; que la revolución seguiría un curso duro y prolongado desde el campo hacia la ciudad; que la forma principal de lucha era la violencia revolucionaria a través de la guerra popular; que la forma principal de organización del movimiento revolucionario era el Ejército Revolucionario; y que las tareas prioritarias de los revolucionarios era la constitución de Bases de Apoyo Revolucionarias y la construcción del Ejército Revolucionario (Toledo 2015b). Los líderes del PCP-BR encontraron muchos paralelos entre el indigenismo de Mariátegui y el enfoque maoísta en el campesinado y no cuestionaron las tesis de su fundador – formuladas casi cuarenta años antes – sobre la naturaleza completamente agraria de la sociedad peruana (Navarro 2010: 157). Como ya se mencionó, la escisión de enero de 1964 favoreció más al lado prochino que al prosoviético, ya que gran parte de los cuadros campesinos y de los integrantes de la JC eligieron el primero, de modo que el PCP-BR habría llegado a un máximo de 1500 militantes (Lust 2013: 516). Debe señalarse que los maoístas no se autodenominaban con este término: se consideraban seguidores del «pensamiento Mao Zedong», reflejando la creencia de que Mao no modificó en lo fundamental los planteamientos marxistas-leninistas, sino que los desarrolló y adaptó. El propio Mao rechazó el término «maoísmo», y fuera de China, el término empezó a ser utilizado en la década de 1960, por lo general en tono hostil, en referencia a los opositores del comunismo soviético. No obstante, algunos partidos comunistas sí creían que Mao había realizado un desarrollo sustancial de la ideología con sus aportes teóricos y prácticos, por lo que utilizaban la denominación «marxistas- leninistas-maoístas» (Toledo 2015a). Como se puede apreciar en sus documentos, muchos maoístas peruanos se referían a sí mismos como «marxistas-leninistas» a secas y a sus rivales prosoviéticos como «revisionistas criollos» para distinguirlos de los «revisionistas» de Moscú y del resto del mundo. El PCP-BR pronto empezó a buscar un aliado internacional para competir con el PCP-U – que contaba con apoyo soviético –, empezando por Cuba; a pesar de su renuencia a contactar a Fidel Castro debido a su afiliación soviética, Hilda Gadea – la primera esposa de Ernesto «Che» Guevara, de nacionalidad peruana – persuadió a Hurtado de viajar a Cuba y encontrarse con Guevara para explicarle la filosofía y aspiraciones de Bandera 76 Roja. No obstante, Hurtado se encontró en desacuerdo con varias de las ideas de Guevara, incluyendo la teoría foquista, y ninguno de los dos creía que una relación militar entre los dos partidos era posible. Poco después, las esperanzas de Bandera Roja de establecer relaciones con Cuba se extinguieron cuando La Habana albergó una conferencia internacional que incluía a la Unión Soviética y al PCP-Unidad, que fue vista por los líderes maoístas peruanos como una señal del adoctrinamiento en los ideales soviéticos y la victoria del revisionismo en el gobierno cubano. Tras la decepción que había supuesto La Habana, Bandera Roja se dirigió a Pekín. A inicios de 1964, el partido envió el primer grupo (de entre 20 y 40 miembros) a las escuelas de entrenamiento de cuadros de China, una de las primeras y más importantes formas de ayuda que el PCCh le brindó, que incluía una fase académica y una militar. Los viajes a China también tenían el propósito de recoger fondos donados, ya que Bandera Roja no era económicamente autosuficiente y dependía en gran medida de los paquetes de dinero del PCCh, que duraban entre tres y cinco meses (Navarro 2010: 157-159). La fundación de un partido comunista que siguiera las lecciones de la Revolución china (incluyendo la guerra popular prolongada) en un contexto político latinoamericano influenciado por la Revolución cubana y la reacción del imperialismo estadounidense implicaba la creación de una guerrilla. Varios militantes recibieron entrenamiento en China y se intentó sentar las bases para futuros focos guerrilleros en los departamentos de Junín, Cuzco, Arequipa y Ancash y la provincia de Ayabaca – una labor denominada «Trabajo Especial» y desconocida por parte del Comité Central por razones de seguridad –, aunque la dirección estaba en las ciudades. Después de abril de 1962, varios miembros de la Juventud Comunista Peruana recibieron entrenamiento en Cuba; de estos, aquellos que no se integraron posteriormente a las guerrillas del ELN o el MIR fundarían en Cuba el grupo guerrillero José Carlos Mariátegui (JCM) como uno de los brazos armados del PCP-BR. El JCM, liderado por Federico García, intentó crear una base en Junín, pero no tenía armas y no ejecutó ninguna acción armada. Después de que a Federico García se le ordenó regresar a Lima por cuestionamientos a su liderazgo, el MIR inició sus acciones en Junín; la subsecuente represión hizo imposible que el JCM volviera a la región y terminó por disolverse (Lust 2013: 515-518). Cuando el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) – una organización proveniente de las raíces radicales del APRA y perteneciente a la «nueva izquierda» peruana – lanzó la primera guerra de guerrillas en el Perú el 5 de junio de 1965, puso en 77 práctica lo que el PCP-Unidad y el PCP-BR solo habían discutido. En consecuencia, muchos miembros que habían abandonado el partido prosoviético por su inacción respecto a la lucha armada empezaron a criticar al PCP-BR y a su rama juvenil por la misma razón. La guerrilla atrajo nuevos miembros de otros partidos de izquierda, reduciendo las filas del PCP-BR; para detener las deserciones, sus líderes difundieron información sobre una nueva rama armada del partido, las Fuerzas Armadas Revolucionarias, que lanzaría su propia revolución violenta, pero hicieron poco para convertirla en un organismo activo (Navarro 2010: 159-160). Al igual que el PCP-U, el PCP-BR criticó al MIR: aunque no lo descalificó como un movimiento no comunista, lo acusó de sectarismo por no reconocer al PCP-BR como el único partido comunista marxista-leninista. Asimismo, el PCP-BR sostenía que la lucha del MIR no podía tener éxito en la instauración del socialismo por no estar dirigida por un partido comunista, y que no estaba desarrollando las condiciones subjetivas de la situación revolucionaria de manera correcta. Como el PCP-U, el PCP-BR tenía planteamientos ambiguos, y a pesar de llamar a la lucha armada y de tomar la decisión de iniciarla, nunca se concretó (Lust 2013: 519-520). Según Gorriti, los comunistas prochinos recibieron instrucciones de no cooperar con las guerrillas de 1965 inspiradas en el modelo cubano debido al considerable deterioro de las relaciones entre China y Cuba desde 1963. No obstante, varios miembros abandonaron el partido para unirse a la insurgencia, que sería brutalmente aplastada por las Fuerzas Armadas (1994: 173-174). En julio de 1965, influenciada por las guerrillas que habían iniciado su insurgencia el mes anterior, surgió la primera organización guerrillera «maoísta» en el Perú, fundada en gran medida por miembros de la rama juvenil del PCP-BR que advocaban por el apoyo activo al MIR y denominada Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (PCP). Según un exmilitante, los factores que llevaron a su aparición fueron el impacto de la Revolución cubana, la inacción del PCP-BR, el descontento en el grupo juvenil, la iniciativa de los cuadros jóvenes entrenados en China y el estímulo de una delegación clandestina de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional de Venezuela (guerrilla creada por el partido comunista de dicho país). Aunque habían roto con la dirección del PCP-BR y el partido no tenía ninguna influencia política u organizativa en la organización, las FALN (PCP) no se consideraban independientes del partido y mantuvieron el contacto con este. Con alrededor de cien miembros, la mayoría estudiantes limeños, las FALN (PCP) seguían el modelo chino de lucha guerrillera y trataron de establecer contactos oficiales con Pekín; 78 sin embargo, China se puso del lado del PCP-BR contra los «maoístas rebeldes». Por el contrario, el grupo encontró un aliado inesperado en Cuba, supuestamente a través de Régis Debray; un hecho notable, ya que era una organización prochina y Cuba había roto relaciones con el PCP-BR a fines de 1964 (Lust 2013: 521-525). Las FALN (PCP) participaron en la I Conferencia Tricontinental (enero de 1966) y la conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (julio-agosto de 1967) en La Habana y Cuba dio formación militar y financiamiento a la guerrilla. Sin embargo, las FALN (PCP) se quedaron en la fase preparatoria y sus actividades se vieron principalmente confinadas a Lima. A inicios de 1966, tras la elección de una nueva dirección del PCP-BR en su V Conferencia en noviembre del año anterior, la mayor parte de la organización eligió reincorporarse al partido y los miembros restantes rompieron definitivamente los vínculos con este, quitando la referencia al PCP del nombre de la organización. Entre 1966 y 1967 trabajaron en la construcción de bases guerrilleras en Arequipa y Puno en coordinación con el ELN, pero el golpe militar del 3 de octubre de 1968 convirtió a las FALN en un proyecto políticamente inviable (Lust 2013: 521-527). Poco después del ascenso de Paredes a la cima del PCP-BR, Sotomayor empezó a expresar descontento con su liderazgo, y su estatus como el intelectual más importante del partido le ganó el seguimiento de una creciente facción en el grupo juvenil. Ante el temor de un exceso de autonomía de la Juventud Comunista, en agosto de 1964 el politburó liderado por Paredes emitió un memorándum para todas las células del partido y todo el grupo juvenil, recordándoles que la JC era un mero «organismo auxiliar» del partido y que debía seguir la línea política establecida por el comité central (es decir, por Paredes). Cuando el memorándum no tuvo el efecto deseado, el politburó desbandó el de la JC, removiendo a varios de los partidarios de Sotomayor (Navarro 2010: 159). Tanto Paredes como Sotomayor identificaron el origen de sus problemas en la IV Conferencia. En 1968, un recuento del PCP-BR de la historia de la lucha interna en el partido afirmó que, aunque la IV Conferencia Nacional «adoptó una posición fundamentalmente justa y contraria al revisionismo contemporáneo», la línea política que elaboró era similar con la de los «oportunistas de derecha» y no alcanzó «el contenido marxista-leninista que se esperaba»: caracterizó incorrectamente a la sociedad peruana y al régimen de Belaúnde y soslayó la lucha por el poder político. Estos problemas fueron en parte el resultado de haber delegado la redacción de las Conclusiones y Resoluciones y el informe político a José Sotomayor y llevaron a una nueva lucha interna entre Paredes, 79 de un lado, y Sotomayor y Soria, del otro. Sotomayor, junto con su pequeño grupo de seguidores, representaba a «los remanentes del viejo revisionismo de derecha» y poco después de la IV Conferencia Nacional «comenzó a rodearse de un grupo de incondicionales y a actuar en camarilla y fraccionalmente, difundiendo en forma verbal sus puntos de vista revisionistas, desenmascarándose ante las bases del Partido con su actividad negativa»; se presentaba a sí mismo como teórico e intelectual revolucionario con el fin de escalar a posiciones de poder en el partido «y luego sacar su zarpa revisionista y traidora»; y a nivel nacional «se fue descubriendo como un colaboracionista redomado» (Partido Comunista Peruano [Bandera Roja] 1968: 76-78). Por otro lado, Sotomayor escribió en sus memorias que, tras su retorno al Perú de su viaje a China en 1963, el «éxito» de su misión «estimuló los apetitos de gentes vacilantes y oportunistas […] sin un mínimo de conocimiento de los problemas que se debatían en el seno del movimiento comunista internacional». Sotomayor admitió que cometió un error grave al pensar que «era necesario demostrar fuerza y competir con la corriente revisionista, capitaneada por Jorge del Prado, en el número de seguidores y afiliados», lo cual tendría repercusiones mayúsculas en el nuevo partido. La IV Conferencia se realizó en un local adquirido con fondos de la ayuda del PCCh sin consulta previa, que Sotomayor identificó como «el comienzo de la corrupción que después se generalizó con la complicidad y participación directa de Saturnino Paredes Macedo». Además, según Sotomayor, «la asistencia no fue debidamente seleccionada»: entre los presentes estaban Paredes, Abimael Guzmán y «algunos delegados que jamás habían participado en la lucha contra el revisionismo, traídos por Juan Soria»; este último había sido elegido responsable de la organización del nuevo PCP, y supuestamente incorporó a su propio grupo para atacar al de Sotomayor. También criticó personalmente a Paredes como un «ignorante y aventurero […] sin trayectoria política» y dijo que su nombramiento como Secretario General del PCP-BR – el cual el propio Sotomayor propuso – fue el primer error de la IV Conferencia: Paredes «se convirtió en el centro de toda clase de intrigas y conspiraciones» y cometió malos manejos y actos de corrupción escandalosos, incluyendo en la preparación de la lucha armada, que impidió que esta empezara siquiera. Así, «utilizando los apetitos y la ignorancia de Saturnino Paredes, la Secretaría General se convirtió fácilmente en el centro de toda clase de intrigas» (2015: 117-122). El informe de la VII Conferencia del PC(ML)P de 1976 sostuvo que tras la IV Conferencia se adhirieron al partido escindido del PCP «gentes casuales, aventureros, 80 anarquistas y posiblemente no pocos infiltrados» que tenían tiempo considerable de experiencia en el trabajo de masas y que «estaban saturados de concepciones totalmente extrañas al marxismo-leninismo», con lo cual a fines de 1964 de nuevo empezó una aguda lucha interna. Había en total tres grupos que actuaban por su cuenta «con métodos típicamente fraccionalistas»: uno liderado por Saturnino Paredes (tachado de «intrigante de baja estofa»), otro por Juan Soria, y un tercero por «Hurtado (Ludovico), Chu (Eulogio) y un tal Rejas»; en conjunto, se referían a estos tres grupos como «el bloque Paredes-Soria-Hurtado». Estos tenían en común la ideología pequeñoburguesa, un «conocimiento pobre y unilateral» del marxismo-leninismo y una «identificación total con las enseñanzas de Pekín» – además de un «izquierdismo infantil incurable» –, y tachaban de revisionistas y derechistas a todos los que se oponían a «sus aberraciones ideológicas y sus prácticas sectarias» (Partido Comunista (Marxista-Leninista) del Perú 1976: 50-52). A su regreso de su segundo viaje a Pekín tras la IV Conferencia Nacional, Paredes «tuvo reuniones aisladas, no orgánicas, con todos los que anteriormente habían realizado labor para dividir al Partido Comunista Peruano» y de inmediato exigió la convocación de la V Conferencia, supuestamente para superar los «rezagos revisionistas» de la anterior (Sotomayor 2015: 120-121). El PC(ML)P también acusó a Paredes de hacer varios viajes al exterior «con el objeto [sic] de armar toda una conspiración antipartido» y de aplazar repetidas veces la presentación del informe de su «trabajo especial» – es decir, la preparación de la lucha armada – ante el Comité Central y la Comisión Política (1976: 51-53). En el contexto de las guerrillas de 1965, el liderazgo del PCP-BR pasó por cambios importantes. En una sesión plenaria abierta del partido, Abimael Guzmán sostuvo que el Perú era un país semicolonial y semifeudal y que la administración de Belaúnde era parte de la «burguesía nacional» (un grupo de antiguas familias peruanas ricas pertenecientes a la oligarquía gobernante), contradiciendo el análisis de Sotomayor, que caracterizaba al gobierno de turno como parte de la «gran burguesía» – es decir, una clase social intermediaria entre la infraestructura económica nacional y el imperialismo. Cuando el secretario general le dio la razón a Guzmán, Sotomayor renunció del politburó y del partido para fundar, pocos meses más tarde, el efímero Partido Comunista (Marxista Leninista) Peruano. Paul Navarro considera que la incapacidad de llegar a un acuerdo entre estos dos análisis ligeramente diferentes es un ejemplo prominente del dogmatismo 81 y la renuencia a encontrar un punto medio que impregnaba las filas de Bandera Roja y de los partidos marxistas peruanos en general (2010: 160). Tras el inicio de las guerrillas en 1965, el PCP-BR convocó a una Sesión Ampliada de la Comisión Política del Comité Central para el 28 de septiembre, en la cual Paredes, como Secretario General, presentó sin previo acuerdo un Informe Político que proponía un cambio radical de la línea política nacional. Este Informe marcó el inicio de un cambio que, según el PCP-BR, «fue muy bien recibido por las bases», causando que la lucha interna se generalizara en todo el país, y sería la base de la V Conferencia Nacional, que lo «debatió, enriqueció y aprobó […] con el título de “La situación actual y tareas del Partido Comunista Peruano”»; junto con las Conclusiones y Resoluciones de la V Conferencia, este documento constituía la línea política del PCP-BR para 1968 (Partido Comunista Peruano [Bandera Roja] 1968: 78-80). En contraste, los documentos del PC(ML)P sostendrían que, durante las guerrillas de 1965, en lugar de llevar a la práctica la teoría maoísta de la «guerra popular», Paredes y sus allegados fomentaron activamente la lucha interna en el partido para buscar pretextos para posponer indefinidamente el informe sobre su «trabajo especial» que debían dar (1976: 53). En vísperas de la V Conferencia Nacional del PCP-BR, celebrada en noviembre de 1965, Paredes afirmó haber traído de Pekín un «informe político» elaborado especialmente para la Conferencia y «aprobado por los camaradas chinos». Según el informe del PC(ML)P – entonces aún parte del PCP-BR –, para asegurar su aprobación por los comunistas peruanos, Paredes «utilizó la presión, el soborno y el chantaje», advirtiendo individualmente a los delegados de la Conferencia que oponerse al informe equivalía a oponerse a Mao. Más aún, el «mamotreto que Paredes trajo de China» demostraba la completa incoherencia político-ideológica de los maoístas: caracterizaba al Perú como una semicolonia en lugar de un país dependiente para posibilitar la aplicación simple del maoísmo a su realidad y advocaba el carácter fundamentalmente campesino de la revolución peruana, para la cual las condiciones eran propicias en el entonces gobierno de Belaúnde. Paredes y sus seguidores, en su intento de demostrar ser los más radicales «como buenos pequeño burgueses», acabaron cayendo «en una abominable charlatanería “revolucionaria”. […] inconsecuentes con sus propias formulaciones y tesis, de la “situación revolucionaria” que según ellos vivía el país, desprendían tareas y consignas que negaban la existencia de una situación revolucionaria». La Dirección del PC(ML)P declararía que fue incapaz de aceptar las posiciones ideológicas y políticas del «bloque 82 Paredes-Soria-Hurtado», el cual además habría utilizado «maniobras truhanescas» para eliminar a los «marxistas leninistas» – es decir, a aquellos que el PC(ML)P veía como verdaderos marxistas-leninistas – de todos los organismos de dirección (1976: 53-58). En la V Conferencia Nacional en noviembre de 1965, se reasignaron posiciones en el comité central del partido y en la JC, se evaluó la guerrilla iniciada por el MIR y se revisó la línea política del partido. En esta conferencia, la retórica e ideología maoísta se hizo más aparente que nunca y para entonces habían desaparecido las reservas sobre desacreditar las tácticas foquistas que habían existido en los inicios del partido, por lo cual la estrategia militar de Mao fue designada como el único método revolucionario viable (Navarro 2010: 160-161). En su informe a la V Conferencia, Paredes, según Sotomayor, plagió las enseñanzas de la Revolución China para presentarse «como el líder e ideólogo de la lucha contra el revisionismo contemporáneo», y convenció a sus seguidores de aprobar y defender su informe. Esta «falsificación» de la V Conferencia llevó al surgimiento de una «corriente aventurera» y a que Paredes se constituyera «en un típico caudillejo [sic], mediocre cabecilla del oportunismo de izquierda que, posteriormente, dio origen a una serie de grupos, entre ellos el encabezado por Abimael Guzmán Reynoso, llamado Presidente Gonzalo por sus seguidores» (2015: 121-123); en otras palabras, Sotomayor culpaba a Paredes del surgimiento de Sendero Luminoso. Inmediatamente después de la V Conferencia Nacional, Sotomayor y su grupo desconocieron los acuerdos de la misma y al nuevo Comité Central, y atacaron especialmente al Secretario General (Paredes) y a la Confederación Campesina del Perú. Según la historia escrita por el PCP-BR, falsamente levantaban las banderas de Mariátegui y Mao Tsetung; pero en la práctica renegaban del camino de la violencia revolucionaria y continuaban sosteniendo el carácter de “burguesía nacional” del régimen proyanqui de Belaúnde, para esconder su real apoyo y su renuncia a la lucha de clases (1968:81). Sotomayor y sus seguidores fueron expulsados, en ausencia, en el XIX Pleno del Comité Central, y fundaron su propio partido «realizando una mascarada de un “V Congreso Nacional”, para el que elaboró un “Informe” plagado de revisionismo y de odio y veneno contra la línea proletaria» (Partido Comunista Peruano [Bandera Roja] 1968: 81). En la versión de Sotomayor, después de la V Conferencia se agudizó la lucha interna entre las facciones de Paredes y Sotomayor que llevó a una «grave crisis interna». Como el Buró Político no se reunía, la Comisión Nacional de Control y Cuadros decidió asumir 83 temporalmente la dirección nacional; este movimiento fue utilizado como pretexto por Paredes para expulsar a catorce dirigentes nacionales, y «así logró culminar sus planes divisionistas para perpetuarse como Secretario General e imponer sus concepciones aventureras de pequeñoburgués sin principios, ambicioso y corrupto, partidario de aplicar, en el Partido, métodos maquiavélicos». De esta manera, en palabras de Sotomayor, se produjo la segunda división del partido entre «la parte sana» (es decir, la suya) y la «corriente típicamente oportunista de “izquierda”, infantil y montaraz, partidaria de la lucha armada inmediata, pero sin capacidad ni voluntad para poner en práctica sus prédicas bullangueras irresponsables» (2015: 123-125). Solo un mes después de la V Conferencia, en diciembre de 1965, los dos frentes principales del MIR fueron derrotados por el ejército y su líder asesinado, dejando una serie de estragos en el campo como recordatorio del fracaso del foquismo. El PCP-BR aprovechó la desilusión que siguió al aplastamiento de la insurgencia, resaltando las similitudes entre el pensamiento de Mao y el de Mariátegui, especialmente el énfasis en el rol del campesinado en la revolución; así, el PCP-BR afirmó que su ideología era la más fiel al país y a Mariátegui, mientras que los partidos de influencia soviética y el MIR solo buscaban remedios para los problemas peruanos en otras partes. La rápida y brutal erradicación de las guerrillas, en un momento para el cual el PCP-BR ofrecía a la comunidad marxista una alternativa aparentemente viable al comunismo de estilo soviético, un plan para la futura acción militar y una explicación convincente de las razones del fracaso de la insurgencia sería un factor que contribuyó al fuerte arraigo del maoísmo en el Perú (Navarro 2010: 154-161). El modelo cubano se basaba en las acciones de grupos guerrilleros pequeños y altamente móviles que erosionarían la capacidad de lucha de las Fuerzas Armadas y conseguirían la entusiasta colaboración del campesinado, y entonces marchar desde el campo a la ciudad; la dirección política de la insurgencia debía apoyarse en la dirigencia militar de las guerrillas y el apoyo de Cuba era indispensable. Por el contrario, en el modelo chino de la «guerra popular», la labor política era central y las acciones militares, solo complementarias: el partido debía controlar por completo a los grupos armados y el proceso de insurrección era una creación gradual de áreas de base en expansión continua, donde el partido se convertiría en la autoridad de facto y se fortalecería hasta que el gobierno colapsara (Gorriti 1994: 174- 175). 84 Paredes posteriormente creó los «comités regionales político-militares», dividiendo al partido entre dos partes casi idénticas, una dedicada a los asuntos políticos y otra al reclutamiento y entrenamiento de futuros soldados; esta última reportaba directamente a Paredes y trabajaba en la clandestinidad. Sin embargo, muchos miembros de estos comités, incluido Hurtado, pronto se desilusionaron del nuevo sistema, al que veían como una forma de foquismo, y los que habían recibido entrenamiento chino criticaron la bifurcación del partido como un obstáculo a largo plazo para la transición a la «guerra popular» (Navarro 2010: 161-162). Según Sotomayor, los responsables de dos de los tres comités regionales encargados de organizar e impulsar la lucha armada «resultaron ser simples estafadores que se tomaron libremente el dinero que se les confió»; el tercero, hermano del propio Sotomayor, fue el único que realizó un trabajo serio, «pero fue entregado a la policía por delatores infiltrados en su grupo y posteriormente procesado y sentenciado a dos años de prisión» (2015: 122). La VI Conferencia del partido dirigido por Sotomayor, realizada a inicios de 1966, fue su «respuesta a los trajines fraccionalistas y escisionistas del oportunismo», y realizó un análisis del curso del «oportunismo de izquierda» para exponer su «carácter infantil y anarcoide». Posteriormente se concentró en preparar su V Congreso, en el cual deslindó «tanto con el revisionismo contemporáneo como con el oportunismo de izquierda» y decidió denominarse Partido Comunista Marxista-Leninista del Perú (PC(ML)P) para consolidar sus «fuerzas». Sin embargo, en su lucha contra el «infantilismo de izquierda», el PC(ML)P se enfrentó también al Buró Ejecutivo de la Juventud Comunista: el «oportunismo de izquierda» había arraigado en los sectores estudiantiles «sin ninguna formación partidaria» a través de «elementos radicaloides [sic] de la pequeña burguesía». Sotomayor calificó a esta corriente como «antipartido» y «trotskizante [sic]» en sus argumentos, tesis y estilo de trabajo, y la identificó como el origen del Partido Comunista del Perú-Patria Roja (2015: 125-128). «Patria Roja», de hecho, era el nombre de uno de los comités regionales político-militares creados por Paredes, el cual lideraba los esfuerzos del partido en los departamentos de Junín, Pasco, Huánuco y Huancavelica a través de la creación de células militares de campesinos locales, la búsqueda de nuevos reclutas para la rama militar y el entrenamiento de miembros de las comunidades para la revolución. Entre sus miembros se encontraban Hurtado, «Santander» y Luis «Kobi» Castro, integrantes del comité central de la Juventud Comunista; los dos primeros habían recibido entrenamiento en 85 China y se habían unido a las FALN (Fuerzas Armadas de Liberación Nacional) durante la insurgencia de 1965, pero se habían reincorporado al PCP-BR tras su derrota (Navarro 2010: 157-162). Tras varias reuniones con otros miembros del PCP-BR, se realizó de manera clandestina en Lima una gran asamblea de quienes compartían las desavenencias de Castro con el sistema de comités, dando origen al llamado grupo Ching Kang – descrito por Guzmán como «un partido dentro de un partido» –, nombrado por las montañas donde Mao había trazado su línea política, organizativa y militar independiente de los órganos superiores del Partido Comunista Chino entre 1927 y 1928. A pesar de estar en desacuerdo con la teoría foquista y la aproximación impulsiva y voluntarista a la lucha armada del Che Guevara, los miembros de Ching Kang lo admiraban como un ejemplo de la doctrina maoísta puesta en práctica, ya que consideraban que había seguido uno de los fundamentos básicos del maoísmo: que cada país, según sus circunstancias, debía buscar sus propias soluciones a los problemas sociales y su propia vía a la revolución. Esto, según ellos, contrastaba con la política de Paredes, que seguía ciegamente el ejemplo de China (Navarro 2010: 162-163). Ching Kang intentó primero extender su influencia a la Juventud Comunista, con el beneplácito de su secretario general Rolando Breña. Según él, el reclutamiento – incluido en el Comité Central – se vio facilitado por el enojo de muchos miembros, sobre todo de la rama juvenil, con la creciente megalomanía y narcicismo de Paredes y su seguimiento dogmático de la experiencia china; este sentimiento se vio exacerbado cuando Paredes escribió su propia versión del «pequeño libro rojo» de Mao. Tras el robo de un banco de un pequeño pueblo puneño por un miembro de Ching Kang y otros integrantes del Comité Político-Militar de Puno que terminó en un tiroteo con la policía a mediados de 1966, Paredes empezó a criticar a la facción como «foquistas juveniles» y una organización trotskista. Las repercusiones del incidente hicieron casi imposible que Ching Kang continuara con el reclutamiento gradual y secreto para reformar progresivamente el PCP- BR. En una reunión de septiembre de 1967, en la que Paredes acusó a Ching Kang de ser un simple «culto de Guevara», el secretario de organización y el jefe de prensa y propaganda del PCP-BR hablaron en favor de la facción, iniciando una abierta lucha de poder por el liderazgo del partido. Cuando Hurtado se enteró del conflicto en esta reunión, se movilizó para crear una «comisión reorganizadora nacional» en Ching Kang con el objetivo de formar un nuevo partido con miembros del PCP-BR, y para agosto de 1968 86 la comisión había decidido celebrar su propia «VI Conferencia Nacional» en contra de la conferencia homónima planeada por Paredes (Navarro 2010: 162-164). La historia escrita por el PCP-BR y publicada en dicho año decía estar abordando el último problema restante en el desarrollo de «la línea política proletaria, justa, clara, basada en el marxismo-leninismo»: la rectificación orgánica del partido para equilibrar lo organizativo y lo ideológico-político, y también lidiaba con esta tarea «en el proceso de la práctica revolucionaria y de la lucha interna contra toda tendencia oportunista de derecha y de “izquierda”». La lucha interna que por entonces se libraba, que la Dirección del PCP-BR calificaba como la más dura e intensa de los cuarenta años de historia del partido, era un proceso de revolucionarización del Partido, de bolchevización de su militancia, de defensa y aplicación del marxismo-leninismo del legado teórico de Mariátegui y de los principios y acuerdos de la V Conferencia Nacional […] de deslinde ideológico, político y orgánico y de aplastamiento del oportunismo de derecha disfrazado de “izquierda” (1968: 83). Con este término, el PCP-BR se refería a Patria Roja, el cual, tras la expulsión de Sotomayor, negó que la tarea principal del partido fuera la formación del ejército popular y dudó de la situación revolucionaria en el Perú; para el PCP-BR, esto equivalía a oponerse a la «línea política proletaria» (1968: 83-85). Al año siguiente, el informe de la VI Conferencia Nacional del PCP-BR también criticó la «vacua palabrería pseudo- revolucionaria [sic], carente de contenido real de aplicación del marxismo-leninismo a nuestras condiciones concretas y teñida de castrismo y trotskismo, ajenos al pensamiento de Mao Tsetung» de la «Comisión Reorganizadora Nacional» y del Comité Regional Político-Militar Patria Roja. Asimismo, criticaban varias de sus posturas internacionales, como su fomento del castrismo (ya tachado como revisionismo) en el Perú y en Latinoamérica, su calificación de los países latinoamericanos como colonias de Estados Unidos, su identificación con el «revisionismo de Indonesia» y su subestimación de las guerrillas vietnamitas (1969: 57-71). En torno a Patria Roja se habían unido otros «grupos antipartido», incluidos agentes trotskistas y seguidores de «la línea militar burguesa revisionista» advocada por infiltrados en la Juventud Comunista que defendían las tesis de Castro, Debray y Guevara; estos se habían conglomerado recientemente en una «Comisión Nacional Reorganizadora 87 del PCP» que criticaba principalmente al movimiento campesino representado por la Confederación Campesina del Perú. El PCP-BR concluía que mientras estas gentes demuestran con los hechos su calaña contrarrevolucionaria, los marxista-leninistas [sic] del Partido, están elevando su nivel ideológico y político, a través de acciones revolucionarias y tienen una correcta actitud frente a los obreros y campesinos (1968: 85-86). El panfleto también afirmaba que para entonces Sotomayor había pasado a ser crítico de China y a defender las «tesis erróneas» del Partido Comunista de Cuba y de Régis Debray, y se veía «reducido a un minúsculo grupo oportunista» que consideraba al PCP-BR como su principal enemigo, con lo que el PCP-BR concluía que «el falso “marxismo-leninismo” ha terminado por ser desenmascarado» (1968: 82). Según el informe de la VI Conferencia de Bandera Roja en 1969, Sotomayor y sus seguidores apoyaron a la «Comisión Reorganizadora» e incluso hicieron trabajo conjunto con esta, unidos por su oposición a Paredes y a su partido; como resultado de su «odio a la revolución» y odio personal hacia Paredes, Sotomayor «se autodesenmascaró [sic] como un farsante y contrarrevolucionario, no obstante su afanosa pretensión de aparecer un “teórico marxista-leninista”» con los errores y falacias que cometió y dijo en su documento titulado «Respuesta a los neorevisionistas». Sotomayor también se había «auto-desenmascarado [sic] como un lacayo del revisionismo contemporáneo en su versión cubana» y en el plano internacional había tratado de «sorprender a los marxistas- leninistas […] con fines inconfesables y al fracasar éstos no ha tenido más que sacarse la careta, pero ya para engañar a otros, concretamente a los de la llamada “tercera posición”»; con esta acusación a Sotomayor el informe se refería concretamente a su apoyo al foquismo, a «las falsas posiciones del Partido Comunista de Cuba» y a la invasión soviética de Checoslovaquia, y con su «pretendido apoyo» a la Revolución Cultural, a sus críticas al PCCh (1969: 46-89). El golpe de estado del 3 de octubre de 1968 y el establecimiento del gobierno militar dirigido por el general Juan Velasco Alvarado complicó significativamente el panorama político para la izquierda peruana al adoptar algunas de sus principales posiciones políticas. No obstante, para entonces la creciente facción Ching Kang era un asunto más urgente para los líderes de Bandera Roja (Navarro 2010: 164). Las diferencias en la interpretación del golpe de estado militar de 1968, la naturaleza del régimen de Velasco y el curso que debía seguir el proceso revolucionario serían el detonante de la nueva 88 división del PCP-BR que había iniciado a fines de 1967 (Dorais 2012: 11). En 1969, el PC(ML)P renegó del maoísmo, y se produjo una aguda lucha interna en el PCP-BR, que sufrió las consecutivas escisiones de Patria Roja (1969), Sendero Luminoso (1970) y Estrella Roja (1971), con lo cual el maoísmo peruano quedó irreparablemente fraccionado (gráfico 1). Todos estos grupos, según el PC(ML)P, juraban lealtad absoluta al «pensamiento Mao Zedong», advocaban la guerra popular, sostenían obstinadamente que el Perú era una semicolonia y condenaban el «social-imperialismo soviético», pero entre ellos se combatían y acusaban mutuamente de revisionistas y traidores de la lucha armada (1976: 62-63). De los documentos disponibles de los partidos maoístas peruanos, no se puede apreciar una reacción significativa por parte de Pekín ante estas rupturas, lo cual tiene sentido si se toman en cuenta los turbulentos eventos y drásticos cambios de China en la misma época: la Revolución Cultural, el conflicto fronterizo con la Unión Soviética, y el reacercamiento con Estados Unidos y subsecuente viraje de su política exterior. Es lógico suponer que el PCCh tenía asuntos más urgentes con los que lidiar, a nivel interno y con sus vecinos, que con la fragmentación de partidos latinoamericanos. Gráfico 1: Escisiones del Partido Comunista Peruano entre 1964 y 1971. PCP PCP-U (1964) PCP-Mayoría (1977) PCP-BR (1964) PC(ML)P (1966) PC del P-PR (1969) PCP-SL (1970) PCP-ER (1971) 89 En marzo de 1969, Ching Kang finalmente realizó la VI Conferencia Nacional del Partido Comunista del Perú – Patria Roja (PC del P-PR), dando origen al nuevo partido maoísta cuyo nombre enfatizaba su renovado énfasis en lo «nacional», reconocía sus raíces en el Comité Político-Militar Patria Roja y realizaba una declaración metafórica. Los marxistas peruanos consideraban que la patria pertenecía al estado y a sus fuerzas sociales controladoras y estaba administrado por grupos corruptos y opresivos, por lo que era corrupta a su vez y debía ser destruida junto a la clase gobernante; el PC del P-PR, por el contrario, creía que la patria pertenecía a las masas y lo único que debía ser destruido eran los elementos corruptos que la controlaban, una diferencia pequeña pero significativa de gran parte de la izquierda peruana. En síntesis, el nombre «Patria Roja» representaba los ideales y aspiraciones nacionales e internacionales del partido. En su conferencia fundadora, el PC del P-PR se declaró marxista-leninista-maoísta (refiriéndose al maoísmo como «pensamiento Mao Zedong») y clasificó al Perú como un país «semifeudal y semicolonial» pero que estaba «en proceso de convertirse en una neocolonia del imperialismo norteamericano» (Navarro 2010: 164-165). Una publicación temprana de su revista del mismo nombre, en septiembre de 1969, declaraba: «Nuestro partido se basa íntegramente en el marxismo-leninismo-pensamiento de Mao Tsetung. Es marxista- leninista por su contenido y peruano por su forma. […] El Partido marcha hacia su consolidación en medio de vicisitudes de zigzags de éxitos y reveses» (1969: 2). El PC del P-PR consideraba que las preparaciones del PCP-BR para la revolución eran defectuosas y sus líderes estaban equivocados y centrados en sí mismos. La conmoción que supuso el golpe militar exacerbó la decisión de Patria Roja y atrajo nuevos miembros, así como la derrota del MIR había conducido a muchos a Bandera Roja. De esta manera, el PC del P-PR se fundó por causas similares a las que habían llevado al surgimiento del PCP-BR: la revolución no podía hacerse esperar más. Para estos partidos, era difícil aceptar que alguien más – fuera una organización comunista o el propio Estado – lograra hacer la revolución antes, por lo que en cuanto los miembros disidentes de un partido llamaban a tomar las armas, su nuevo grupo conseguía reclutas nuevos, pero conservarlos y crear una base funcional para ganarse a una parte más diversa de la población era otro asunto completamente diferente (Navarro 2010: 165). Al analizar en retrospectiva la ruptura de 1963 con los prosoviéticos «revisionistas y oportunistas», la revista del PC del P-PR concluía que los integrantes del primer partido prochino (PCP-BR) «tampoco lograron resolver correctamente el problema del Poder y 90 la alternativa de Poder en torno del cual iniciar y promover la acción revolucionaria de las masas» debido a la predominancia en la cúpula dirigente de «la línea oportunista de derecha con barniz izquierdista de Paredes» y del espontaneísmo y economismo, que le impidieron asumir la iniciativa política de las masas. Estos defectos solo recientemente estaban siendo superados «en tenaz lucha contra el reformismo, el revisionismo y las ilusiones alimentadas por sectores de la pequeña burguesía» sobre el gobierno militar (1975: 10). Sobre Sotomayor, el PC del P-PR consideraba que su facción, que se habría «desenmascarado» entre 1963 y 1968, «escudándose detrás de posturas seudorrevolucionarias [sic] logró enquistarse en la dirección del Partido, desde la cual, con la anuencia de Paredes y otros, persistió en las viejas posiciones delpradistas [sic]». Sin embargo, al igual que sus rivales dentro del maoísmo, el PC del P-PR tachaba de «social-traidores» y «revisionistas criollos» a los prosoviéticos, quienes «escudándose en las posiciones de izquierda suplantan y distorsionan el marxismo, difunden el reformismo burgués y frenan el ímpetu revolucionario de las masas populares». También los acusaba de advocar «la variedad más perniciosa y negativa de oportunismo» y de haberse convertido «en los más encendidos apologistas de la Junta Militar» (1969: 1-2). Ching Kang había conseguido solo unas pocas conexiones a las comunidades indígenas de la sierra central, por lo que los líderes del PC del P-PR se pusieron como objetivo expandir su influencia en el campo – y a largo plazo, desplazar al PCP-BR del poder en la Confederación Campesina del Perú – para consolidarse como un partido maoísta legítimo y efectivo. Sin embargo, reconocieron que también debían formar una alianza entre el proletariado tradicional urbano de la capital en desarrollo y las masas campesinas oprimidas. Para estas dos tareas, decidieron recurrir a un sector de la izquierda históricamente activo: los estudiantes universitarios. Aprovechando las nuevas escisiones del PCP-BR en 1970 (Sendero Luminoso, de Abimael Guzmán, y Estrella Roja), Rolando Breña fue elegido para dirigir los esfuerzos del PC del P-PR en las políticas universitarias y en poco tiempo había tomado el control de la Federación de Estudiantes del Perú (FEP). No obstante, el PC del P-PR no consiguió repetir su rápida victoria en el Frente Estudiantil Revolucionario (FER), donde tenía que competir con muchos otros grupos izquierdistas, incluyendo con el PCP-BR y el PCP-Unidad; de hecho, en noviembre de 1972 los miembros del PC del P-PR fueron expulsados de la sección del FER en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, una de las más importantes a nivel nacional, y su influencia en la organización menguó como resultado (Navarro 2010: 165-166). 91 A pesar de su fracaso en el FER, en la década de 1970 el PC del P-PR controlaba la mitad de los movimientos estudiantiles en las universidades públicas y privadas de todo el país, por lo que, durante sus primeros años, el trabajo en las universidades convirtió a la rama juvenil del PC del P-PR en la «columna vertebral» del partido. El influjo de «manuales del marxismo» en las universidades públicas en este periodo contribuyó a acostumbrar a los estudiantes a la retórica militante y a menudo violenta que el partido utilizaba a lo largo de la FEP y las pequeñas secciones del FER donde aún tenía presencia. A inicios de la década de 1970, el PC del P-PR consiguió incorporarse a dos sindicatos importantes: el SUTEP (Sindicato Único de Trabajadores en la Educación del Perú) y la FNTMMP (Federación Nacional de Trabajadores Mineros y Metalúrgicos del Perú), los cuales eran parte de la CGTP y por lo tanto proveían otro medio para competir con el PCP-U. Asimismo, su participación en los sindicatos evitó que el PC del P-PR se extinguiera como otros partidos escindidos, incluyendo el Partido Comunista (Marxista-Leninista) Peruano de Sotomayor. Sin embargo, su involucramiento en el movimiento sindical también llevó a que muchos miembros se preguntaran si el partido había perdido de vista sus objetivos revolucionarios, ya que parecía un acercamiento a las políticas socialdemócratas o al revisionismo (Navarro 2010: 166-168). Para reconciliar su trabajo gremial con la vía revolucionaria, el PC del P-PR organizó su VII Conferencia Nacional a fines de julio de 1972. El principal cambio que resultó de esta reunión fue la categorización de la sociedad peruana, que pasó de ser «semicolonial» a «un país semifeudal y neocolonial en transición al capitalismo dependiente»; con esta declaración, a diferencia de otros partidos maoístas como el Bandera Roja y Sendero Luminoso, Patria Roja reconocía que el Perú había atravesado muchos cambios sociales y económicos desde el análisis de Mariátegui en la década de 1920. La conferencia también reafirmó la necesidad de la revolución violenta, pero aplazó el inicio de la insurrección a un futuro lejano; el objetivo inmediato del partido era contribuir a la transformación del Perú de un país colonial dependiente a uno libre y democrático. Esto servía para legitimar su labor en los sindicatos, ya que estos se oponían a las estructuras económicas imperiales y coloniales del Estado, y de esta manera el PC del P-PR esperaba ampliar sus bases de apoyo revolucionario e indoctrinar soldador para la eventual «guerra popular». Así, el partido cambió permanentemente su enfoque y cronología de la revolución, que generó descontento visible desde que la publicación de su periódico nacional empezó a hacerse regular. A pesar de que la VII Conferencia había 92 desmilitarizado las aspiraciones inmediatas y tácticas del partido, su retórica militante aumentó – en cada edición del periódico entre 1973 y 1989 aparecía la frase «¡¡El poder nace del fusil!!» –, casi como para compensar por este cambio en la práctica. Con el tiempo, en las décadas de 1970 y 1980, la retórica violenta que le había ganado muchos adeptos en los sindicatos y organizaciones estudiantiles alienó a las personas que había reclutado y a muchos otros (Navarro 2010: 168-169). El plan de reforma agraria del PC del P-PR no recibió acogida en el campo debido a las dificultades que tenían las explicaciones encontradas en los textos maoístas para dar sentido a su evolución, y fracasó en incorporarse a la Confederación Campesina del Perú (CCP). Esta había sido fundada el 11 de abril de 1947, pero la influencia de una dependencia política específica dentro de esta organización – Bandera Roja – no cobró verdadera fuerza hasta la ruptura sino-soviética y la división del Partido Comunista Peruano, cuando Saturnino Paredes, quien había estado involucrado en el movimiento campesino mucho antes del cisma de 1964, tomó el control del recién creado partido prochino. A partir de entonces, durante casi una década la CCP fue el mejor instrumento de operación del PCP-BR. Sin embargo, las guerras de influencia en el seno del partido mermaron su influencia en la CCP, que sufriría su primera división propia en su IV Congreso en 1973; al igual que había sucedido con el PCP, surgieron dos confederaciones con el mismo nombre que reclamaban para sí el liderazgo de los movimientos campesinos, lucha en la que Vanguardia Revolucionaria acabó desplazando al PCP-BR (Dorais 2012: 25-28). El PC del P-PR culpó del cisma a «las posiciones sectarias, oportunistas y liquidadoras asumidas por Saturnino Paredes y sus escasos seguidores», y concluía que «el paredismo ha cavado su propia tumba. Hoy no queda de él sino residuos insignificantes sin peso específico en ningún sector social delpaís [sic]», al haber perdido la mayoría en el movimiento campesino, «el último bastión que le servía principalmente para su propaganda exterior» (1973c: 16). En 1970, el Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso se convirtió la tercera facción en escindirse de Bandera Roja. Cinco años después de su formación, era uno de los partidos comunistas más pequeños en la izquierda peruana, incluso entre los maoístas. Hasta el inicio de su «guerra popular», Sendero Luminoso era una organización relativamente insignificante fuera de los límites de su Ayacucho natal; sin embargo, lo que la distinguió de los demás fue su voluntad de lanzar una insurgencia – un punto de discusión entre la mayoría de los partidos maoístas y marxistas peruanos a lo largo de las 93 décadas de 1960, 1970 y 1980, pero nunca llevado a cabo – después de la guerrilla fallida de 1965 (Navarro 2010: 153-154). Para 1975, al igual que la mayoría de los partidos maoístas escindidos del PCP original, Sendero Luminoso era casi completamente clandestino, con solo entre uno y cuatro números de periódicos y entre cuatro y seis comunicados públicos, y solo tenía fuerza a nivel local (Letts 1981: 81-85). La muerte de Mao y el golpe de Deng en 1976 confundieron a Sendero Luminoso, ya que habían tenido una relación muy cercana con China por doce años: habían enviado a sus cuadros allí para ser entrenados y habían recibido asistencia financiera. Fue difícil para sus militantes darse cuenta de que se habían quedado solos, una situación insólita para los comunistas ortodoxos. Por un tiempo intentaron mantener la puerta abierta hacia Albania, liderada por Enver Hoxha, antiguo aliado de Mao, pero los crecientes ataques de Hoxha hacia Mao y su preferencia por el PCP-BR llevaron a una amarga ruptura. En este punto, Guzmán y su partido adoptaron un camino inesperado: concluyeron que ellos mismos eran el centro de la revolución mundial, y que las purgas de Stalin y Mao (incluyendo la Revolución Cultural) habían fracasado por haber sido insuficientes, por lo que las revoluciones culturales debían ser semipermanentes. Así, entre 1978 y 1979, mientras el gobierno militar se preparaba para devolver el poder a los civiles y la mayoría de los grupos marxistas estaba haciendo la transición hacia la legitimidad electoral, Sendero Luminoso fue el único que se alistaba para la lucha armada (Gorriti 1994: 182). Para 1975, el PC(ML)P había quedado sumamente reducido, excluido de todas las organizaciones de masas populares, sin ningún número de periódico ni local público y solo con un ocasional comunicado, y el partido era clandestino a excepción de algunas publicaciones legales y semilegales y algunos dirigentes públicos (Letts 1981: 81-85). Entre el 17 y el 18 de enero de 1976, el PC(ML)P realizó su VII Conferencia Nacional, en la que decidió su disolución y recomendó a sus militantes que se incorporaran al PCP- U (1976: 3); Sotomayor se dedicaría posteriormente al boletín «Orientación Revolucionaria» del nuevo Comité de Orientación Revolucionaria, formado pocos años después, y que participaría en las elecciones de 1980. Según el editor de la biografía de Sotomayor, Estuardo Miranda, «esta decisión marcaba la firmeza y el sacrificio de los verdaderos comunistas, que actúan pensando en los grandes objetivos históricos de la clase obrera, y en la necesidad de fortalecer el partido, como herramienta de lucha» (2015: 137). El folleto del PC(ML)P titulado (irónicamente) «Viva la unidad de los comunistas peruanos» y publicado en febrero de dicho año comunicaba las razones y fundamentos de 94 esta resolución y realizaba un análisis de la situación internacional y el contexto político peruano, sobre lo cual decía que «desde posiciones ideológicas marxistas leninistas deslindan campos con el maoísmo y los grupos que lo representan, poniendo al desnudo su carácter pequeño burgués reaccionario» (1976: 3). Este documento del PC(ML)P condenaba la ideología que antes había defendido encarnizadamente, declarando que «No es posible construir una organización revolucionaria de la clase obrera, teniendo como base teórica el maoísmo», al cual culpaba de la división de varios partidos comunistas, incluido el peruano. Los maoístas peruanos habían adoptado una posición «ultraizquierdista» que servía a la oligarquía y al imperialismo y llevaban a cabo «una campaña de infamias contra la comunidad socialista», sobre todo contra la Unión Soviética, acusada de social-imperialismo y de ser un enemigo más peligroso que el imperialismo estadounidense. Como resultado, habían terminado del mismo lado que el APRA y «todos los reaccionarios». El texto concluía: «Nuestra posición frente a la problemática internacional y nuestro enfoque del Proceso peruano nos ponen en una sola trinchera de lucha con el PCP [Unidad]», por lo que buscaba la reunificación con este último (PC(ML)P 1976: 63-83). Sin embargo, tampoco tendrían mucha mejor suerte en el PCP-U debido a que «las condiciones no estaban dadas, el grupo revisionista encaramado en la dirección partidaria, atizaba la desconfianza contra los cuadros que veían del PC(ml) del P y se impedía una contribución sana al trabajo y a la línea del Partido» (Miranda 2015: 144). Para las elecciones de la Asamblea Constituyente en 1978, el PC del P-PR se incorporó al frente Unidad de Izquierda Revolucionaria (UNIR), al cual Letts criticaba por su «radicalismo infantil» y «extremismo izquierdista» que evidenciaba su «esencia […] reformista y hasta derechista»; según Letts, su problema era que no tenía la madurez ni la firmeza ideológica para llevar a cabo en la práctica lo que recientemente habían descubierto en la teoría. Para 1979, como ya se mencionó el PC(ML)P se había disuelto públicamente con la intención de incorporarse al PCP-U, y el PCP-ER también había desaparecido, probablemente absorbido por el PCP-BR, el PC del P-PR y el PCP-SL. El PCP-BR publicaba irregularmente su periódico «Bandera Roja», se había identificado con las críticas de Albania a China y controlaba una CCP dividida y una federación de la CGTP. El PC del P-PR publicaba «Patria Roja» y seguía la línea de China, pero estaba en proceso de dividirse nuevamente. El PCP-SL publicaba irregularmente «Voz Popular» y 95 criticaba el viraje del PCCh, pero solo tenía influencia regional en Ayacucho (Letts 1981: 109-121). Bandera Roja y Patria Roja estuvieron a la vanguardia del maoísmo peruano a lo largo de la década de 1970 y la trayectoria de este último es considerada por Navarro la mejor representación de una tendencia común del devenir político de la izquierda peruana: del militarismo en la década de 1960 a la participación en el proceso democrático en la de 1980 (2010: 155). Ambos advocaban la revolución armada como la única manera de imponer la justicia social en el Perú, pero eran conscientes de que para ello se requeriría un amplio trabajo de bases a través de la coordinación de estrategias tanto pacíficas como violentas. Según el marxismo-leninismo, el objetivo principal de las estrategias pacíficas era la educación de las masas para así acelerar el alcance de las condiciones necesarias para el inicio de la revolución; por esta razón, las etapas enumeradas de ambos partidos maoístas seguían rígidamente las doctrinas marxistas-leninistas y las enseñanzas maoístas (Dorais 2012: 25). Para 1975, el PC del P-PR dirigía una organización nacional con más de cien mil afiliados, mientras que el PCP-BR solo dirigía organizaciones locales entre cinco y diez mil afiliados; sin embargo, ambos eran casi completamente clandestinos y secretos salvo por algunas publicaciones ilegales (Letts 1981: 81-85). Tanto el PCP-BR como el PC del P-PR acusaron al régimen de Velasco de ser un títere del imperialismo estadounidense que, desde dentro, ejecutaba las órdenes de las fuerzas reaccionarias y explotadoras del pueblo; la reforma agraria de 1969 fue objeto de críticas particularmente intensas, ya que el PCP-BR y el PC del P-PR asociaban automáticamente a todas las políticas para asegurar la aplicación correcta de las reformas con los mecanismos de dominación contrarios a los intereses de la clase campesina (Dorais 2012: 15-20). Sin embargo, los partidos maoístas diferían en la clasificación asignada al gobierno militar: el PC del P-PR lo juzgaba «proimperialista y antipopular, con tendencias fascistas» (Navarro 2010: 165), pero también «reformista con aspectos aprovechables en su línea», mientras que el PCP-BR, el PCP-SL y el PCP-ER lo tachaban de «agente del imperialismo y fascista»; por su parte, el PC(ML)L, que veía al gobierno militar como «nacionalista burgués y progresista», había adoptado una posición de alianza y lucha (Letts 1981: 84). Si bien la reforma agraria de 1969 consiguió reducir el potencial revolucionario del pueblo peruano en el plazo inmediato, el sectarismo de los partidos maoístas y la falta de unidad ante su enemigo común también tuvieron un rol importante en su propio 96 debilitamiento y falta de posibilidades de hacer una revolución. Aunque Bandera Roja consiguió algunas fuerzas en el terreno – a diferencia de Patria Roja, cuya influencia en las bases se encontraba fuera del ámbito rural –, el cisma de la Confederación Campesina del Perú en 1973 le causó un daño irreparable y su influencia se desvaneció rápidamente. Eventualmente, Bandera Roja quedó vaciado y despojado de sus bases partidarias por las sucesivas rupturas y cayó en el olvido, mientras que Patria Roja acabó optando por la participación electoral (Dorais 2012: 7-34). Un panfleto del PC del P-PR de 1974 afirmaba que Saturnino Paredes había terminado «en la mayor indigencia política», lo cual demostraba «cuán poca es su compresión del marxismo-leninismo como de las condiciones objetivas de nuestra sociedad y la revolución peruana» (1980 [1974]: 17). Según Sotomayor, el PCP-BR liderado por Paredes mantuvo las relaciones con el PCCh por un tiempo, pero los grupos rivales lo aislaron, reduciéndolo a «cabecilla de una minúscula pandilla que pronto desapareció», aunque en 1979 se acopló al «jefezuelo trotskista» Hugo Blanco para presentar su candidatura a la Asamblea Constituyente, tras negar públicamente ser Secretario General de ningún partido comunista (2015: 125). El PCP-BR y el PC del P-PR tenían en común sus declaraciones violentas, sus intransigentes ataques contra el régimen militar y su sectarismo y nula apertura. Ambos se acusaron mutuamente de perderse en interminables debates e interpretaciones falaces de la realidad peruana sin tomar ninguna acción práctica que condujeran a la revolución. Aunque sus intereses eran bastante similares, ambos preferían la confrontación a la conciliación debido a su paranoia de una amenaza externa e interna sobre la cual advertían los mandatos marxistas-leninistas, y al hecho de que, en realidad, la unidad no era una opción aceptable según los preceptos maoístas. La rigidez ideológica de los modelos que habían decidido avalar los apresaron en análisis minuciosos que difícilmente lograban ejecutar. Su dogmatismo y luchas internas los confinaron a una «guerra de papel» en la que esperaban destruir a su adversario con palabras radicales y ofensas acertadas y que les impidió tomar acciones que tuvieran un impacto tangible; ambos carecían de una verdadera voluntad política que supiera transformar los discursos en práctica. Como señala Dorais, «el extremo radicalismo de las palabras daba la impresión de que se quería llenar una ausencia de significado, como si, mediante discursos exaltados, hubiese sido más fácil justificar la incoherencia de algunas opciones» (2012: 29-32). En palabras de Toledo, en el Perú se aplicó el maoísmo de forma dogmática y comprendida erróneamente, con un deficiente estudio integral de la realidad peruana, 97 debido a que los principales líderes políticos peruanos eran de extracción pequeñoburguesa y defendieron ante todo sus propios intereses, y mostraron una gran dependencia y alineamiento con las directivas de Moscú o de Pekín. La izquierda peruana fue incapaz de aplicar el marxismo a las condiciones peruanas y a la vez mantener su protagonismo y los beneficios que significaba alinearse con una de las dos potencias del comunismo (2015b). El líder comunista prosoviético peruano, Del Prado, escribiría en 1987 que «la extracción pequeñoburguesa de los maoístas criollos los indujo al tremendismo y a la impaciencia»: convencidos de que, tras el triunfo de la Revolución cubana, las guerrillas replicarían su éxito en toda Latinoamérica, algunos inmediatamente empezaron a prepararse para la lucha armada (presumiblemente a través de la estrategia foquista), mientras que otros reivindicaron la tesis maoísta de la «guerra popular prologada» desde el campo a la ciudad, pero no hicieron preparativos serios. Al encontrarse decepcionados con el resto de las guerrillas en el continente, muchos maoístas se apartaron de la «lucha real» y en su lugar se dedicaron a hacer «verborrea revolucionaria». Del Prado concluía: «El fenómeno fraccional que acabamos de referir tiene, pues, dos factores determinantes: la influencia del revisionismo chino y la pérdida de la perspectiva sobre el curso de la revolución peruana y latinoamericana» (1987: 131- 132). 2.3. La desunión hace la fuerza: el rechazo de los comunistas peruanos a la unidad Un rasgo característico de todos los partidos escindidos del PCP original que debe resaltarse para comprender sus divisiones era su obstinada y rotunda negativa a aliarse con los que consideraran revisionistas – tanto a nivel nacional como internacional –, aun cuando tenían un enemigo común en la oligarquía peruana, el imperialismo y el bloque occidental liderado por Estados Unidos. Esta intransigencia puede apreciarse repetidas veces en sus propios documentos desde el inicio de la ruptura; de hecho, paradójicamente todos sostenían que las rupturas y expulsiones eran necesarios para fortalecer al partido y consolidar la unidad ideológica. La declaración de 1964 del PCP-U (prosoviético) citó «experiencias anteriores propias e internacionales» en la lucha contra el divisionismo para reafirmar «el principio leninista de que sólo un combate intransigente y sin tregua contra toda clase de oportunismos será capaz de asegurar la pureza del marxismo-leninismo y su sentido creador, así como la integridad doctrinaria de nuestras filas» en la declaración de la IV Conferencia (1987 [1964]: 293). Asimismo, en el contexto de los inicios del gobierno militar, debido a la «acción corrosiva de la ultraizquierda», el PCP-U 98 consideraba que «fue necesario librar una lucha ideológica aguda para superar tendencias ultraizquierdistas que obstaculizaban la movilización de nuestros organismos y militantes frente a las realizaciones revolucionarias del actual gobierno» y continuaba advocando la labor ideológica para «desbaratar las posiciones ultraizquierdas que ejercen una acción paralizante en las masa [sic] populares» (1973: 44-45). En su panfleto de 1972 «La guerra de las calumnias», el miembro del PCP-U Guillermo Herrera (bajo el pseudónimo de Pompeyo Mares) reiteraba la «necesidad» de la lucha ideológica para que el partido y las organizaciones sindicales obreras no perdieran ni en lo más mínimo su «filo revolucionario» ante los ataques de la CIA y así cumplir su responsabilidad histórica, pues, debido a las reformas emprendidas por el gobierno militar, los ojos del mundo […] están puestos en lo que hoy ocurre en nuestra Patria y en lo que hagamos o dejemos de hacer los comunistas y la clase obrera. Nuestros éxitos y fracasos, que lo son también de todas las fuerzas democráticas y progresistas, son anotados en la cuenta moral que tenemos con el MCI [movimiento comunista internacional] y con el movimiento revolucionario de todo el mundo (Mares 1972: 11). El mismo año, al analizar la situación política peruana – es decir, el gobierno militar –, Del Prado declaró que «En este período debemos librar una intensa lucha ideológica por difundir y esclarecer los principios verdaderos del socialismo científico y su aplicabilidad concreta a los problemas de la revolución peruana», pero también que Debemos librar al mismo tiempo una lucha ideológica de mayor envergadura y calidad por mantener la unidad del Partido, teniendo en cuenta que ahora apuntan concentradamente contra esta unidad todas las que tratan de desviar o detener el curso del actual proceso (1972: 24). Contradictoriamente, al año siguiente, Del Prado escribió: «Para nosotros la unidad de la clase obrera y su correcta orientación son requisitos indispensables en la construcción del gran frente patriótico y revolucionario, anti-imperialista y antioligárquico que requiere la victoria definitiva del proceso revolucionario peruano» (1973: 63). Es decir, que para Del Prado la unidad era indispensable para la revolución, pero solo era aceptable si tenía una orientación que su partido considerara «correcta». El partido prosoviético se mantuvo firme en esta postura incluso en sus análisis en retrospectiva y en diferentes circunstancias. En 1977, un panfleto del PCP-U insistía en citar una supuesta cita de Lenin que proclamaba que «el Partido se fortalece depurándose» 99 en referencia a la escisión maoísta de 1964, la cual condenaban como una movida de un grupo fraccionalista que desde inicios de 1963 había socavado la unidad del partido para alinearlo con «las posiciones oportunistas y revisionistas de Mao Tse Tung y sus adláteres». La crisis no había terminado con la expulsión del grupo liderado por Paredes, pero sí había iniciado el «despegue que continúa actualmente y que nadie podrá detener» (Figueroa y Del Prado 1977: 13-14). La IV Conferencia del PCP-U en 1964 afirmaba que la liberación de los «cabecillas del grupo divisionista» (incluyendo a Paredes y Sotomayor) por la Junta Militar tras la redada de enero de 1963 – supuestamente para que se dedicaran a calumniar a «los más consecuentes miembros del Comité Central y de sus principales Comités Regionales» – demostraba que el escisionismo era la mejor arma de la reacción cuando más urgía la unidad del movimiento popular y sobre todo de su vanguardia revolucionaria para contrarrestar eficientemente al imperialismo y a la oligarquía. Por esta razón, «resulta más perniciosa cualquier labor confusionista y divisionista que desprestigie al PCP», al punto que atribuían contratiempos como la disolución del FLN y el debilitamiento de su acción unificadora del movimiento sindical «a la acción traidora del escisionismo» en lugar de la reacción (1987 [1964]: 291-292). No obstante, en su historia del PCP escrita en 1987, Del Prado también rechazaba rajantemente la inclusión de trotskistas y maoístas en un bloque antiimperialista «debido a sus viejas prácticas antiunitarias, antisoviéticas, anticomunistas y contrarrevolucionarias», aun cuando reconocía que la unidad de izquierda era más urgente que nunca para luchar contra el imperialismo estadounidense y sus aliados en el Perú, incluido el gobierno militar bajo Morales Bermúdez. Según Del Prado, las expulsiones del partido eran necesarias para evitar la división de este a través de la estrategia de la «quinta columna» empleada por el imperialismo; y tal decisión había tenido éxito y respetado el legado de Mariátegui (1987: 136-139). Ante la acusación de que el partido carecía de consistencia ideológica, política y orgánica por sus crisis internas, expulsiones y escisiones, y que por lo tanto era políticamente débil, Del Prado afirmaba que, en realidad, era lo contrario: las crisis orgánicas y reajustes eran producto de la lucha general del partido contra sus principales enemigos – el imperialismo, la oligarquía y sus agentes – y de la lucha de clases, y que «las crisis internas, luego de las depuraciones necesarias, han fortalecido al Partido; han significado medidas de profiláctica política». Más aún, sostenía que el propio Mariátegui había combatido las desviaciones y el fraccionalismo desde que una pequeña facción se opuso 100 a su propuesta de afiliar el partido a la III Internacional y a definirlo como una organización marxista-leninista, que llevó a la depuración de este grupo. De esta manera, según Del Prado, el PCP fue fundado en medio de una intensa lucha ideológica y política a nivel interno y externo, y su continuación era indispensable para consolidar la unidad orgánica e ideológica porque: la lucha ideológica tiene que librarse permanentemente en el seno del Partido, contra las influencias extrañas que, de modo abierto, operan en el mundo capitalista. Los enemigos de clase difunden abiertamente, o de forma disfrazada, la ideología burguesa y logran muchas veces infiltrarla en las filas revolucionarias (1987: 111-113). Asimismo, a nivel internacional, Del Prado consideraba un deber revolucionario universal la defensa del sistema socialista mundial – es decir, el sistema liderado por la Unión Soviética – sin concesiones a los trotskistas y maoístas que intentaban dividirlo con sus «desaforados ataques» a la Unión Soviética (1987: 135). Los maoístas tenían exactamente la misma opinión con respecto a la lucha interna. Al año siguiente de la ruptura oficial, en el informe de la V Conferencia, el Secretario General del PCP-BR, Saturnino Paredes, juzgó que la división había sido un paso positivo debido a la retoma de «los principios marxistas-leninistas como instrumento esencial de lucha revolucionaria» y el «repudio público y vigoroso al revisionismo contemporáneo y a su remedo criollo». Sin embargo, realizaba también una autocrítica por su escasa actividad en el «enriquecimiento ideológico» de sus militantes a través de la propaganda verbal y escrita, lo cual había causado «confusiones» en todos los niveles del partido, tales como: la reducción de «la lucha contra el revisionismo a un problema de discrepancias entre el PCUS y el PCCh y algunos otros partidos comunistas»; la adopción de una postura neutral similar a la de algunos dirigentes del Partido Comunista Cubano, que se había ido inclinando progresivamente hacia la Unión Soviética; las críticas al PCP-U solo por sus corrupciones administrativas y económicas y no por «su esencia ideológica podrida y traidora»; y los «remanentes, felizmente ya superados, del llamado culto a la personalidad inventado por Jrushchov, fomentando el temor a la aparición de un caudillo» (Paredes 1965: 110-116). En dicho informe, Paredes consideraba que «el paso dado en la IV Conferencia Nacional al haber liberado al Partido de la opresión de las cadenas del revisionismo es de importancia histórica y constituye el elemento básico para avanzar en la lucha 101 revolucionaria». Con respecto a los llamados de unidad del comunismo mundial por parte del Partido Comunista de Cuba, Paredes respondía que «no se trata de la unidad por la unidad. Hay que tener en cuenta que con los revisionistas que han traicionado la revolución y se han postergado ante el imperialismo, no puede haber unidad» y reiteraba que «para llevar con éxito la lucha contra el imperialismo hay que luchar también contra el revisionismo, pues, no se concibe cómo puede haber unión con el revisionismo en la lucha contra el imperialismo» (Paredes 1965: 22-117). Más aún, en 1966, la Comisión Política del PCP-BR declaró que la manera de distinguir a los comunistas de los revisionistas era según su aceptación o rechazo del maoísmo, afirmando tajantemente que «quien se opone al pensamiento de Mao Tsetung, se opone al marxismo-leninismo y a la revolución» (1969: 6-7). Tras la escisión del grupo Patria Roja, la Dirección del PCP-BR, obstinadamente, declaró que consideraba que la intervención de la militancia en la lucha interna había logrado exponer a los «grupos antipartido» conglomerados en Patria Roja, tras lo cual habían tenido que actuar por separado y «en su desesperación han cometido un sinnúmero de errores que los están hundiendo en el lodo de su traición». Sin embargo, también afirmaba que, aun cuando derrotara a Patria Roja, la lucha interna no debía terminar: «Sería error gravísimo en declarar finalizada la lucha interna como tal. [...] se seguirán deslindando campos y el Partido seguirá depurándose y fortaleciéndose». Concluía que «la lucha interna, llevada por los cauces correctos, ha permitido al Partido unificarse en torno a su línea política y vencer a los que por todos los medios se han opuesto a la línea revolucionaria proletaria», por lo que «el Partido llega a su VI Conferencia Nacional, fortalecido y unificado, mientras que el oportunismo de derecha, disfrazado de “izquierda”, ha salido completamente derrotado en el deslinde de posiciones, incluso en el terreno orgánico» y así, «el porvenir de la revolución peruana ha sido asegurado» (1969: 90-99). En el mismo documento, el PCP-BR decía que «La historia de nuestro Partido nos demuestra esta gran verdad señalada por el c. Mao Tsetung: que la lucha interna en el Partido es la vida misma de éste». También afirmaba que «La lucha interna siendo bien conducida beneficia al Partido y no estorba su desarrollo sino que lo estimula», siguiendo el razonamiento de que siempre existirá lucha interna mientras haya lucha de clases. Si se deja de hacer la lucha interna en aras de una paz y unidad sin principios, la línea proletaria sufre 102 menoscabo, gana posiciones la línea oportunista, se facilita la labor de infiltración y el Partido puede ir cambiando de color en forma paulatina (1969: 29-55). En el plano internacional, el informe señalaba las luchas internas en el movimiento comunista internacional ante la ruptura sino-soviética: La lucha entre la línea proletaria y la línea oportunista de derecha, en algunos casos, disfrazada de “izquierda”, es un hecho característico y se agudiza mucho más en la medida que mejora la situación revolucionaria y en la medida que el pensamiento Mao Tsetung, defendido por las marxista-leninistas, se difunde por todo el mundo (Partido Comunista Peruano [Bandera Roja] 1969: 12). De hecho, la dirección del el PCP-BR consideraba que la falta de lucha interna era un rasgo negativo porque demostraba «que el enemigo de clase trabaja con métodos muy sutiles», de modo que los marxistas-leninistas debían «estar siempre alertas contra cualquier manifestación de la ideología revisionista que se materializa principalmente en la práctica concreta de la lucha de clases y en los métodos y estilos de trabajo». Como ejemplos citaba los casos de los partidos comunistas de Brasil, Colombia y Ecuador, en los cuales habían aparecido tendencias «antiproletarias [sic]», incluyendo el trotskismo y el castrismo, de manera similar a lo que había ocurrido en el Partido Comunista Peruano (1969: 12-13). Al año siguiente, el II Pleno del Comité Central del PCP-BR citaba parte de un artículo publicado en el n°43 de su periódico Bandera Roja en diciembre de 1969, titulado «La práctica revolucionaria, piedra de toque de la unidad partidaria», que rezaba: No puede haber unidad sin lucha ideológica activa y sin práctica revolucionaria. […] Nuestro Partido ha llegado a la comprensión de que las bases de unidad reposan en basamentos ideológicos y políticos, es decir, en su línea política proletaria, en su teoría revolucionaria que se nutre del marxismo-leninismo- pensamiento Mao Tsetung, del legado revolucionario de Mariátegui y de los principios de la V Conferencia Nacional. […] Solamente a través de las acciones revolucionarias, en sus diversas formas, puede alcanzarse la unificación del Partido. No aceptar esto es estar en el intelectualismo, para precipitarse después en la charca del oportunismo (1978 [1970]: 6-7). Como ejemplos de la unificación orgánica que prescindía de los principios y práctica revolucionaria, el PCP-BR ponía a sus rivales prosoviéticos (el «revisionismo criollo») y a Liu Shaoqi, purgado en la Revolución Cultural china (Paredes 1978 [1970]: 6). Nuevamente, Paredes insistía que la lucha interna no era «absolutamente negativa y sobre todo cuando ésta se produce con frecuencia», ya que «el Partido sólo puede desarrollarse 103 en la lucha contra los enemigos internos y externos», y criticaba el «excesivo acento en la unidad antes que en la lucha» como una «concepción revisionista». También marcaba la diferencia entre los comunistas que cometían errores, que consideraba «un enfermo que hay que salvar» y los «infiltrados» «pseudorrevolucionarios» que debían ser expulsados: Los camaradas que en su deseo de hacer la revolución cometen errores deben ser reeducados y salvados; pero aquellos que en su práctica demuestran acciones contrarrevolucionarias deben ser combatidos, desenmascarados y aplastados en el proceso de la lucha de clases (1978 [1970]: 30-33). Paradójicamente, sostenía que «La lucha activa contra toda hierba venenosa de ningún modo significa impedir la lucha interna ni ahogar los debates entre puntos de vista diferentes. Sin esta lucha el Partido no podría desarrollar su teoría revolucionaria» para concluir que «poniendo el acento en la lucha, el Partido busca la unidad en sus filas con el propósito de amor a todo el pueblo y hacer la revolución» (Paredes 1978 [1970]: 33). El PC del P-PR tenía una postura muy similar al partido del que se había escindido. El número de su revista Patria Roja publicado en septiembre de 1969 declaró que la VI Conferencia, en marzo de 1969, marcó el inicio de la etapa de la reconstrucción marxista- leninista del partido y de su «depuración y bolchevización» por primera vez en 35 años: tras la ruptura con la «camarilla oportunista» de Paredes y las «camarillas revisionistas» de Del Prado y Sotomayor, «la anterior situación de lucha da paso a la situación de unidad revolucionaria». La misma edición incluía un artículo titulado «El Partido se fortalece depurándose» y su contenido leía: Partiendo de la lucha y depuración ideológica y política como fundamento, se llega a la depuración orgánica, y no a la inversa. Esta es la dialéctica de la lucha interna. La anterior unidad es reemplazada por una nueva unidad lograda mediante la lucha y mediante la depuración de lo negativo. Esta nueva unidad posee un nivel más alto. […] En la actual lucha interna los marxistas-leninistas dentro del Partido han aplastado contundentemente a la facción revisionista y contrarrevolucionaria de Saturnino Paredes Macedo y su camarilla (1969: 2-6). A continuación, listaban los pecados ideológicos y políticos de Paredes como base para su expulsión – y la de otros miembros – en la VI Conferencia. También enfatizaba que «para luchar con éxito contra el imperialismo debe lucharse también contra el revisionismo. Y a la inversa», lo cual implicaba el apoyo incondicional a China y a sus aliados (1969: 4-6). 104 La edición de la revista de julio de 1973, a pesar de proclamar que «hay que sumar fuerzas, no dividir», insistía que la única manera de alcanzar la unidad era promoviendo la organización y la lucha de las masas desde las bases, encontrando puntos de coincidencia y aproximación a partir de ellas y llevando adelante la lucha franca contra la conciliación, el reformismo y el revisionismo por un lado, y contra el izquierdismo infantil y el putchismo, por el otro (1973c: 13). En otras palabras: «La unidad se conquista mediante la lucha. Y a través de la lucha de principios se mantiene la unidad». La revista «Patria Roja» declaraba oponerse a la conciliación, los arreglos y los acuerdos al margen de las masas, y al mismo tiempo, al sectarismo y al aislamiento (1973c: 13). Asimismo, los Estatutos del PC del P-PR, declarados en la VII Conferencia Nacional y publicados el mismo año, incluían el siguiente punto: El Partido Comunista del Perú es incompatible con toda forma de revisionismo u oportunismo de derecha, así como con toda expresión de ultra-izquierdismo pequeño burgués. El revisionismo Titoísta-Jruchovista contemporáneo y su variedad nacional representan la corriente más perniciosa y degenerada que renuncia a la revolución, al socialismo y al marxista-leninismo [sic]. Desenmascarar y aplastar al revisionismo y al trotskismo es condición necesaria para el desarrollo triunfante de la revolución peruana (Partido Comunista del Perú [Patria Roja] 1973a: 3). En su edición de abril de 1974, la revista del PC del P-PR declaraba: El marxismo revolucionario como ideología científica, universal, exacta y clasista del proletariado […] surge y se desarrolla en lucha y confrontación permanente con el oportunismo, con la ideología burguesa; de cada uno de estos combates el marxismo-leninismo sale fortalecido (1974c: 4). Un panfleto del mismo año reiteraba que la lucha interna del partido era un reflejo de la lucha de clases de la sociedad en general y que «En el proceso de esta lucha, de su solución correcta, el Partido avanza, se depura, fortalece y capacita para asumir sus tareas de vanguardia y de conductor de la revolución», y que si estas luchas no eran «tratadas oportuna y adecuadamente» su carácter podía «devenir antagónico y conducir al Partido al fraccionamiento inevitable» (Partido Comunista del Perú [Patria Roja] 1980 [1974]: 5). También sostenía que siempre habría lucha en el partido, pero que El problema consiste en saber abordarla y no caer en el juego del liquidacionismo [sic] o la conciliación. La unidad interna sólo es posible conquistarla a través de la lucha contra la influencia ideológica y política de la burguesía y la pequeña 105 burguesía, el liquidacionismo [sic] y la conciliación asfixian la unidad, la anulan, la convierten en una palabra vacía (Partido Comunista del Perú [Patria Roja] 1980 [1974]: 39). Aun cuando la Dirección del PC del P-PR reconocía que las sucesivas divisiones habían «atomizado seriamente al Partido» y que los grupos escindidos tenían «coincidencias fundamentales sobre la concepción estratégica de la revolución peruana», culpaba al «oportunismo derechista y la práctica liquidadora, sectaria y dogmática que caracteriza a las camarillas de Sotomayor, Paredes y Guzmán» de tales rupturas. Más aún, aunque proponía la reunificación de los marxistas-leninistas y reconstrucción del partido marxista-leninista-maoísta «a través de la discusión franca, la crítica fraterna y firme y el trabajo conjunto entre las masas» – de hecho, consideraba la reunificación necesaria para la revolución –, inmediatamente después enfatizaba: «Naturalmente, la reunificación excluye a los Sotomayor, Paredes, Guzmán y su guardia pretoriana, exigua, viciada» (1980 [1974]: 53-54). Por su parte, el Comité Central del PCP-Sendero Luminoso – liderado por Abimael Guzmán –, en un comunicado de octubre de 1975 titulado «Retomemos a Mariátegui y reconstituyamos su Partido», concordaba con el PCP-BR en que la expulsión de «la camarilla revisionista de Del Prado y compañía» era un hito histórico que había significado un paso hacia la revolución «al adherir al marxismo bajo la guía del pensamiento Mao Tsetung», al igual que la V Conferencia Nacional en noviembre de 1965. Los siguientes avances en la reconstitución del partido de Mariátegui, según el PCP-SL, «fueron las exitosas luchas que el Partido Comunista libró contra la línea oportunista de derecha disfrazada de izquierda, cuyo remate fue la VI Conferencia» de enero de 1969. Sin embargo, enfatizaba que «la lucha no termina, es constante» en el marco del «surgimiento del actual gobierno fascista y su programa contrarrevolucionario», el cual había generado dentro del partido «una línea liquidacionista, un oportunismo de derecha» (Partido Comunista del Perú [Sendero Luminoso] 1975). Asimismo, en agosto de 1976 insistía, al igual que el PCP-BR y el PC del P-PR, que «el Partido se desenvuelve en medio de la lucha de dos líneas en su seno, lucha sobre la cual se sustenta la unidad y cohesión partidarias» y que la lucha interna era necesaria «para mantener la unidad y para persistir en el marxismo, para rechazar la escisión y repudiar el revisionismo […] ya que la unidad es importante» (Partido Comunista del Perú [Sendero Luminoso] 1976). 106 Por último, Sotomayor reconoció en sus memorias que su propio partido escindido, el PC(ML)P, se encontró en una difícil situación después del V Congreso, con escasos miembros y sin ningún soporte económico, pero su órgano de prensa Lucha de clases sirvió para aglutinar a lo mejor de nuestra militancia, poniendo a prueba a nuestros cuadros. Se fueron los mercenarios, los que habían venido a nuestras filas porque sabían que había ayuda internacional; pero como ésta se encontraba en manos de Paredes, se quedaron con él (2015: 128-129). En retrospectiva, consideraba que «ésta fue una depuración que nos favoreció. Ya no hubo en nuestras filas oportunistas, corruptos y carreristas» (Sotomayor 2015: 129). Su libro de 1967 sobre la Revolución Cultural contenía un pasaje sobre la unidad del comunismo, en el que afirmaba que «Marx y Engels advirtieron a los revolucionarios proletarios que no había que “dejarse engañar por los gritos de ‘unidad” [sic]. Precisamente los que más abusan de esta consigna son los primeros en provocar disensiones». Sotomayor citaba como ejemplo «la traición del revisionismo contemporáneo a la causa de la clase obrera», cuando ante el «rechazo y oposición franca en las filas del movimiento comunista internacional», «los jruschovistas» intentaron imponer una unidad basada en el «revisionismo» del XX Congreso del PCUS (1967: 93-94). Casi al final del libro, Sotomayor declaraba tajantemente: En la RPCh triunfa rotundamente el marxismo leninismo, pensamiento de Mao Tse-tung. China es hoy el gran bastión de la revolución proletaria mundial, y todo el que la denigre es enemigo de la liberación de los pueblos oprimidos del mundo, enemigo del socialismo y el comunismo. […] En la época actual no puede haber verdaderos marxistas leninistas que no se identifiquen con el pensamiento teórico y político de Mao Tse-tung. El “maoísmo”, si quiere emplearse necesariamente este término, no es otra cosa que marxismo leninismo actual, vivo y actuante, enriquecido y desarrollado en el curso de largos años de práctica histórico-social (1967: 105). Tras renegar del maoísmo y buscar la reunificación con el PCP-U en 1976, la Dirección del PC(ML)P insistió, tercamente: «Es cierto que no hemos logrado convertirnos en una organización poderosa; pero nos hemos mantenido cohesionados, con línea política y posición ideológica definidas y claras. ¡En esto ha radicado nuestra fuerza!». Proclamaba que había «preservado su unidad y purificado sus filas», mientras que los grupos maoístas – Bandera Roja, Patria Roja, Estrella Roja y Sendero Luminoso – eran «tan discrepantes y opuestos entre sí como los grupos trotskistas». Para entonces juzgaba que, a nivel nacional e internacional «lo que en estos momentos adquiere importancia decisiva es que 107 los propios marxistas leninistas se unifiquen, porque solo en esta forma podrán lograr la suficiente autoridad y arraigo en el seno de las grandes masas populares y la dirección política del proletariado revolucionario»; sin embargo, rechazaba tajantemente construir una organización revolucionaria proletaria con el maoísmo – al que culpaba de las divisiones del Partido Comunista Peruano y otros – como base teórica «por ser éste expresión ideológica de la pequeña burguesía que está siendo utilizado por el imperialismo para dividir los movimientos progresistas democráticos y revolucionarios de todo el mundo» (1976: 63-96). En palabras de Dorais, como si la represión estatal no fuera suficiente, los prosoviéticos, prochinos y procubanos se enfrentaban entre sí con cada vez más intensidad, acusándose mutuamente de perderse en debates interminables e interpretaciones erróneas de la realidad peruana; el resultado fue la erosión de sus propias bases partidarias desde adentro. Irónicamente las divisiones internas de los partidos maoístas y su inmovilismo doctrinario favorecieron el surgimiento de la infame organización terrorista Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso, facción escindida del PCP-BR en 1970 y liderada por Abimael Guzmán Reynoso, ya que permitieron reclutar a los elementos más fuertes y radicales del resto de partidos durante una década; la principal ventaja a su favor era la firme y real intención de iniciar la revolución armada – en contraste con las «guerras de papel» que habían cansado y desilusionado a muchos marxistas-leninistas –, lo que atrajo a muchos militantes a sus filas (Dorais 2012: 30-34). 2.4. Conclusión En este capítulo se han examinado las múltiples divisiones del partido de Mariátegui en las décadas de 1960 y 1970. Como se puede apreciar, las causas listadas han sido principalmente internas, pero la mayoría estaban ligadas al convulso escenario internacional en el cual el Partido Comunista Peruano se vio inevitablemente envuelto: en el contexto de la guerra fría en Latinoamérica y el creciente conflicto entre las dos principales potencias comunistas, fue extremadamente fácil para los comunistas peruanos encontrar motivos para enfrentarse entre sí, y su terca convicción de que las depuraciones internas eran necesarias (y hasta beneficiosas) impidió que se unieran por una causa común. En el siguiente capítulo se analizarán a profundidad los eventos en el resto del mundo que polarizaron la opinión de los dirigentes y miembros de los partidos comunistas peruanos y que contribuyeron a sus divisiones. 108 109 III. El internacionalismo de la discordia (1960-1978) Si bien no fueron la única causa, los eventos internacionales tuvieron una influencia importante en la fragmentación del comunismo peruano. El internacionalismo inherente a la ideología comunista proclamaba la inevitabilidad de la revolución mundial y advocaba la solidaridad proletaria internacional en la lucha contra el capitalismo y el imperialismo, pero también contra lo que cada partido considerara revisionismo y traición a la causa del socialismo, fuera de la Unión Soviética, China, Cuba o cualquier otro país; de esta manera, su intransigencia al rechazar la unidad de los comunistas peruanos, que se exploró en el anterior capítulo, se extendía también al ámbito global. El presente capítulo examinará las posturas que adoptaron los varios partidos escindidos del Partido Comunista Peruano respecto a la ruptura sino-soviética, las alineaciones de los países socialistas y el aparente curso de la revolución anticapitalista y antiimperialista, y cómo varios eventos en el resto del mundo – incluyendo la Revolución cubana, la guerra de Vietnam y la descolonización en África y Asia – contribuyeron a sus sucesivas divisiones. 3.1. La importancia y el estado de la revolución mundial En los escritos de los múltiples partidos escindidos del Partido Comunista Peruano en las décadas de 1960 y 1970 pueden apreciarse su preocupación por el contexto internacional para determinar el momento propicio y el triunfo de la revolución mundial. En la crónica de su viaje a la Unión Soviética en 1963, Gustavo Valcárcel – posteriormente miembro del PCP-U – hizo hincapié en que la Declaración de Moscú de 1960 estipulaba que el éxito de la revolución obrera en cada país exigía la solidaridad internacional de todos los partidos marxistas-leninistas; de este modo, «cada Partido es responsable ante la clase obrera, los trabajadores de su país, y ante todo el movimiento comunista y obrero internacional», y que, por esta razón, «dar preferencia a conceptos estrechos pseudo- nacionalistas, en perjuicio de los intereses de la causa común internacional del comunismo es […] una desviación de los principios del marxismo-leninismo, la violación de un deber frente al proletariado mundial». Casi al final del libro, puntualizaba que «Todos los Partidos Comunistas desarrollan sus actividades, externas e internas, sobre un mismo pie de igualdad e independencia, pero todos son responsables por la suerte entera del comunismo mundial» (Valcárcel 1963: 290-349). En sus memorias, José Sotomayor dijo que era inevitable que el agudizamiento de las discrepancias sino-soviéticas en 1963 repercutieran en todo el movimiento comunista internacional, incluyendo en el Perú (2015: 103), y el informe de la VII Conferencia de 110 su partido, el PC(ML)P, enfatizó que «[…] el proceso de la revolución socialista es internacional por esencia» (1976: 17). Asimismo, los Estatutos del Partido Comunista del Perú-Patria Roja dictaban que «La solidaridad y el apoyo internacional son indispensables para el triunfo de la revolución», aunque también que «de ninguna manera puede condicionarse a ellos, el porvenir de la revolución y los éxitos de la construcción socialista» (1973a: 2), y al listar los requisitos del carácter del partido, un panfleto de 1974 añadía como último punto: «Debe, finalmente, ser un partido internacionalista y no un partido nacionalista, chovinista, localista» (Partido Comunista del Perú [Patria Roja] 1980 [1974]: 29-30). Todos los partidos escindidos del PCP, irónicamente, coincidían en que era un momento propicio – en todo el periodo abarcado en esta investigación – para la revolución mundial; en lo que nunca podían ponerse de acuerdo era cuándo y cómo exactamente. Varios documentos del PCP- U publicados entre 1972 y 1973 expresaban optimismo ante la situación internacional y las repercusiones positivas que causaría en el Perú, entonces bajo el gobierno militar al que el partido apoyaba. Entre algunos hechos alentadores, Del Prado nombraba el «afianzamiento» de la Revolución Cubana y del gobierno de Allende en Chile en Latinoamérica. A nivel mundial, mencionaba la resistencia de Vietnam, Laos y Camboya a la intervención estadounidense, la independencia de Bangladesh, el «afianzamiento del Socialismo» en Checoslovaquia, «el ascenso económico-social hacia la etapa del Socialismo Desarrollado» en los países de la órbita soviética, la «firme y victoriosa marcha hacia la construcción de la Sociedad Comunista» en la propia Unión Soviética, y las «importantes victorias» de la política de coexistencia pacífica en la forma de tratados de paz, renacimiento y cooperación entre Alemania Occidental y el bloque socialista (Alemania Oriental, la Unión Soviética, Polonia y Checoslovaquia). El PCP-U la describía como una «política propiciada e implementada consecuentemente por la Unión Soviética y el campo socialista, a través de la cual se ha conseguido aplacar el principal foco belicista de Europa, alimentado por el imperialismo norteamericano y el neocolonialismo hitleriano». En conjunto, estos hechos significaban «un incremento sustantivo de las fuerzas revolucionarias y progresistas internacionales, aliadas naturales del proceso peruan,o [sic] y significan, además, crear nuevas garantías contra el desencadenamiento de una nueva conflagración mundial» (Del Prado 1972: 17-18). Al año siguiente, Del Prado escribió que, a nivel internacional, «el Socialismo, que irradió sus primeras luces de alborada con la Unión Soviética, se ha convertido en un sistema 111 mundial cada vez más influyente en los destinos de la humanidad» al aportar «su decisivo aliento político y moral y su incontrastable apoyo solidario» a los pueblos que luchaban contra el imperialismo, a los trabajadores de todo el mundo y a los sectores progresistas «empeñados en asegurar para siempre la coexistencia pacífica y la paz internacional». Así, Mientras que el Socialismo se convierte en una fundada y sólida esperanza para la mayoría de habitantes del planeta, el Capitalismo, representado principalmente por el imperialismo norteamericano, no sólo que no puede ya ocultar sus lacras, sino que se pudre, se debilita y desprestigia a la vista de todos (1973: 71-72). En su VI Congreso en 1973, la Dirección del PCP-U concluyó que la situación internacional de los cinco años anteriores había jugado a favor del gobierno militar, ya que la correlación de fuerzas, cada vez más favorable a los intereses de la humanidad, determinada por el avance de las tres grandes corrientes revolucionarias, el sistema socialista mundial, la clase obrera internacional y el movimiento de liberación nacional, ha logrado en este lapso éxitos sustantivos que […] crean condiciones para poner fin a la guerra fría y dar comienzo a una nueva etapa de afianzamiento de la distensión y de la coexistencia pacífica (1973: 34). Entre los desarrollos positivos hacia la consolidación de la paz y seguridad mundial citaba, entre otros eventos, la derrota y retirada estadounidense de Vietnam y los tratados entre Estados Unidos y la Unión Soviética, los cuales demostraban «la justeza de las resoluciones» de la ya mencionada Conferencia Mundial de los Partidos Comunistas y Obreros en Moscú en 1969 y constituían «una victoriosa aplicación» del Programa de Paz aprobado en el XXIV Congreso del PCUS (Partido Comunista Peruano [Unidad] 1973: 34-35). Según el VI Congreso del PCP-U, el aparente debilitamiento del capitalismo e imperialismo y fortalecimiento del sistema socialista, que había posibilitado estos avances, eran el resultado del supuesto inicio de la etapa de «socialismo desarrollado» en los países del bloque socialista, «los contundentes éxitos» en la construcción material del comunismo en la Unión Soviética, «su solidaridad irrestricta, y en todos los terrenos con los pueblos que luchan por su liberación nacional», y su «sabia y consecuente política de coexistencia pacífica en sus relaciones internacionales». El PCP-U atribuía la renovada «ola antiimperialista» en Latinoamérica a fines de la década de 1960 – ejemplificada por el gobierno militar en el Perú, la victoria electoral de Allende en Chile y la reciente 112 victoria del peronismo en Argentina – a la supuesta consolidación del socialismo en Cuba, al fortalecimiento del bloque socialista y a los avances de las luchas de liberación nacional en Asia y África (1973: 35-37). No obstante, el PCP-U señalaba que la paz mundial no estaba aún asegurada y que persistía el peligro de la agresión imperialista, como lo demostraban los recientes golpes de Estado en Chile, Uruguay y Bolivia, la guerra árabe-israelí y la continuación de la guerra en Camboya; en respuesta, el PCP-U advocaba redoblar la lucha contra el imperialismo y el «peligro fascista» y por la liberación nacional y la paz mundial, así como reforzar la solidaridad internacional de todas las fuerzas progresistas y revolucionarias. En particular, el reciente golpe militar en Chile había instaurado «un régimen fascista de ferocidad sin precedentes sustentado en el asesinato de miles de combatientes revolucionarios y progresistas», por lo que el PCP-U consideraba que no solo atentaba contra los intereses del pueblo chileno, sino que constituía una «amenaza latente» contra la seguridad y la paz de toda Latinoamérica y en particular contra el «proceso revolucionario» peruano. Por esta razón, «un deber de solidaridad continental, ineludible e inaplazable, y también un deber de defensa de nuestro proceso revolucionario» era la solidaridad peruana con las víctimas de la represión en Chile (1973: 35-37). En el informe del PC(ML) en 1976 donde se anunció su disolución para reincorporarse al PCP-U, su dirección, encabezada por José Sotomayor, realizó también un análisis internacional. El primer punto era la aparente profundización de la crisis general del capitalismo – iniciada, según ellos, desde la Primera Guerra Mundial y la Revolución de Octubre – como consecuencia del choque entre los sistemas capitalista y socialista, la lucha proletaria y los movimientos de liberación nacional y social. El resultado había sido cambios radicales en la correlación mundial de fuerzas, que a su vez habían llevado a las transformaciones en todos los dominios de la vida, las derrotas constantes del régimen capitalista, el avance victorioso del socialismo, el surgimiento del bloque de países no alineados, el desmoronamiento del sistema colonial del imperialismo, y el ascenso de la lucha de clases en los países del campo capitalista (1976: 4-5). El informe del PC(ML)P afirmaba que la contradicción fundamental de la época era el choque entre el sistema capitalista y el socialista; este último, a su juicio, había demostrado indudablemente que era superior en la producción, distribución y consumo de bienes materiales. Las contradicciones entre el imperialismo y las naciones oprimidas, 113 entre los países imperialistas, y entre los grupos monopolistas, eran complementarias a esta y todas se influenciaban mutuamente (1976: 8-11). Citando, una vez más, a la Conferencia de Moscú de 1960, este análisis iniciaba con la tesis de que el contenido fundamental de la época era la transición del capitalismo al socialismo, el cual se estaba convirtiendo «en el factor decisivo del desarrollo de la sociedad humana» y había «adquirido un carácter realmente universal» con la unión de diversas corrientes revolucionarias; tomaba como evidencia el «triunfo del socialismo» en la Unión Soviética, Europa Oriental, Cuba, Corea, Vietnam y varios países de África y Asia, así como la «disgregación del sistema capitalista en sus propias ciudadelas: EE.UU., Europa Occidental y Japón». La dirección del PC(ML)P afirmaba que el marxismo-leninismo se había convertido en la guía de miles de personas ante la incapacidad de la ideología burguesa de «dar respuesta a los problemas más palpitantes de nuestra época», ofrecer «ideales que puedan encender la pasión revolucionaria de la juventud», ni «impedir la descomposición de la cultura “occidental y cristiana” y la degradación moral de la sociedad capitalista». La crisis en los países capitalistas había derrumbado el mito del capitalismo popular y demostrado la necesidad de la lucha de clase para los trabajadores (1976: 5-13). El informe también consideraba favorable la situación de la lucha del socialismo (nótese que no nombraba al antiimperialismo, reflejando su renovada alineación soviética) contra el imperialismo: «Es claro que si hace 30 años [referencia a la Segunda Guerra Mundial] el imperialismo no pudo derrotar al sistema socialista, con mucha mayor razón estará destinado a un total fracaso cualquier nuevo intento de destruir este sistema a través de la agresión armada». Enfatizaba el apoyo de los países socialistas a las luchas de liberación nacional de los países de Asia, África y Latinoamérica (incluyendo los movimientos de Palestina y Angola), a los que daba una enorme importancia para el desarrollo de la revolución mundial. El reciente fin de la guerra de Vietnam con la retirada de Estados Unidos y la reunificación del país, así como la independencia de las colonias portuguesas, era «una contundente demostración» de que el imperialismo estadounidense podía ser derrotado por la decisión, apoyo y simpatía mutua de los pueblos. Daba también una gran importancia al movimiento de los No Alineados, que reunía a más de 80 países de Asia, África, Latinoamérica (incluida Cuba) y Europa, y a pesar de sus distintas formas de gobierno, con prevalencia de la orientación progresista y antiimperialista como contrapeso del neocolonialismo. En Latinoamérica, el ejemplo de la Revolución cubana, 114 que había «ingresado a una etapa de edificación desplegada del socialismo», había llevado, según el partido, al ascenso de las luchas de liberación nacional y este a su vez a una serie de nacionalizaciones de empresas extranjeras, fundamentalmente estadounidenses, y la recuperación de las riquezas naturales. Ante la reacción del imperialismo, ejemplificado por el golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile, el PC(ML)P advocaba una lucha firme, pero flexible y capaz de «utilizar las formas de lucha más adecuadas en cada momento histórico, procurando unir a los más vastos sectores populares y progresistas» (1976: 9-16). Al año siguiente de la división del PCP, el informe de la V Conferencia Nacional del PCP- BR en noviembre de 1965, escrito por el Secretario General Saturnino Paredes, iniciaba también con un análisis de la situación internacional. Bandera Roja se adhería a la tesis china de que la contradicción fundamental contemporánea era la contradicción entre los países oprimidos y el imperialismo liderado por Estados Unidos, que había reemplazado al fascismo como enemigo de todos los pueblos del mundo; no obstante, también reconocían las contradicciones entre el bloque socialista y el imperialista, entre el proletariado y la burguesía de los países capitalistas y entre los países imperialistas y entre los grupos del capital monopolista. Asia, África y Latinoamérica, donde se encontraban los países oprimidos, se habían convertido en el principal foco de convergencia de estas contradicciones y en «las zonas más débiles y vulnerables del gigantesco imperio colonial del imperialismo». Ante el rápido debilitamiento de su dominio, el imperialismo recurría desesperadamente a todos los medios a su alcance, pero Bandera Roja reafirmaba la cereza de la victoria de la lucha revolucionaria de liberación nacional. Citando a Mao y al presidente del Partido Comunista de Indonesia Dipa Nusantara Aidit, Bandera Roja afirmaba que las condiciones eran favorables para la creación de un amplio frente único mundial compuesto por los pueblos oprimidos que resentían las medidas criminales del imperio estadounidense, y que para la victoria de la revolución mundial era necesario que el proletariado diera gran importancia a las revoluciones en las zonas rurales. En suma, consideraba que la correlación de fuerzas a nivel internacional favorecía al marxismo- leninismo y al «desarrollo de la lucha revolucionaria de los pueblos oprimidos del mundo y del hundimiento definitivo del imperialismo norteamericano» (Paredes 1965: 5-30). Cuatro años más tarde, el informe de la VI Conferencia de dicho partido en 1969 iniciaba con el panorama internacional, el cual resumía en líneas generales de la siguiente manera: 115 el proceso de la revolución mundial avanza de forma impetuosa y ha entrado en una nueva era, dentro de una época en la que el socialismo triunfa en escala mundial y que el imperialismo encabezado por los Estados Unidos de Norteamérica y el revisionismo contemporáneo dirigido por los revisionistas soviéticos, se precipitan hacia su ruina total (1969: 4). En contraste con los «revisionistas», para el PCP-BR la revolución en todo el mundo avanzaba imparable bajo el maoísmo, afirmando que «El proceso de la revolución mundial ha entrado definitivamente en una era victoriosa, caracterizada por que los pueblos revolucionarios toman como guía de su lucha el pensamiento de Mao Tsetung, marxismo-leninismo del presente». La situación revolucionaria también era favorable en Latinoamérica, donde «las llamas de la lucha armada se extienden más y más y van encontrando su verdadero camino, el camino de la guerra popular» – es decir, el maoísmo –, a pesar de los «reveses temporales» que algunas guerrillas habían sufrido (1969: 5-10). Para fines de la década de 1970, el PCP-BR había quedado prácticamente olvidado y en la insignificancia política, como se explicó en el capítulo anterior; sin embargo, su editorial seguía activa y publicaba también artículos extranjeros traducidos al español, apropiando material escrito de otros partidos comunistas cuya línea consideraran correcta. Un artículo de 1977 titulado «Mantener siempre bien en alto la bandera invencible del marxismo-leninismo», originalmente publicado por el Partido Comunista del Brasil y traducido al español y difundido en el Perú por Ediciones Bandera Roja, demostraba que su opinión en este aspecto había cambiado poco en casi diez años: si bien sí consideraba que el imperialismo – de todo tipo – estaba en decadencia y había «entrado en la pendiente final» como sistema, que significaba la maduración de las condiciones históricas para el socialismo, tanto Estados Unidos como la Unión Soviética seguían compitiendo por la hegemonía mundial y habían empezado una nueva carrera armamentista, en preparación de «una nueva carnicería» (Ediciones Bandera Roja 1977b: 5-8). Asimismo, Ediciones Bandera Roja publicó en enero de 1978 la traducción al español de la Declaración conjunta del Partido Comunista de Alemania (M-L), del Partido Comunista de España (M-L), del Partido Comunista de Grecia (M-L), del Partido Comunista de Italia (M-L) y del Partido Comunista Portugués (Reconstruido). Este texto fue redactado en octubre de 1977 tras varias «reuniones fraternales» entre las delegaciones dichos partidos y se publicó el 4 de noviembre en «Zëri i popullit», órgano del Comité Central del Partido del Trabajo de Albania, así como en su equivalente del Partido Comunista de España (M-L), «Vanguardia Obrera». Los partidos autores de este 116 panfleto juzgaban que el imperialismo, tanto de Estados Unidos como de la Unión Soviética, se encontraba en una «profunda crisis», con las «grandes proporciones» que supuestamente había adquirido la lucha de los pueblos oprimidos contra el imperialismo, las superpotencias y la reacción interna. Por esta razón, consideraba que, aunque la situación mundial fuera complicada, en general era favorable, y que «la existencia de países socialistas que sigan de manera consecuente la línea marxista-leninista y se atengan firmemente al internacionalismo proletario» era sumamente importante para el proletariado y los movimientos revolucionarios de todo el mundo; no obstante, no citaban ningún ejemplo de tales países (Ediciones Bandera Roja 1978 [1977]: 3-14). Por su parte, poco después de escindirse del PCP-BR, el PC del P-Patria Roja publicó en la edición de septiembre de 1969 de su revista homónima las conclusiones y resoluciones de su VI Conferencia Nacional, que iniciaban con un análisis de la situación internacional. A su juicio, la contradicción fundamental de la época era entre las superpotencias imperialistas y los países oprimidos por estas, y había iniciado «la época del derrumbamiento total del imperialismo y de la victoria de la revolución mundial socialista proletaria», demostrando una opinión compartida con Bandera Roja (1969: 4). Casi cinco años más tarde, en marzo de 1974, el partido maoísta mantenía esta posición: consideraba a la crisis económica de 1973 «la crisis final del imperialismo» y la «debacle irreversible» del sistema capitalista mundial, debido a «la manifiesta agudización de las contradicciones inter-imperialistas» que se sumaba «al fortalecimiento del socialismo en el mundo y al auge de la lucha de los pueblos coloniales, semicoloniales y neocoloniales por su liberación nacional». Asimismo, afirmaba que la crisis no era mundial, como sostenía el gobierno peruano, sino «concretamente del sistema capitalista», y que «ese afán de universalizar el problema no es más que una tentativa para difuminarlo, abstraerlo, generalizarlo con el objeto de evitar su análisis concreto» (1974a: 7). Patria Roja, afiliado al PCCh, veía con optimismo y expresaba su apoyo a la lucha armada para la liberación nacional en Medio Oriente, África – incluyendo Guinea-Bissau, Angola y Mozambique – y Asia, así como a la reciente IV Conferencia Cumbre de Países No Alineados «que condena enérgicamente el racismo, el sionismo, el colonialismo, el imperialismo y el hegemonismo en el mundo», y en América, a la lucha «contra el saqueo, pillaje, y opresión colonial, neocolonial y semicolonial del imperialismo norteamericano», sobre todo ante el surgimiento de dictaduras militares anticomunistas apoyadas por Estados Unidos. A su juicio, «en los últimos diez años el combate ha crecido 117 en cantidad y calidad», mientras que el imperialismo norteamericano «ha sufrido rudos golpes y ha experimentado grandes fracasos en su política de saqueo, control y opresión continental», debido a que «Diversos imperialismo [sic] compiten y se enfrentan ampliando las contradicciones y abriendo brechas en la dominación yanqui»; en América en particular, mencionaban la resistencia chilena contra la dictadura de Pinochet, la lucha de Panamá contra el imperialismo estadounidense, la «heróica [sic] lucha del pueblo revolucionario de Cuba por la defensa de su soberanía y por el mantenimiento de sus conquistas revolucionarias», la lucha independentista de Puerto Rico, y la iniciativa latinoamericana por las 200 millas de territorio marítimo soberano. Así, la revista concluía que actualmente seguimos viviendo la época del derrumbamiento del imperialismo y de la Revolución Proletaria Mundial, constituyendo la lucha de los pueblos contra el imperialismo y el socialimperialismo la contradicción principal del mundo contemporáneo. La situación de lucha a nivel global es excelente. La tendencia principal es hoy en día la Revolución y la lucha revolucionaria se fortalece en Asia, Africa [sic], América Latina y los países capitalistas y revisionistas altamente desarrollados (1974a: 8). Irónicamente, debido a sus divisiones y conflictos internos, ninguno de los partidos comunistas peruanos consiguió aprovechar esta oportunidad aparentemente idílica para la revolución. 3.2. La ruptura sino-soviética: polémicas ideológicas y conflictos geopolíticos El principal evento en el escenario global que desencadenaría la fragmentación del Partido Comunista Peruano y de muchos otros en el resto del mundo a inicios de la década de 1960 fue, claro está, el cisma del comunismo internacional con el conflicto sino- soviético, tanto en el ámbito ideológico como geopolítico. Como se abordó en detalle en el capítulo anterior, llevó a la división del PCP entre los prosoviéticos – Unidad – y los prochinos – Bandera Roja – en la IV Conferencia Nacional de enero de 1964. A partir de entonces, cada partido escindido daría distintos análisis, interpretaciones y explicaciones a la pugna entre las dos principales potencias comunistas para justificar sus respectivas alineaciones. Desde que el conflicto entre las dos potencias comunistas se hizo visible, el Partido Comunista Peruano – en un principio solo sus altos rangos – se vio afectado. En la Conferencia de Moscú de 1960, conocida como la Conferencia de los 81, la delegación peruana estuvo integrada por José Sotomayor, Saturnino Paredes, Juan Soria (prochinos) 118 y Rubén Mollepasa (prosoviético). Según Ernesto Toledo, durante la reunión, la Unión Soviética utilizó toda su influencia en el comunismo latinoamericano en sus intentos de desprestigiar a China (2015a). En sus memorias, Sotomayor mencionó el supuesto favoritismo del PCUS hacia ciertos partidos asistentes y afirmó que el día anterior a su intervención en la Conferencia, uno de los traductores advirtió que debía atacar a los partidos de China y Albania. Después de que Sotomayor diera un discurso que negaba la posibilidad de éxito de la vía pacífica en el Perú y advocaba la unidad del bloque socialista, el PCUS y sus seguidores le «dieron a entender su desagrado» a través de indirectas y la intromisión de un delegado venezolano; por el contrario, al día siguiente dos delegados del PCCh lo visitaron para entregarle el saludo y agradecimiento del entonces presidente Liu Shaoqi por su intervención (2015: 79-82). En 1963, ante el creciente cisma en el movimiento comunista internacional, Gustavo Valcárcel escribió que había escuchado los argumentos de ambos lados en sus visitas a Moscú y Pekín y reuniones con funcionarios de los Comités Centrales del PCUS y del PCCh. Para entonces, el PCP aún no había debatido el problema del conflicto ideológico sino-soviético, pero según Valcárcel, el IV Congreso Nacional había «trazado una línea definida sobre los puntos esenciales de este debate, al combatir resueltamente las posiciones dogmáticas y escisionistas [sic] del Partido Albanés del Trabajo». El autor expresaba ante todo su «más profundo y entrañable agradecimiento a los camaradas soviéticos y chinos» y que los mayores deseos de su vida eran que se superen las disenciones [sic] para afirmar la fraternidad socialista mundial, fortalecer el internacionalismo proletario, alentar a los Partidos hermanos, robustecer la lucha de todos los trabajadores de mundo e impedir que el enemigo imperialista se frote las manos de alegría (1963: 287). Valcárcel negaba que el cisma en el comunismo internacional consistiera en la disputa entre la Unión Soviética y China – o entre sus respectivos partidos comunistas en el poder –, sino que «se trata, en verdad, de divergencias ideológicas entre el Partido Comunista Chino y el Movimiento Comunista, a cuya vanguardia se encuentra y encontrará el Partido Comunista de la Unión Soviética». Este último estaba sosteniendo «una lucha consecuente tanto contra el revisionismo, como contra el dogmatismo y el sectarismo», tendencias que Valcárcel consideraba el mayor peligro para elaborar y aplicar la línea marxista-leninista en el movimiento comunista mundial; en contraste, «la fraseología ultrarrevolucionaria sirve de precarias máscara a los oportunistas de izquierda, que juegan 119 irresponsablemente con los sentimientos antiimperialistas de las masas»; una crítica apenas velada a China y Albania (1963: 293-334). Para Valcárcel, la única línea justa para los comunistas debía ser «luchar enérgicamente contra el oportunismo de derecha y contra el oportunismo de izquierda, luchas irreconciliablemente contra cualquier tergiversación del marxismo-leninismo»; sin embargo, los chinos «sólo acentúan la lucha contra los revisionistas y tachan de tales – “horror de horrores” – a los dirigentes del PCUS», causando «una evidente confusión y un gravísimo peligro de escisión en las filas del movimiento comunista internacional.» Según Valcárcel, los textos enviados por el PCUS al PCCh estaban impregnados de un diáfano espíritu de fraternidad revolucionaria y de una comprensible preocupación por el estado de cosas existente entre ambos Partidos hermanos. Tales preocupaciones – imbuídas [sic] de respeto, comprensión y altura, y no de calumnias o expresiones intolerables – expresan el deseo del PCUS de superar las divergencias dentro de la línea del marxismo-leninismo y en concordancia con las pautas fijadas por las Declaraciones de Moscú, de 1957 y 1960 (1963: 334-348). Valcárcel se manifestaba a favor de la vía pacífica advocada por la Unión Soviética, en contra de las críticas de China y Albania; como ejemplo de que era posible, afirmaba que «la revolución democrática y nacional de Checoslovaquia pasó pacíficamente a la Revolución Socialista. Los otros países europeos de Democracia Popular también pasaron al socialismo siguiendo una vía relativamente pacífica, y según sus propias experiencias». Acusaba a China y Albania de considerar «a la Revolución socialista no como resultado de las crisis internas – de las condiciones objetivas y subjetivas de los países capitalistas –, sino como algo impuesto desde fuera», que comparaba con el trotskismo; y consideraba que, con la formación del sistema socialista mundial – que había cambiado la correlación de fuerzas a favor del socialismo – la vía pacífica de la revolución tenía más posibilidades de éxito, aunque no descartaba la insurrección armada de ser necesaria (Valcárcel 1963: 335-340). Más aún, Valcárcel alababa a Nikita Jrushchov como «quien hoy encarna la línea justa del Partido Comunista de la Unión Soviética, que es igualmente la del movimiento comunista internacional […] como resultado de la aplicación creadora del marxismo- leninismo a los problemas de nuestra contemporaneidad […]» y que era «honrado por el ataque paralelo de imperialistas y dogmáticos». Para darle más peso a esta afirmación, citaba las declaraciones de Castro sobre el Secretario General del PCUS a su regreso de 120 la Unión Soviética, que lo describían como «extraordinariamente inteligente», «combina perfectamente bien un conocimiento teórico profundo con una gran experiencia práctica», «autoridad en materia económica», de «una extraordinaria honradez», «un gran dirigente y un formidable adversario del imperialismo», «un político audaz», y con «disposición a escuchar» (1963: 342-348). Sin embargo, Valcárcel enfatizaba que los miembros del PCCh con quienes había hablado en Pekín le habían asegurado que, a pesar de sus desacuerdos, los Partidos Comunistas estarían unidos contra un enemigo externo (es decir, el imperialismo), por lo que declaraba con optimismo: No se hagan, pues, ilusiones de ningún género los imperialistas y sus secuaces. No habrá cambio alguno en el régimen social de los países socialistas. Y las divergencias se superarán porque son, mayormente, de carácter subjetivo: no están enraizadas en el régimen social de los países socialistas, como tampoco lo estuvo el culto a la personalidad de Stalin. En el mundo capitalista, por el contrario, las divergencias tienen una base objetiva y, por eso, adquieren un carácter antagónico, irreconciliable (1963: 349). Por esta razón, Valcárcel concluía que «El Partido Comunista de la Unión Soviética – sin un ápice de duda – seguirá siendo “la vanguardia, por todos reconocida, del movimiento comunista mundial”» y que «nunca habrá fuerza en Occidente u Oriente capaz de disminuir, en un átomo siquiera, el profundísimo amor que por él sentimos todos los comunistas de la Tierra» (1963: 350). Tras la ruptura definitiva entre los prosoviéticos y prochinos en la IV Conferencia Nacional de enero de 1964, el recién creado PCP-Unidad emitió un documento titulado «Declaración sobre el escisionismo oportunista de izquierda y su actividad en el campo internacional y en nuestro país», en el que abordaba el reciente cisma abierto del bloque comunista. En este texto mostraban una hostilidad mucho más abierta hacia el PCCh, al que culpaba por la ruptura. Iniciaba citando la declaración del XIX Pleno del Comité Central, que reiteraba su adherencia a la tesis de los Congresos XX y XXII del PCUS y a las Declaraciones de Moscú de 1957 y 1960. A continuación, trataba la controversia sobre la llamada «contradicción fundamental de nuestra época», considerada por el PCCh la contradicción entre el imperialismo y los movimientos de liberación nacional en lugar de la contradicción entre el sistema capitalista y el socialista, oponiéndose según el PCUS y el PCP-U a las Declaraciones de Moscú. Aunque los soviéticos y prosoviéticos reconocían la importancia de la descolonización como factor decisivo en la 121 transformación social, afirmaban que su éxito no estaba garantizado del todo sin el apoyo del sistema socialista, en particular de la Unión Soviética. El sistema socialista mundial, la lucha proletaria en los países capitalistas y el movimiento de liberación nacional constituían un bloque único de apoyo recíproco contra el imperialismo, en el que el primero era la fuerza principal por ser «la máxima expresión de la lucha de clases en nuestra época», mientras que los chinos contraponían artificialmente a estas tres fuerzas (Partido Comunista Peruano [Unidad] 1987 [1964]: 283-284). En líneas generales, la dirección del el PCP-U acusaba al PCCh de extender sus divergencias ideológicas con el PCUS a todas las cuestiones fundamentales de la estrategia del movimiento comunista mundial y escalar en forma y tono hasta el punto del divisionismo deliberado. Los líderes chinos se alzan contra toda la línea general del movimiento comunista, pretendiendo suplantarla por su propia línea, inficionada de nacionalismo burgués de gran potencia y de un exacerbado culto a la personalidad de sus líderes, lo que los ha llevado a reemplazar los principios clasistas por criterios geopolíticos, racistas, continentalistas y generacionistas, propios de la ideología burguesa y pequeño- burguesa y coincidentes con las prédicas y propósitos más reaccionarios y belicistas del imperialismo (1987 [1964]: 283). También acusaba al PCCh de intromisión en el PCP para fomentar su división a través de su apoyo al «escisionismo criollo» y la difusión en la prensa china de las «calumnias» de este grupo contra el partido. Así, en sus esfuerzos contra el PCP, habían acabado identificándose con la campaña anticomunista de tanto la prensa reaccionaria peruana y con los «grupúsculos trotzkistas [sic]», mientras que «los escisionistas criollos viéndose derrotados ideológica y políticamente, se acogen en forma desvergonzada a ese apoyo exterior y a los métodos de mixtificación y de cinismo de sus maestros chinos para intentar respaldo a sus calumnias». La «labor confusionista, divisionista y debilitante del escisionismo» de los chinos y sus seguidores peruanos era, según el XIX Pleno del PCP- U, la mejor arma del imperialismo y la reacción nacional e internacional por ser un caballo de Troya en el movimiento obrero y popular (1987 [1964]: 288-294). Para el PCP-U, parte de la lucha de clases era la lucha contra las «expresiones de clases extrañas al proletariado» que alentaban desviaciones de izquierda y derecha: el dogmatismo, el sectarismo, el aventurerismo, el nacionalismo burgués y el culto a la personalidad. Tanto dentro como fuera del Perú, el dogmatismo, el sectarismo y el aventurerismo serían expresiones del subjetivismo pequeñoburgués y constituían por 122 entonces las corrientes más peligrosas dentro del movimiento comunista internacional y de la unión de fuerzas pacifistas, democráticas, antiimperialistas y socialistas, que había sido seriamente dañada por «el oportunismo escisionista de izquierda de los dirigentes chinos». Por esta razón, el PCP-U condenaba enérgicamente el «escisionismo» chino, apoyaba la resolución adoptada en el Pleno del Comité Central del PCUS con respecto a este tema, y reiteraba su apoyo a la política del PCUS y de su Comité Central bajo el liderazgo de Jrushchov, «quien ha sabido defender pacientemente pero con firmeza ejemplar, la unidad del movimiento comunista mundial». El PCP-U apoyaba la vía pacífica al socialismo y criticaba al PCCh por desestimar su potencial y sus acusaciones de integrar el capitalismo en el socialismo y de revisionismo socialdemócrata. Según su concepción, la vía pacífica era posible cuando la potencia de las fuerzas revolucionarias obligaba a los explotadores a rendirse dentro de los cauces de la democracia burguesa, pero en caso contrario era imperativa la lucha armada; no obstante, en ambos casos se aplicaba la violencia revolucionaria y se producía la lucha de clases (1987 [1964]: 286- 294). Poco después del inicio de la radical Revolución Cultural en China, declarada por Mao en 1966, el PCP-U publicó un panfleto titulado «La política internacional y las divergencias con el PCCh», en el que condenaba a los dirigentes del PCCh por provocar la escisión en el movimiento comunista internacional, que había «repercutido negativamente entre las fuerzas revolucionarias de todo el mundo», con sus discrepancias con el PCUS en múltiples problemas importantes del marxismo-leninismo, incluyendo la línea política general internacional, la construcción del socialismo y del comunismo, los métodos de trabajo y lucha de los partidos comunistas y obreros, las relaciones entre los partidos hermanos y la forma de conducir la lucha ideológica. Así, al desarrollar sus puntos de vista erróneos, los dirigentes del P.C. Chino se enfrentaron a la mayoría de los Partidos Comunistas y Obreros del Mundo. Abrieron el debate público e internacional contra ellos, llenándolos de adjetivos y adoptando una particular virulencia en los últimos años (1967: 5). El PCP-U reconocía la victoria que había supuesto la Revolución China para el comunismo y el antiimperialismo, pero lamentaba la actual actitud de sus dirigentes: «han perdido la perspectiva histórica, se han encasillado en sus glorias pasadas, han perdido el ritmo de la historia de nuestro tiempo y, peor aún, se creen predestinados a convertirse en los maestros supremos de la revolución mundial». Aunque defendían el derecho a la 123 discrepancia interna, acusaban a los chinos de presionar la discusión «hacia la ruptura total, tratando de imponer sus puntos de vista o escindir a las fuerzas revolucionarias»; citaba como ejemplo la pugna sino-soviética en Vietnam, que demostraba que esta actitud extremista favorecía «la acción de las fuerzas del imperialismo y la reacción mundial» (1967: 8-25). El PCP-U identificaba las raíces de la disputa sino-soviética en los desacuerdos preexistentes al XX Congreso del PCUS, incluyendo la insistencia de China de recibir armamento y equipo nuclear de la Unión Soviética y las críticas soviéticas a los planes económicos chinos – probablemente en referencia al Gran Salto Adelante, ya que el PCP- U enfatizaba que estas observaciones resultaron ser correctas. Declaraba que los dirigentes del PCCh defienden el fraccionalismo, lo apoyan moral y materialmente y echan por tierra los principios marxistas-leninistas del centralismo democrático en cada Partido Comunista y los que norman las relaciones entre países con diferente régimen social, entre los países socialistas y entre los Partidos Comunistas (1967: 6-7). El folleto también mencionaba los conflictos fronterizos de China con la Unión Soviética y la India, que condenaban como una desviación de los dirigentes chinos «por el camino del nacionalismo burgués que lejos de favorecer hace daño a los intereses del pueblo chino […]». En resumen, el PCP-U criticaba al PCCh por su dogmatismo, subestimación del proletariado y de los países socialistas, sobreestimación del campesinado y la intelectualidad revolucionaria, su «campaña racista y nacionalista», rechazo de la coexistencia pacífica, negación de la posibilidad de construir el comunismo en la Unión Soviética, acusación a la Unión Soviética de restaurar el capitalismo, su categorización de todo disidente como enemigo, defensa del culto a la personalidad, y sus intervenciones en la política interna de otros países, entre las que destacaba Vietnam. Más aún, el PCP- U enfatizaba que «las tesis chinas están en contradicción prácticamente con todas las cuestiones fundamentales del marxismo leninismo», denunciando no solo al PCCh sino al maoísmo como ideología (1967: 15-29). Del Prado elaboró, en un análisis en retrospectiva, las dos principales diferencias entre el PCCh y el movimiento comunista mundial (es decir, el bloque encabezado por la Unión Soviética). En primer lugar, las Conferencias de 1957 y 1960 habían concluido que la contradicción fundamental de la época era la existente entre el bloque socialista y el capitalista y que el avance del socialismo mundial fortalecería al movimiento 124 antiimperialista y de liberación mundial, todo lo cual inclinaría la situación global a favor de la revolución, la paz y el socialismo; los chinos, por su parte, sostenían que la principal contradicción de la época era entre los países atrasados y los desarrollados, entre los cuales (aunque al principio no explícitamente) se encontraba la Unión Soviética,. La segunda divergencia tenía que ver con la vía a la revolución: el maoísmo advocaba la guerra – incluida la guerra nuclear –, mientras que, según el PCUS y sus afiliados, la fuerza actual del movimiento revolucionario mundial liderado por la Unión Soviética lo convertía en un obstáculo eficaz para el imperialismo y garantizaba el triunfo y desarrollo de la revolución sin necesidad de guerra; notablemente, Del Prado citaba como un ejemplo el caso de Cuba (1987: 129-130). Naturalmente, los partidos maoístas tenían una visión completamente distinta de la ruptura sino-soviética y el impacto que tuvo en el comunismo peruano. El PCP-BR reconocía que a partir del IV Congreso Nacional de 1962, la lucha interna en el PCP se polarizó ante la división del comunismo internacional, y afirmaba que «las revolucionarias posiciones del Partido Comunista de China, sirvieron de estímulo y educación a los marxista-leninistas, marcando el retorno al marxismo-leninismo y al camino de Mariátegui». En la IV Conferencia Nacional de 1964, «el Partido adoptó posiciones revolucionarias en el plano internacional, cuyas banderas levantaban los camaradas de los hermanos partidos de China y Albania y condenó las posiciones de los revisionistas soviéticos» (1969: 42-43). Asimismo, en una publicación de 1973 que compilaba artículos escritos por los partidos maoístas afines de otros países, titulada «Fascismo-trotskismo y revisionismo, enemigos de la revolución», el PCP-BR incluía un artículo del partido italiano Nuova Unità, que sostenía que el «revisionismo moderno» buscaba «degenerar» a los partidos comunistas para desarmar a la clase obrera y «sembrar en las filas de la revolución el desbarajuste ideológico y político»; así, aprovechándose de las derrotas y decepciones causadas por los «ultraizquierdistas» en las masas, fomentaban en la clase obrera «las ilusiones reformistas» de la vía pacífica de la revolución socialista. También condenaba la desestalinización en la Unión Soviética, sus «ataques» a los partidos comunistas disidentes (destacando, por supuesto, a China y Albania) y la teoría soviética del «partido de todo el pueblo» como un instrumento para desarmar a la clase obrera (Ediciones Bandera Roja 1973: 10-12). 125 De forma similar, el PC(ML)P liderado por Sotomayor se posicionaría firmemente – al menos en sus inicios – del lado de China, con un lenguaje aún más florido. En su libro de 1967 sobre la Revolución Cultural, Sotomayor escribió que Desde que usurpó el Poder del Estado y del Partido en la URSS y otros países socialistas, el revisionismo contemporáneo ha recorrido un camino tortuoso, de crímenes y traiciones incalificables, Ahora, en alianza con los reaccionarios y los imperialistas, ha desatado una vasta campaña de desprestigio contra la gran Revolución Cultural Proletaria de China (1967: 99). Según Sotomayor, el «gravísimo daño» que el «revisionismo contemporáneo» y los «renegados jruschovistas» había hecho al bloque socialista y a la «sagrada causa del socialismo y el comunismo» con sus «intrigas, complots y crímenes» – sobre los cuales «se podría escribir libros completos» –, había «provocado la alegría franca del imperialismo y de todos los reaccionarios» (1967: 95-97). En particular, Sotomayor condenaba a los dirigentes soviéticos desde Jrushchov por haber «dado un trato de enemigo al gran pueblo chino y sus dirigentes». Como ejemplo, citaba el retiro de los 1390 especialistas soviéticos en China y la anulación de 343 contratos y de 257 proyectos de cooperación científica y técnica en 1960, «pisoteando las normas más elementales que regulan las relaciones internacionales, incluso entre los países capitalistas», que constituyó, según Sotomayor, «una verdadera puñalada por la espalda que los dirigentes “soviéticos” dieron a la RPCh, en momentos que este gran país socialista sufría las consecuencias de años consecutivos de calamidades naturales» (repitiendo la versión china de la catástrofe del Gran Salto Adelante). También acusaba a la Unión Soviética de provocar «disturbios en las fronteras», apoderarse de territorio chino y haber «incitado a las minorías nacionales de las regiones fronterizas de la RPCh, a que se separen de su patria y se pasen a la URSS». Sobre la renovada animosidad de China hacia la Unión Soviética durante la Revolución Cultural, Sotomayor escribía que El internacionalismo y el humanismo de la Revolución Cultural Proletaria de China no son otros que el internacionalismo proletario y el humanismo proletario. “Su “antisovietismo’, [sic] es defensa abierta y franca de todo lo que realmente es soviético, y rechazo enérgico de lo que es revisionismo y degeneración burguesa en la Unión Soviética (1967: 82-96). Citando la Declaración de Moscú de 1957, Sotomayor atribuía el surgimiento del revisionismo en los países socialistas – incluida la Unión Soviética – a la prolongada influencia interna de la burguesía y sectores pequeñoburgueses y la presión externa del imperialismo (1967: 100). Concluía de forma tajante que: 126 La lucha del marxismo leninismo contra el revisionismo contemporáneo, no es una disputa entre la URSS y la RPCh, como algunos interesadamente afirman. Es una lucha de carácter internacional en la que los marxistas leninistas de todo el mundo, desenmascaran y condenan sin piedad la traición de los sucesores de Berstein, Kastaky, Trotsky, Burjarin [sic], Tito y Jruschov. Como resultado de esta gran contienda ideológica al pensamiento de Mao Tse-tung, marxismo leninismo, ha alcanzado una nueva altura (Sotomayor 1967: 111). Por su parte, poco después de escindirse del PCP-BR, en uno de los primeros números de su revista (septiembre de 1969) el PC del P-Patria Roja dedicó una sección al «revisionismo», en la cual repetían las acusaciones de Pekín a Moscú: que en la Unión Soviética, en Europa Oriental y Mongolia se había restaurado el capitalismo; que la Unión Soviética se había convertido en un país «social-imperialista» con un afán colonizador hacia Europa Oriental y Mongolia, como lo habían demostrado la invasión a Checoslovaquia y el conflicto fronterizo con China; que estaba secretamente aliado con el imperialismo estadounidense; y que había reemplazado el internacionalismo proletario con «la política chovinista de gran nación». Estos eventos, consecuencia de la usurpación del poder partidario, estatal y militar por la «camarilla revisionista» de Jrushchov, y luego de Brezhnev y Kosygin, constituían «una experiencia sumamente dolorosa para el proletariado internacional y para el socialismo». Sin embargo, consideraban que «los marxistas-leninistas, el proletariado y demás capas trabajadoras de los países hoy bajo la dictadura del revisionismo, retoman la bandera de Lenin y Stalin, se guían por el pensamiento de Mao Tsetung, reagrupan sus filas», citando como ejemplos a los partidos marxistas-leninistas (a su juicio) de la Unión Soviética, Polonia, Yugoslavia y otros; eventualmente, estos partidos «derribarán a las camarillas revisionistas y restaurarán la dictadura del proletariado en medio de una ardua, tenaz, implacable», ya que «la historia marcha en este sentido y no en otro. La bancarrota del revisionismo a escala mundial es ineludible». En cuanto al reciente conflicto fronterizo sino-soviético, el informe proclamaba que «la VI Conferencia apoya firmemente al Partido Comunista, al Gobierno, al Ejército y al Pueblo Chino en su justa acción de defender su sagrado territorio patrio, vapulear al agresor y condena la acción gansteril de los revisionistas soviéticos» (Partido Comunista del Perú [Patria Roja] 1969: 4). El PC del P-PR proclamaba que estudiar el maoísmo y adoptar «una firme acción de clase» era la única manera 127 de luchar con o contra el oportunismo de derecha y el oportunismo de “izquierda”, contra el dogmatismo […] y aprenderá a [sic] descubrir y dominar las leyes que rigen la revolución peruana, en la construcción del Partido y en la organización y conducción de la guerra popular (1969: 5). Asimismo, en un panfleto de 1974, declaraban que «Marx, Lenin, Stalin y Mao Tsetung son maestros insuperables en el dominio de la estrategia y la táctica. Tenemos que estudiar en ellos la forma cómo abordaron los problemas más complejos y cómo supieron solucionarlos» (Partido Comunista del Perú [Patria Roja] 1980 [1974]: 36). El número de abril de 1974 de la revista «Patria Roja» contenía un artículo titulado «Lenin y el reformismo», en el cual citaba y ponía de ejemplo la obra del líder bolchevique para criticar a los «revisionistas contemporáneos», liderados por el PCUS a nivel global y el PCP-Unidad («satélite» del anterior) en el Perú. Sobre estos, Patria Roja decía que: «Estos traidores al “revisar” y “reformar” el marxismo, para hacerlo más agradable a los ojos de la burguesía, destruyen el alma viva del marxismo, castran su espíritu revolucionario» (1974c: 4). No obstante, para fines de la siguiente década, el PCP-BR y el PC(ML)P – cabe notar, ambos ya muy reducidos y marginados de la política peruana debido a sus sucesivas divisiones – habían cambiado de opinión drásticamente con el viraje de China, concretamente debido a su acercamiento con Estados Unidos desde inicios de la década de 1970 y la adopción de la Teoría de los Tres Mundos1 como principio rector de su política exterior; el PCP-BR llegó a referirse abiertamente a los «revisionistas chinos» (1978: 4). Sin embargo, varios partidos extranjeros a los que el PCP-BR apoyaba – y cuyas publicaciones traducía y difundía en el Perú – no se habían desligado del todo de China y sobre todo de Mao, ni habían cambiado de opinión respecto a la Unión Soviética, por lo que se puede asumir que Bandera Roja compartía esta posición. Por ejemplo, el Partido Comunista de Alemania (Marxista-Leninista), considerado por el PCP-BR uno de «los auténticos partidos marxistas-leninistas del mundo», al abordar la ruptura sino- soviética de inicios de la década de 1960 en su artículo «La “teoría de los tres mundos” ¿Una teoría marxista-leninista?», escribía que el PCCh bajo Mao y el Partido del Trabajo de Albania bajo Enver Hoxha «desenmascararon las intrigas de los revisionistas 1 La Teoría de los Tres Mundos dividía a los países en tres grupos: las dos superpotencias imperialistas, (Estados Unidos y la Unión Soviética), los países desarrollados, y los países subdesarrollados, que constituirían la principal fuerza antiimperialista; asimismo, clasificaba a la Unión Soviética, en lugar de Estados Unidos, como la superpotencia más peligrosa, reflejando la normalización de relaciones entre China y Estados Unidos. Para más detalles, ver el capítulo 1, páginas 17-18 y 36-38. 128 contemporáneos y defendieron estas enseñanzas del marxismo-leninismo en una lucha amplia y profunda, junto con todos los verdaderos marxistas-leninistas del mundo» en contra de «Jrushchov y toda la camarilla revisionista internacional». También hablaba de «La gran China socialista, que se convirtió bajo la dirección del camarada Mao Tsetung en un baluarte de la revolución mundial» y «la triunfal lucha contra el revisionismo jruschoviano [sic]» (Ediciones Bandera Roja 1977a: 4-17). El Partido Comunista del Brasil, al resumir la historia de la revolución, la cual era «el objetivo esencial de la clase obrera, la tendencia irresistible de nuestra época», afirmaba que «retrocedió con la traición revisionista, pero se mantuvo gloriosamente en Albania y en China»; una opinión que también era avalada por el PCP-BR en el Perú (Ediciones Bandera Roja 1977b: 21- 22). Por su parte, los partidos autores de la «Declaración conjunta» traducida y publicada por el PCP-BR en 1978, procedentes de Alemania, España, Grecia, Italia y Portugal, proclamaban que, en su lucha contra el fascismo, el «socialfascismo [sic]» y la violencia reaccionaria de los estados burgueses, debían exponer «el verdadero papel del revisionismo y de la socialdemocracia que tratan sistemáticamente de desarmar a las fuerzas populares abriendo así la vía al fascismo». En su opinión, el «revisionismo moderno», sobre todo el «revisionismo jruschovista» era la principal fuerza «que actualmente […] trata de impedir que el proletariado realice su gran misión histórica» y el principal enemigo dentro del movimiento obrero, por lo que su Declaración llegaba a la conclusión de que: Los partidos revisionistas son el resultado de la degeneración de los partidos que fueron comunistas revolucionarios; intentan engañar a los trabajadores ocultándoles su traición a los intereses de clase y al marxismo-leninismo; continúan usando la etiqueta de comunistas, mientras que en realidad han tomado el camino de la contrarrevolución […] se han puesto al servicio del capitalismo y se oponen a la revolución, al socialismo y a la dictadura del proletariado (Ediciones Bandera Roja 1978 [1977]: 17-20). Como prueba de ello tomaban la oposición de los que calificaban como partidos revisionistas a la revolución violenta en favor de la vía pacífica y sus compromisos con las burguesías locales, con el imperialismo estadounidense y con el «social-imperialismo» soviético. En los países donde ocupaban el poder, habían restaurado el capitalismo e instaurado «una dictadura social-fascista [sic] al servicio de la nueva burguesía», ocultándoles estos «hechos» a los trabajadores; por ejemplo, la autodenominación de la 129 Unión Soviética como «Estado de todo el pueblo» sería un engaño a la clase obrera para evitar el restablecimiento de la dictadura del proletariado. Casi al final de su declaración, dedicaban unas líneas a rendir homenaje a la memoria de Mao en el primer aniversario de su muerte, evidenciando, cuanto mínimo, la afinidad que aún tenían con el maoísmo (Ediciones Bandera Roja 1978 [1977]: 20-33). El PC(ML)P – y Sotomayor – fue aún más lejos: a raíz de los cambios en las políticas internas y externas de China, para 1976 este partido denunciaba fuertemente al maoísmo, renegando por completo de la ideología que una vez había defendido encarnizadamente. Su dirección afirmaba que en la década anterior, en los inicios del cisma del comunismo internacional, el maoísmo había ocultado su verdadera esencia, la cual era incompatible con el marxismo-leninismo y el socialismo científico debido a varias razones, incluyendo: su idealismo y voluntarismo, su igualitarismo pequeñoburgués, su subjetivismo económico y «organización económica autárquica de inspiración feudal», sus ideas de transformación violenta que encajaban con las del radicalismo pequeñoburgués, su reducción del socialismo a la «simplificación absurda de todos los aspectos de la vida» a través de métodos militares, y su «nacionalismo furibundo» pequeñoburgués y «chovinismo de gran potencia, expresado en una serie de actos de expansionismo, racismo, abandono de la lucha por la paz, defección del campo socialista y del movimiento comunista internacional» y que constituía «un verdadero peligro para todos los pueblos del mundo». Algunas de sus explicaciones rayaban en el racismo, afirmando que la mentalidad china estaba «inclinada al escolasticismo y la fe ciega en el líder» debido a la influencia del confucionismo, y que las particularidades del desarrollo histórico de China habían causado que el «revolucionarismo pequeñoburgués» tomara formas específicas en el maoísmo (PC(ML)P 1976: 65-76). El PC(ML)P también condenaba la influencia del maoísmo en el comunismo peruano a la par que a la del trotskismo, influencia que atribuía al poco desarrollo del proletariado y a las «nutridas capas medias» del Perú, lo cual otorgaba «un vasto campo de acción a todos los grupos “ultraizquierdistas”, que padecen la enfermedad infantil del comunismo: el “izquierdismo”, y la infiltración de agentes provocadores preparados por la CIA». Por lo tanto, debían «poner al desnudo las fuentes de las que toman sus tesis: el trotskismo y el maoísmo», corrientes que en la práctica iban de la mano y causaban «serias dificultades en el seno de los movimientos de masas» en el Perú y el mundo. El PC(ML)P acusaba a los maoístas peruanos de «repetir como loros», incondicionalmente y sin capacidad 130 crítica, todos los puntos de vista del PCCh (transmitidos a través de Pekín Informa), negándose a admitir que China había abandonado las polémicas para dedicarse a una «campaña antisoviética irracional» que favorecía a la reacción y al imperialismo. Esta campaña consistía, en palabras del PC(ML)P, en «el cuento chino sobre “el socialimperialismo [sic] soviético”, la “confabulación de las superpotencias” y los “tres mundos”», y urgía una ardua labor de «esclarecimiento político e ideológico» de las organizaciones de masas – sobre todo de estudiantes y maestros, donde el maoísmo tenía más arraigo – para evitar la difusión de «nuevos cuentos chinos» por los «charlatanes revolucionarios» (1976: 41-42). En efecto, el PC(ML)P demostraba un radical cambio de actitud respecto a la Unión Soviética debido al viraje de China: es de inaplazable necesidad superar actitudes centristas, terceristas o “neutrales” en el seno del MCI. Es la propia vida la que nos ha puesto frente a un dilema tajante: con el MCI y los partidos que lo integran o contra ellos. Con el revisionismo chino, aliado del imperialismo yanqui y todos los reaccionarios del mundo, o contra él (1976: 96-97). En referencia al cisma del comunismo internacional, el informe afirmaba que las divergencias surgidas a inicios de la década de 1960 «han sido superadas por el propio devenir histórico, que ha puesto en evidencia el fariseísmo de Pekín y su total incapacidad de convertirse en el centro de la revolución mundial socialista» (PC(ML)P 1976: 84). En sus memorias, Sotomayor describió a Mao – con quien llegó a tener una breve entrevista en su viaje a China en 1963 –, como carismático y de conversación «fluida y agradable»; no obstante, más de cincuenta años después Sotomayor admitió que en ese momento no sabía de «sus particulares puntos de vista sobre Stalin y sus críticas a la obra de este gran sucesor de Lenin» (2015: 111-115). En su vejez, Sotomayor argumentaría que el maoísmo también era una corriente revisionista, y el editor de su biografía, Estuardo Miranda, enfatizó que «no hay nada en el maoísmo que se parezca al marxismo» (2015: 144-147). En suma, debido a la obsesión de los comunistas peruanos por identificar al país que representara su visión ideal del marxismo leninismo, que consideraban esencial para el triunfo de la revolución peruana y mundial, la animosidad entre las dos potencias comunistas mundiales se vio reflejada en el Partido Comunista Peruano. El conflicto se agravó por factores locales y personales, así como por el orgullo y la obstinación de los propios miembros del PCP y su creencia de que las divisiones «fortalecían al partido», mermando críticamente su capacidad de llevar a la práctica sus respectivas propuestas para la revolución. 131 3.3. Las alineaciones en el bloque socialista y la revolución en el Tercer Mundo La ruptura de la alianza sino-soviética había obligado a los países del bloque socialista a posicionarse de un lado u otro, por lo que estas alineaciones también fueron motivo de polémica y hasta de divisiones entre los comunistas peruanos. La IV Conferencia Nacional del PCP-U condenaba la «actividad escisionista» del PCCh en el resto de los partidos comunistas y en congresos y conferencias de diversos organismos internacionales, a los que acusaban de confabular con el imperialismo para traicionar al socialismo, al igual que a la Unión Soviética. Los chinos se aliaban con «grupos trotzkistas [sic] y neotrotzskistas [sic]» y creaban organismos usurpadores que acogían «toda clase de renegados, agentes provocadores y expulsados de los partidos comunistas», violando los acuerdos de las Declaraciones de Moscú de 1957 y 1960 que consignaban el mantener la unidad del movimiento comunista mundial y de cada partido comunista como un deber internacionalista. El PCP-U terminaba su declaración expresando su apoyo a la realización, lo más pronta posible, de una conferencia mundial de partidos comunistas y obreros para establecer los puntos de convergencia que pudieran restaurar la unidad del movimiento comunista mundial en la línea de las Declaraciones de Moscú de 1957 y 1960 (1987 [1964]: 287-294). En 1967, el PCP-U notaba que, al oponerse a la política soviética de coexistencia pacífica con Estados Unidos y el bloque occidental, China fue demostrando cada vez una mayor hostilidad a la Unión Soviética y a sus aliados hasta pretender «que los partidos comunistas desechen la línea del movimiento comunista internacional surgida de las Conferencias de partidos de 1957 y 1960 y adopten la que ellos preconizan», actitud que les había granjeado «el franco pero alturado rechazo de los partidos comunistas. La vida misma, en el trascurso de pocos años se ha encargado de demostrar lo absurdo y nocivo de sus posiciones […]». Según el PCP-U, para entonces varios partidos que inicialmente se habían alineado con China, incluyendo los de Japón, Corea y más notablemente Vietnam, estaban «retornando a justas posiciones»; probablemente esto tuviera que ver con la reciente Revolución Cultural en China y el caos que esta había causado, ya que es mencionada inmediatamente después (1967: 7-8). En contraste, aproximadamente el mismo año, José Sotomayor culpaba a Jrushchov y a sus seguidores de destruir la unidad del bloque socialista, afirmando que los dirigentes soviéticos pidieron a la clase obrera y al pueblo de Albania que derrocara a la dirección del partido y Estado, «después de haber roto toda clase de relaciones con este pequeño y 132 heroico país socialista» (1967: 94). Ya antes de la propia ruptura sino-soviética, Sotomayor había sido uno de los miembros elegidos para representar al PCP en la Conferencia de Moscú de 1960. La mayoría de los partidos asistentes, incluidos los del Tercer Mundo, siguieron la línea establecida por el PCUS en su XX Congreso, para frustración de Sotomayor, quien los calificó de «seguidores incondicionales del revisionismo soviético». Sin embargo, el delegado chino, Deng Xiaoping, discrepó abiertamente, sobre todo en las cuestiones de la guerra y la paz, las contradicciones mundiales contemporáneas, el carácter de la época y las vías de la revolución, oponiéndose a la vía pacífica. Sin embargo, según Sotomayor, «el único que hizo la defensa firme y argumentada de Stalin» fue Enver Hoxha, Secretario General del Partido del Trabajo de Albania, que el comunista peruano alabó como «una requisitoria inolvidable que puso al PCUS y a Nikita Jruschov en el banquillo de los acusados» (2015: 74-78). En 1965, la V Conferencia Nacional del PCP-Bandera Roja alabó a los países socialistas que habían tomado el lado chino, o que se mantenían neutrales en la disputa sino- soviética: Conjuntamente con el crecimiento potencial del campo socialista se observa también el auge esplendoroso de los pueblos de China, Albania, Corea del Norte y Vietnam del Norte, bajo la dirección de los hermanos partidos marxistas- leninistas que sostienen una lucha de principios contra el revisionismo contemporáneo a la par que combaten con bravura contra el imperialismo norteamericano (Paredes 1965: 15). Esto lo llevaba a concluir con satisfacción que «Por doquier, los auténticos revolucionarios salen a la palestra, con las banderas de Marx, de Engels, de Lenin y de Stalin, a combatir contra el imperialismo y su fiel sirviente el revisionismo contemporáneo» (Paredes 1965: 28). La dirección del partido condenó la conferencia de partidos comunistas afiliados a Moscú realizada La Habana a fines de noviembre de 1964, «aparentemente convocada por iniciativa de algunos partidos latinoamericanos, pero obedeciendo a mandatos fraguados por los revisionistas del PCUS». A esta «reunión escisionista y traidora» había asistido el PCP-U, al cual el PCP-BR acusaba de traición y corrupción política y se refería como «la podrida camarilla de los Acosta y del Prado, desenterrándola del cesto de basura en que había sido arrojada por los marxistas-leninistas peruanos»; su presencia en La Habana se debía, según Paredes, a «la protección e imposición de los revisionistas soviéticos a 133 quienes sirven vergonzosamente». La conferencia no había ratificado completamente la II Declaración de La Habana – que incluía la vía armada –, pedía el cese de la polémica sino-soviética «accediendo a los revisionistas del PCUS […] abrumados por la verdad del marxismo-leninismo» y condenaba el fraccionalismo, implícitamente refiriéndose a «los auténticos marxistas-leninistas que se han alzado contra el revisionismo contemporáneo». Esta reunión había supuesto una revitalización y oportunidad para confundir a los militantes para «las podridas direcciones revisionistas de los partidos concurrentes […] en momentos en que en el seno de sus organismos los marxistas-leninistas ganaban posiciones a favor de la revolución», incluidos los «revisionistas criollos» del Perú (Paredes 1965: 17-23). En 1969, la revista del PC del P-PR hablaba de la reciente conferencia en Moscú de los partidos prosoviéticos – a la que denominaban con sorna «Conferencia Mundial del Revisionismo» –, que había sido propuesta por primera vez en 1964 por Jrushchov y aplazada en múltiples ocasiones hasta que por fin se había podido celebrar en junio de ese mismo año. Sus objetivos principales, según el PC del P-PR, eran consolidar su control sobre los partidos «revisionistas», «con miras a legalizar e imponer en el pensamiento y la acción su política chovinista de gran potencia, de agresión y de colusión con el imperialismo norteamericano» y unificarlos «en torno de su política de cercar y agredir a China, justificar su agresión a Checoslovaquia y la creciente opresión neocolonial que ejerce sobre los pueblos de Europa Oriental y Mongolia». El partido maoísta peruano se regodeaba de la decepción que había supuesto esta reunión para el PCUS: solo 61 de las 75 delegaciones asistentes habían aprobado el documento final, en el cual Brezhnev no había conseguido incluir la condena a China y la justificación de la invasión de Checoslovaquia y los choques armados con China; además, se habían ausentado «casi la totalidad de los partidos comunistas de Asia» (incluyendo a Corea y Vietnam) y «los revisionistas yugoslavos, tan caros a Kruschov [sic] y Bresnev [sic]», mientras que las delegaciones de Australia, Rumanía y de otros partidos europeos solo firmaron la primera parte del documento, y los partidos de Cuba, Gran Bretaña y Suecia solo enviaron o asistieron como observadores (Partido Comunista del Perú [Patria Roja] 1969: 8). El PC del P-PR concluía que «los marxistas-leninistas del mundo entero han condenado el carácter abiertamente contrarrevolucionario de éste [sic] cónclave del revisionismo contemporáneo» y que «la camarilla revisionista de Bresnev-Kosiguin-Suslov [sic] se muestra ya impotente e incapaz de simular la aparente “solidez” de hace pocos años», 134 llegando al punto de que «sus mismos títeres optan por buscar su independencia y salir de la situación de docilidad, sumisión y servilismo que los ha caracterizado». También hablaba del surgimiento de grupos estalinistas o maoístas (es decir, marxistas-leninistas a su juicio) en varios países de Europa Oriental, como Polonia, Yugoslavia, Alemania Oriental y la propia Unión Soviética, que demostraban «el auge de la lucha de estos pueblos hoy sometidos a la cruel dictadura burguesa del revisionismo, el hundimiento del revisionismo y la reconstrucción de la dictadura del proletariado en estos países» y la validez de las conclusiones de la VI Conferencia del PC del P-PR (1969: 8). Para 1974, dicha revista proclamaba que en el movimiento comunista internacional se han obtenido grandes avances y potentes victorias ideológicas, políticas y organizativas contra el revisionismo contemporáneo. En los diversos continentes han surgido organizaciones marxista-leninistas que se fortalecen diariamente. Los marxistas-leninistas viven actualmente a nivel mundial un proceso de gran reagrupamiento (1974a: 8). Asimismo, el PC del P-PR describía al Partido Comunista de China y al Partido de Trabajo de Albania como «firmes baluartes de la lucha contra el imperialismo y el revisionismo» y «un ejemplo a seguir de internacionalismo proletario y construcción socialista» (1974a: 8). De hecho, Albania merece una mención aparte: al ser el único país de Europa del Este que había abandonado el Pacto de Varsovia y se había puesto del lado de China ante la ruptura sino-soviética, tenía una importancia simbólica desproporcional a su tamaño y relevancia geopolítica. El Partido de Trabajo de Albania y su líder, Enver Hoxha, fueron objeto de duras críticas por parte de los prosoviéticos y de rimbombantes alabanzas de los prochinos. Ya en 1963, tras su viaje a la Unión Soviética, Gustavo Valcárcel notaba ya las coincidencias en las opiniones y argumentos de China y Albania, «a tal punto que puede decirse que existe un común denominador ideológico entre ambos». La delegación de Albania en la Conferencia de los 81 en Moscú en 1960 había realizado «ataques directos contra la línea del XX Congreso del PCUS y contra la Declaración de 1957 que ellos también firmaron», manifestando su desacuerdo con el desarme, la coexistencia pacífica y la variedad de vías al socialismo; a pesar de la refutación por el resto de los participantes, los albaneses persistieron en su postura y «desataron una campaña de calumnias contra los Partidos hermanos, en una forma tal a la que ni siquiera recurren hoy muchos anticomunistas declarados». Según Valcárcel, el rechazo de las conclusiones de la Declaración de Moscú de 1960 por parte de los dirigentes del Partido del Trabajo de 135 Albania había llevado a que el IV Congreso del PCP los señalara como «los exponentes más calificados del dogmatismo infecundo y antimarxista» (1963: 292-306). Una de las principales críticas de los prosoviéticos hacia Hoxha y el Partido del Trabajo de Albania era su defensa del estalinismo y del culto a la personalidad de Stalin y del propio Hoxha, que había sido precisamente una de las causas de la ruptura de China y Albania con la Unión Soviética. En opinión de Valcárcel, a los dirigentes albaneses les había disgustado la desestalinización «dado que, como dice el pueblo, se veían ellos en el mismo espejo» y juzgaba que «hace tiempo que en el Partido Albanés del Trabajo existe una situación anormal, viciosa, antileninista, en la que cada camarada no grato a la dirección del PAT puede ser víctima de crueles represalias»; por esta razón, concluía que «el culto a la personalidad sobrevive, desplazado de la URSS, en el invernadero dogmático-nacionalista del Partido Albanés del Trabajo» (1963: 259-296). Valcárcel también afirmaba que el PCUS había intentado resolver sus diferencias con su par albanés mediante el diálogo, pero «los dirigentes albaneses pusieron oídos de mercaderes a la voz de la razón y el entendimiento» y su «terco dogmatismo» condenó las propuestas soviéticas al fracaso; Valcárcel especulaba que «alguien debe de haberlos empujado, solapadamente, a adoptar esta anómala actitud», una acusación poco sutil a China. Concluía que, aun después de la generosa ayuda soviética y de otros países socialistas para su liberación y economía, los líderes albaneses se habían «deslizado a las posiciones del nacionalismo burgués», habían ignorado el internacionalismo proletario, practicaban «actividades escisionistas [sic] entre los países del campo socialista» y promovían «malsanos sentimientos antisoviéticos» a nivel interno; en vista de la intolerable actitud de Albania, la Unión Soviética no había tenido más opción que romper relaciones (Valcárcel 1963: 299-305). Pocos años más tarde, alrededor de 1967, al comentar la división del movimiento comunista internacional, el PCP-U condenaba en particular al Partido de Trabajo de Albania por difundir «todos los puntos de vista» de China y servirle de escudo para sus «términos francamente injuriosos» (1967: 8). En contraste, Albania era exaltada por la V Conferencia Nacional del PCP-Bandera Roja en 1965: Es importante remarcar el hecho histórico de desarrollo acelerado y gigantesco de la República Popular China y la heroica Albania, observando precisamente en los años del bloqueo económico impuesto por el revisionista Jrushchov […] han superado todas las dificultades y han marchado adelante, luchando al mismo 136 tiempo contra el imperialismo y el revisionismo contemporáneos (Paredes 1965: 15-16). El informe de su VI Conferencia en 1969 también dedicaba una mención particular a Albania y a Enver Hoxha: La revolucionarización [sic] del Partido y del Poder en la heroica Albania que construye el socialismo a pasos agigantados […] ha convertido al hermano pueblo revolucionario de ese país en una inexpugnable fortaleza marxista-leninista y en faro cuyos fulgentes rayos alumbran a los pueblos revolucionarios de Europa y del mundo. El Partido del Trabajo de Albania […], dirigido por el gran marxista- leninista, camarada Enver Hoxha que […] ha hecho valiosas contribuciones al proceso de la revolución mundial y al enriquecimiento del marxismo-leninismo […] luchando al mismo tiempo contra el imperialismo y el revisionismo […]. Su consecuente lucha antirrevisionista y su implacable desenmascaramiento del revisionismo soviético, han conmovido a todos los pueblos de la tierra (Partido Comunista Peruano [Bandera Roja] 1969: 8). El II Pleno del Comité Central del PCP-BR, en julio de 1970, nombraba a Albania como ejemplo de la construcción de un partido comunista a partir de un proletariado reducido alrededor del cual se organizarían las clases explotadas, sobre todo el campesinado pobre, bajo el liderazgo de Enver Hoxha (Paredes 1978 [1970]: 39). En 1978, la dirección de dicho partido alababa a Albania por mantener «una lucha consecuente contra las dos grandes superpotencias imperialistas y contra los demás reaccionarios, levantando en alto las banderas del internacionalismo proletario y del marxismo-leninismo» y citaba extensamente a Hoxha. Sobre la reciente ruptura sino-albanesa,2 decía que no era «el reflejo de las discrepancias entre el Partido del Trabajo de Albania y el Partido Comunista de China», sino que era una polémica «entre el marxismo-leninismo y el revisionismo que se enmascara tras la teoría de los “Tres Mundos”» (1978: 3-44). Los artículos extranjeros traducidos al español y publicados en el Perú por Bandera Roja tenían la misma opinión y la expresaban con un lenguaje igualmente rimbombante. El artículo del Partido Comunista de Alemania (Marxista-Leninista) «La “teoría de los tres mundos” ¿Una teoría marxista-leninista?» – publicado originalmente el 11 de marzo de 1977 en el n°11 del suplemento del periódico Roter Morgen, órgano central de dicho partido, y reproducido en el Perú en octubre del mismo año por Ediciones Bandera Roja 2 Bajo el régimen estalinista de Enver Hoxha, Albania fue el único país de Europa del Este que se puso del lado de China durante la ruptura sino-soviética; sin embargo, tras el giro de la política interior y exterior de China en la década de 1970, Albania eventualmente rompería también con el maoísmo. Para más detalles, ver capítulo 1, página 15 y capítulo 2, página 59. 137 – hablaba de «Albania socialista, faro del socialismo, cuyos rayos brillan más allá de Europa en todo el mundo, mostrando al proletariado internacional y a los pueblos del mundo su liberación» y afirmaba que «la revolución mundial tiene en la República Popular Socialista de Albania un férreo bastión» (Ediciones Bandera Roja 1977a: 6). Por su parte, el Partido Comunista de Brasil expresaba su apoyo a Albania y a otros partidos que rechazaron la Teoría de los Tres Mundos como «actitudes consecuentes y de significado histórico que demuestran claramente la vitalidad y la invencibilidad de la doctrina y de los ideales de Marx, Engels, Lenin y Stalin, de los revolucionarios proletarios de la época actual» (Ediciones Bandera Roja 1977b: 23-24). Asimismo, los partidos autores de la Declaración conjunta de 1978 (provenientes de Alemania, España, Grecia, Italia y Portugal) afirmaban que en Albania se había consolidado el verdadero socialismo y la dictadura del proletariado, por lo cual, «aunque fuera en efecto el único país socialista del mundo, Albania representaría las aspiraciones, las esperanzas y los objetivos del proletariado internacional». Por esta razón, consideraban que «la defensa y la solidaridad con la República Popular Socialista de Albania, el único país socialista de Europa hoy, es un deber primordial del internacionalismo proletario […] en las difíciles condiciones del cerco capitalista-revisionista» y que Enver Hoxha y el Partido del Trabajo de Albania constituían «un eminente ejemplo de firmeza marxista-leninista y de valor revolucionario [….] en su larga y valerosa lucha contra todas las formas de oportunismo y de revisionismo» (Ediciones Bandera Roja 1978 [1977]: 26-33). Albania y su líder, el estalinista Enver Hoxha, también fueron objeto de una fanática admiración por parte de José Sotomayor debido a su compartida devoción hacia Stalin. En 1967 – en el mismo libro en el que exaltaba a la Revolución Cultural –, Sotomayor alababa a Hoxha por denunciar «la restauración del capitalismo en la URSS» en noviembre de 1966 en el IX Comentario a la Carta Abierta del Comité Central del PCUS – reveladoramente titulado «Acerca del falso comunismo de Jruschov y sus lecciones históricas para el mundo» –, que evidenciaba «de forma irrebatible, con abundancia de datos, el proceso de degeneración burguesa de la economía soviética» (1967: 90-91). En sus memorias, calificó a Enver Hoxha como un «dirigente marxista ejemplar» por continuar «luchando contra el revisionismo y haciendo la defensa firme y consecuente de la herencia política e ideológica de Stalin, a quien consideró su maestro, digno sucesor de Marx, Engels y Lenin», y consideraba que la obra escrita de Hoxha era de «enorme importancia» y «de estudio obligado para todos los cuadros de los Partidos comunistas 138 proletarios revolucionarios» (Sotomayor 2015: 78-79). Por último, la revista del PC del P-PR se refirió en 1969 a «la gloriosa República Popular de Albania, faro del socialismo en Europa» como «un ejemplo para los pueblos y naciones que luchan por la liberación nacional y el socialismo» (1969: 4) y en 1974 reiteró su convicción de que «el Partido Comunista de China y el Partido del Trabajo de Albania constituyen firmes baluartes de la lucha contra el imperialismo y el revisionismo y son un ejemplo a seguir de internacionalismo proletario y construcción socialista» (1974a: 8). El otro país socialista del cual los comunistas peruanos discutían en específico era Cuba, cuya revolución había tenido una especial relevancia para Latinoamérica.3 En contraposición a la actitud «dogmática» y «antimarxista» del Partido del Trabajo de Albania, Valcárcel consideraba que la relación entre el PCUS y el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba era un modelo ideal de «lo que deben ser las relaciones entre los Partidos hermanos, sean éstos grandes o pequeños, jóvenes o antiguos», tomando como base el Comunicado Conjunto cubano-soviético firmado el 23 de mayo de 1963 en Moscú. Cuba, además, era la prueba de que «la fuerza mundial del socialismo – y en primer lugar de la Unión Soviética – está en condiciones de impedir la exportación de la contrarrevolución» a los países recién en descolonización que adoptaran el socialismo (Valcárcel 1963: 305-340). Un panfleto del PCP-U del año 1977 titulado «Unidad: 20 años de combate contra el imperialismo» reafirmaba la solidaridad con la Revolución cubana – expresada a través de titulares, artículos y editoriales del periódico del partido – como un «deber internacionalista», y, a pesar de oponerse al foquismo, lamentaba la muerte del Che Guevara por su significado para la revolución en Latinoamérica y en el Tercer Mundo (Figueroa y Del Prado 1977: 8-27). En cambio, para los maoístas peruanos, a pesar de su admiración a la Revolución cubana y apoyo a la lucha armada, la afiliación soviética de Cuba y Fidel Castro supuso una amarga decepción. Tras la conferencia de los partidos prosoviéticos en La Habana en 1964, Bandera Roja ya expresaba su desencanto con la creciente inclinación de Cuba hacia la Unión Soviética: Ha causado una profunda extrañeza que el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba, que reconoció a nuestra actual Dirección como la auténtica 3 El triunfo de la revolución cubana tuvo fuertes repercusiones en la izquierda latinoamericana y sus relaciones con Moscú y Pekín. Para más detalles, ver capítulo 1, páginas 40-42. 139 del Partido Comunista Peruano, halla [sic] invitado y sentándose en una misma mesa con los traidores a la revolución peruana (Paredes 1965: 17). Incluso reservaban críticas para el propio Fidel Castro por haber firmado, junto a Nikita Jrushchov, la Declaración Conjunta de enero de 1964 en La Habana, que establecía la uniformidad de puntos de vista sobre la revolución mundial y el movimiento comunista internacional y el rechazo del fraccionalismo. Paredes atribuía la afiliación soviética de Cuba a las «tendencias revisionistas» provenientes del Partido Comunista de Cuba prerrevolucionario y la «reciente y débil formación marxista» del Movimiento 26 de Julio y advertía que este acercamiento de La Habana a Moscú podía tener «resultados deplorables para el movimiento comunista internacional y para la propia construcción socialista de Cuba» (Paredes 1965: 18-22). La dirección de Bandera Roja enfatizaba que esta era una «crítica fraterna» que no implicaba de ninguna manera el cese de su apoyo a la Revolución cubana, pero rechazaba la viabilidad de un camino cubano al socialismo, afirmando que «la Revolución cubana […] no puede ser exportada», después de que sus líderes hubieran «tergiversado la revolución y su interpretación, para contraponerse a los principios de la guerra popular» con su acercamiento a la Unión Soviética; los líderes cubanos, según Bandera Roja, habían abandonado los principios de la II Declaración de la Habana, que advocaba la lucha armada como la única vía de liberación nacional y social de Latinoamérica. Ante la «orientación pequeño-burguesa y revisionista» del Partido Comunista Cubano, Bandera Roja llegaba a la conclusión de que la Revolución Cubana solo había tenido éxito – sobre todo en el sentido militar – gracias al apoyo popular y a la no intervención de Estados Unidos (Paredes 1965: 24-139). La VI Conferencia del PCP-BR en 1969 adoptaría un tono aún más duro con Cuba, condenando la posición «tercerista» – es decir, neutral respecto a la ruptura sino-soviética – del Partido Comunista de Cuba y el castrismo como la «versión cubana del revisionismo contemporáneo» (1969: 95-96). El PC del P-PR publicó material aún más crítico de Cuba. En la edición de su revista de septiembre de 1969, una sección trataba a la Revolución Cubana: aunque reconocían su significado histórico para la revolución y antiimperialismo latinoamericano, no perdonaban al Partido Comunista y gobierno de Cuba por su posición «tercerista» en el movimiento comunista internacional, que condenaban como «colaboración con el revisionismo soviético», y por su concepción de la revolución y de la lucha armada, tachada como «la concepción de los demócratas burgueses y la pequeña burguesía 140 radicalizada». Más aún, afirmaban que la Revolución Cubana «fue gestada, orientada y dirigida por elementos demócratas burgueses y por elementos de la pequeña burguesía», que el Partido Comunista Cubano no era un «partido bolchevizado» sino que predominaba en su seno «la ideología y la concepción del mundo de los demócratas burgueses y la pequeña burguesía radicalizada», y que Cuba no era realmente un país socialista. Concluía que corresponde a los marxistas-leninistas de Cuba y al proletariado cubano, apoyándose en el marxismo-leninismo-pensamiento Mao Tsetung y en la inagotable y poderosa energía del pueblo cubano, hacer avanzar la revolución, implantar la dictadura del proletariado y llevar el socialismo hasta el fin (Partido Comunista del Perú 1969: 5). En su edición de julio de 1973, la revista Patria Roja publicó la «Resolución sobre la intromisión del Partido Comunista y gobierno cubanos en los asuntos internos de nuestra patria y revolución», redactada originalmente en el II Pleno del Comité Central del PC del P-PR y con un tono claramente hostil. En primer lugar, tachaba la actitud del Partido Comunista Cubano (PCC) hacia el gobierno militar peruano de «abierta intromisión en los asuntos internos de nuestra Patria y revolución» y de «seguidismo a la gran burguesía proimperialista, popular, reformista y fascitizante [sic], representada por los militares hoy de turno en el poder», por lo que acordaba «denunciar toda intromisión y maniobra de la delegación diplomática cubana en apoyo del régimen reaccionario de la Junta Militar». El PC del P-PR no se ahorraba críticas a la anterior posición del PCC, que calificaba de una «concepción pequeño-burguesa» y de «absolutización de la experiencia de la Revolución Cubana en nuestro continente», pero condenaba de la misma manera su «giro hacia las concepciones reformistas igualmente pequeño-burguesas y/o burguesas, con el regocijo consiguiente de los gobiernos y dictaduras reaccionarios de nuestro continente». En su opinión, el PCC y gobierno de Cuba – incluyendo el propio Fidel Castro – se habían convertido en instrumentos de poder de los opresores para «reforzar la corriente reformista en el seno del movimiento obrero y popular» con su «apoyo incondicional […] al régimen reaccionario que detenta el poder en el Perú […] valiéndose del prestigio reconocido de la Revolución Cubana y el querido pueblo de Cuba» (1973c: 15-16). Más aún, el PC del P-PR acusaba al PCC de abandonar por completo sus principios de solidaridad con los movimientos de liberación nacional y el internacionalismo proletario y de perder la fe «en la lucha y perspectiva revolucionaria de las masas y pueblos oprimidos, a fin de cuentas su inclinación por el reformismo y revisionismo, su visión 141 putchista de los movimientos de liberación nacional, al margen de las masas populares»; además, culpaba a la Unión Soviética – aunque no la mencionaba explícitamente – del «bandazo» del PCC: «es el revisionismo social-imperialista el que alienta y dirige la actual posición de los dirigentes del P.C.C., ejerciendo sobre elpueblo [sic] una política de chantaje e intromisión en los asuntos internos de Cuba». El PC del P-PR cerraba esta resolución llamando «al heroico pueblo de Cuba y dirigentes marxistas-leninistas a fin de redoblar esfuerzos por liquidar las concepciones pequeño-burguesas y/o burguesas supérstites en su seno, impidiendo que se trafique con los intereses y el prestigio de la Revolución Cubana» e invocando la solidaridad del pueblo cubano con los movimientos de liberación nacional de Latinoamérica y de todo el mundo. No obstante, enfatizaba que la Revolución Cubana seguía siendo un «faro glorioso en América Latina que jamás deberá apagarse» (1973c: 15-16). En efecto, la revolución en América Latina y en el Tercer Mundo en general era un tema de vital importancia para los comunistas peruanos, sobre todo para los maoístas, a juzgar por sus escritos. El informe presentado por Paredes a la V Conferencia Nacional del PCP- BR en 1965 expresaba optimismo sobre el desarrollo en cantidad y calidad de los partidos comunistas de todo el mundo «a través de la lucha contra el revisionismo» – es decir, los partidos maoístas –, citando los ejemplos de sus pares de Ecuador, Colombia, Brasil, Chile, Bolivia y el propio Perú en Latinoamérica, así como los de Indonesia, Japón, Australia y Nueva Zelanda, entre otros. El hecho de que el PCCh se hallara «a la cabeza de esta lucha a muerte contra el imperialismo y la reacción mundial» demostraba que el impulso revolucionario se había trasladado de la Unión Soviética a China (Paredes 1965: 28-29). En efecto, según Paredes, Mao ha sabido conjurar la verdad universal del marxismo-leninismo a las condiciones concretas de China y mucho más aun [sic], ha ahondado en la experiencia y el estudio del marxismo-leninismo habiéndolo desarrollado y convertídose [sic], de ese modo, no porque él mismo lo halla [sic] declarado o deseado, en indiscutible líder de la revolución mundial (1965: 114). Al abordar las guerrillas latinoamericanas – y los reveses que habían sufrido varias de estas –, la VI Conferencia del PCP-BR en 1969 atribuía sus obstáculos y errores principalmente a su liderazgo no proletario y a la influencia del castrismo; sin embargo, el partido maoísta peruano confiaba que esto llevaría a los pueblos a descubrir «la esencia revisionista del llamado “tercerismo” en el movimiento comunista internacional» y a «adoptar el verdadero camino», es decir, el maoísmo. Puntualizaba: «La asimilación, 142 defensa, difusión y aplicación de los principios de la guerra popular desarrollados por el camarada Mao Tsetung, están dotando a los pueblos revolucionarios de América Latina con el arma más poderosa y eficaz que los conducirá a la victoria». Como ejemplo, ponían al Ejército Popular de Liberación del «hermano Partido de Colombia» (1969: 10-11). Sin embargo, el devenir del movimiento antiimperialista mundial, del Tercer Mundo y de la política exterior de China en la siguiente década decepcionó profundamente a los maoístas del Perú y de otros países, causando un drástico cambio de opinión. El artículo del Partido Comunista de Brasil, traducido al español y publicado en el Perú por Ediciones Bandera Roja, desestimaba el potencial del Tercer Mundo como la principal fuerza revolucionaria en la forma de un frente unido antiimperialista, una noción que, según el partido, había estado «de moda» a inicios de la década, citando los ejemplos de Velasco en Perú, Allende en Chile, Perón en Argentina y Castro en Cuba. Afirmaba que «nuestro partido nunca aceptó esa extraña clasificación, ni ese remedo de frente único mundial antiimperialista», cuya «incoherencia» y «sentido oportunista» habría sido evidente desde 1973. Según el PCP-BR, la mayoría de los países del Tercer Mundo pronto habían revertido las reformas antiimperialistas, aumentado su dependencia del capital financiero internacional (incluido el de la Unión Soviética), entrado en la carrera armamentista de las superpotencias e iniciado conflictos y hasta guerras entre ellos; en varios, además, la democracia se vio destruida por golpes militares o elecciones fraudulentas que instauraron regímenes «ultrarreaccionarios y fascistas», y la unidad del Tercer Mundo se fragmentó. Esto se debía, según el PCP-BR, a que sus gobiernos representaban a las clases dominantes de los países dependientes, una élite reaccionaria y vinculada al imperialismo. Así, citando un análisis del Partido del Trabajo de Albania, el PCP-BR concluía que «es un engaño llamar a los pueblos a cerrar filas en torno del tercer mundo, o sea, de las fuerzas reaccionarias de los países subdesarrollados» (Ediciones Bandera Roja 1977b: 11-15). La Declaración conjunta de partidos extranjeros en 1978 sostenía que la mayoría de los países del Tercer Mundo estaban gobernados por regímenes «reaccionarios, antidemocráticos y anticomunistas […] totalmente ligados al imperialismo», por lo cual no podían ser la fuerza principal de la revolución como afirmaba la teoría de los Tres Mundos (Ediciones Bandera Roja 1978 [1977]: 28). Por su parte, en el informe de su VII Conferencia Nacional en 1972, la dirección del PC del P-Patria Roja señalaba a China como líder de los países socialistas y la «base de apoyo de la Revolución Mundial» y afirmaba que la Revolución China había marcado el inicio 143 de la descolonización en Asia y África y la lucha antiimperialista en Latinoamérica (Partido Comunista del Perú 1972: 5-18). Asimismo, su revista «Patria Roja» declaraba en septiembre de 1969 que China se había convertido en «en el bastión inexpugnable del socialismo y la revolución mundial, en el principal baluarte de la lucha contra el imperialismo y el socialimperialismo», por lo que La lucha contra el imperialismo y el revisionismo contemporáneo conlleva a su vez, el apoyo firme y en todos los aspectos a la República Popular China, a los países socialistas que persisten en el marxismo-leninismo-pensamiento de Mao Tsetung. […] Defender y apoyar a China es defender y apoyar la causa del socialismo, la causa justa del proletariado mundial (1969: 4). Según la revista del PC del P-PR, las «brillantes verdades revolucionarias formuladas por el camarada Mao Tsetung» – tales como «El imperialismo y todos los reaccionarios son tigres de papel», «el poder nace del fusil», «una sola chispa puede incendiar la pradera» y «la política dirige al fusil» – se habían convertido «en una poderosa arma ideológica de los pueblos revolucionarios del mundo». En el contexto de la reciente muerte de Ho Chi Minh y la formación de un gobierno del Vietcong en Vietnam del Sur, Vietnam era descrito por la revista del PC del P-PR como «el más alto exponente» de la guerra popular revolucionaria y prueba de que Asia, África y Latinoamérica «no forman ya parte del sistema mundial capitalista, sino de la revolución mundial socialista proletaria», por lo que le atribuía un gran significado histórico. Como otros ejemplos de la guerra popular, nombraba a Tailandia, Myanmar (entonces Birmania), Malasia, Laos, Indonesia, Palestina, Angola, Mozambique, Guinea y Cabo Verde; en conjunto, representaban «el auge de la lucha revolucionaria de los pueblos y naciones oprimidos» que contribuían a fomentar la lucha proletaria en los países imperialistas y a «desenmascarar la política socialimperialista de los revisionistas de la URSS y la política socialtraidora de sus títeres de los diversos países» (1969: 4-8). La VI Conferencia del PC del P-PR, celebrada poco después de su escisión del PCP-BR en 1969, constataba «el avance de la revolución latinoamericana», y declaraba que su deber, siguiendo los principios del internacionalismo proletario, era fomentar la coordinación e intercambios con otros partidos del continente y asegurar la predominancia del maoísmo, «desenmascarando la naturaleza contrarrevolucionaria del revisionismo, rebatiendo las tesis y concepciones burguesas y pequeño-burguesas difundidas por los dirigentes del Partido Comunista y el gobierno cubano» (1969: 5). No obstante, casi cinco años más tarde, ante las múltiples derrotas de las guerrillas en 144 Latinoamérica en la década anterior, la revista del partido enfatizaba que el foquismo no era la vía correcta, ya que «el inmediatismo de la revolución, la suficiencia del foco armado como motor impulsor de las masas […] condenan el movimiento revolucionario al aislamiento, a la parálisis y la derrota». Un caso que siguiera la «línea correcta» – es decir, basada en los principios de la guerra popular maoísta – era la reciente guerrilla de Aragüaia en Brasil, que había demostrado, según el PC del P-PR, resistencia duradera, desarrollo constante y éxitos en sus enfrentamientos con las Fuerzas Armadas estatales, lo cual era una prueba de «la justeza de la orientación política y militar de la guerrilla». Por ello, llamaba a darle apoyo y seguir su ejemplo (1974c: 9-10). Así, puede apreciarse que los comunistas peruanos consideraron que el éxito o fracaso de los estados socialistas y las revoluciones del resto del mundo eran un ejemplo – ya fuera positivo o negativo, dependiendo de la línea que siguieran y que cada partido peruano considerara «correcta» o «incorrecta» – de vital importancia para su propio desarrollo. 3.4. Conclusión En este capítulo se han examinado y analizado a detalle los escritos de los múltiples partidos escindidos del Partido Comunista Peruano con respecto a los acontecimientos del resto del mundo, en particular en relación con la Unión Soviética y China, durante el periodo abarcado. El internacionalismo proletario que ambas potencias comunistas proclamaban representar y advocar fue uno de los temas que generó más polémicas entre los comunistas peruanos, al punto que se puede argumentar que fue un factor importante en sus divisiones. Para los líderes y miembros de las ramas del Partido Comunista Peruano, era impensable dejar pasar la oportunidad de la revolución mundial, o que esta fuera realizada por los que cada lado considerara «revisionistas» y produjera resultados que no deseaban. Al igual que a nivel nacional, su obstinación en sus posturas internacionales impidió que formaran un frente unido ante un enemigo en común – Estados Unidos y el imperialismo occidental – y en su lugar frustró todas sus expectativas de llevar a cabo la revolución anticapitalista y antiimperialista. 145 IV. La búsqueda del verdadero líder de la revolución mundial (1960-1978) Además de los acontecimientos en el resto del mundo, otro motivo de la discordia entre el Partido Comunista Peruano eran las propias dos potencias comunistas que habían causado la ruptura del comunismo internacional; específicamente, las políticas internas y externas de la Unión Soviética y China. Para los comunistas peruanos, el éxito de la construcción del socialismo dentro de la Unión Soviética y China y de los esfuerzos de ambos por promover la revolución anticapitalista y antiimperialista demostraba la validez del marxismo-leninismo que cada uno advocaba y de sus respectivos reclamos al liderazgo de la revolución mundial, así como el «revisionismo» del otro, por lo que les daban una gran importancia en sus escritos entre las décadas de 1960 y 1970. De esta manera, el presente capítulo analizará la percepción de los múltiples partidos escindidos del PCP sobre la política doméstica e internacional de Moscú y Pekín en sus esfuerzos de determinar que sus respectivas elecciones del bastión mundial del marxismo-leninismo eran correctas. 4.1. Políticas internas de la Unión Soviética y China 4.1.1. La desestalinización y el legado de Stalin Uno de los temas más contenciosos entre los comunistas peruanos era la desestalinización en la Unión Soviética, que había sido una de las principales causas del cisma en el comunismo internacional desde el «discurso secreto» de Nikita Jrushchov en 1956. En su libro sobre su viaje a la Unión Soviética en 1973, Valcárcel dedicó un capítulo entero al culto a la personalidad de Stalin y la desestalinización. Si bien reconocía los «méritos» de Stalin en la revolución bolchevique, la «implacable lucha que libró contra los oportunistas de derecha e izquierda en el seno del Partido», la administración de la Unión Soviética y la victoria en la Segunda Guerra Mundial, condenaba el culto a la personalidad, las purgas desmedidas de la década de 1930 – de las cuales Valcárcel también culpaba al «espía y provocador abyecto» Lavrenti Beria – y la represión totalitaria; además, señalaba que el propio Lenin había predicho antes de su muerte que Stalin sería propenso a abusar del poder en el cargo de Secretario General del PCUS. Valcárcel describía el culto a la personalidad de Stalin como «un nefasto y antileninista estilo de trabajo, que Stalin impuso a la vida partidaria y al aparato del Estado» que había tenido como consecuencia la purga de inocentes y desviaciones en la teoría marxista, y que fomentaba en las masas «la errónea creencia de que las tareas que se plantean los trabajadores puede cumplirlas un hombre grande, un líder destacado, un caudillo infalible 146 y genial», una noción «radicalmente incompatible con la concepción materialista de la historia» (Valcárcel 1963: 249-284). Valcárcel enfatizaba que «ningún culto a la personalidad ha podido cambiar la naturaleza del Estado socialista, basado en la propiedad social sobre los medios de producción, en la alianza de la clase obrera con los campesinos y en la amistad de los pueblos de la Unión Soviética», aunque reconocía que había causado «serios daños al desarrollo de la democracia socialista, al ascenso de la iniciativa creadora de millones de seres». Sin embargo, consideraba que el culto a la personalidad había sido «un fenómeno excepcional, singular, extraño a la esencia del régimen soviético», y la mayor evidencia de ello era «el hecho – asombroso para Occidente, desconcertante para los anticomunistas – de que ha sido el propio Partido el que ha planteado, audaz y firmemente, la cuestión de liquidar el culto a la personalidad, de acabar con los intolerables errores cometidos por Stalin». Esta actitud demostraba «la fuerza y vitalidad del régimen soviético y […] su afán de no permitir que vuelvan a repetirse jamás los graves desaciertos de una época ya superada». Valcárcel llegaba a la conclusión de que «El acero de Stalin sigue refulgiendo pero con la nostalgia de un astro que se enfría» y que «ahora, Stalin ha vuelto a su estatura histórica real, con sus méritos reconocidos y con sus errores descubiertos y superados». Esto contrastaba con China, donde Valcárcel había visto «enormes retratos de Stalin» junto a los de Marx, Engels, Lenin y Mao (1963: 259-335). Tras la división del PCP, a diferencia de los maoístas, los prosoviéticos apoyaron completamente la desestalinización iniciada por el XX Congreso del PCUS como un ejemplo de «honestidad autocrítica de un verdadero partido comunista» para sus pares, lo que abriría un nuevo camino al socialismo y a la expansión de sus filas. El PCP-U consideraba que el culto a la personalidad era una grave desviación de la «concepción marxista sobre el papel de las masas y del individuo en la historia» que había tenido consecuencias funestas para la Unión Soviética y para otros países socialistas, incluyendo la represión en masa arbitraria y abusos de autoridad, obstaculizando el desarrollo del socialismo. Por esta razón, condenaba el «oportunismo de izquierda» del PCCh al mantener y defender el culto a la personalidad (1987 [1964]: 287). En 1967, el PCP-U reiteró su apoyo a la desestalinización, remarcando que en el XX Congreso del PCUS se expusieron «los errores y defectos del culto a la personalidad y los efectos negativos que tuvo en el desarrollo económico y social de la URSS», y consideraba que la razón de la oposición china se encontraba en «su resistencia a los 147 cambios necesarios para garantizar la plena vigencia de los métodos leninistas de trabajo y organización». Asimismo, afirmaba que «la lucha contra el culto a la personalidad no significa – como ellos afirman – la lucha contra un hombre, sino la lucha contra los métodos erróneos, extraños al leninismo, en el seno del Partido y del Estado» y que los dirigentes chinos solo utilizaban el nombre de Stalin (a quien el PCP-U, no obstante, aún se refería como «camarada») para defender «los métodos antileninistas» (1967: 7-26). Por el contrario, Paredes sostenía que el culto a la personalidad había sido inventado por Jrushchov y que dicha confusión se había extendido al PCP. Por lo tanto, consideraba que «la liquidación de estos remanentes de la teoría del culto a la personalidad es una tarea inmediata, porque esa tendencia jrushchoviana atenta contra el centralismo democrático y la dictadura del proletariado» (Paredes 1965: 112). En particular, el fundador y líder del PC(ML)P, José Sotomayor, profesó hasta el final de su vida una devoción fanática hacia Stalin, a quien se refería como «el gran sucesor de Lenin». En 1956, al enterarse del «discurso secreto» de Nikita Jrushchov en el XX Congreso del PCUS, pensó al principio «que se trataba de una farsa montada por el imperialismo para desarticular el movimiento comunista internacional e iniciar una basta campaña anticomunista en todo el mundo», y le tomó un tiempo creer «que tan nefasto acontecimiento era una realidad». Sotomayor criticaba que los profesores del curso que él y otros comunistas peruanos tomaron en China en 1959 tuvieran a Mao como su único referente teórico y nunca citaran «al marxismo-leninismo, menos a Marx, Engels, Lenin ni a Stalin»; no obstante, aplaudía que el PCCh aún expusiera el retrato de Stalin junto con los de Marx, Engels y Lenin en el décimo aniversario de la Revolución China, «como advertencia de que el PCCh rechazaba las críticas del revisionismo soviético al gran sucesor de Lenin» (2015: 53-65). En 1960, Sotomayor asistió a la Conferencia de Moscú como uno de los representantes del PCP. En sus memorias, Sotomayor se refirió al discurso de Jrushchov en la Conferencia de Moscú de 1960 como «una corta y pobre intervención que se dedicó una vez más a denigrar a Stalin», y creía que la paranoia de Stalin poco antes de su muerte se debía a que «el gran sucesor de Lenin ya sospechaba que se estaban tejiendo intrigas y conspiraciones para usurpar el poder por los revisionistas contrarrevolucionarios». Por si fuera poco, describió a Jrushchov como «voluminoso, redondo y tosco. Su figura física era extremadamente vulgar y hasta repelente» y que «Su elegancia era repelente, no armonizaba con una reunión de delegados de los partidos del proletariado mundial». Asimismo, afirmó que en la Unión Soviética percibió «total indiferencia del pueblo y, 148 algunas veces, sonrisas o burla» hacia el Secretario General del PCUS y «un estado de ánimo de descontento y crítica frente a la situación que se vivía» (2015: 76-84). Así, Sotomayor concluía que «La identificación de las masas populares con el régimen soviético, su entusiasmo y alegría habían terminado. Era imposible que el pueblo soviético no percibiera los cambios que se produjeron después de la muerte de Stalin». Antes de regresar al Perú, visitó el mausoleo de Lenin y Stalin, ya que «el revisionismo todavía no se había atrevido a retirar al sucesor de Lenin» y afirmó que «como siempre, los visitantes se aglomeraban en torno a Stalin y la policía tenía que intervenir para que la gente “circule”». Sobre Stalin, escribió que «No cabe duda de que se trataba de una personalidad realmente excepcional y el revisionismo decidió al fin retirarlo e incinerar su cadáver», lo cual fue «un paso que preparó la posterior desaparición de la Unión Soviética»; para frustración de Sotomayor, «no se contentaron con hacer desaparecer sus restos embalsamados; pude comprobar que igual suerte corrieron sus obras escritas» (2015: 83-85). Tras abandonar el PCP-Bandera Roja y fundar el PC(ML)P, en un libro de 1967 que defendía la radical Revolución Cultural de Mao en China, Sotomayor se refirió al «tristemente célebre XX Congreso del PCUS», el cual «emprendió un ataque general contra la dictadura del proletariado en la URSS, denigró al Partido de Lenin y Stalin, difamó al movimiento comunista internacional y renegó del marxismo-leninismo»; y al «vergonzoso “informe secreto” de Jruschov», que consideraba «una inmunda arma fabricada por el revisionismo contemporáneo que los enemigos jurados de la clase obrera, el socialismo y el comunismo, tomaron en sus manos con alegría y regocijo». Según Sotomayor, uno de los principales objetivos de la Revolución Cultural era evitar que se repitiera «el caso trágico de la Unión Soviética»; es decir, la desestalinización (1967: 68- 88). En su opinión, La llamada “lucha contra el culto a la personalidad” es una trampa de fabricación revisionista, destinada a derribar los núcleos dirigentes revolucionarios proletarios de los Partidos Comunistas, o escarnecerlos y hacerlos degenerar. […] Con el cuento de la “lucha contra el culto a la personalidad” una pandilla de siconfantes [sic], con Jruschov como cabecilla, hartó de calumnias, maldiciones y vituperios a J.V. Stalin, eminente marxista leninista y gran sucesor de Lenin. Los inventores de la teoría de la “lucha contra el culto a la personalidad” son embusteros y fascinerosos [sic] de la peor especie (Sotomayor 1967: 112-113). También decía sobre Jrushchov y su aliado del Politburó Anastas Mikoyan que 149 A la muerte de Stalin estos canallas se quitaron la careta y quedaron al descubierto sus feos rostros de renegados. Con la bandera de la “lucha contra el culto a la personalidad” al tope, se dedicaron a la abominable “obra creadora” de flagelar el cadáver de Stalin, gran sucesor de Lenin con desenfrenado odio de clase, provocando la alegría de todos los imperialistas y reaccionarios del mundo (Sotomayor 1967: 113-115). Aun después de haber renegado del maoísmo y decidido disolverse para reincorporarse al partido prosoviético, el PC(ML)P seguía manifestando admiración y afiliación por Stalin, declarando que la desestalinización presentó «en forma distorsionada la primera experiencia histórica de la dictadura del proletariado en la URSS» y llevó a que una parte significativa de los cuadros del PCP eligiera el lado de China en la ruptura sino-soviética (1976: 94). El tercer partido maoísta peruano escindido del PCP original, Patria Roja, tenía opiniones similares respecto a la desestalinización. En 1973, con motivo del aniversario de la muerte de Stalin, el PC del P-PR le dedicó un homenaje en su revista, titulado «Stalin: Dirigente inolvidable del Proletariado Internacional». Según el partido maoísta, el «odio» y «ataques» del «revisionismo contemporáneo, el trotskismo y la reacción internacional» a su figura se debían a que «Stalin es el continuador de la obra de Lenin en la URSS, líder indiscutible del proletariado internacional, tenaz opositor del imperialismo y todas las pandillas revisionistas y trotskistas de dentro y fuera de la Unión Soviética». El artículo terminaba condenando a los principales responsables de la desestalinización y a los opositores de Stalin en general: «los renegados tipo Jruschov, Bresnev [sic], Tito, etc. aparecen retratados en su minúscula dimensión, como traidores del marxismo-leninismo, de socialismo, de la revolución mundial», pues arriaron las banderas de la dictadura del proletariado mantenidas heroicamente por Lenin y Stalin y transformaron la Unión Soviética y otros países socialistas en un país social-imperialista o satélites del social-imperialismo; el PCUS y otros partidos obreros en partidos revisionistas (Partido Comunista del Perú 1973b: 27- 28). No es de extrañar, entonces, que los maoístas peruanos celebraran la caída de Jrushchov en octubre de 1964, a pesar de que no tuvieran mayor simpatía por sus sucesores. En su V Conferencia en 1965, la dirección del PCP-BR se regodeó de la «vergonzosa caída del revisionista número uno, Nikita Jrushchov, desmontado por sus propios segundones», supuestamente debido «a su escandalosa actitud de sometimiento abierto al imperialismo norteamericano y a los continuos fracasos en la conducción de la política interna de la 150 Unión Soviética». Aunque sus sucesores, Brezhnev y Kosygin, habían persistido «en los puntos de vista erróneos y traidores del revisionismo» y en la supuesta colaboración con el imperialismo y la contrarrevolución, la caída de Jrushchov significaba, para los maoístas peruanos, que el revisionismo estaba «en bancarrota» (Paredes 1965: 16-17). Según el Partido del Trabajo de Albania, citado por Bandera Roja en 1973, a pesar de la caída de Jrushchov, Brezhnev y todos los miembros de la dirección soviética seguían siendo revisionistas, y si bien había disidencias internas, estas se desarrollaban «sobre bases marxistas por la lucha del poder». Notaba la existencia de resistencia y descontento de las masas soviéticas, pero afirmaba que estaba dirigida por «los bolcheviques viejos y nuevos, que el pueblo soviético no confunde con semejante porquería, como es Solzhentsin [sic] y sus colegas» y que «superararam [sic] sin duda con suceso todos los obstáculos por estar dotados de brillantes tradiciones y disponer de una larga experiencia de luchas revolucionarias y sabrán soportar los sacrificios y las privaciones que esta requiere» (Ediciones Bandera Roja 1973: 18-19). En contraste, el PCP-U se abstenía de referirse al derrocamiento de Jrushchov como tal, sino que, en su lugar, mencionaban elusivamente la elección de Leonid Brezhnev como Secretario General del PCUS y de Alexei Kosygin como primer ministro el 21 de octubre de 1964 (Figueroa y Del Prado 1977: 16). En los documentos para el V Congreso de su partido – en el que se decidió su nombre, Partido Comunista (Marxista-Leninista) Peruano –, Sotomayor escribió que la reciente caída de Jrushchov representaba «una gran victoria para todos los marxistas leninistas del mundo y un rotundo revés para los detractores de Stalin y los revisionistas de todo pelaje», pero que sus sucesores no tenían «ninguna diferencia política ni ideológica» con Jrushchov, por lo que seguían siendo revisionistas. Sin embargo, también consideraba que «El revisionismo jruschovista se encuentra hundido en graves contradicciones y dificultades. En la Unión Soviética, la clase obrera y el pueblo se oponen a la política traidora de la camarilla dirigente del PCUS» (2015: 127-128). Asimismo, en su libro sobre la Revolución Cultural, Sotomayor escribía que: La pandilla de Brezhnev y Kosygin, fiel cumplidora del legado de Jruschov, ha arrojado por la borda las tradiciones gloriosas del Partido Bolchevique, destruye la economía socialista, se opone al marxismo-leninismo, obstruye y frena el desarrollo de la revolución socialista mundial, se opone abiertamente a los movimientos de liberación nacional y entra en componendas con el imperialismo yanqui para “dominar el mundo”. Esta gavilla de traidores, ha formado una “santa 151 alianza” con todos los imperialistas, reaccionarios y renegados del mundo contra la República Popular China, contra el PCCh y contra Mao Tse-tung (1967: 92). En resumen, Sotomayor tachaba a los sucesores de Jrushchov como «más ladinos […] pero son tan renegados y traidores como el tristemente célebre Nikita». Sin embargo, concluía con optimismo que es en la Unión Soviética donde el pueblo ha comenzado a reaccionar vigorosamente contra la camarilla jruschovista que ha usurpado el poder del Estado y del Partido. Hoy en día en la URSS hay comités de resistencia, existen comités de defensa de Stalin; estos son los gérmenes que en el futuro darán origen a un gran movimiento revolucionario que traerá abajo a la capa privilegiada burguesa y a todos sus testaferros (Sotomayor 1967: 97-116). En resumen, aun muchos años después de su muerte, Stalin seguía siendo una figura sumamente controversial para los comunistas, que variaban entre una mirada crítica hasta una lealtad ciega, mientras que su sucesor inmediato, Nikita Jrushchov, generaba opiniones similarmente divididas entre la admiración y el odio virulento. 4.1.2. La Revolución Cultural Cuando en 1966 Mao lanzó la Revolución Cultural en China, sus consecuencias también fueron recibidas por el movimiento comunista internacional,4 así como en el Perú, el país con los grupos comunistas prochinos más fuertes en Sudamérica, aunque estaban seriamente divididos (Gorriti 1994: 175). Poco después del inicio de la Revolución Cultural, el PCP-U llegó a la conclusión de que Mao pretendía suplantar al partido por los Guardias Rojos debido a la resistencia dentro del primero a su «descabellada conducta». Los jóvenes Guardias Rojos, que habían sido proclamados la vanguardia de la revolución socialista en China – otro error del PCCh que denotaba «un desconocimiento mayúsculo de nuestra realidad» –, seguían ciegamente la doctrina maoísta al punto de caer «en una mezcla de generacionismo y culto a la personalidad» y de fomentar el racismo y la xenofobia. La Revolución Cultural también era citada como ejemplo de la intransigencia e intolerancia de los líderes del PCCh a la disidencia externa e interna: «Los dirigentes chinos que reclaman el “derecho” a llenar de insultos a los demás partidos comunistas acusándolos de desviaciones, reprimen la discusión ideológica en el seno de su propio partido» (Partido Comunista Peruano [Unidad] 1967: 8-25). 4 La Revolución Cultural tuvo un fuerte componente antisoviético y conduciría a un periodo sumamente caótico y violento en China, que se reflejaría en su política exterior. Para más detalles, ver capítulo 1, páginas 17 y 32-33. 152 Esta posición motivó una virulenta respuesta de Sotomayor en la forma de un libro dedicado específicamente a rebatir los argumentos de los prosoviéticos, específicamente Del Prado, con una intensidad fanática y una animosidad personal hacia el líder del PCP- U. Sotomayor consideraba la Revolución Cultural «un triunfo rotundo de marxismo- leninismo, pensamiento de Mao-Tsetung» y «una derrota aplastante para el imperialismo, los reaccionarios y los revisionistas de todo el mundo» que estaba «consolidando la dictadura del proletariado» en China, y afirmaba que «Los revisionistas jruschovistas pretenden negar este hecho sólo con el fin de desprestigiar a la RPCh, al PCCh y al c. Mao Tse-tung». La Revolución Cultural, según Sotomayor, «al barrer con todos los monstruos infiltrados en el Partido y el Estado, descarta la posibilidad de cualquier incidente tipo húngaro o de algún golpe palaciego estilo Jruschov» y «la derrota de todos los grupos antipartido ha sido un triunfo de la dictadura del proletariado y una victoria de la edificación del socialismo» (1967: 77-80). En referencia al debate sobre la cultura, Sotomayor escribía que: La cultura con la que el proletariado revolucionario se encuentra al llegar al poder, es la cultura “de los terratenientes, de los curas y de la burguesía.” Jorge del Prado pretende que, al mismo tiempo que a estas gentes se les arrebata los medios de producción, se les quite su cultura para convertirla en cultura de todo el pueblo. Pero esta “cultura”, venerable filisteo, la sociedad socialista no la quiere para nada; es una “cultura” que puede resumirse en pocas palabras: pornografía, soledad, angustia, gansterismo, irracionalismo, denigración de la ciencia, racismo feroz y misticismo. Si en la sociedad socialista tal cultura pasara a ser patrimonio de todos, la “evolución pacífica” restauraría el viejo régimen con suma rapidez (1967: 53-54). Por esta razón, Sotomayor, consideraba que lo que denominaba la cultura «de los terratenientes, de los curas y de la burguesía» debía ser erradicada para dar paso a la cultura socialista, y que «las conciencias reaccionarias sólo pueden ser transformadas a través de un prolongado y arduo proceso de lucha ideológica»; a su juicio, esto estaba teniendo éxito en China, donde la Revolución Cultural estaba «remodelando la conciencia del hombre en el curso de la lucha de clases, la lucha por la producción y la experimentación científica». Respecto al caos en el que había sumido a China, que había sido denunciado por los soviéticos y prosoviéticos, Sotomayor decía que «hay que ser mil veces filisteo para pensar que una profunda y realmente proletaria revolución cultural, pueda desarrollarse suave, tranquila e idílicamente, sin provocar la resistencia 153 desesperada de todos los representantes de la vieja cultura y el viejo orden social» (1967: 52-81). Otra crítica personal de Sotomayor contra Del Prado rezaba: Hablar de la “universalización de la cultura” sin precisar si es la cultura del proletariado o la cultura de la burguesía la que se universaliza, es liberalismo de melifluo intelectualillo pequeño burgués. La cultura sólo puede universalizarse con el triunfo del socialismo en escala mundial; la única cultura que puede tener carácter universal es la cultura de la clase obrera (1967: 39). También consideraba que la única manera de que la lucha contra la ideología y cultura «reaccionaria» tuviera éxito era que fuera dirigida y alentada desde arriba por la dictadura del proletariado, requisito que, obviamente, la Revolución Cultural cumplía, y esta a su vez consolidaría el poder de la clase obrera. Sotomayor favorecía la colectivización de todos los aspectos de la vida, lo cual solo era realizable «sobre la base de una estructura económica socialista» – objetivos fundamentales de la Revolución Cultural –, y en referencia al «difamador» Jorge del Prado y a sus «burdas falacias antichinas», decía que «sólo para un renegado de siete suelas, el promover lo público y erradicar lo privado, revolucionarizar [sic] ideológicamente a todo el pueblo de acuerdo a la concepción del mundo de la clase obrera, puede ser “chovinista”, “sectario” y estar “contra el socialismo”» (Sotomayor 1967: 80-82). Según Sotomayor, en la Unión Soviética «los dirigentes del Estado y del Partido estimulan con descaro todas las formas del degenerado arte burgués contemporáneo», con lo que «el “modo de vida occidental” se propaga cómo un cáncer en la URSS», y «el revisionismo inventor de la llamada “lucha contra el culto a la personalidad”, rinde culto apasionado a la herencia cultural de la burguesía […]». La «dolorosa situación» de la Unión Soviética se estaría repitiendo en China, afirmaba, «si ante los desenfrenados ataques de los representantes de la cultura burguesa, el Partido, el Estado y el pueblo no hubieran dado una respuesta contundente», en referencia a la lucha interna del PCCh durante la desestalinización en la Unión Soviética (1967: 56-93). En cambio, la sabia dirección de Mao Tse-tung y su gran sentido previsor permitieron que se pusiera freno a los delirantes ataques de los heraldos de la cultura burguesa y estimularon grandemente el desarrollo de la cultura socialista. En esta forma, y a través de un proceso difícil y complejo, fueron madurando las condiciones necesarias para el surgimiento de una etapa de auge y ascenso de la Revolución Cultural Proletaria en China (Sotomayor 1967: 72). 154 Sotomayor consideraba que la Revolución Cultural, además, tenía una transcendencia universal y consecuencias «decisivas para el futuro de toda la humanidad» y una «importancia extraordinaria» para los partidos proletarios de los países coloniales, semicoloniales y dependientes, ya que «se trata de que nuestra ideología, nuestro espíritu y nuestra práctica, correspondan por entero a la concepción proletaria del mundo, borrando de ellos todo lo que sea vestigio de la ideología burguesa. Sólo así podemos ser verdaderos revolucionarios proletarios» (1967: 64-86). En sus palabras: Con la gran Revolución Cultural Proletaria en China, la revolución socialista mundial ha obtenido una gran victoria; ella abre un camino anchuroso al desarrollo de la revolución mundial. Es la respuesta del proletariado revolucionario a la conspiración de los imperialistas, reaccionarios y revisionistas, empeñados en restaurar el capitalismo en todos los países socialistas. Esta es la verdad inobjetable ante la cual las “razones” y las “preguntas claves” de Jorge del Prado, que difaman a la Revolución Cultural Proletaria en China, son trivialidades de bellaco. […] Esta es la razón por la cual el proletariado y los pueblos de todo el mundo saludan con alborozo este gran acontecimiento histórico y se solidarizan totalmente con él (Sotomayor 1967: 86-87). En resumen, Sotomayor dictaminaba que «Ignorar el proceso histórico que ha seguido el desarrollo de la cultura socialista en China y escribir folletos que denigran la actual gran Revolución Cultural Proletaria china, es realmente imperdonable». Para Sotomayor, todos los que se oponían a la Revolución Cultural – tanto dentro como fuera del PCCh y de China – se ubicaban en las posiciones ideológicas y políticas burguesas, y por lo tanto debían ser combatidos, enfatizando que una «gran enseñanza de Mao Tse-tung, que ha resistido la dura prueba de las tormentas de la gran Revolución Cultural Proletaria en China» era que «en todo momento hay que distinguir y diferenciar lo que es del enemigo y sus ideas reaccionarias, de lo que es del pueblo y las ideas erróneas que existen en su seno» (1967: 73-86). Concluía que: El Partido Comunista de China es poderoso y tiene un enorme prestigio; es imposible que tenga miedo a las masas porque está enraízado [sic] en ellas. La teoría revolucionaria del PCCh es el marxismo-leninismo, pensamiento de Mao Tse-tung, que se desarrolla en las tormentas de la lucha (Sotomayor 1967: 84). Irónicamente, una década después, en 1976 la VII Conferencia del PC(ML)P nombró a la Revolución Cultural como una de las causas de su deslinde con el maoísmo. A pesar de su desacuerdo con Paredes y otros líderes, los miembros del PC(ML)P se mantuvieron dentro del campo maoísta en el comunismo peruano hasta el inicio de la Revolución 155 Cultural en China; sin embargo, después de que esta llevara a «la liquidación, no solo del núcleo marxista leninista del PCCh., sino del propio Partido, el aplastamiento del movimiento sindical y de la Unión de Juventudes Comunistas», les quedó claro que detrás de la Revolución Cultural «actuaban oscuras fuerzas antisocialistas que utilizaron el desenfreno de la pequeña burguesía para sus propios fines» (1976: 58-59). En su VI Conferencia de 1969, el PCP-BR celebraba la Revolución Cultural – a la que se referían por su nombre oficial de «Gran Revolución Cultural Proletaria de China» – como «el triunfo del pensamiento proletario, el triunfo, consolidación y desarrollo del poder proletario» que había dado «demoledores y definitivos golpes a la criminal alianza contrarrevolucionaria del imperialismo yanqui y del revisionismo contemporáneo dirigido por los revisionistas soviéticos» y que había «convertido a China socialista en una aun [sic] más poderosa e inexpugnable base de apoyo de la revolución mundial», por lo que tenía una gran importancia histórica para las naciones y pueblos oprimidos de todo el mundo. La purga de Liu Shaoqi – tachado por el PCP-BR como un «renegado, vendeobreros [sic] y traidor» durante la Revolución Cultural era, según el partido maoísta peruano, un ejemplo de la lucha interna entre la línea proletaria y la línea «antiproletaria [sic]» y «burguesa revisionista» en la que la primera había ganado, y era la prueba de «la validez universal del pensamiento de Mao Tsetung, marxismo-leninismo del presente» (1969: 5-6). Esto los llevaba a concluir que: Las geniales directivas dadas por el c. Mao Tsetung en el curso de la gran revolución cultural proletaria […] tienen validez no solo para la gran Revolución Cultural Proletaria de China sino para la revolución mundial en su conjunto. De ahí la necesidad de estudiar, asimilar, defender y aplicar creadoramente el pensamiento de Mao Tsetung, como único camino de llevar la revolución hasta su exitoso final (1969: 7). El mismo año, en uno de los primeros números de su revista, Patria Roja dedicaba una sección a la Revolución Cultural, que describía como «uno de los acontecimientos más importantes de la humanidad, sólo comparable a la revolución Socialista de Octubre» que significaba «una grandiosa victoria del marxismo-leninismo-pensamiento de Mao Tsetung sobre el imperialismo, el revisionismo y todas las corrientes anti-marxistas», «un nuevo y genial desarrollo de la ideología del proletariado», «el arma más valiosa para preservar el socialismo, consolidar la dictadura del proletariado y asegurar la victoria del comunismo», y «un gran estímulo para el proletariado y los revolucionarios del mundo, una inmensa escuela de aprendizaje para los partidos comunistas marxistas leninistas». 156 En consecuencia, al igual que el PCP-BR, del cual acababa de escindirse, el PC del P-PR consideraba que una de sus tareas prioritarias era «estudiar detenida y profundamente las experiencias de la gran revolución cultural proletaria de China, difundir al máximo sus grandes enseñanzas y extraer sus más valiosas lecciones para el desarrollo, consolidación y bolchevización del Partido». Más adelante trataba el IX Congreso del PCCh, realizado durante la Revolución Cultural, la cual supuestamente había «permitido unificar aún más estrechamente al pueblo chino en torno al pensamiento de Mao Tsetung y al nuevo Comité Central elegido en el IX Congreso». Uno de sus integrantes era Lin Biao, quien había elaborado el informe de dicho congreso, calificado por el PC del P-PR como «un documento programático que guía la revolución y construcción socialista en China y que guiará la lucha revolucionaria de los pueblos y naciones del mundo contra el imperialismo yanqui y el socialimperialismo soviético» (1969: 4-8). En febrero de 1975, tras la Primera Sesión de la Cuarta Asamblea Nacional Popular de China, en la que se había aprobado una nueva constitución, el PC del P-PR anunciaba orgullosamente en un titular «China se consolida dictadura del proletariado». A su juicio, la nueva constitución resumía «toda la experiencia histórica de la construcción del socialismo», sobre todo de la lucha contra el «revisionismo» de Jrushchov, Brezhnev, Liu Shaoqi y Lin Biao (para entonces ya caído en desgracia), y se basaba en la teoría de la continuación de la lucha de clases; además, «refuerza en todos los aspectos la dictadura del proletariado, amplía la democracia para el pueblo y señala la línea funmental [sic] para toda la etapa histórica de la construcción y revolución socialista» y «consagra el rol dirigente del Partido en todos los aspectos de la sociedad China al mismo tiempo que estatuye al marxismo-leninismo maoísmo como la base ideológica única de todo el país». El PC del P-PR concluía que «el pueblo chino dirigido por PCCH se encuentra hoy más unificado que nunca» (1975: 16). Sin embargo, aparentemente la única lección de la Revolución Cultural que los partidos maoístas peruanos consiguieron replicar fueron las divisiones y purgas internas, que a su vez les harían descender a ellos mismos en el caos. 4.1.3. La economía soviética y china Las respectivas economías de la Unión Soviética y de China también era un factor tomado en cuenta y analizado tanto por sus seguidores como por sus enemigos, ya que era considerado la prueba del éxito o fracaso de la construcción interna del socialismo. Por un lado, el PCP-U manifestaba su aprobación por la política económica interna de la Unión Soviética, afirmando que había «alcanzado un sorprendente desarrollo» y que su 157 economía crecía «a un ritmo más alto que las grandes potencias capitalistas», lo cual constituía «un factor decisivo para el triunfo de las ideas socialistas en todo el mundo» (1967: 19-20). También remarcaban que «los dirigentes chinos, muy cómodamente, critican, pero no ofrecen soluciones de su parte», y mordazmente señalaban los fracasos económicos chinos como el Gran Salto Adelante (aunque sin nombrarlo directamente): los dirigentes chinos – que se ufanaban de haber encontrado el camino chino rápido hacia el comunismo – niegan ahora la posibilidad de la construcción del comunismo en un solo país – la URSS – antes que en el resto del mundo […] ¡Cómo se asemeja esto a los antiguos planteamientos trotskistas! (Partido Comunista Peruano [Unidad] 1967: 20-21). Dicho panfleto del PCP-U defendía la proclamación del fin de la dictadura del proletariado y el paso al «Estado de todo el Pueblo» en la Unión Soviética ante las acusaciones del PCCh que esto equivalía a la «restauración del capitalismo». Según el partido prosoviético peruano, se estaban «creando las condiciones para el paso sucesivo de la administración estatal a la autogestión social de los trabajadores» debido a que en la Unión Soviética se había «llegado a las bases del socialismo desarrollado donde ya no hay clases explotadores, donde solo existen capas de trabajadores de la ciudad y el campo interesadas en continuar por el camino socialista hacia el comunismo»; por ende, la dictadura del proletariado ya no era necesaria, y el Estado continuaría existiendo principalmente para fines de diplomacia internacional y defensa, hasta que se hiciera también innecesario y desapareciera. Ácidamente, el PCP-U remarcaba que «los dirigentes chinos pretenden igualar esta situación con la de su propio país donde todavía existen sectores capitalistas» (1967: 21-24). Para 1973, Del Prado afirmaba que en la Unión Soviética se estaba empezando a construir el comunismo, etapa superior del socialismo – es decir, sin clases ni Estado – y de participación plena del pueblo en la dirección política y económica, mientras que el resto de los países socialistas seguían el mismo camino, pero aún no habían llegado (1973: 69). En contraste, los maoístas sostenían, de forma consistente, que en la Unión Soviética los revisionistas habían «restaurado el capitalismo». Tanto en 1969 como en 1978, la dirección del PCP-BR afirmó que la Unión Soviética había «degenerado» tras la muerte de Stalin hasta convertirse «en una potencia socialimperialista [sic], luego de la restauración del capitalismo y la instauración de la dictadura fascista de los nuevos elementos burgueses»; y que, por esta razón, también estaba siendo afectada por la crisis económica que atravesaban los países capitalistas (1969: 11; 1978: 39). En 1977, la 158 «Declaración Conjunta» de partidos extranjeros, traducida al español y difundida en el Perú por Bandera Roja, repetía la tesis de que en los que los autores consideraban «países revisionistas» se había restaurado el capitalismo y añadía la afirmación de que, además, la nueva burguesía había instaurado «su dictadura social-fascista [sic]», por lo que clasificaba a estos países como parte del sistema capitalista (Ediciones Bandera Roja 1978 [1977]: 8). En su libro que defendía encarnizadamente la Revolución Cultural, Sotomayor también escribía que, once años después del XX Congreso del PCUS, en la Unión Soviética se había restaurado el capitalismo: «Todas las “reorganizaciones” que se han puesto en práctica en la Unión Soviética desde los tiempos del bufo y patán Nikita Jruschov, han sido en el fondo una descarada revisión de los principios económicos de la edificación socialista»; también afirmaba que había habido al menos un intento de restaurar el capitalismo en China, aunque no daba ninguna prueba (1967: 46-89). En efecto, según Sotomayor, Toda la experiencia histórica de la dictadura del proletariado hasta ahora demuestra que la esfera ideológica y cultural sirve a las viejas clases de base para preparar el retorno al capitalismo. Yugoeslavia [sic] fue la primera víctima de la llamada “evolución pacífica”, y en la Unión Soviética, […] el siniestro grupo de Jruschov, superando a sus antecesores, ha restaurado el capitalismo en la URSS usando los mismos métodos de la camarilla de Tito (1967: 45-46). Ya en 1959, antes de regresar al Perú de un curso en China, el grupo de comunistas peruanos entre los que se encontraba Sotomayor aprovechó para visitar la Unión Soviética a través de una petición por escrito a su embajada en Pekín, y viajaron a Moscú y luego a Leningrado; según Sotomayor, no obtuvieron permiso para visitar Stalingrado (ya renombrada Volgogrado) debido a que venían de China, «donde se respeta la memoria de Stalin y su figura siempre está presente en los lugares públicos, junto a Marx, Engels y Lenin». En sus memorias, Sotomayor se refería a la Unión Soviética como «la ex URSS», pues consideraba que para entonces se había reestablecido el capitalismo. Como prueba de esto, afirmaba que en el hotel donde se alojaron en Leningrado habían conocido «a la nueva burguesía que ya tenía un lugar bien seguro en el poder estatal», que les causó «una impresión de rechazo y asombro», y que no habían podido ir a los sitios históricos relacionados a la Revolución de Octubre, lo cual atribuía a «directivas que veían de las esferas superiores, ya penetradas por el revisionismo y todos los que salieron del Gulasch». En Moscú era aún más claro «el viraje del Partido Comunista de la Unión 159 Soviética (PCUS) a posiciones revisionistas», y el grupo regresó a Lima «con la impresión de que el pruebo soviético no era el mismo de los tiempos de la edificación del socialismo y la Gran Guerra Patria. Era fácil constatar su indiferencia y hasta oposición al nuevo rumbo del PCUS desde su XX Congreso» (Sotomayor 2015: 69-72). En 1959, Sotomayor y el resto del grupo que llevó un curso en China también emprendió una gira por el país, por invitación de sus anfitriones, para apreciar la «construcción del socialismo»; es decir, el Gran Salto Adelante. Según Sotomayor, todos quedaron entonces convencidos de que China sería pronto «una gran potencia socialista» (2015: 67-69). Sotomayor mantuvo esta convicción por varios años, como lo demuestra su enérgica defensa de la política económica interna de China junto con la de la Revolución Cultural y el maoísmo en general. En 1967, atribuía el desastre causado por el Gran Salto Adelante entre 1959 y 1963 a «graves calamidades naturales […] cuyas consecuencias fueron agravadas a causa del ataque sorpresivo de la camarilla de Jruschov a la economía china» y afirmaba que «en estos duros años de prueba, las Comunas Populares demostraron su indiscutible superioridad, desempañando un papel decisivo en el desarrollo de la economía socialista en el campo» (Sotomayor 1967: 102). Para el segundo año de la Revolución Cultural, según Sotomayor, China había «logrado grandes progresos» en la industria, el mercado había «prosperado enormemente», los precios se habían estabilizado y el comercio exterior se estaba desarrollando «de acuerdo al [sic] plan». La Revolución Cultural estaba «repercutiendo favorablemente en el desarrollo de la economía, la ciencia y la técnica en China», de modo que China estaba ante un nuevo «gran salto», lo cual «aterroriza a los imperialistas, los reaccionarios y los revisionistas». Así, Sotomayor concluía: «Es más que evidente que el supuesto “aventurismo” en vez de marxismo en la conducción económica” [sic] en China, es uno de tantos infundios fabricados por el revisionismo contemporáneo» (1967: 103-104). También enfatizaba que Los revisionistas, sirvientes de los imperialistas y los reaccionarios de todo el mundo, vienen gritando a los cuatro vientos que la República Popular China es un país “pobre y atrasado”. […] Para ellos no cuenta la nueva base económica de China, no tiene importancia el hecho de que en este país se hayan instaurado relaciones de producción socialistas, a las que corresponde una cultura nueva, proletaria, mil veces más avanzada que la putrefacta cultura burguesa (Sotomayor 1967: 31-32). 160 Sin embargo, en retrospectiva, Sotomayor escribió, en referencia a la política económica de China que «por ese camino no llegarían jamás a construir ni consolidar una verdadera sociedad socialista» debido a que «la República Popular China seguía su propio curso, sin tener en cuenta la experiencia soviética» (2015: 68-69). Tras renegar del maoísmo en 1976, el PC(ML)P justificó su previa alineación con China por los «efectos desastrosos» que tuvo la desestalinización de la Unión Soviética en el PCP, ya que sus militantes habían sido formados para defender a la Unión Soviética, a Lenin y a Stalin. Por esta razón, según el PC(ML)P, el PCCh se presentó como defensor de Stalin y a fines de 1963 les dieron a los comunistas peruanos «pésimos consejos», en base a los cuales organizaron la IV Conferencia Nacional en la que el PCP se dividió; así, afirmaban que la escisión no hubiera sucedido si no hubieran buscado el consejo de Pekín. No obstante, defendían su decisión, enfatizando que creían sinceramente que era la única manera de reconstruir el partido y orientarlo por el camino marxista-leninista (1976: 48-50). El PC(ML)P puntualizaba: Es verdad que existen algunas diferencias en lo que concierne a la interpretación de la situación interior del país, a mas [sic] de la forma de valorar la experiencia histórica de la primera dictadura del proletariado y el rol de Stalin. Sin embargo, consideramos que estas diferencias no deben constituir obstáculos para el logro de la unidad de los comunistas peruanos (1976: 63). Tras la muerte de Mao y el viraje de China bajo Deng Xiaoping, el PCP-BR también manifestó su oposición a su nueva política, en particular la Teoría de los Tres Mundos. Dentro de la propia China, según el PCP-BR, la Teoría de los Tres Mundos se manifestaba en la restauración del capitalismo, en la entronización de una capa burocrática burguesa, en la rehabilitación de traidores de la calaña de Teng Siao-ping y de muchos otros que fueron destituidos o expulsados por orientación del propio Presidente Mao o durante la Gran Revolución Cultural. Incluso han sido amnistiados y rehabilitados contrarevolucionarios [sic] de años anteriores a la Revolución Cultural (1978: 59). En efecto, el PCP-BR identificaba al rehabilitado Deng Xiaoping – descrito como «un elemento con poder que viene poniendo en aplicación su siniestro plan de restauración capitalista» – como el verdadero líder y director de la línea del PCCh y de Pekín; es decir, de «su línea revisionista contrarevolucionaria [sic] y de restauración capitalista» (1978: 59-60). 161 El Comité Central del PCP-BR consideraba que los «revisionistas» liderados por Deng habían tomado el poder en China debido a la prolongada tolerancia de «dos líneas diametralmente opuestas, sin aplastar oportunamente a los elementos contrarrevolucionarios» dentro del PCCh, la «coexistencia de elementos capitalistas al lado del sistema socialista» hasta la Revolución Cultural, y a la falta de «una férrea dictadura del proletariado, permitiéndose la subsistencia de varios partidos además del Partido Comunista» (1978: 60). En cuanto a la Unión Soviética – que, según la Teoría de los Tres Mundos, había superado a Estados Unidos en todos los ámbitos y por ello era un enemigo más peligroso –, el artículo «Mantener siempre bien en alto la bandera invencible del marxismo-leninismo» del Partido Comunista de Brasil, difundido en el Perú por Bandera Roja, decía que «el gran desarrollo de la Unión Soviética viene de la época en que allí predominaba el socialismo» y que había entrado en desventaja económica frente a Estados Unidos desde que se había vuelto «social-imperialista» (Ediciones Bandera Roja 1977b: 8-9). En suma, los comunistas peruanos tenían distintas visiones del éxito de la construcción del socialismo a nivel interno, que proyectaban en la potencia comunista que respectivamente tenían como modelo a seguir del marxismo- leninismo en la práctica; sin embargo, su admiración no era inmutable, como lo demuestra la desilusión de los maoístas con el viraje de China en la década de 1970. Cabe preguntarse si los prosoviéticos cambiaron de posición ante las reformas de Mijaíl Gorbachov en la Unión Soviética en la segunda mitad de la década de 1980, pero excede a los límites de esta tesis. 4.2. Políticas externas de la Unión Soviética y China 4.2.1. La doctrina de coexistencia pacífica y el debate entre la vía pacífica al socialismo y la revolución violenta En el ámbito de la política internacional, uno de los puntos más contenciosos entre la Unión Soviética y China – y por extensión, entre sus respectivos seguidores – era la coexistencia pacífica:5 como se indicó en el primer capítulo, desde su proclamación por Nikita Jrushchov en el XX Congreso del PCUS en 1956, esta política había sido objeto de acalorados debates entre ambos lados y había contribuido en gran parte a la erosión de 5 La doctrina de coexistencia pacífica, planteada por Nikita Jrushchov en el XX Congreso del PCUS en 1956, advocaba la reducción de las tensiones con el bloque occidental liderado por Estados Unidos; esta política sería condenada como revisionismo por el PCCh y sus aliados. Para más detalles, ver capítulo 1, páginas 26-30. 162 la alianza entre las dos potencias comunistas. Poco antes de que la ruptura del comunismo internacional se consolidara definitivamente, Gustavo Valcárcel ya había tratado el tema en su crónica sobre su viaje a la Unión Soviética: Para los camaradas soviéticos y para la mayoría de los partidos comunistas del mundo, comenzando por los más experimentados y fogueados de ellos, la política de coexistencia pacífica no es un procedimiento táctico, como piensan los camaradas chinos, sino la línea general de la política exterior de la URSS, y del campo socialista, profundamente fundamentada por Lenin y creadoramente desarrollada por el PCUS (1963: 314). Valcárcel argumentaba que la coexistencia pacífica era una política que respondía «a los intereses más sagrados de los pueblos» – incluyendo a China y Albania – y que no excluía la lucha de clase, sino que la elevaba al plano internacional y creaba «condiciones favorables para la lucha democrática, nacional-liberadora y francamente revolucionaria, todo lo cual debilita y estrecha las posiciones del imperialismo»; como prueba, Valcárcel citaba el crecimiento del número de militantes en los partidos comunistas y obreros en los países capitalistas entre 1945 y 1962, la llegada de la revolución socialista a Latinoamérica (probablemente en referencia a Cuba), y el avance de la descolonización (1963: 314-318). Valcárcel consideraba que en el Tercer Mundo – Asia, África y Latinoamérica –, «el plan de desarme general y completo, presentado por la Unión Soviética, traerá beneficios incalculables, sin menoscabar las condiciones externas ni internas para el despliegue del movimiento revolucionario», ya que «facilita la lucha contra el imperialismo y la explotación, a la par que crea las condiciones necesarias para mejorar, verticalmente, el nivel de vida del pueblo»; para reforzar su argumento, también citaba las declaraciones de Castro en favor del desarme. Por el contrario, «la generalización de las tesis chinas sobre la guerra y la paz, sobre la coexistencia pacífica y el desarme general y completo, reducirían al mínimo – sobre todo en los países capitalistas – la capacidad de acción de los grandes movimientos de masas» (1963: 321-326). En la cuestión de la guerra y la paz, Valcárcel afirmaba, citando la Declaración de Moscú de 1960 – basada, a su vez, en el XX Congreso del PCUS –, que, gracias al fortalecimiento internacional del bloque socialista, el avance de la lucha proletaria y el auge de los movimientos de liberación nacional en el Tercer Mundo ahora era posible resolver los problemas internacionales de una nueva manera, «en interés de la paz, la democracia y el socialismo»; el poder de la Unión Soviética y el campo socialista sería siempre «la 163 principal garantía de la paz». Los líderes soviéticos, «enemigos a muerte de todo género de balandronadas», habían declarado repetidas veces que la Unión Soviética era la primera potencia militar del mundo, por lo que Valcárcel concluía que «la Unión Soviética es invencible». El comunismo no necesitaba la guerra para su victoria; de hecho, «en las condiciones de paz puede mostrar mucho más rápida y ampliamente sus ventajas del capitalismo, dado que la guerra termonuclear contemporánea, con todas sus consecuencias, retardaría por mucho tiempo el ritmo de la construcción del comunismo» (1963: 289-311). En respuesta a las críticas chinas de los supuestos compromisos soviéticos con los países imperialistas en nombre de la coexistencia pacífica, Valcárcel escribía que la Unión Soviética estaba dispuesta a establecer todo género de compromisos en interés de la coexistencia pacífica, que es el interés de toda la humanidad. Pero, la Unión Soviética – ni ayer ni hoy; ni antes, durante o después de la crisis del Caribe – jamás ha aceptado o aceptará firmar un solo compromiso que atente contra la esencia de su régimen social o contra la ideología revolucionaria en que se sustenta (1963: 315). Valcárcel también criticaba con dureza la ligereza con la que Mao y los dirigentes del PCCh hablaban de la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial con armas nucleares, las cuales «por supuesto, no deben paralizar de terror a ningún comunista; pero sí deben causar la más profunda preocupación a los comunistas del mundo entero y a todo el género humano, sin distinción de ideologías o creencias» (1963: 319-321). Al año siguiente, en el informe de la IV Conferencia Nacional que dividió definitivamente al Partido Comunista Peruano, el PCP-U avalaba la coexistencia pacífica como un principio leninista y una «ley objetiva del desarrollo de las relaciones internacionales» durante la transición del capitalismo al socialismo; más aún, era un principio imperativo para evitar la guerra nuclear y crear mejores condiciones para la liberación tanto de las masas obreras y los pueblos colonizados. Consideraba que la fuerza de la URSS y del sistema socialista mundial, con el apoyo de las fuerzas democráticas y pacifistas, había posibilitado la imposición de la paz, con lo cual la guerra había dejado de ser inevitable, y que el capitalismo históricamente estaba destinado a desaparecer (1987 [1964]: 284- 286). El panfleto del PCP-U dedicado a rebatir los argumentos del PCCh y de los maoístas peruanos en su política exterior, publicado poco después del inicio de la Revolución Cultural, se refería a la coexistencia pacífica como «los esfuerzos de la URSS de 164 disminuir la tensión internacional y la guerra fría». Ante la insistencia china en la inevitabilidad de la guerra mundial con el imperialismo, el PCP-U defendía la política soviética de coexistencia pacífica debido al riesgo de destrucción masiva que supondría la confrontación directa: Los comunistas sabemos que una nueva guerra mundial, decretada por el imperialismo, conducirá a su aplastamiento total y definitivo. Pero también sabemos cuanto [sic] horrible sufrimiento acarrearía una guerra de tal naturaleza […]. Haremos todos los esfuerzos posibles a fin de evitar una guerra tan monstruosa, a pesar de estar seguros de vencer al imperialismo (1967: 7-17). Según el PCP-U, desde la Revolución Rusa y la Segunda Guerra Mundial, la correlación de fuerzas entre la burguesía y la clase obrera mundial había cambiado radicalmente con el ascenso de la Unión Soviética y el bloque socialista, que constituían «el baluarte más poderoso del movimiento obrero y de liberación de los pueblos». Asimismo, «el imperialismo sabe que jamás logrará aplastar las luchas de los trabajadores del mundo a menos que logre destruir a los países socialistas», que implicaba el riesgo de la guerra nuclear. Sin embargo, los líderes del PCCh negaban el rol de la clase obrera y los países socialistas como la vanguardia del movimiento revolucionario mundial, y por extensión, «la más aguda contradicción mundial […] entre los países imperialistas y los países socialistas»; por el contrario, daban mayor importancia a los movimientos de liberación nacional del Tercer Mundo y se proclamaban «el centro del movimiento revolucionario mundial». El PCP-U remarcaba que «la clase obrera es la llamada a ser la columna vertebral de las luchas de liberación nacional del pueblo y que el partido de la clase obrera es la vanguardia política revolucionaria del pueblo», pues sin esta, «los movimientos de liberación nacional caen bajo la influencia burguesa nacionalista y se limitan a estrechos marcos» (1967: 10-13). Asimismo, criticaban que el PCCh propusiera un único modelo, el suyo, para la revolución en todos los países, rechazando categóricamente la vía pacífica en favor de la lucha armada guerrillera e ignorando «las condiciones objetivas y subjetivas señaladas por Lenin como necesarias para la revolución y la toma del poder» al punto de aventurerismo. El PCP-U citaba el caso de Indonesia – donde Estados Unidos apoyó una violenta purga anticomunista tras el golpe de Estado militar en 1965 que derrocó al presidente Sukarno (una figura prominente del Movimiento de los No Alineados) – como una prueba de «cuan aventurera y peligrosa resulta la orientación propugnada por los dirigentes chinos». Los prosoviéticos peruanos enfatizaban que la revolución era 165 «necesaria e inevitable», pero también «un acto histórico voluntario y heroico realizado por el pueblo» y, paradójicamente, que «Los comunistas – guiándonos por los principios marxistas-leninistas – hemos sostenido y sostenemos que debe respetarse el derecho de cada pueblo a elegir el régimen social que desee»; por ende, la revolución no se podía exportar, sino que surgía en cada país por necesidad histórica (Partido Comunista Peruano [Unidad] 1967: 10-27; Latham 2010: 258-274). En 1976, la VII Conferencia del PC(ML)P defendía el principio de coexistencia pacífica como, en la práctica, un planteamiento del propio Lenin en el «primer acto de la política exterior del Estado Soviético», «la única respuesta a la política de “guerra fría” y de preparación de una nueva hecatombe mundial», y la única manera de garantizar las relaciones internacionales pacíficas. Defendía la no inevitabilidad de la guerra, ya que la «superioridad histórica del sistema socialista» hacía innecesaria e improbable la lucha armada contra el capitalismo, que caería por sus propias contradicciones y lucha de clases. Según el partido, la política de coexistencia pacífica no solo evitaba la guerra: también posibilitaba el desenmascaramiento constante de los planes agresivos del imperialismo, la liquidación de los focos de guerra, la solución de los conflictos a través de las negociaciones, el cese de la carrera armamentista, la creación de un mecanismo internacional capaz de conjurar cualquier agresión, y el intercambio de experiencias científico-técnicas y culturales entre los Estados (1976: 16-18). Recientemente, afirmaba, los países socialistas, en cooperación con todas las fuerzas progresistas y pacifistas, habían conseguido logros significativos en el fortalecimiento de la paz y de los principios de coexistencia pacífica (incluyendo a nivel jurídico en convenios entre estados de distintos regímenes), en particular para evitar la guerra entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Sin embargo, reconocía que la complejidad del dilema entre la paz y el internacionalismo proletario de la política exterior de los Estados socialistas, al ser la revolución socialista inherentemente internacional, había llevado al surgimiento de «interpretaciones oportunistas» desde el fin de la Revolución rusa. Asimismo, proclamaba que se oponía a la absolutización e imposición de una sola forma de lucha, fuera pacífica o violenta, sin tomar en cuenta las condiciones de un contexto particular (PC(ML)P 1976: 18-71). Sin embargo, menos de diez años antes, Sotomayor había tenido una opinión radicalmente diferente. En 1967 había escrito que la coexistencia y vía pacífica a la revolución, 166 advocada por los «revisionistas», equivalía a colaboración de clases, y que era otra estrategia de los imperialistas y reaccionarios para restaurar el capitalismo en los países socialistas. Los «revisionistas» como Del Prado, según Sotomayor, «ahora que han perdido todo rastro de vergüenza, propugnan con descaro el maridaje entre los dos sistemas, la integración de los dos sistemas en uno». La convivencia entre «los dos más grandes países de uno y otro sistema» – es decir, Estados Unidos y la Unión Soviética – era en realidad «una colaboración soviético norteamericana para dominar el mundo” [sic], en la que el imperialismo yanqui tiene el bastón de mando» y «una vil componenda, contraria a los intereses de la clase obrera y los pueblos de todo el mundo». Sotomayor se refería a la fallida invasión estadounidense de Cuba en 1961 como una prueba histórica de que, siempre que fuera posible, el imperialismo se aliaría con las clases explotadoras derrocadas para restaurar la sociedad de clases, incluso por la fuerza (1967: 14-45). Como se verá más adelante, el posterior desencanto de Sotomayor con China y el maoísmo tendría que ver, en gran medida, con la política externa de ambas potencias comunistas. Curiosamente, en sus memorias Sotomayor pareció haber retomado su antigua posición respecto a la coexistencia y transición pacífica al socialismo: afirmó que ya en la Conferencia de Moscú de 1960 había argumentado que la vía pacífica era imposible en el Perú, calificando los planes de los delegados argentinos de «ilusiones realmente idiotas» que serían desbaratadas al debido tiempo, y consideraba que el golpe de Estado en Chile en 1973 había demostrado que la vía pacífica a la revolución era «sencillamente ilusoria» (2015: 64-80). A diferencia de los prosoviéticos y del PC(ML)P en sus últimos tiempos de vida, el informe presentado a la V Conferencia Nacional del PCP-BR en 1965 por su Secretario General Saturnino Paredes contenía, en sus primeras páginas, una sección titulada «La revolución violenta, ley universal de la revolución proletaria». En esta, Paredes argumentaba que la lucha armada contra el imperialismo en Venezuela, Guatemala, Colombia, Bolivia, Perú (presumiblemente en referencia a la guerrilla del ELN), Angola, Mozambique, Sudáfrica, Laos, Camboya, Birmania y sobre todo Vietnam, así como las guerras de independencia de Argelia y Zanzíbar, la Revolución cubana y la misma Revolución rusa, confirmaban «la ley social de que para vencer a la violencia contrarrevolucionaria es necesaria la violencia revolucionaria»; esta era «el camino señalado por Marx, Engels, Lenin y Stalin», en contraste con el revisionismo de la Unión Soviética, Yugoslavia y la India. Por otro lado, el golpe de Estado contra el gobierno de 167 João Goulart y la subsecuente instauración de una «dictadura fascista» en Brasil, a instancia de Estados Unidos, y la derrota electoral de la coalición izquierdista Frente de Acción Popular en Chile, liderada por Salvador Allende, habían «echado por tierra las ilusiones alimentadas por los revisionistas contemporáneos y principalmente de los dirigentes del Partido Comunista de Chile» respecto a la vía pacífica. Además, el «desarrollo acelerado y gigantesco de la República Popular China y la heroica Albania […] luchando al mismo tiempo contra el imperialismo y el revisionismo contemporáneos», aun ante el «bloqueo económico impuesto por el revisionista Jruschov», demostraba que «la paz no se mendiga sino que se conquista mediante una lucha denodada, que el campo socialista y las fuerzas revolucionarias se agigantan, haciendo más próximo el hundimiento del imperialismo» (Paredes 1965: 7-16). Más de diez años más tarde, a través de la reproducción de textos de partidos comunistas extranjeros, el PCP-BR persistía en esta posición. El artículo del Partido Comunista del Brasil de 1977 «Mantener siempre bien en alto la bandera invencible del marxismo- leninismo», publicado en el Perú por Ediciones Bandera Roja, reiteraba su oposición a la vía pacífica al socialismo, a la coexistencia pacífica y ahora también a aceptar ayuda de cualquiera de las superpotencias, porque esto significaba «incurrir en el más grave de los errores, alejarse del principio de la lucha de clases, volver la espalda a la revolución y caer en el pantano del oportunismo» (Ediciones Bandera Roja 1977b: 4-11). Asimismo, la Declaración conjunta de partidos de Alemania, España, Grecia, Italia y Portugal – originalmente publicada en los respectivos órganos de los Comités Centrales del Partido del Trabajo de Albania y del Partido Comunista de España (M-L) y difundida en el Perú por Ediciones Bandera Roja – expresaba que, como partidos revolucionarios de vanguardia del proletariado, debían «combatir resueltamente la propaganda de los revisionistas y de los oportunistas de toda especie, los cuales llaman al proletariado y a las masas populares, so cualquier pretexto, a renunciar a la lucha por sus intereses y a reconciliarse con la burguesía» (Ediciones Bandera Roja 1978 [1977]: 16). Este último texto rechazaba la distensión y el desarme como ilusiones «propagadas por la burguesía y el revisionismo» y afirmaba que la única manera de impedir una nueva guerra mundial imperialista era la firme lucha contra el imperialismo, sobre todo contra las dos superpotencias. Se debía combatir a los oportunistas que toman como pretexto el peligro de guerra para preconizar la capitulación ante el imperialismo y la reconciliación con el mismo, o que extienden la propaganda 168 social-chovinista [sic] según la cual, si estalla la guerra, sería preciso alinearse al lado de una de las superpotencias o bien al lado de su propia burguesía (Ediciones Bandera Roja 1978 [1977]: 18). Asimismo, consideraba necesario concientizar a la clase obrera y las masas populares sobre el peligro de la guerra y reforzar su confianza «en la perspectiva revolucionaria según la cual o bien la revolución impedirá la guerra, o bien la guerra provocará la revolución». Los partidos autores consideraban cada vez más probable el estallido de una nueva guerra mundial imperialista: a pesar de la retórica de paz, distensión y desarme, veía con temor la carrera armamentística y preparativos bélicos de las superpotencias – Estados Unidos y la Unión Soviética –, pero también de «todos los demás Estados imperialistas». No obstante, afirmaban con cierto optimismo que «La clase obrera y las masas populares se dan cuenta cada vez más de la necesidad de lucha resueltamente contra la política de guerra del imperialismo, en particular contra las dos superpotencias» (Ediciones Bandera Roja 1978 [1977]: 6-7). De forma similar, los Estatutos del PC del P-Patria Roja decía sobre la guerra y la paz que «la guerra mundial desencadena la revolución o la revolución evita la guerra» (Partido Comunista del Perú 1973a: 4). En marzo de 1973, su revista comentó las inminentes elecciones parlamentarias en Chile – entonces aún gobernado por Salvador Allende – en términos muy negativos, afirmando que la Revolución no habrá de decidirse mediante elecciones, sino a través de la insurrección popular y la guerra del pueblo. […] La lucha revolucionaria del proletariado y el pueblo chileno pasará inexorablemente por encima del cadáver del revisionismo y del reformismo, hoy convertidos en la punta de lanza de la burguesía en el seno de la clase obrera, en la fuerza de contención de la revolución, del recortamiento [sic] del ímpetu revolucionario de las masas, de su parálisis. (1973b: 17) La misma edición hablaba de la guerra de Vietnam como la prueba de que «la paz y la independencia conquistada por los pueblos oprimidos en su lucha contra la dominación del imperialismo y el colonialismo es el fruto de la guerra de liberación nacional sostenida por aquellos», de que «para conquistar la paz y la independencia hay que oponer la guerra del pueblo a la guerra de rapiña impuesta por el imperialismo y las clases reaccionarias de cada país», de la victoria del socialismo a través de la guerra popular, y del ocaso del poderío del imperio estadounidense: «Un pueblo pequeño, atrasado económicamente, ha 169 derrotado al más feroz de todos los imperialismos y ha humillado su arrogancia» (1973b: 29). Asimismo, su edición de marzo de 1974 advertía del peligro de una nueva guerra mundial, que persistiría mientras existiera el imperialismo, y ante los recientes «síntomas alarmantes», el deber de los revolucionarios era «redoblar la vigilancia», ya que «actualmente el llamado “equilibrio o distensión” no caracteriza la situación mundial. La coexistencia pacífica es un mito revisionista. La llamada “era de paz” constituye una cortina de humo que vanamente quiere esconder la realidad» (1974a: 8). Un mes más tarde, la revista argumentó que los ejemplos de la Revolución rusa, China, Albania, Corea y Vietnam demostraban la necesidad de la revolución violenta, y si bien condenaba el golpe militar en Chile, tachaba al gobierno de Allende como un «experimento revisionista» bajo el cual «el proletariado y pueblo Chileno [sic] […] marcharon vendados y maniatados por el revisionismo» y veía su final como una prueba de que «lo único que puede conducir la “vía pacífica” es al fascismo y la destrucción del movimiento obrero» (1974c: 4). Curiosamente, entre los puntos clave de su programa para la «revolución nacional, democrática y popular» se encontraba establecer relaciones fraternas con los países que el partido consideraba verdaderamente socialistas – China, Albania, Corea del Norte y Vietnam –, pero también relaciones diplomáticas, comerciales y culturales con todos los países que reconocieran el «Estado de Democracia Popular» sin importar su sistema social, demostrando una suerte de coexistencia pacífica (Partido Comunista del Perú 1972: 124-130). En su edición de julio de 1973, su revista parecía estar de acuerdo con la coexistencia pacífica entre Estados y gobiernos con distintos sistemas sociales mientras hubiera igualdad y respeto mutuo a la soberanía e integridad territorial, pero enfatizaba que «ello no puede de ninguna manera sustituir la revolución de los pueblos ni extenderse a las relaciones entre las clases oprimidas y opresoras, entre naciones oprimidas y opresoras, a riesgo de caer en el pacifismo social, negar la lucha de clases y traicionar el marxismo-leninismo» (1973c: 15). Sin embargo, a pesar de todas las propuestas de lucha armada, el único grupo que la llevó a la práctica, con resultados trágicos, sería el Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso en 1980, y como se exploró en el capítulo 2, paradójicamente muchos partidos maoístas terminarían optando por la vía electoral ante su fracaso en organizar la revolución violenta, incluso junto a sus rivales prosoviéticos. 170 4.2.2. El apoyo a la revolución mundial El debate entre la vía pacífica y la vía armada parecía para los comunistas un asunto sumamente urgente debido a su convicción en la inevitabilidad e inminencia de la revolución anticapitalista y antiimperialista. Como se explicó a detalle en el primer capítulo, para esta época ambas revoluciones parecían intrínsecamente ligadas, al punto que muchos, incluyendo a la Unión Soviética y China – y sus respectivos seguidores – habían llegado a creer que eran una y la misma. Por esta razón, la política externa de ambas potencias comunistas y su apoyo evidente y tangible a ambas revoluciones era de crucial importancia en el conflicto sino-soviético y por extensión en las disputas de los comunistas peruanos. En 1963, Valcárcel afirmaba que La Unión Soviética ha coadyuvado y coadyuva al desarrollo de las revoluciones nacional-liberadoras y a la liquidación rápida del vergonzoso sistema colonialista. La URSS ha tendido y tiende, invariablemente, su mano de ayuda fraternal a todos los pueblos que se alzan contra el imperialismo y el colonialismo (1963: 327). Asimismo, en una clara crítica a China y Albania, señalaba mordazmente que Los mejores luchadores antiimperialistas y anticolonialistas de nuestra época – desde Cuba hasta Argelia – conocen muy bien la procedencia de las armas que han empuñado sus heroicas manos, armas que no han sido precisamente chinas ni albanesas. Estas son verdades que las palabras dogmáticas, pseudo- revolucionarias y escisionistas [sic] jamás podrán refutar (Valcárcel 1963: 328). Precisamente sobre Cuba, Valcárcel enfatizaba que, como «el único país que se lanzó abiertamente a la Revolución, contó con todo el apoyo de Unión Soviética y otros países socialistas, tanto para contener la exportación de la contrarrevolución cuanto para construir la nueva sociedad». Valcárcel también se refería de forma ácida a los eslóganes maoístas – en particular de la figura retórica del «tigre de papel» –, tachándolos de «frases de clisé [negrita original], que nada enseñan a los pueblos y que tampoco impiden que el imperialismo afile sus garras de verdad» (1963: 325-330). En 1967, tras la ruptura definitiva y la Revolución Cultural, el PCP-U acusaba al PCCh de racismo y «nacionalismo burgués» con el fin de desprestigiar a la Unión Soviética y al bloque socialista: Los dirigentes chinos, haciendo escarnio del internacionalismo revolucionario y mintiendo cínicamente […] sostienen que en los países socialistas europeos existe 171 el racismo contra los pueblos negros y asiáticos. Tratan igual a los países donde el poder de los trabajadores educa al pueblo en los principios de la hermandad sin distinción de razas, que a los países donde el poder de las fuerzas reaccionarias fomentan [sic] el odio de razas […] agitan el resentimiento racial contra los pueblos europeos y hasta contra “el pueblo blanco” soviético (1967: 14-15). Según el PCP-U, a diferencia del imperialismo que intentaba «exportar» la contrarrevolución para «impedir el triunfo revolucionario del pueblo» – como ejemplos citaba a Egipto, Guatemala, la República Dominicana, el Congo y Vietnam –, la Unión Soviética no intervenía en la política interna de otros países, sino que daba «ayuda a los países que sufren la agresión imperialista» (incluyendo a Cuba y Vietnam). En consecuencia, el partido prosoviético peruano tachaba de «inadmisible» la acusación china a la Unión Soviética de no hacer lo suficiente para promover la revolución y de confabular con el imperialismo, al igual que las intromisiones de Pekín en otros partidos comunistas y su estímulo de los «elementos fraccionalistas» dentro de estos (1967: 27- 28). El VI Congreso del PCP-U en 1973 ridiculizaba la tesis china sobre el «social- imperialismo» soviético y condenaba la obstinada política «anticomunista y antisoviética» de los dirigentes chinos y sus seguidores, quienes lejos de contribuir a la coordinación de las fuerzas antiimperialistas y revolucionarias, insisten en dividir a estas fuerzas y en desorientarlas, equiparando el régimen capitalista y la agresividad del imperialismo norteamericano con el régimen socialista próximo al comunismo y la justa política internacional de la URSS (1973: 36). En contraste, los partidos maoístas, siguiendo las tesis de la propaganda de China, acusaban a la Unión Soviética de «social-imperialismo» y de tener una alianza secreta con Estados Unidos contra el movimiento comunista mundial. En el informe de la V Conferencia Nacional del PCP-BR en 1965, Paredes escribió que «el revisionismo contemporáneo trata desesperadamente de imponer su consciente falsa interpretación de las mismas, en su afán de escindir el movimiento comunista internacional y de prestar un caro servicio al imperialismo norteamericano» y acusó a la Unión Soviética de dar, de mala gana, un «falso apoyo» a Vietnam (mientras que China sí le daba su «inmenso apoyo») y de utilizar el peligro de las armas nucleares como pretexto para cambiar la lucha de clases por la conciliación de clases. Por esta razón, Paredes creía que las recientes detonaciones nucleares de China (en octubre de 1964 y marzo de 1965) significaban el fracaso de «el chantage [sic] nuclear impuesto a los pueblos del mundo por el imperialismo norteamericano, en connivencia con los revisionistas del PCUS» y el 172 fortalecimiento del bloque socialista y las fuerzas de la paz y la revolución mundial. Asimismo, este «poderoso desarrollo científico de la República Popular China» confirmaba la tesis de Mao de la necesidad de la confrontación con el imperialismo en pie de igualdad y con sus propias fuerzas (Paredes 1965: 5-15). El informe también hablaba de la reciente «reunión de escisión» en Moscú en marzo de 1965, con la participación – obligada por el PCUS – de 26 partidos, que había sido rechazada por China, Corea, Albania, Indonesia, Japón, Vietnam del Norte y Rumania. Su objetivo, según Bandera Roja, era dividir al movimiento comunista internacional y prestar un mejor servicio al imperialismo estadounidense, «en connivencia con el renegado Tito de Yugoslavia y sus amos imperialistas». Sus proclamas de apoyo a Vietnam, a las revoluciones y a los movimientos de liberación nacional serían una mera «palabrería revolucionaria» para engañar a los marxistas leninistas. Esta retórica y «el amparo de una falsa unidad con los partidos comunistas dirigidos por revisionistas» ocultaban que el PCUS seguía avanzando hacia la «conciliación con el imperialismo norteamericano y en el camino de la restauración del capitalismo en la Unión Soviética», de forma similar a Yugoslavia. Sin embargo, la dirección de Bandera Roja esperaba que los recientes hechos convencieran a muchos de que los soviéticos seguían un camino erróneo (Paredes 1965: 24-28). La VI Conferencia Nacional del PCP-BR en 1969 repitió la acusación de Mao – compartida por el líder albanés Enver Hoxha – hacia la Unión Soviética de estar secretamente aliada con Estados Unidos contra el socialismo, con su condena de la bandidesca [sic] alianza soviético-norteamericana, vale decir, la alianza del imperialismo y del social-imperialismo en el que ha devenido el revisionismo, con la criminal pretensión de hacer un nuevo reparto del mundo en dos esferas de influencia, es decir, en dos esferas de explotación y de esclavización de los pueblos de la tierra (1969: 4). Sin embargo, el PCP-BR era optimista respecto a las probabilidades de derrota de sus enemigos debido a las contradicciones entre las dos superpotencias y entre estas y el resto de los países, «lo que facilita la lucha revolucionaria de los pueblos y revela el fondo débil de la alianza del imperialismo y el social-imperialismo revisionista». También afirmaba que Los pueblos del mundo […] repudian la nefasta alianza contrarrevolucionaria de imperialistas y revisionistas y comprenden el peligro que ella significa para los 173 pueblos del mundo, pues tanto el imperialismo como el revisionismo contemporáneo son los enemigos comunes de los pueblos de la tierra (1969: 4- 12). Naturalmente, el PCP-BR expresaba un férreo apoyo a Vietnam, que estaba «infligiendo una vergonzosa derrota al imperialismo yanqui», demostrando su «carácter de tigre de papel» (citando una frase clásica de Mao). No obstante, repetían la propaganda china sobre «la conspiración norteamericana soviética para obligar a doblegarse al pueblo vietnamita» y también criticaban a sus rivales prosoviéticos por supuestamente subestimar a la guerra popular vietnamita (1969: 9-113). En el informe del II Pleno del Comité Central del PCP-BR en 1970, Paredes insistía que se debía «combatir con persistencia al revisionismo contemporáneo en todos los terrenos», sobre todo ante la «alianza» entre Estados Unidos y la Unión Soviética, por lo que recomendaba «librar una lucha conjunta contra el imperialismo norteamericano y el socialimperialismo [sic] soviético, en la arena internacional, pero con acciones concretas dentro de nuestro país», donde supuestamente ambas superpotencias se habían infiltrado. En particular, destacaba que en el Perú con frecuencia solo se denunciaba al imperialismo estadounidense, y advocaba condenar simultáneamente al «social-imperialismo» soviético en medio de la lucha de clases, más aún porque «el socialimperialismo [sic] soviético y sus lacayos intervienen en el engaño político que el imperialismo yanqui está aplicando en el Perú, al apoyar abiertamente la política del régimen militar imperante». (Paredes 1978 [1970: 53-54]) Nuevamente insistía en que El imperialismo yanqui y el socialimperialismo [sic] soviético, junto con los reaccionarios del mundo persiguen la destrucción del gran Estado socialista de China Popular. La defensa de China Popular, así como de la hermana República Popular de Albania, es nuestro gran deber internacionalista proletario, porque al mismo tiempo es la defensa del socialismo y de la revolución mundial (Paredes 1978 [1970]: 54). El artículo «Alianza contrarrevolucionaria norteamericano-soviético [sic]», del Partido del Trabajo de Albania – publicada en español en la revista del PCP-BR «Fascismo- trotskismo y revisionismo, enemigos de la revolución» en 1973 – abría con la descripción de la reciente visita de Leonid Brezhnev a Washington y su reunión con el presidente Richard Nixon, sobre la cual decía que: «Nixón [sic], América anticomunista y toda la reacción internacional no deben de temer el comunismo soviético, porque este no es más leninista, sino una especie de surrogado [sic] que se concilia en todos los campos y en 174 todas las direcciones con ellos». Así, el Partido del Trabajo de Albania expresaba su rechazo a la coexistencia pacífica entre Estados Unidos y la Unión Soviética, que consideraba el factor que había posibilitado la «colaboración soviético-norteamericana en los más diversos campos, la elaboración y la adopción de una común estrategia contrarrevolucionaria de las dos superpotencias». El objetivo de Brezhnev al abrir la puerta a las inversiones estadounidenses en Siberia era, supuestamente, «poner a la China bajo un doble cerco»: por un lado, sus fuerzas armadas en la frontera sino-soviética, y por otro la penetración estadounidense (Ediciones Bandera Roja 1973: 15-16). El Partido de Trabajo de Albania culpaba a la Unión Soviética de la recesión económica en el bloque socialista (específicamente Hungría, Checoslovaquia, Polonia y Alemania Oriental), aunque también remarcaba que «las camarillas revisionistas de estos países, que se han convertido en las marionetas de los revisionistas soviéticos, aceptan servilmente este estado extremadamente difícil impuesto a ellos por Moscú», y recurrían al Occidente capitalista como salida de la crisis. También afirmaba que «Los hechos demuestran que la toma del poder de los jruschovistas, ha sido un desastre para la URSS», llegando «al punto de pedir pan, maquinaria y brevetes técnicos al imperialismo norteamericano, que es el jurado enemigo de los pueblos de todo el mundo», y acusaba a la Unión Soviética de «correr en ayuda» de Estados Unidos, que se encontraba en crisis económica y política como resultado de la debacle en Vietnam y el escándalo Watergate, y de presionar a Vietnam para aceptar un acuerdo de paz y permitir la salida de Estados Unidos (Ediciones Bandera Roja 1973: 18-20). El artículo concluía: Aquello que ha aparecido claro es el hecho incontestable que entre los USA y la URSS hay un pleno acuerdo y una plena coordinación sobre la política q’ [sic] persiguen en Europa, en Asia, en África, y sobre la actividad desarrollada en las zonas de influencia ya repartidas. […] la alianza contrarevolucionaria [sic] soviético norteamericano representa hoy el más grande peligro para todos los pueblos del mundo y que es necesario que todos los pueblos del globo se unan en un frente antiimperialista y antisocialimperialista [sic] […] para salvaguardia de la libertad y de la independencia de cada país en particular y de la paz y de la seguridad internacional en general (Ediciones Bandera Roja 1973: 19-20). Publicado en la misma revista, el artículo del Partido Comunista de Italia (M-L) «Las teorías y maniobras trotskistas disfrazados de ultraizquierdismo» calificaba al «revisionismo moderno» como «oportunismo de derecha» y «la corriente antimarxista más peligrosa, que en el seno del movimiento obrero, ha pasado a corriente burguesa idéntica a la social democracia»; en los países en los que este había «robado el poder», 175 había «instaurado bajo la apariencia de “socialismo” un verdadero régimen fascista, haciendo de la política exterior de la Inión [sic] Soviética una política imperialista que mira al dominio mundial, en colaboración y en competencia con el imperialismo norteamericano» (Ediciones Bandera Roja 1973: 9-10). La Declaración conjunta de partidos extranjeros difundida por el PCP-BR clasificaba a las dos superpotencias imperialistas, Estados Unidos y la Unión Soviética, como «los más grandes explotadores y opresores internacionales, los más grandes enemigos de la libertad y de la independencia de las naciones, de la revolución y del socialismo», y su rivalidad por la hegemonía mundial era la causa principal del peligro del estallido de nuevas guerras imperialistas, tal vez incluso una guerra mundial. Cada uno «intenta obtener fraudulentamente la confianza de los pueblos recurriendo a la demagogia, trata aprovechar [sic] las justas luchas de los pueblos contra la otra superpotencia para proseguir sus propios objetivos agresivos». Por lo tanto, «es preciso dirigir hoy el fuego principal del frente unidos internacional contra el imperialismo, el capitalismo, la reacción y el revisionismo» contra ambas superpotencias. Por otro lado, los estados capitalistas e imperialistas estaban integrados en los sistemas de alianzas y bloques militares de las superpotencias; en efecto, estas alianzas – la OTAN para Estados Unidos y el Pacto de Varsovia para la Unión Soviética – eran «los principales instrumentos en manos de las dos superpotencias para preparar y desencadenar guerras imperialistas». El Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) era también condenado como una herramienta del «social-imperialismo» soviético para «saquear y avasallar a los otros países miembros […] obtener los máximos beneficios y para la expansión de sus zonas de influencia», y que se oponía a la libertad e independencia de los pueblos, a la revolución y al socialismo (Ediciones Bandera Roja 1978 [1977]: 8-12). Asimismo, entre los «crímenes del revisionismo contemporáneo contra el campo socialista, contra el movimiento revolucionario mundial y contra el comunismo» que nombraba en su libro de 1967 sobre la Revolución Cultural, Sotomayor incluía la «política chovinista de gran potencia» de la Unión Soviética hacia los países del campo socialista, con el fin de tener zonas de influencia como los imperialistas. Al igual que la propaganda china, Sotomayor hablaba de una alianza secreta entre Estados Unidos y la Unión Soviética contra China y el Tercer Mundo, incluyendo, por supuesto, contra Vietnam. Los líderes soviéticos, «sin importarles la agresión cobarde y vil del imperialismo yanqui al pueblo vietnamita, insisten en su afán de seguir mejorando las 176 relaciones y vínculos entre los EE.UU. y la URSS»; aunque «a veces, ante la indignación general de todos los pueblos del mundo, por los crímenes de los imperialistas norteamericanos, se ven en la necesidad de hacer hipócritas declaraciones contra sus aliados y cómplices yanquis»; por otro lado, Estados Unidos, «estimulado por la camarilla revisionista “soviética”, se ha vuelto cada vez más insolente y exige que el pueblo vietnamita capitule. A esto se reduce, en el fondo, la “gran ayuda” que la dirección del PCUS presta al Vietnam». La coexistencia pacífica con el Bloque del Este que avalaba el presidente estadounidense Lyndon B. Johnson significaba, para Sotomayor, que «la diplomacia secreta de los dirigentes “soviéticos” ha hecho tratos y negociados con el imperialismo sobre Vietnam, el Congo (L), la República Dominicana, Chipre y Rhodesia del Sur», y que «en la práctica han “estabilizado la situación europea”, dejando libres las manos del imperialismo norteamericano para que concentre todas sus fuerzas en el Asia, continúe su agresión al Vietnam y se prepare para agredir a la gran República Popular China» (1967: 94-99). Sotomayor consideraba un hecho demostrado que el obstáculo insalvable que el imperialismo norteamericano encuentra en sus propósitos de dominación mundial es la China Popular, es la firmeza indoblegable de sus dirigentes, es su fidelidad sin límites a la causa de la liberación de los pueblos oprimidos del mundo, a la causa del socialismo y del comunismo (1967: 100-101). El «revisionismo contemporáneo», en el contexto «de la desintegración del imperialismo, el crecimiento de las fuerzas socialistas, el ascenso vigoroso del movimiento democrático nacional de Asia, Africa [sic] y la América Latina», buscaba «liquidar el marxismo leninismo y restaurar el capitalismo en todos los países socialistas», por lo que «frente a pretenciones [sic] tan criminales le ha tocado al PCCH, encabezado por Mao Tse-tung, responder resueltamente al desafío del jruschovismo» (Sotomayor 1967: 110-111). Poco después de la escisión del PC del P-Patria Roja en 1969, su revista también afirmaba que el «social-imperialismo» soviético estaba secretamente aliado con el imperialismo estadounidense, y acusaba a la Unión Soviética de convertirse en «el sostén social del imperialismo» (1969: 4). En 1972, el PC del P-PR publicó el informe político de su VII Conferencia Nacional, cuyo sexto capítulo contenía los puntos clave de su programa para la «revolución nacional, democrática y popular». En la cuestión de política internacional, advocaba la solidaridad y apoyo a las luchas revolucionarias de los países de Asia, África 177 y Latinoamérica, pero también a la clase obrera y pueblo de los países imperialistas, capitalistas y «social-imperialistas» (es decir, la Unión Soviética), «como expresión de internacionalismo militante»; asimismo, se oponía a «todo tipo de alianzas y agresiones imperialistas y social-imperialistas» y a la supuesta colusión entre Estados Unidos y la Unión Soviética para dividirse el mundo en esferas de influencia e impedir la revolución mundial (Partido Comunista del Perú 1972: 124-129). Esta retórica se mantuvo en los años siguientes: en marzo de 1974 su revista, Patria Roja, publicó un comunicado que afirmaba que el imperialismo estadounidense y el «social- imperialismo» soviético «compiten en todos los puntos del planeta aunque al mismo tiempo se coluden “pareciendo dos figuritas de barro que vuelven a ser amasadas juntas y luego se remoldean [sic], de modo que hay algo de la una en la otra”» (1974a: 8); y a fines del mismo año enfatizaba que no solo luchaban contra el imperialismo estadounidense, «sino también contra el socialimperialismo soviético que desarrollando un falso socialismo se introduce sutil o abiertamente en los pueblos llamados del Tercer Mundo con el fin de saquearlos» (1974d: 15). El PC del P-PR también criticó la compra de armamento soviético por el gobierno militar peruano, que en su opinión «no viene sino a confirmar la faz socialimperialista que la camarilla revisionista a [sic] dado al gobierno soviético, convertido en uno de los principales abastecedores de los países y gobiernos reaccionarios del llamado “tercer mundo”». También lo consideraba otra prueba de la supuesta confabulación entre Estados Unidos y la Unión Soviética «para frenar el auge victorioso de la revolución mundial y garantizarse así los mercados que les toca en el reparto»; las superpotencias, además, promoverían los conflictos regionales «para salvar de la crisis su industria de guerra y obtener así las más fabulosas ganancias» (1974b: 10). Respecto a la guerra de Vietnam en particular, en su edición de marzo de 1973, la revista Patria Roja hacía eco de la propaganda china que destacaba la asistencia de Pekín a Hanoi y alegaba una colaboración secreta entre Estados Unidos y la Unión Soviética: Sólo la unidad del pueblo vietnamita en torno del programa de liberación nacional y el socialismo, y el apoyo de los pueblos del mundo con China Popular al frente, impedirán que el imperialismo yanqui y el social-imperialismo soviético maniobren en detrimento del pueblo vietnamita. […] Ni siquiera la colusión soviético-norteamericana para hacer un nuevo reparto del mundo y detener la revolución mundial, permitirán maniobrar a su antojo a los imperialistas yanquis, como ocurrió después de Ginebra. (1973b: 30). 178 Sin embargo, debe notarse que, a pesar de todas sus críticas e imputaciones a la Unión Soviética, los maoístas no pudieron dar muchos ejemplos concretos del apoyo práctico de China a la revolución mundial o incluso de sus acciones en contra del «social- imperialismo» soviético; el devenir de la política exterior china les plantearía aún más dificultades. 4.2.3. El imperialismo soviético y el apoyo chino al imperialismo estadounidense Si bien las acusaciones a la Unión Soviética de «social-imperialismo» por parte del PCCh y los partidos maoístas peruanos fueron, en su gran mayoría, especulaciones erróneas, exageradas o directamente falsas, es innegable que la Unión Soviética tenía su propia forma de imperialismo, que fue justificado y defendido por los prosoviéticos peruanos en múltiples ocasiones. Ya en 1963, en la crónica de su viaje a la Unión Soviética, Gustavo Valcárcel había dedicado un capítulo entero a defender la invasión soviética de Hungría en 1956. Valcárcel – que decía haber pasado dos semanas en Budapest y hablado con el Secretario General del Partido Socialista Obrero Húngaro János Kádár, la «gente más heterogénea» entre los locales, y un estudiante peruano de intercambio sin afiliación política – afirmaba que la Unión Soviética había brindado «asistencia fraterna» para reconstruir el país tras la Segunda Guerra Mundial, pero «en varios casos fue violada la legalidad socialista» debido a la prevalencia del culto a la personalidad de Stalin, hasta que en el verano de 1956 una resolución del Comité Central del Partido se dispuso a «corregir los viejos errores» y planteó las tareas inmediatas. Sin embargo, entonces se produjo «el ataque contrarrevolucionario» de Imre Nagy y su grupo, quienes «desde antes habían propagado puntos de vista revisionistas y burgueses-nacionalistas, deformando el papel jugado por la Unión Soviética en sus relaciones con Hungría y discutiendo la misión dirigente de la clase obrera y su Partido», y «neutralizaron, con medidas administrativas, a las fuerzas que estaban listas para aplastar cualquier intento contrarrevolucionario»; Valcárcel atribuía el éxito inicial de la Revolución húngara6 a la supuesta permanencia de una parte considerable de la burguesía en sus cuadros y al «apoyo directo del extranjero, principalmente del imperialismo norteamericano» (1963: 69-74). 6 La Revolución húngara de 1956 contra el régimen comunista, en medio de la desestalinización del Bloque del Este, llevó la invasión de Hungría por el Pacto de Varsovia, liderado por la Unión Soviética. Para más detalles, ver capítulo 1, página 13, y Savranskaya, Svetlana y William Taubman. 2010. “Soviet foreign policy, 1962-1975”. En Leffler, Melvyn P. y Odd Arne Westad (eds.). The Cambridge History of the Cold War: Volume 2, Crises and Détente. Nueva York: Cambridge University Press, 134-157. 179 La Revolución húngara era descrita por Valcárcel como un «golpe de Estado» iniciado por «los círculos imperialistas de Occidente, que pusieron en movimiento a todas las fuerzas fascistas de la emigración terrateniente-burguesa de la vieja Hungría, con el fin de derribar la República Popular y poner al pueblo bajo el yugo de los imperialistas» y que recibió «la más completa ayuda de los círculos monopolistas de Occidente» en forma de cobertura mediática, espías, saboteadores, dinero y armas. El objetivo de la «sangrienta contrarrevolución» era «liquidar la dictadura de proletariado, aniquilar las conquistas socialistas y restaurar el régimen de los capitalistas y terratenientes», y «en pocos días, cometió las peores barbaridades del terror blanco» contra el Partido Comunista, la clase obrera y el poder popular (Valcárcel 1963: 74-75). Valcárcel mencionaba «una serie de testimonios que no pueden refutar los reaccionarios, cuyos textos son desconocidos en el Perú y que prueban, incontrovertiblemente, la médula fascista, feudal-burguesa e imperialista del golpe de Estado de 1956». En su versión – y la de la Unión Soviética –, no cabía «la menor duda de que los asesinatos y los desmanes en Budapest y en otras ciudades húngaras fueron perpetrados por malhechores instruidos con dinero yanqui» y que todo había sido «parte de un plan para derrocar a los gobiernos de Democracia Popular, ocultar la invasión imperialista a Egipto y, sobre, todo, preparar el clima para el desencadenamiento de la guerra termonuclear contra la Unión Soviética», pero «los sectores más conscientes y avanzados del pueblo húngaro, conducidos por leales dirigentes del Partido y con la ayuda fraternal de la URSS, hicieron fracasar el criminal proyecto del imperialismo angloamericano» (Valcárcel 1963: 76-82). Así, concluía que: El aplastamiento de la contrarrevolución fue una tarea dolorosa pero imprescindible, que la llevaron a cabo un grupo de leales combatientes del Partido […]. Ellos constituyeron el Gobierno Revolucionario Obrero Campesino, que existe hasta nuestros días, después de lo cual – en aplicación de una de las cláusulas del Tratado de Varsovia – el nuevo régimen pidió la ayuda de la Unión Soviética para acabar con la rebelión contrarrevolucionaria. […] Lo real fue que si la contrarrevolución empezó a sangre y fuego, sus dirigentes no podían esperar al final compasión de ningún género. Juzgados por los tribunales del pueblo, se les fusiló sin misericordia. […] Las tropas soviéticas fueron a Hungría en virtud del Tratado de Varsovia, llamadas por el Gobierno revolucionario para ayudar a aplastar la contrarrevolución. Acudieron a defender el Estado húngaro, a defender las conquistas del pueblo, a establecer la legalidad pisoteada por fascistas e imperialistas (Valcárcel 1963: 79-92). 180 De forma similar, Sotomayor se refería a la Revolución Húngara de 1956 como una «contrarrevolución» y «las criminales actividades antisocialistas de los contrarrevolucionarios» por obra de una «banda fascista […] dirigida por un grupo de hombres de letras» (1967: 45-77). Irónicamente, aun cuando había condenado virulentamente al «revisionismo» soviético, Sotomayor aparentemente nunca retiró su aprobación e incluso apoyo a las intervenciones soviéticas en Europa del Este: en 1968, la dirección del PC(ML)P apoyó la invasión soviética de Checoslovaquia,7 afirmando que el revisionismo había puesto a dicho país «al borde de la contrarrevolución […] organizada y financiada por el imperialismo y el fascismo» y que la intervención del Pacto de Varsovia era «la única manera de salvaguardar el sistema socialista en ese país». El partido quedó desconcertado y decepcionado cuando China, dando espaldas al sistema mundial socialista y en oposición directa a los intereses de la revolución mundial proletaria salió en defensa abierta de los contrarrevolucionarios checoslovacos y condenó duramente la ayuda que el Pacto de Varsovia dió [sic] al pueblo checo y al sistema socialista en Checoslovaquia (1976: 59). En efecto, según el PC(ML)P, este fue un momento crucial en el que se impuso la necesidad de analizar seriamente la política de Pekín, tras lo cual llegó a la conclusión de que el maoísmo había sido el fundamento ideológico de las «degradaciones nacionalistas» checa y china; por lo tanto, este caso evidenciaba el peligro que suponía el nacionalismo para la revolución mundial, al fomentar «las corrientes que niegan el carácter universal del marxismo leninismo» y perturbar el internacionalismo proletario (1976: 60). Resumía así sus razones para su ruptura con el maoísmo: Con motivo de la denominada “revolución cultural”, el maoísmo hizo su aparición con rostro propio, sin mayores afeites “marxistas leninistas”. La contrarrevolución organizada y financiada por el imperialismo en Checoslovaquia, puso al descubierto un rasgo distintivo del maoísmo: su chovinismo de gran potencia (PC(ML)P 1976: 95). Naturalmente, al igual que Sotomayor, el PCP-U justificó y apoyó la invasión soviética de Checoslovaquia: Pompeyo Mares decía que la Unión Soviética había intervenido en Checoslovaquia debido a la injerencia de la CIA (Mares 1972: 39) y un panfleto 7 En 1968, el Pacto de Varsovia, liderado por la Unión Soviética, invadió Checoslovaquia para poner fin a la liberalización política conocida como la Primavera de Praga. Para más detalles, ver Savranskaya, Svetlana y William Taubman. 2010. “Soviet foreign policy, 1962-1975”. En Leffler, Melvyn P. y Odd Arne Westad (eds.). The Cambridge History of the Cold War: Volume 2, Crises and Détente. Nueva York: Cambridge University Press, 134-157. 181 recopilatorio de Jaime Figueroa y Vladimiro del Prado afirmaba que en 1968 «las fuerzas del Pacto de Varsovia llegan a Checoslovaquia para defender el socialismo en ese país» (Figueroa y Del Prado 1977: 36). A diferencia del PCP-U, Sotomayor y el PC(ML)P, para la mayoría de los partidos maoístas peruanos la invasión soviética de Checoslovaquia fue un ejemplo egregio del «social-imperialismo» soviético. El PCP-BR condenó el aplastamiento de la Primavera de Praga como una muestra de «la ruptura del pacto de Varsovia, convertido por el revisionismo soviético en un instrumento de dominación y explotación»; sin embargo, juzgaba que esta agresión también había tenido el efecto de dar «un golpe mortal» al «social-imperialismo» soviético al «demostrar la putrefacta faz de los revisionistas soviéticos y de acelerar el procesos de descomposición» y «estimular la lucha de los pueblos revolucionarios que sufren la explotación y opresión de los regímenes que han usurpado el poder en la Unión Soviética y demás países sometidos a la dominación del revisionismo soviético y han restaurado el capitalismo»; la conclusión a la que llegaban era la certeza de la derrota del revisionismo (Partido Comunista Peruano [Bandera Roja] 1969: 8-9). El PC del P-PR expresaba un punto de vista muy similar en su revista de septiembre de 1969: La agresión militar perpetrada por los socialimperialistas soviéticos al pueblo checoeslovaco muestra elocuentemente su esencia gansteril, al extremo de haber convertido el Pacto de Varsovia, de un tratado de defensa y ayuda mutua, en un tratado de agresión, en un instrumento para satisfacer su política de intromisión y colonización (1969: 4). La reacción china a la invasión de Checoslovaquia sería solo el inicio de la desilusión del PC(ML)P con China, que culminó en su deslinde del maoísmo y en su eventual disolución para (intentar) reincorporarse al PCP-U. El informe de su VII Conferencia Nacional en 1976, en el que declaró esta intención, denunciaba la alianza de facto de China con Estados Unidos8, acusando a Pekín de crear «los grupos ultraizquierdistas que tanto necesita el imperialismo para dividir los movimientos revolucionarios y sabotear la revolución» y de asociarse con el imperialismo estadounidense y la reacción de todo el mundo en una «furiosa campaña antisoviética y antisoviética». Por esta razón, el PC(ML)P rechazaba tajantemente cualquier un compromiso o posición neutral ante el 8 A partir de inicios de la década de 1970, ante las crecientes tensiones con la Unión Soviética, China buscó el acercamiento con Estados Unidos, que llevaría a un drástico cambio en su política exterior. Para más detalles, ver capítulo 1, páginas 17-18 y 35-36. 182 maoísmo, una «corriente pequeño burguesa [sic]» que había «devenido antipopular y antimarxista» y que debía ser combatida por los marxistas-leninistas. Asimismo, condenaba la «Teoría de los Tres Mundos» y las tesis chinas sobre la confabulación de las superpotencias y la disolución del bloque socialista como la culminación del «abandono total del análisis marxista leninista de la situación internacional, por la dirigencia china», que habían llevado al acercamiento de China «a los enemigos de la comunidad socialista y los movimientos de liberación nacional», como en Angola y Chile (1976: 76-89). El surgimiento de la Teoría de los Tres Mundos como principio rector de la política exterior china a mediados de la década de 1970 no solo supuso una amarga decepción para el PC(ML)P, sino también para el partido del cual este se había escindido, el primer partido maoísta peruano reconocido por Pekín. En 1987, Del Prado notaba que muchos grupos maoístas se habían rectificado o incluso renegado de esta ideología debido a las inconsistencias de la política exterior del PCCh, en particular su alianza con el imperialismo (presumiblemente referido a Estados Unidos) y su «sistemática traición» a los movimientos revolucionarios del Tercer Mundo para dirigir la mayor parte de sus ataques contra la Unión Soviética, a la que acusaba de social-imperialismo y de ser aún más peligrosa que Estados Unidos (1987: 132). Esta descripción concuerda con la Teoría de los Tres Mundos advocada por China a partir de inicios de la década de 1970. Curiosamente, el PC del P-PR – al menos hasta inicios de 1974, la fecha hasta la cual abarcan las fuentes primarias disponibles – no hizo ningún comentario respecto a la Teoría de los Tres Mundos ni al giro en la política exterior china, aunque también podría deberse a que para entonces aún no tenían un juicio claro al respecto. En 1978, el Comité Central del PCP-BR describió la Teoría de los Tres Mundos como «una nueva versión del revisionismo contemporáneo», que «valiéndose de poderosos medios de difusión, viene expandiendo profusamente su contrarevolucionaria [sic] actividad en el seno del movimiento revolucionario en general y, particularmente, en el movimiento comunista internacional»; ante ello, el partido expresaba su repudio y decisión de «librar una lucha irreconciliable contra las concepciones erróneas, contra las tendencias revisionistas que atentan contra la ciencia marxista-leninista y, asimismo, contra las desviasiones que surjan en el plano interno». Según el PCP-BR, en contraste con el «punto de vista correcto» que el PCCh había sostenido en 1963, «ahora los revisionistas chinos, no quieren ni mencionar las contradicciones existentes entre los 183 sistemas socialistas y capitalista […], entre el proletariado y la burguesía […] en la práctica se está capitulando ante el imperialismo». En un contexto en el que el capitalismo se encontraba «en la más profunda crisis de su historia» y que la lucha de clases se agudizaba, dejar de lado esta contradicción equivalía a renunciar a la lucha por la dictadura del proletariado. Además, «a pesar del carácter reaccionario de la posible próxima guerra mundial, los revisionistas chinos no estimulan la revolución proletaria mundial» (1978: 5-43). En su lugar, «lo único que buscan estos oportunistas, es encontrar aliados en su lucha contra el socialimperialismo soviético, aun cuando de palabra digan que se oponen también al imperialismo yanqui». Así, en la práctica, quienes advocaban esta teoría «se apoyan en un imperialismo (el imperialismo norteamericano) para combatir o salvarse del otro (el socialimperialismo soviético), así como también para sacar provecho en pro de sus propios y particulares intereses con grave perjuicio de la revolución mundial». En referencia a la alianza de facto de China con Estados Unidos y al argumento chino de que este último estaba en decadencia y era menos peligroso y agresivo que la Unión Soviética, el panfleto declaraba tajantemente: «Ningún malabarismo verbal puede justificar la real alianza y complicidad del revisionismo chino con el imperialismo yanqui y los regímenes reaccionarios que le son acólitos» (Partido Comunista Peruano [Bandera Roja] 1978: 19- 34). Incluso volvía a tratar, en términos muy diferentes a los de la década anterior, el problema de la guerra y la paz: los sostenedores de la teoría de los “tres mundos” utilizan el chantaje de una próxima guerra mundial para colocar a los pueblos ante la única alternativa de tener que alinearse dentro un frente único para combatir el socialimperialismo soviético, manteniendo de otro lado, el statu quo favorable al imperialismo yanqui (Partido Comunista Peruano [Bandera Roja] 1978: 44). Sin embargo, ni este ni ningún documento del PCP-BR comentó, ni siquiera mencionó, la mediática visita del presidente estadounidense Richard Nixon a China en 1972 y su encuentro personal con Mao; cabe especular que el Comité Central del partido aún profesaba la ideología maoísta y no podían aceptar el hecho de que el giro de China hacia el «revisionismo» y la conciliación con el imperialismo estadounidense hubiera iniciado bajo el propio Mao, por lo que intentaban atribuirle todas las reformas a Deng, aun de forma implícita. 184 El Comité Central del PCP-BR señalaba y condenaba el apoyo abierto de China a los «regímenes dictatoriales y fascistas de muchos países del llamado “tercer mundo”, cuyos gobiernos son instrumentos serviles del imperialismo norteamericano», incluyendo Irán, Chile, Angola, Zaire (en la actualidad la República Democrática del Congo) y a la Estados Unidos en el conflicto entre Etiopía y Somalia. Lo más interesante es que reconocieran que el apoyo de Pekín a Pinochet se remontaba a los años en los que China aún era liderada por el propio Mao. Concluía que todo ello revela que los revisionistas chinos están apoyando el incremento de la dominación neocolonialista del imperialismo norteamericano sobre los pueblos y naciones de Asia, África y América Latina, so pretexto de estimular el desarrollo de la lucha antihegemónica contra las dos grandes superpotencias (1978: 48-49). Bandera Roja también criticaba la actitud del PCCh hacia el gobierno militar peruano, la cual, según los maoístas peruanos, había hecho que descuidaran a sus verdaderos seguidores: el PCP-BR, incluso cuando Mao aún vivía y gobernaba, había «hecho críticas fraternales al Partido Comunista de China, desde 1969, pidiendo que por lo menos se abstuvieran de sus alabanzas al régimen fascista, de cuya catadura están bien enterados»; sin embargo, China no había escatimado en dar apoyo político y económico al gobierno militar, «mientras que a los revolucionarios peruanos nos ha faltado el apoyo político a nuestras luchas de liberación, en el curso del predominio del régimen fascista». La conclusión a la que llegaban era «que nuestros enemigos, los enemigos de la Revolución Peruana, han sido y son amigos de los revisionistas chinos» (1978: 49-55). El PCP-BR acusaba al PCCh de desfigurar el contenido de la coexistencia pacífica entre sistemas opuestos (la política supuestamente advocada por Lenin, no la de Jrushchov), convirtiéndola en «una verdadera colaboración de clases con el imperialismo y otros imperialismos y burguesías, con la única condición de que estén contra el socialimperialismo soviético», y de traicionar sus propios planteamientos en sus críticas al PCUS de la década anterior. (1978: 55-56) Más, aún, «al practicar una política de colaboración de clases a nivel internacional, ha abandonado por completo el internacionalismo proletario como principio supremo de la política exterior de todo Estado socialista»; esto a su vez había degenerado en una incorrecta relación del Partido Comunista de China con los partidos comunistas marxista-leninistas, pues, viene practicando la relación entre partido “padre” partidos a los que quiere someter o somete a su tutela. […] Partido que no se somete a sus caprichos es inmediatamente discriminado. En cambio, 185 promueve y estimula a los que aceptan ciegamente sus planteamientos (Partido Comunista Peruano [Bandera Roja] 1978: 56-57). El PCP-BR ubicaba el surgimiento de la Teoría de los Tres Mundos en 1973, «en momentos en que China Popular, el Partido Comunista de China y el Presidente Mao Tsetung, gozaban de prestigio internacional», por lo que en sus inicios no causó controversia abierta; la polémica se desataría a causa de la difusión cada vez más pronunciada de la Teoría por el PCCh, «acompañándolo de una práctica antimarxista», lo cual había permitido su «auto-desenmascaramiento». Como ejemplos, el PCP-BR citaba las palabras de Zhou Enlai, «el extinto Primer Ministro de la República Popular China», en el Informe del Comité Central al X Congreso del PCCh, y más notoriamente, el discurso de Deng Xiaoping ante la Asamblea Extraordinaria de la ONU en 1974, que había introducido oficialmente la Teoría de los Tres Mundos. El PCP-BR se negaba a creer que el propio Mao había formulado la Teoría de los Tres Mundos, aunque tenía sus dudas: «durante varios años en que se hacían estas formulaciones sobre el “Tercer Mundo”, estando él en vida, no hemos conocido jamás que haya combatido esta teoría de los “Tres Mundos” y de que China pertenece al “Tercer Mundo”». No obstante, se abstenía de condenar abiertamente a Mao, sino que contrastaban su tesis «justa» con las sostenidas por los «revisionistas» y «chauvinistas» Deng Xiaoping y Hua Guofeng (1978: 7-56). Casi al final, puntualizaba: Creemos que la gran tragedia que vive actualmente China se debe en parte, a que durante todo el periodo de la construcción socialista, se han aceptado la coexistencia de diversas tendencias y el paralelismo de dos líneas. Esto mismo lo practican en el movimiento comunista internacional (Partido Comunista Peruano [Bandera Roja] 1978: 58-59). Como se mencionó en el primer capítulo, la Teoría de los Tres Mundos alienó a muchos de los partidos maoístas de todo el mundo, cuya formación había sido alentada por el PCCh en la década anterior. El Partido Comunista de Brasil, apoyado por el PCP-Bandera Roja, rechazaba la tesis de la decadencia del imperialismo estadounidense advocada por la Teoría de los Tres Mundos como una continuación del «revisionismo» de Browder en 1945 y Jrushchov en 1956 «con nuevos ropajes e idéntico carácter oportunista», que buscaba justificar la alianza de China con Estados Unidos contra la Unión Soviética (Ediciones Bandera Roja 1977b: 4-5). Enfatizaba que: La Unión Soviética, como potencia socialimperialista, no puede ser subestimada. Es un enemigo traicionero y salvaje, uno de los principales fautores de guerra. 186 Bajo el manto del socialismo, que ha traicionado, y del leninismo, que ha renegado, intenta abrir camino a la dominación de los pueblos. […] Pero no es menos peligroso ni menos bárbaro su adversario en la disputa mundial – el imperialismo yanqui. […] Para el proletariado sería funesto tomar partido por una u otra agrupación belicista, aliarse a cualquiera de ellas. El enemigo principal, en este caso, son los dos bandos (Ediciones Bandera Roja 1977b: 9-10). La conclusión a la que arribaba era que «la teoría de los Tres Mundos se opone frontalmente a la doctrina marxista-leninista» y que no es una opinión cualquier frente a la cual se pueda guardar la neutralidad. Ella define rumbos, es toda una concepción que pretende ser la estrategia y la táctica del proletariado revolucionario, exigiendo la organización de fuerzas para llevarla a la práctica. Debe ser combatida sin contemplaciones (Ediciones Bandera Roja 1977b: 21-23). El artículo del Partido Comunista de Alemania (Marxista-Leninista) «La “teoría de los tres mundos” ¿Una teoría marxista-leninista?», publicado en el Perú por Ediciones Bandera Roja en 1978, argumentaba que la Teoría de los Tres Mundos, a la que se refería como «la nueva corriente oportunista», «no está de acuerdo con el análisis de Stalin» y que «en realidad no lucha por derrocar al imperialismo, esa fuente de toda guerra imperialista, sino que exige la colaboración con los imperialistas occidentales, incluso con el imperialismo norteamericano, bajo la bandera de la lucha contra el socialimperialismo [sic] ruso». Así, lo esencial de esta teoría era «la propagación de la conciliación de clases, la colaboración de clases, su lucha por la sumisión del proletariado bajo el imperialismo» (Ediciones Bandera Roja 1977a: 1), lo cual significaba que su actividad principal se dirige directamente a desacreditar al marxismo-leninismo […] haciéndole así el juego directamente al revisionismo contemporáneo, que siempre ha andado de casa en casa vendiendo la mentira de que los marxistas- leninistas se arropan con la misma manta de los imperialistas (Ediciones Bandera Roja 1977a: 24). Por esta razón, era necesario combatir esta «corriente oportunista». Tal era su oposición a la nueva doctrina de la política exterior china, que la asemejaban al odiado revisionismo de Jrushchov: Las teorías sobre el llamado término medio, el desarrollo no-capitalista que es propagado con tanto entusiasmo por los revisionistas jruschovianos [sic], tienen el fin de sabotear las tendencias socialistas honradas existentes en varios países, sembrar confusión ideológica y socavar la lucha de las fuerzas progresistas (Ediciones Bandera Roja 1977a: 14). 187 Dicho artículo también tachaba a Deng Xiaoping como un «contrarrevolucionario» y se mostraba extremadamente escandalizado por el hecho de que «no sólo tratan de ajudicarle [sic] a Lenin su teoría oportunista, sino que también […] dicen incluso que el camarada Mao Tsetung es el verdadero inventor de su línea oportunista-revisionista», ya que «el camarada Mao Tsetung fue precisamente quien defendió el marxismo-leninismo contra el revisionismo jruschoviano [sic], contra las teorías traidoras de colaboración de clase y de sumisión bajo el imperialismo», y por ende «uno de los métodos más traicioneros y viles es afirmar que Mao Tsetung – que defendió la línea marxista-leninista contra los revisionistas contemporáneos – trató en realidad de revisarla». Según el partido alemán, los «oportunistas» utilizaban palabras y conceptos de Mao sacados de contexto para atribuirle el desarrollo de la Teoría de los Tres Mundos (Ediciones Bandera Roja 1977a: 6-21). Asimismo, según el artículo «Mantener siempre en alto la bandera invencible del marxismo-leninismo» del Partido Comunista del Brasil, «nuevamente, como en la década del 60, se coloca la cuestión de aceptar o refutar una orientación que afecta substancialmente los principios revolucionarios del marxismo-leninismo», y era necesario luchar contra esta nueva «corriente oportunista». A su juicio, se vivía nuevamente un momento crucial de elegir entre las opciones que «definían a revolucionarios y a oportunistas […]: o sigue adelante por el camino trazado por Marx, Engels, Lenin y Stalin, aunque enfrentando inmensas dificultades, o entra en una encrucijada engañosa al aceptar teorías que nada tienen de proletarias» (Ediciones Bandera Roja 1977b: 4-22). La Declaración conjunta de partidos provenientes de Alemania, España, Grecia, Italia y Portugal también proclamaba su oposición a la teoría de los Tres Mundos, a la que se referían como una «nueva corriente oportunista internacional contra el movimiento marxista-leninista a escala internacional» que fingía luchar contra el revisionismo moderno, pero en realidad coincidía con este en los fundamentos de su «traición al marxismo-leninismo» y el servicio que hacía a la burguesía y al imperialismo. Su objetivo era «falsificar totalmente los principios del marxismo-leninismo y del internacionalismo proletario y dividir las filas del movimiento comunista». Sostenían que esta teoría se aprovechaba de la consigna necesaria y correcta de lucha contra el socialimperialismo [sic] soviético para llamar al proletariado y a las masas trabajadoras a liquidar la lucha contra imperialismo norteamericano y contra cualquier otro imperialismo, contra la burguesía reaccionaria y los reaccionarios de todas las tendencias, para aliarse 188 con las fuerzas más feroces de la contrarrevolución, so pretexto de luchar junto a ellas contra el socialimperialismo [sic] soviético (Ediciones Bandera Roja 1978 [1977]: 23-24). Así, esta teoría priorizaba los intereses de la burguesía sobre los del proletariado en nombre de la defensa nacional y su demagogia terminaba alienando a las masas obreras y empujándolas hacia el revisionismo, reforzando paradójicamente el «social- imperialismo» soviético (Ediciones Bandera Roja 1978 [1977]: 24-25). La teoría de los Tres Mundos era, según estos partidos, una «teoría revisionista de reconciliación y colaboración de clases» por negar la contradicción entre el proletariado y la burguesía, así como el papel histórico y dirigente del proletariado en la revolución, y «antileninista» por negar la existencia del bloque socialista – y por ende la contradicción fundamental de la época entre el capitalismo y el socialismo –, aunque los propios partidos autores consideraban que el campo socialista ya no existía «debido a la traición de los revisionistas modernos». Asimismo, esta teoría negaba la contradicción entre el imperialismo y las naciones y pueblos oprimidos, lo cual equivalía a «sustituir el internacionalismo proletario por el social-chovinismo [sic]». Aunque el panfleto no mencionaba directamente a China – impulsora de la teoría de los Tres Mundos –, criticaba su alianza de facto con Estados Unidos, así como su argumento de que el «social- imperialismo» soviético había quedado como el único enemigo de los pueblos debido al supuesto declive del imperialismo estadounidense. De esta manera, los defensores de la teoría de los Tres Mundos acababan favoreciendo el fortalecimiento de la OTAN, del imperialismo estadounidense y de los imperialistas del «Segundo Mundo» para aliarse con ellos contra la Unión Soviética (Ediciones Bandera Roja 1978 [1977]: 26-30). Así, puede apreciarse que el giro pragmático y realista de la política externa china en la década de 1970 supuso un duro golpe para los maoístas peruanos, que probablemente influyó en su declive a nivel nacional. 4.3. Conclusión Como se puede apreciar, los partidos escindidos del Partido Comunista Peruano estaban sumamente interesados en demostrar que la potencia que cada uno consideraba el líder del comunismo internacional y la revolución anticapitalista y antiimperialista mundial – la Unión Soviética o China – había conseguido construir el socialismo a nivel interno y demostraba su internacionalismo proletario apoyando activamente la revolución en el resto del mundo, particularmente en los continentes en descolonización (África, Asia y 189 Latinoamérica). Al igual que los eventos internacionales, las políticas internas y externas de Moscú y Pekín fueron objeto de acaloradas discusiones y hasta insultos entre los comunistas peruanos, al punto que pueden considerarse uno de los motivos de sus múltiples divisiones, o cuanto menos, de su incapacidad para unirse ante sus enemigos en común. Por lo tanto, no es exagerado afirmar que los rumbos políticos, sociales, económicos e internacionales de la Unión Soviética y de China tuvieron una influencia significativa en el devenir del comunismo peruano. 190 Conclusiones A lo largo de esta investigación se ha buscado resolver una pregunta central: ¿de qué manera la ruptura sino-soviética y sus repercusiones a nivel mundial impactaron en el Partido Comunista Peruano en las décadas de 1960 y 1970, en el contexto de la guerra fría y los procesos políticos en el Perú y Latinoamérica? La respuesta a la que se ha llegado es que, debido al internacionalismo inherente a la ideología comunista y a la aparente inevitabilidad de la revolución mundial, la cuestión de elegir una potencia que la liderara y la llevara por el camino del marxismo-leninismo «correcto» – término cuya definición generaba discordia en sí misma – se volvió uno de los principales puntos de conflicto en el seno del Partido Comunista Peruano y jugaría un papel crucial en las múltiples divisiones que sufriría durante las décadas de 1960 y 1970. A pesar de que el PCP nunca había conseguido ni conseguiría convertirse en un partido de masas, la ruptura definitiva en 1964 tendría repercusiones importantes y trágicas, una de las cuales sería el surgimiento de la organización terrorista Sendero Luminoso, escisión del primer partido maoísta peruano. Los eventos internacionales no fueron la única causa de la fragmentación del Partido Comunista Peruano: sus líderes y miembros tenían desacuerdos en muchos temas a nivel local, desde los debates entre la vía pacífica y la vía armada a la revolución, sobre la naturaleza de las guerrillas de 1965 y del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas (1968-1980) y qué posición debían adoptar ante estos, hasta rivalidades personales. Sin embargo, debe resaltarse que el contexto internacional fue un factor decisivo en sus divisiones: de no ser por el surgimiento del maoísmo como una corriente política dentro del movimiento comunista mundial en oposición a la línea soviética hasta entonces dominante, es posible que las facciones disidentes no hubieran tenido una base teórica articulada para expresar sus críticas a la dirección del PCP original y formar su propio partido (que posteriormente se fragmentaría también). Tampoco hubieran tenido a un patrocinador extranjero que alentó activamente la escisión, ni un nuevo modelo concreto tras el decepcionante rumbo que había tomado la Unión Soviética tras la muerte de Stalin, por lo que no hubieran observado con tanta atención la política interna y externa de China (y de su rival) para demostrar que habían tomado la decisión correcta. La alianza entre Unión Soviética y la República Popular China, firmada en 1950 entre Stalin y Mao Zedong y que en teoría debía durar al menos 30 años, colapsó a inicios de la década de 1960 por múltiples causas. Una de estas fueron las diferencias ideológicas 191 en la interpretación del marxismo-leninismo para la construcción del socialismo y la revolución mundial, que ambas potencias creían inminente ante el avance de la descolonización tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Tanto Moscú como Pekín tenían sus propias ambiciones para el Tercer Mundo, con prioridades diferentes – para la Unión Soviética el socialismo, para China el antiimperialismo –, aunque probablemente ellos mismos y sus aliados aún no distinguían los dos conceptos entre sí. Sin embargo, más allá de sus respectivas proclamas ideológicas, también debe tomarse en cuenta el choque entre los diferentes intereses geopolíticos de la Unión Soviética y China como grandes potencias con una extensa frontera entre sí y una rivalidad histórica desde sus respectivas épocas imperiales. Las reformas en la política interna y externa de la Unión Soviética tras la muerte de Stalin bajo Nikita Jrushchov, iniciadas en el XX Congreso del PCUS en 1956, fueron el detonante del conflicto con China, que se extendería a los partidos comunistas del resto del mundo. Mao percibió la doctrina de coexistencia pacífica con Estados Unidos y el bloque occidental como una traición a la lucha anticapitalista y antiimperialista y sus acusaciones encontrarían una audiencia receptiva en el Tercer Mundo, que precisamente entonces luchaba por su independencia de las potencias occidentales capitalistas e imperialistas, por lo que favorecía un enfoque más militante. Más aún, para Mao – y para una parte significativa del movimiento comunista internacional –, la desestalinización en la Unión Soviética implicaba la condena de todo lo que hasta entonces habían creído sin cuestionamientos, ya que la anterior generación había vinculado la revolución intrínsecamente con la Unión Soviética y en ocasiones incluso con el culto a la personalidad de Stalin; cabe destacar que este era el estilo de liderazgo que el propio Mao había adoptado, por lo cual también vio la desestalinización como una crítica personal. En efecto, la tendencia al culto a la personalidad parece ser una característica duradera de los maoístas peruanos: a lo largo del periodo estudiado, su devoción por la figura de Stalin y las de sus acérrimos y notorios defensores, Mao y Enver Hoxha, permaneció inamovible. Por el contrario, quienes criticaban o contradecían a sus ídolos, sea cual fuera su procedencia, eran objeto de una animosidad virulenta y hasta personal; específicamente, Nikita Jrushchov en la Unión Soviética, Deng Xiaoping en China, y Jorge del Prado (Secretario General del PCP-Unidad) en el Perú. Cabe especular que, para muchos de ellos, su fanatismo y devoción había hecho que cualquier crítica hacia los líderes que tenían como modelos a seguir se sintiera como un ataque personal. Muchos 192 comunistas peruanos nunca aceptaron la desestalinización, incluso cuando se desilusionaron con China y el maoísmo en la década de 1970, demostrando que Stalin era un ídolo igual o aún más importante que Mao. También puede señalarse como un rasgo en común de Mao y sus seguidores peruanos su intransigencia en sus tratos con el resto de la izquierda y hasta con sus camaradas de sus propios partidos: cualquier diferencia en la interpretación de la teoría marxista-leninista y de los acontecimientos contemporáneos, por mínima que fuera, era motivo de acusaciones de revisionismo, traición y lo que la jerga comunista denominaba liquidacionismo y escisionismo – aunque, paradójicamente, esta intransigencia solo llevaba a más escisiones, así como a decepciones con respecto a sus líderes internacionales. Cuba fue la primera desilusión para los maoístas peruanos: después de la primera ruptura con el sector prosoviético del PCP en 1964, el PCP-BR esperaba conseguir su apoyo, ya que la Revolución cubana había sido por la vía armada, convirtiéndose en un ejemplo emulado en toda Latinoamérica. Sin embargo, la afiliación soviética de La Habana y la sumisión cada vez mayor y más evidente de Castro a Moscú por sus propias necesidades políticas eventualmente se convirtieron en una molestia demasiado grande para el PCP-BR (y luego para el PC del P-PR); para finales de la década de 1960, ambos partidos maoístas llamaban abiertamente revisionistas a los líderes revolucionarios cubanos que una vez habían admirado. Por el contrario, para el prosoviético PCP-U, el férreo apoyo de Cuba a la Unión Soviética sirvió como una especie de validación de su postura, pero fue insuficiente para desplazar a los maoístas y realizar su versión de la revolución en el Perú. Irónicamente, varios años después de la ruptura, China cometería prácticamente todos los pecados de los que había acusado a la Unión Soviética a inicios de la década de 1960: estrecharía sus relaciones con Estados Unidos y Occidente, liberalizaría su economía y abandonaría las pretensiones de la revolución mundial y hasta los partidos cuya formación había alentado y financiado. Así, los partidos maoístas peruanos también se desencantaron de China, si bien atribuyeron toda la culpa de las reformas en favor del pragmatismo político y económico a Deng Xiaoping, silenciando el hecho de que habían iniciado bajo Mao y que fue este mismo quien recibió, en persona y con todos los honores y alta publicidad, a Richard Nixon y Henry Kissinger en 1972. Varios maoístas peruanos buscaron entonces un nuevo ejemplo a seguir; como lo que los había motivado a romper con la Unión Soviética fue la desestalinización, era lógico que se fijaran en Albania, el 193 último país donde el estalinismo sobrevivía. De hecho, su fijación por Albania y su líder Enver Hoxha – al igual que ellos, un fanático seguidor de Stalin – había empezado mucho antes, desde que el pequeño país de Europa del Este rompió con Moscú y se afilió abiertamente a Pekín a inicios de la década de 1960; sin embargo, los partidos maoístas peruanos inicialmente habían visto a Albania simplemente como un aliado de China, con un papel secundario en comparación con la potencia asiática. Tras el giro de China, que la llevó a la ruptura con Albania, los maoístas peruanos concluyeron que en China se había restaurado el capitalismo y Albania era el último bastión del verdadero marxismo- leninismo. Paradójicamente, a pesar de condenar casi unánimemente las reformas de la política interna y externa china bajo Deng Xiaoping, varios de los partidos maoístas peruanos seguirían un rumbo similar al de China: para fines de la década de 1970, acabaron adoptando la vía electoral que tanto habían criticado para participar en las elecciones de la Asamblea Constituyente de 1979, o incluso incorporándose a otros partidos y frentes con este propósito. El propio PCP-Bandera Roja, el primer partido maoísta peruano y el primero de Latinoamérica reconocido por Pekín, después de haber quedado irreparablemente dañado por sus múltiples divisiones y olvidado por el público general, se acopló al movimiento del dirigente trotskista Hugo Blanco para dichas elecciones. El hecho de que estuvieran dispuestos a aliarse con el trotskismo, que siempre habían condenado como una desviación ideológica revisionista imperdonable, da más peso a las mutuas acusaciones de oportunismo y, en un sentido más amplio, a la interpretación realista de las rupturas en el comunismo, que considera los intereses políticos más importantes que la ideología profesada. Por su parte, a pesar de no sufrir tantas escisiones como sus rivales maoístas, el PCP-U enfrentó otro tipo de dificultades: sus compromisos con el Estado y luego su abierto apoyo al Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas – que tenía el respaldo de la Unión Soviética – dañaron seriamente su imagen revolucionaria, sobre todo entre la generación más joven que tenía a las guerrillas como las de Cuba, Vietnam y Argelia como modelo revolucionario. Pueden encontrarse ciertos paralelos entre estos y los problemas que la doctrina de coexistencia pacífica supuso para la Unión Soviética en el Tercer Mundo: así como Moscú llegó a compromisos y acuerdos con Estados Unidos y Occidente en nombre de evitar la guerra nuclear, el PCP-U dio su apoyo al gobierno militar en el Perú a cambio 194 de la legalidad y cierta participación política en el mismo, lo que ambos les costó las simpatías de los sectores más radicales y militantes. Ante el surgimiento del maoísmo como una nueva corriente dentro del movimiento comunista internacional que rápidamente ganó adeptos en todo el mundo, sobre todo en los países en descolonización, los dirigentes soviéticos que sucedieron a Stalin tuvieron que luchar para mantener el ritmo de los cambios que se producían más allá de sus fronteras y su esfera de influencia, y eventualmente se vieron obligados a adoptar parte del programa maoísta para no perder terreno. Aunque los errores de China extinguirían sus simpatías entre los países en vías de desarrollo, la victoria soviética terminaría siendo una derrota a largo plazo por los excesivos costos que implicó el apoyo al antiimperialismo militante; de hecho, varios historiadores lo consideran una de las causas de la caída de la Unión Soviética y del bloque oriental. En el Perú, el PCP-U aclamó el apoyo soviético a la lucha antiimperialista en el Tercer Mundo, pero no adoptó una actitud más militante a nivel local, sino que siguió apoyando al gobierno militar, aunque condenó el giro a la derecha tras el golpe del general Francisco Morales Bermúdez en 1975. No obstante, debe también reconocerse que esta estrategia sí tuvo cierto éxito, al menos a corto plazo y en sus propios términos: cuando su líder (Jorge del Prado) participó en las elecciones para la Asamblea Constituyente de 1979 como parte de un frente unido de izquierda, obtuvo un porcentaje de votos nada desdeñable. Tanto en el conflicto sino-soviético como en las divisiones del Partido Comunista Peruano destaca su incapacidad para unificarse ante un enemigo común claramente definido – Estados Unidos para la Unión Soviética y China, y la oligarquía peruana y el imperialismo para el PCP. La respuesta a esta pregunta se encuentra en las palabras de los propios comunistas peruanos: aliarse con los que consideraban «revisionistas» no solo era moral e ideológicamente imperdonable para el legado de Marx y Lenin (y en el caso del Perú, de su fundador José Carlos Mariátegui), sino que suponía el fracaso de la revolución, por lo que todos ellos se negaron categóricamente a formar un frente unido. De hecho, todos afirmaban tercamente que las rupturas y purgas internas en realidad fortalecían al partido al «limpiar» sus filas de los miembros «revisionistas». Paradójicamente, parece que consideraban más aceptable llegar a un acuerdo e incluso aliarse con sus enemigos jurados – Estados Unidos, el bloque occidental y el Estado peruano – que con los «revisionistas»: Mao prefirió el reacercamiento con Estados Unidos antes que la reconciliación con la Unión Soviética y Moscú relajó sus tensiones con Washington antes que con Pekín; 195 mientras que en el Perú, el PC(ML)P de José Sotomayor, ferozmente estalinista y una vez maoísta, terminó buscando la reincorporación al PCP-Unidad prosoviético ante su decepción con China, mientras que los maoístas radicales PCP-Bandera Roja y PC del P- Patria Roja eventualmente adoptarían la vía electoral que una vez habían condenado virulentamente. Cabe especular que, en los conflictos internos del Partido Comunista Peruano, el simple orgullo y terquedad humana para no admitir las equivocaciones jugó un papel importante. Los comunistas peruanos – de cualquier afiliación – habían declarado con confianza en las décadas de 1960 y 1970 que el imperialismo y el capitalismo estaban al borde del colapso y ruina total. Sin embargo, para fines del periodo estudiado en esta tesis, China había dado un giro radical hacia una economía capitalista y relaciones abiertas con Occidente; la Unión Soviética lideraba una revolución muy distinta a la que habían planeado originalmente y que terminaría por agobiar sus capacidades; y en el Perú, del partido fundado originalmente por Mariátegui solo quedaban grupos con poca o nula relevancia política o incluso absorbidos por otros sectores de la izquierda o desaparecidos del todo, y las perspectivas de la revolución se veían aún más lejanas que hacía veinte años. Varios partidos otrora radicales habían abandonado la idea de la revolución por la vía armada para apostar por la participación electoral. El único partido que aún creía que la guerra popular según la teoría maoísta era posible era el PCP-Sendero Luminoso, para desgracia de la sociedad peruana. Ante el cisma del movimiento comunista internacional, los partidos comunistas de todo el mundo se dividieron a su vez entre las afiliaciones a la Unión Soviética, a la República Popular China y en ocasiones a otro país comunista como Albania o Cuba. El Partido Comunista Peruano no fue la excepción: en menos de una década, se fragmentó en varios partidos con distintos grados de influencia política y distintas propuestas revolucionarias. Sin embargo, ninguna de estas se concretó debido a las disputas internas de los comunistas peruanos, las cuales fueron en gran medida influenciadas y avivadas por los acontecimientos y procesos del resto del mundo como resultado de las pretensiones internacionalistas de la ideología comunista. Esto da paso a una nueva interrogante: ¿de qué manera afectó la coyuntura global de las siguientes décadas a los restos del Partido Comunista Peruano después de que el PCP-SL iniciara su «guerra popular»? Vale preguntarse el devenir político de los partidos escindidos del PCP original desde la Asamblea Constituyente de 1979, sobre todo durante el conflicto armado interno, y el 196 impacto que tuvieron en ellos la caída de la Unión Soviética y el bloque del Este, con el fin de comprender la suerte final del partido de Mariátegui y los conflictos internos de la izquierda peruana en la actualidad. 197 Bibliografía Fuentes primarias Ediciones Bandera Roja. 1978 [1977]. Declaración conjunta del Partido Comunista de Alemania (m-l), del Partido Comunista de España (m-l), del Partido Comunista de Grecia (m-l), del Partido Comunista de Italia (m-l), del Partido Comunista Portugués (R). Lima: Ediciones Bandera Roja. Ediciones Bandera Roja. 1973. 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La guerra fría y la competencia sino-soviética por el Tercer Mundo 1.1. La ruptura sino-soviética 1.2. El «sur global» en el conflicto bipolar: la competencia por el Tercer Mundo 1.3. La guerra fría y competencia sino-soviética en Latinoamérica 1.4. Conclusión II. La división del comunismo peruano 2.1. El contexto sociopolítico peruano en las décadas de 1960 y 1970 2.2. La fragmentación del Partido Comunista Peruano en las décadas de 1960 y 1970 2.2.1. Los «revisionistas criollos»: el PCP-Unidad 2.2.2. Los «dogmáticos», «liquidadores», «escisionistas» y «aventureros»: los partidos maoístas 2.3. La desunión hace la fuerza: el rechazo de los comunistas peruanos a la unidad 2.4. Conclusión III. El internacionalismo de la discordia (1960-1978) 3.1. La importancia y el estado de la revolución mundial 3.2. La ruptura sino-soviética: polémicas ideológicas y conflictos geopolíticos 3.3. Las alineaciones en el bloque socialista y la revolución en el Tercer Mundo 3.4. Conclusión IV. La búsqueda del verdadero líder de la revolución mundial (1960-1978) 4.1. Políticas internas de la Unión Soviética y China 4.1.1. La desestalinización y el legado de Stalin 4.1.2. La Revolución Cultural 4.1.3. La economía soviética y china 4.2. Políticas externas de la Unión Soviética y China 4.2.1. La doctrina de coexistencia pacífica y el debate entre la vía pacífica al socialismo y la revolución violenta 4.2.2. El apoyo a la revolución mundial 4.2.3. El imperialismo soviético y el apoyo chino al imperialismo estadounidense 4.3. Conclusión Conclusiones Bibliografía Fuentes primarias Fuentes secundarias